¿A QUÉ EDAD SE DESPOSÓ SAN JOSÉ CON LA VIRGEN MARÍA?

 Aunque no es relevante en la historia de la Redención la edad su edad, es muy bello conocer datos de nuestro querido Padre San José.

Se ha levantado siempre controversia entre los que discurren sobre la edad de San José. Por ejemplo, San Epifanio, Cedreno y Nicéforo juzgaron que era octogenario cuando se desposó con la Virgen María.  Esta sentencia se sacó del Protoevangelio de Santiago y del Evangelio del nacimiento de María , libros apócrifos, y llenos de fábulas, reprobados desde su origen, por lo que no podemos fiarnos de ellos.

No parece que San José fuera mayor pues por poner un ejemplo, como nos enseña San Gerónimo, ¿Qué consuelo podría hallar una niña criada en el Templo, en un hombre, que con sus muchos años llevaba la vejez a cuestas, que es como una enfermedad tan molesta como incurable en su viaje a Egipto? Algunos añaden , que como San José murió siendo Jesús muy jóven, esa muerte tuvo que haber provenido de su avanzada vejez . 

Yo respondo que la muerte no se prueba con la mayor ancianidad; pues vemos que la juventud y la vejez corren con iguales pasos hacia el sepulcro, los jóvenes también mueren, y más en esos tiempos donde la medicina no estaba avanzada.

Gerson, tenido por el primer teólogo de su siglo, junto con el cardenal Viguerio, teólogo acreditadísimo en tiempo de Julio II, y Teófilo Rainaud, se declaran a favor de aquellos que hacen a San José de una edad varonil cuando se desposó con la Virgen, y ésta misma opinión han abrazado muchos teólogos más, como Baroni, Francisco Suarez, o Gabriel Vázquez, y otros eruditos como Sandino, o Saliano.


Veamos cómo lo explica el incomparable doctor Francisco Suarez : 

San José no era de edad avanzada cuando se desposó con la Virgen María, por cuatro razones:

1ª Porque convenía que en aquellos desposorios se guardara entre los esposos aquella proporción que según el uso y la costumbre se suele observar.

2ª Porque era también conveniente que José fuese de una edad proporcionada a la generación; pues de otra suerte no se mantendría ileso el honor y fama de la Madre de Dios

3ª Porque José debía ser un hombre robusto para emprender el viaje a Egipto y para buscar con su trabajo la manutención de su familia.

4ª Porque la Escritura de algún modo está de parte de su edad varonil, cuando dice en el capítulo primero de San Lúcas, que la Virgen estaba desposada con un varón, y no dice con un anciano, y en Isaías 62,5, hablándose de la venida de Cristo, se dice: "como el joven se desposa con la virgen..." esta profecía se aplica a este misterio. 

Además según las costumbres de los hebreos, como refiere Agustín Calmet, se casaban muy jóvenes, por lo que como se lee en el Talmud, era reprensible el padre que casaba a la hija con un anciano.

Concluimos que es mucho más verosímil que San José fuera jóven.


(Vida del Señor San José, P. Jose Ignacio Vallejo, Jesuita)

LAS LLAGAS DE JESÚS NOS LLAMAN


 Generalmente pasaba la noche en puro llanto, me parece que al pensar en las ofensas que se hacían a Dios, y también pensando en la santísima Pasión.

Me parece recordar que, cuando oía que había algún pecador obstinado que no quería convertirse a Dios, me daba tal pena que no descansaba ni de día ni de noche, y decía de corazón al 

Señor: “Dios mío, aquí me tenéis, pronta a cualquier padecimiento, con tal que se conviertan a Vos todos los que os ofenden”. 

Hacía muchas penitencias a este fin, cada vez me venían más ansias de padecer por la conversión de las almas.  A veces, al acostarme, oía como una voz sensible que me iba diciendo: 

“No es tiempo de reposo, sino de padecer”. De pronto me encontraba levantada y arrodillada delante del crucifijo. Le decía: “¡Dios mío, os pido almas! Estas llagas vuestras sean voces por mí. ¡Oh almas redimidas con la sangre de Jesús, venid a estas fuentes de amor! Yo os llamo, estas santas llagas son voz por mí: ¡venid todas, venid todas!” 


