MARÍA, NUESTRA MEJOR ABOGADA


María, desde que vivía en la tierra su único pensamiento, después del de la gloria de Dios, era ayudar a los miserables; y bien sabemos que gozaba del privilegio de ser oída en todo lo que pedía. Esto se demostró en las bodas de Caná, cuando al faltar el vino la Virgen, compadecida de la vergüenza y aflicción de los de la casa, pidió al Hijo que los consolase con un milagro exponiéndole la necesidad que tenían, diciéndole: “No tienen vino”. Y Jesús le respondió: “Mujer, qué nos importa a mí y a ti. Aún no ha llegado mi hora” (Jn 2, 4). 

Advierte que aunque pareciera que el Señor le negaba la gracia a la Madre al decirle: “Qué nos importa a mí y a ti que les falte el vino”. Ahora no conviene hacer un milagro no habiendo llegado aún el tiempo, que será el de mi predicación en el que debo confirmar con los milagros todas mis enseñanzas, sin embargo María, como si el Hijo le hubiera concedido ya la gracia, dijo a los criados: “Haced lo que él os diga”. Y Jesús mandó llenar las vasijas de agua, que transformó en excelente vino.

María obtiene de Dios cuanto pide ¿Y cómo entender esto? Si el tiempo de hacer milagros era el de la predicación, ¿cómo podría anticiparse el milagro del vino contra el decreto divino? 

No, responde san Agustín, no se hizo nada en contra de los decretos divinos; porque si bien, generalmente hablando, no era aún el tiempo de hacer milagros, sin embargo, desde toda la eternidad, Dios había establecido con otro decreto general: que todo lo que pidiera esta Madre jamás se le negase. Y por eso, María, muy consciente de su privilegio, aunque aparentemente su Hijo no pusiera mucha atención a su demanda, les dijo a los criados que hicieran lo que él dijera, pues la gracia se iba a conceder.

Jansenio de Gante dice: “Para honrar a la Madre adelantó el tiempo de hacer milagros”.

Es cierto, en suma, que no hay criatura que pueda obtenernos tales misericordias a nosotros miserables como las que puede lograrnos esta excelente abogada, la cual es honrada por Dios no sólo con ser la amada esclava del Señor, sino siendo su verdadera Madre.

(Las Glorias de María, san Alfonso Mª de Ligorio)

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