EL PODER DE LA ORACIÓN


 

Hoy en día está de moda la frase: "Las manos que ayudan son más nobles que los labios que rezan".

Nada hay más equivocado que esta frase, un absoluto error, frase que viene evidentemente de alguien que no reza, que no conoce la oración, que probablemente ni crea en Dios.

«Los que oran —decía después de su conversión el eminente literato y político Donoso Cortés— prestan mejores servicios al mundo que los que combaten, y si el mundo va de mal en peor es porque hay más batallas que oraciones». 

«Las manos en actitud de súplica —dice Bossuet— derrotan más batallones que las que empuñan armas». ¡Cuántas innumerables gracias nos habrán alcanzado las almas contemplativas en los claustros y desiertos! 

Una fervorosa oración alcanza más fácilmente la conversión de un pecador que largas discusiones y bellos razonamientos. 

Y es que el que ora, trata con Dios directamente, la causa primera de toda conversión. Y así dispone todas las causas segundas que reciben su eficacia de la primera. De esta forma se logra con más rapidez y seguridad el efecto anhelado.


(El alma de todo apostolado, J.B. Chautard, abad cisterciense)

ORACIÓN PARA PARECERNOS A MARÍA

¡María, Madre del corazón generoso, Madre de la humildad, de la entrega confiada, quiero imitarte en todo, quiero tener tus mismos deseos, dar tu mismo sí a Dios, ser auténtico en el hágase de mi vida! ¡Y cuando Dios se haga presente en mi vida quiero aceptarlo todo desde el primer momento, como tú, sin dudas ni miedos! 

¡Y aunque me desconcierte, como te ocurrió a Ti, María, quiero entregarme a Dios con confianza y amor! ¡Concédeme la gracia, María, de caminar a tu lado, de decir que sí como lo hiciste tu, Madre, entregarme como lo hiciste tu con amor y humildad, seguir a Jesús con tu misma predisposición, negarme a mi mismo para darlo todo por tu Hijo! ¡Quiero, Madre, ser como tu, humilde, esperanzada, ser testimonio del amor de Jesús! ¡Quiero que me ayudes a parecerme a Ti, María, que eres el mejor modelo de entrega, de fidelidad, de amor y de humildad!

EL MISTERIO DEL DOLOR


En ciertos momentos de la vida, el cristiano tendrá que creer en contra de las apariencias, «esperar contra toda esperanza» (Rom 4, 18). 

Inevitablemente, surgen ocasiones en las que no podemos comprender los motivos de la actuación de Dios, porque en ellas no interviene la sabiduría de los hombres, una sabiduría a nuestro alcance, comprensible y explicable por la inteligencia humana, sino la misteriosa e incomprensible Sabiduría divina, la que dirige todas las cosas, pues es infinitamente más poderosa y más amante, y sobre todo más misericordiosa.

Y si la Sabiduría de Dios es incomprensible en sus caminos, y a veces desconcertante, será también incomprensible lo que prepara para los que esperan en ella y que sobrepasa infinitamente en gloria y belleza a lo que podamos imaginar o concebir: 

«Lo que ni el ojo vio, ni oído oyó, ni llegó al corazón del hombre, eso preparó Dios para los que le aman» (I Cor 2, 9). 

La sabiduría del hombre únicamente puede producir obras a la medida humana; sólo la Sabiduría divina puede llevar a cabo cosas divinas, y a esa grandeza divina nos tiene destinados. Esta debe ser, pues, nuestra fuerza frente al problema del mal y el dolor, no una respuesta filosófica, sino una confianza filial en Dios, en su Amor y en su Sabiduría. 

La certeza de que «todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios», y que «los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros» (Rom 8, 18).