(Santa Verónica Giuliani, P. Ángel Peña O.A.R.)

EL CIELO ES UNA FELICIDAD ARREBATADORA

¿Por qué nos hizo Dios? Dado que Dios es un Ser infinitamente perfecto, la principal razón por la que hace algo debe ser una razón infinitamente perfecta.  Dios quiere hacernos partícipes de su amor y felicidad.  Dios no necesita de nosotros, la gloria que dan a Dios las obras de su creación es la que llamamos «gloria extrínseca». Es algo fuera de Dios, que no le añade nada.

A quien poseeremos no será un ser humano, por maravilloso que sea. Será el mismo Dios con quien nos uniremos de un modo personal y consciente; Dios que es Bondad, Verdad y Belleza infinitas; Dios que lo es todo, y cuyo amor infinito puede (como ningún amor humano es capaz de hacer) colmar todos los deseos y anhelos del corazón humano.

Conoceremos entonces una felicidad arrebatadora tal, que «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre», según la cita de San Pablo (1 Cor 2,9). Y esta felicidad, una vez conseguida, nunca se podrá perder.


La sucesión de momentos que experimentaremos en el cielo -el tipo de duración que los teólogos llaman aevum- no serán ciclos cronometrables en horas y minutos. No habrá sentimiento de «espera», ni sensación de monotonía, ni expectación del mañana. Para nosotros, el «AHORA» será lo único que contará.

Esto es lo maravilloso del cielo: que nunca se acaba. Estaremos absortos en la posesión del mayor Amor que existe, ante el cual el más ardiente de los amores humanos es una pálida sombra.

Y nuestro éxtasis no estará tarado por el pensamiento que un día tendrá que acabar, como ocurre con todas las dichas terrenas.

Si nos hacemos conscientes de esto, si tenemos ante nuestros ojos la felicidad del Cielo, cualquier sufrimiento lo llevaremos con paciencia y amor, sabiendo que esa felicidad que nos espera, esa posesión de Dios, es infinita e insdescriptible y esto nos dará fuerzas para entrar por la puerta estrecha y luchar por no cometer pecados, al menos graves.


(Leo J. Trese, La fe explicada)

AMIGOS DE LA CRUZ

 Queridos hermanos, ahí tenéis los dos bandos: el de Jesucristo y el del mundo. A la derecha, el de nuestro amable Salvador. Sube por un camino estrecho y angosto como nunca a causa de la corrupción del mundo, va delante, descalzo, la cabeza coronada de espinas, el cuerpo ensangrentado y cargado con una pesada cruz.

Sólo le sigue un puñado de personas, ya que su voz es tan delicada que no se la puede oír en medio del tumulto del mundo.

A la izquierda, el bando del mundo o del demonio. Es el más nutrido, el más espléndido y brillante, los caminos son anchos y sembrados de flores, bordados de placeres y diversiones, cubiertos de oro y plata.

A la derecha, el pequeño rebaño que sigue a Cristo habla sólo de lágrimas, penitencias, oraciones y menosprecio del mundo, han crucificado sus bajos instintos y gritan ¡Animo! ¡Animo! Si Dios está con ¿quién estará contra nosotros? Una ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria. El número de los elegidos es menor de lo que se piensa. 

Los mundanos, al contrario, para incitarse a perseverar en su malicia sin escrúpulos, gritan todos los días: «¡Vivir! ¡Paz!  ¡Alegría! ¡Comamos, bebamos, cantemos, bailemos, juguemos! Dios es bueno y no nos creó para condenarnos. Dios no prohíbe las diversiones. No nos condenaremos por eso. ¡Fuera escrúpulos! No moriréis ... » (Gen. 3,4). 

Pues el buen Jesús os está mirando y os dice a cada uno en particular: "Tengo aparentemente muchos amigos que aseguran amarme, pero en el fondo me aborrecen, porque no aman mi cruz. Tengo muchos amigos de mi mesa y muy pocos de mi cruz".

Meditemos detenidamente estas admirables palabras pues encierran toda la perfección cristiana: El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga (Mt 16,24; Lc. 9,23).


(San Luis de Montfort)

LA VIRGEN MARÍA CURA A SAN ODILÓN



San Odilón tenía tres años, cuando tras una grave dolencia que puso en riesgo su vida, quedaron sus miembros paralizados. 

Aconteció un día que, al regresar de un viaje que efectuó en compañía de los criados de su padre, detuvieron en un pueblecito cuya iglesia estaba dedicada a la Virgen María, y los criados, con el fin de comprar algunas provisiones, dejaron al enfermito en su camilla junto al portal de la iglesia, Mas como tardasen en volver, abandonó el niño por inspiración divina la camilla donde descansaba y, arrastrándose por el suelo, llegó a franquear el umbral de la iglesia y logró acercarse al altar de la Virgen. 

Sin duda para ayudarse a levantar asió con sus manos los manteles del altar y, al punto que los hubo tocado, sintió que salía de ellos, como en otro tiempo de los vestidos del Salvador, una fuerza misteriosa que milagrosamente le restituía la salud.  Los criados, al volver, quedaron maravillados viéndole saltar de gozo ante el altar de la Virgen. 

La bondadosa Madre que le había curado, parecía sonreírle desde, su trono. Odilón, que ya amaba a la Virgen, le tuvo desde ese día particular devoción y correspondió a los favores de su celestial Protectora ofreciéndole generosamente su salud y su corazón. 

Acudió más adelante en peregrinación a la iglesia en que había recibido tan señalado beneficio y, de rodillas ante el altar, se consagró a María con la siguiente oración: 

«¡Oh benignísima Virgen María! Desde hoy y para siempre me consagro a tu servicio. Socórreme en mis necesidades, ¡oh poderosísima medianera y abogada de los hombres!; cuanto tengo te doy, y gustoso me entrego a Ti por entero por tu perpetuo siervo y esclavo». 


(Extraído del libro : el santo de cada día)

MARÍA Y LA EUCARISTÍA

María nos guía a su Hijo Jesús, presente en la Eucaristía. 

Como decía San Juan Pablo II: "María guía a los fieles a la Eucaristía. Ella está siempre presente junto a Jesús Eucaristía y siempre está presente durante la misa como madre que nos lleva a Jesús".

Así como la Iglesia y la Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y la Eucaristía.

Por eso, el recuerdo de María en la celebración eucarística es unánime ya desde la antigüedad en las Iglesias de Oriente y Occidente.

Y la mirada embelesada de María, al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?


(Fuente: Experiencias de Dios, Ángel Peña O.A.R.)




TE SALUDAMOS, OH MARÍA, MADRE DE DIOS


Te saludamos, oh María, Madre de Dios,
verdadero tesoro de todo el universo,
Antorcha que jamás se apagará,
Templo que nunca será destruido,
sitio de Refugio para todos los desamparados,
por Quién ha venido al mundo,
el que es Bendito por los siglos.
Por ti la Trinidad ha recibido más gloria en la tierra,
por ti la Cruz nos ha salvado;
por ti los Cielos se estremecen de alegría,
y los demonios son puestos en fuga;
el enemigo del Alma es lanzado al abismo
y nosotros débiles Criaturas
somos elevados al Puesto de Honor».
Amén.