La Paz interior, Jacques Philipe




LA TENTACIÓN EJERCITA LA VIRTUD



Es del máximo interés el soportar con toda paciencia cualesquiera molestias y todo contratiempo que acongoja nuestro espíritu, teniendo muy presente que forman nuestra cruz. 
Ayudad al Señor y llevad con él la cruz, de buen grado, con ánimo alegre, porque la cruz tenéis que llevarla siempre; y, si rehusáis alguna, en su lugar hallaréis otra más pesada. 
Puesta en Dios nuestra confianza y esperando su ayuda, no nos entretengamos con los halagos de los 
vicios. No hay que acobardarse ni detenerse jamás, sino que ininterrumpidamente hay que estar cobrando ánimos. 
Haced memoria de las aflicciones y de las grandes tentaciones que nuestros santos padres pasaron en el desierto. Lo que en su espíritu experimentaron fue para ellos mucho más grave que las penitencias y austeridades que impusieron a sus cuerpos. El que nunca es tentado ninguna virtud conseguirá. Someteos, pues, al divino beneplácito, ya que Dios nunca permite que seamos afligidos como no sea para nuestra salvación. Dice el evangelista: Quien quiera venir en pos de mí empiece por negarse a sí mismo; que quiere decir, olvidarse de sí mismo, no darse importancia a sí mismo, despreciarse a sí mismo, y desear ser despreciado por los demás. 
El Señor manda que tomemos nuestra cruz y que le sigamos, esto es, que suframos los padecimientos y las fatigas de nuestro cuerpo por amor a él, de la misma manera que él lo sufrió todo por amor a nosotros. 
Cuando los judíos descargaron la cruz de los hombros del Señor por miedo de que, desfallecido por los azotes y los tormentos, expirase antes de llegar al lugar donde tenía que ser crucificado, y se le cargaron a Simón, este la tomó de muy mala gana; y, aunque la llevó, de ninguna manera murió en ella como murió nuestro Señor, que libremente y por su propia voluntad la llevó y en ella expiró, entregando el alma a Dios su Padre: imitadle a él siguiendo su ejemplo. 
Tenéis vuestra cruz en las aflicciones, llevadla de buen grado hasta el fin y morid en ella entregando a Dios vuestra alma. Alabad a Dios y dadle gracias porque os ha llamado a su servicio. No despreciéis a nadie, ya que es voluntad de Dios que améis al prójimo como a vosotras mismas y a todas las hermanas, aun a las que os injurian o lo desean. 
Amad, sobre todo, dentro de vosotras mismas y poned sumo empeño en refrenar los desordenados 
movimientos de ánimo. Poned hoy algún remedio, mañana otro, y, de esta suerte, poco a poco venceréis y triunfaréis de todas las tentaciones; y, cuando el Señor vea vuestra buena voluntad y vuestra perseverancia, os dará su gracia y su ayuda para que llevéis las cargas de la vida religiosa hasta el fin y, por su amor, nada os resultará difícil de tolerar.

 De las Exhortaciones de la beata Francisca de Amboise a sus monjas  (Cap. XIII, Carmelus II [1964], pp. 254-255)

RECEMOS EL SANTO ROSARIO POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO


 - ¿Alguna vez se le ha aparecido algún alma del purgatorio pidiéndole que rezara un rosario con él o ella? 

- María Simma:
Sí, eso sucede. Recuerdo una vez, fue en los años 50, cuando viajaba en tren desde Bludenz. 
Era uno de esos días en los que había muchos viajeros, así que elegí, como hago habitualmente, el último vagón del tren. Subí y pronto encontré un compartimiento en el que viajaba solamente una mujer. Me senté a su lado. Todavía no me había acomodado cuando sacó un rosario de su bolso y dijo: "Bueno, aquí hay alguien que rezará el rosario conmigo". 
Lo primero que pensé fue: "Si hace lo mismo con todo el que entra, no me extraña que esté sentada aquí sola". Pero, por supuesto, yo estaba muy feliz de rezar con ella el rosario y en el tiempo que duró no entró nadie al compartimiento. 
Cuando terminamos dijo: "Gracias a Dios". Y desapareció al instante. 
Me encontré totalmente sola en el compartimento, mientras numerosas personas daban vueltas por los pasillos. 
Solo en ese momento fue cuando tuve el presentimiento de que se había tratado de un alma del purgatorio.

RECEMOS EL SANTO ROSARIO POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO

-Sáquennos de aquí, entrevista con María Simma-

MARÍA OFRECE A DIOS NUESTRAS PLEGARIAS



Decía el Venerable Raimundo Jordano, que María no puede dejar de amar a quien la ama, y no se desdeña de servir a quien le sirve, empleando, en favor de los pecadores, todo su poder de intercesión para conseguir de su Hijo divino, el perdón para esos siervos que la aman. 