(Oración de San Cirilo de Alejandría, en ocasión solemnísima, cuando el concilio de Efeso confesó a María como Madre de Dios)

CONSAGRACIÓN DE LA FAMILIA AL ESPÍRITU SANTO



¡Oh Dios Espíritu Santo! Postrados ante tu divina majestad,
venimos a consagrarnos a Ti con todo lo que somos y tenemos.
Por un acto de la omnipotencia del Padre hemos sido creados,
por gracia del Hijo hemos sido redimidos,
y por tu inefable amor has venido a nuestras almas para santificarnos,
comunicándonos tu misma vida divina.
Desde el día de nuestro bautismo has tomado posesión de cada uno de nosotros,
transformándonos en templos vivos
donde Tú moras juntamente con el Padre y el Hijo;
y el día de la Confirmación fue el Pentecostés
en que descendiste a nuestros corazones con la plenitud de tus dones,
para que viviéramos una vida íntegramente cristiana.
Permanece entre nosotros para presidir nuestras reuniones;
santifica nuestras alegrías y endulza nuestros pesares;
ilumina nuestras mentes con los dones de la sabiduría,
del entendimiento y de la ciencia;
en horas de confusión y de dudas asístenos con el don del consejo;
para no desmayar en la lucha y el trabajo concédenos tu fortaleza;
que toda nuestra vida religiosa y familiar esté impregnada de tu espíritu de piedad;
y que a todos nos mueva un temor santo y filial
para no ofenderte a Ti que eres la santidad misma.
Asistidos en todo momento por tus dones y gracias,
queremos llevar una vida santa en tu presencia.
Por eso hoy te hacemos entrega de nuestra familia
y de cada uno de nosotros por el tiempo y la eternidad.
Te consagramos nuestras almas y nuestros cuerpos,
nuestros bienes materiales y espirituales,
para que Tú sólo dispongas de nosotros y de lo nuestro según tu beneplácito.
Sólo te pedimos la gracia que después de haberte glorificado en la tierra,
pueda toda nuestra familia alabarte en el cielo,
donde con el Padre y el Hijo vives y reinas por los siglos de los siglos. Así sea.

GUÍAME, SEÑOR (John Henry Newman)

Guíame, Señor, mi luz,
en las tinieblas que me rodean,
¡guíame hacia delante!
La noche es oscura y estoy lejos de casa.
¡Guíame tú!
¡Dirige Tú mis pasos!
No te pido ver claramente el horizonte lejano:
me basta con avanzar un poco...
No siempre he sido así, 
no siempre Te pedí que me guiases Tú.
Me gustaba elegir yo mismo y organizar mi vida...
pero ahora, ¡guíame Tú!
Me gustaban las luces deslumbrantes
y, despreciando todo temor, 
el orgullo guiaba mi voluntad:
Señor, no recuerdes los años pasados...
Durante mucho tiempo tu paciencia me ha esperado:
sin duda, Tú me guiarás por desiertos y pantanos,
por montes y torrentes
hasta que la noche dé paso al amanecer
y me sonría al alba el rostro de Dios: 
¡tu Rostro, Señor!

(John Henry Newman)

ACCIÓN DE GRACIAS POR TANTOS DONES RECIBIDOS

En unión con Jesús te agradezco, Dios Padre, por todas las gracias personales que me has concedido. 
Tú me diste la vida, sacándome de la nada y me la conservaste día a día hasta este momento. 
Pero Tú Me has dado otra vida más valiosa, la de la gracia, que me hace partícipe de Tu misma vida divina y, después de la primera gracia con la que me santificaste en el día del bautismo, 
¡cuántas gracias me han sido concedidas, que conservaron, aumentaron y, tal vez, reconquistaron la vida sobrenatural!

Pienso en los dones de tu amor de los que tanto he gozado:

En la Iglesia, que me has dado para que sea mi maestra y guía hacia la eternidad.
En los Sacerdotes, que me han otorgado los dones de Tu amor.
En los perdones continuadamente renovados.
En la Eucaristía, que ha sido para mí, alimento, sostén y consuelo.
En la Virgen, que es mi buena Madre, mi consoladora, mi ayuda, mi especial protectora en cada instante de mi vida.
En el Paraíso, que me has preparado y que con Tu gracia espero alcanzar.