Es tanta su benignidad y misericordia, prosigue diciendo, que ninguno, por perdido que se vea, debe temer postrarse a sus pies, pues no rechaza a nadie de los que a ella acuden. 

María, como amantísima abogada nuestra, ella misma ofrece a Dios las plegarias de sus siervos y señaladamente las que a ella se dirigen; porque así como el Hijo intercede por nosotros ante el Padre, así ella intercede por nosotros ante el Hijo y no deja de tratar ante ambos, el negocio de nuestra salvación y de obtenernos las gracias que le pedimos.


 (Las Glorias de María, san Alfonso Mª de Ligorio) 

MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA


El dogma de la maternidad divina de María es un tema central de la Mariología. Es el que da sentido y hace comprensibles todas las verdades que la teología cristiana afirma de Ella. 
Esto ha sido destacado por muchos Papas. Así Pío XII afirma:

“De la misión sublime de Madre de Dios parecen derivar, como de una fuente oculta y purísima, todos los privilegios y todas las gracias que adornan su alma y su vida”

También Pablo VI señala: “El tiempo de Navidad constituye una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal, salvífica de Aquella cuya virginidad intacta dio a este mundo un Salvador"

Igualmente, el Papa Benedicto XVI indica:  “Del título de «Madre de Dios» derivan luego todos los demás títulos con los que la Iglesia honra a la Virgen, pero este es el fundamental.

Y el Papa Francisco también ha afirmado:

“María está desde siempre presente en el corazón, en la devoción y, sobre todo, en el camino de fe del pueblo cristiano… Madre de Dios es el título principal y esencial de la Virgen María. 


- MARÍA, MADRE DE DIOS Y DE LA IGLESIA , Concepcionistas misioneras de la enseñanza-

JESÚS ESTÁ EN EL CONFESIONARIO

 


¿Y qué me podría decir ante los que retorcidamente dicen que Jesús nunca nos dijo que teníamos que ir a un confesonario a confesarnos? 

María Simma: 

- A esos les sugiero que acudan a confesarse con un sacerdote contándole sus pecados claramente. Lo importante es que se digan claramente los pecados. Jesús dijo que nos arrepintiéramos y cuando lo hacemos, Él borra nuestros pecados y solo así Satanás deja de saber de ellos; ya no puede atraer a esa persona mediante ese pecado o atacarle a causa de la débil o inexistente relación con Dios. Pero quien se encuentra en el confesionario es Jesús, no un sacerdote. 

—¿Está usted segura? 

María Simma:

-Le cuento un caso que lo sorprenderá. Una abuela italiana quiso llevar a su nieto de ocho años al padre Pío para que hiciera su primera confesión. Estaba muy entusiasmada cuando llegó a la parroquia. El niño entró a confesarse y salió radiante de alegría. La abuela sabía qué apariencia tenía el padre Pío. Era bajo, gordito, casi calvo, de ojos muy oscuros y de unos sesenta y cinco años; aun así, le preguntó a su nieto: "Dime, ¿cómo era?". 

El niño respondió con mucha calma y con detalle: "¡Oh! Era alto y fornido, con ojos castaños, y pelo largo y castaño; tenía alrededor de treinta años".


(Sáquennos de aqui, entrevista con María Simma)


DE ELLA NACIÓ JESÚS


 

“Para contarnos toda la historia de la Virgen, bastan aquellas palabras: De qua natus est Iesus: de Ella nació Jesús. ¿Qué más deseas? ¿Qué más buscas en la Virgen? Debe bastarte saber que Ella es la Madre de Dios. Yo te pregunto: ¿qué belleza, qué virtud, qué perfección, qué gracia, qué gloria podía faltar a la Madre de Dios? Da rienda suelta a tus pensamientos, estimula tu osada imaginación: figúrate una virgen purísima, prudentísima, bellísima, devotísima, humildísima, dulcísima, llena de todas las gracias, superabundando en toda santidad, adornada con todas las virtudes, favorecida con todos los carismas, gratísima a Dios; agranda luego cuanto puedas la figura imponente de semejante virgen: María es aún más grande, más excelsa; superior a cuanto de más espléndido puedes imaginar” 

- Santo Tomás de Villanueva -


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