Contemplo mi vida sembrada de alegrías y dolores y comprendo que todo en ella ha sido amor.
Todo, oh mi Dios, porque de Tu Corazón amante no puede salir nada que no sea gracia y amor.
Por todo ésto, 
R/: Te doy gracias, Dios mío.

Por las alegrías que me has permitido gozar, así como por los dolores y las pruebas con que has sembrado mi camino, R/.
Por las gracias conocidas y por las desconocidas, R/.
Por los favores del pasado y los del futuro, R/.
Por todo lo que has hecho en mí y por mí, y por todo lo que todavía querrás hacer en el futuro, R/.
Sobre todo, por haberme llamado al conocimiento de Tu Amor y a consagrarme a él, R/.
Por la luz y la alegría Tuyas, que estoy tan lejos de merecer, R/.
Por la luz y la alegría que el conocimiento de Tu Amor trajo a mi vida, R/.
Por la posesión de Tu amor que Te hace mío y a mí me hace Tuyo, R/.



AUTORIDAD PATERNA DE SAN JOSÉ SOBRE JESÚS

Como se deduce de los textos evangélicos, el matrimonio de José con María es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la protección paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. 

Los evangelistas, aun afirmando claramente que Jesús ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y que en aquel matrimonio se ha conservado la virginidad (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38), llaman a José esposo de María y a María esposa de José (cf. Mt 1, 16. 18-20. 24; Lc 1, 27; 2, 5)

Y también para la Iglesia, si es importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José. 


La Escritura afirma, por medio de la autoridad angélica, que él era el marido. No temas, dice, recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. 

Se le ordena poner el nombre del niño, aunque no fuera fruto suyo. La Escritura sabe que Jesús no ha nacido de la semilla de José, porque a él, preocupado por el origen de la gravidez de ella, se le ha dicho: es obra del Espíritu Santo. Y, no obstante, no se le quita la autoridad paterna, visto que se le ordena poner el nombre al niño. Finalmente, aun la misma Virgen María, plenamente consciente de no haber concebido a Cristo por medio de la unión conyugal con él, le llama sin embargo, padre de Cristo.

El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une. 


(EXHORTACIÓN APOSTÓLICA REDEMPTORIS CUSTOS

DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II)

JESÚS VALORA LA CONTEMPLACIÓN


La Iglesia ha visto siempre en el gesto de María, hermana de Marta y Lázaro, un anuncio de lo que será la vida en el reino de los cielos: su recogimiento, su desasimiento de todo lo terreno, su contemplación de Cristo, son un resumen de aquel buscar el reino de Dios y su justicia (Mt 6,33) que hace olvidarse de toda la añadidura.
Su hermana Marta busca «muchas cosas», se divide, se dispersa, le puede la impaciencia. Está sirviendo, sí, y sirviendo a Dios, pero lo hace nerviosa y agitada, disgregada, como vivimos todos los que braceamos en este mundo. 
La Iglesia entiende el cielo y ese preludio que es la contemplación como unidad quieta y dichosa. 
Pocos entienden esa contemplación, que confunden con la pasividad. María no es ociosa, simplemente elige lo esencial. Contemplar, amar, escuchar, llenar de jugo el alma, no son precisamente pasividad, aunque el mundo valore muy por encima de eso la lucha, la fuerza, esa agitación que llamamos «acción» cuando es, en su mayor parte, un afán de engañarnos a nosotros mismos, para parecer que estamos llenos cuando nuestra alma está vacía. 
Pero mal suplen las manos la vaciedad del espíritu.
Por eso Jesús defiende esta contemplación y la presenta como la vanguardia de los verdaderos valores. 
La contemplación no huye de la realidad, sino de la vaciedad.
No elige la soledad por temor al mundo, sino porque sabe que en esa soledad hay más plenitud que en el ruido.
Pero el que Jesús señale la prioridad de la contemplación no implica una condena de la acción, se necesita también acción, y  Santa Teresa de Ávila sale muy femeninamente en defensa de Marta, ella dice que si todas se estuvieran como María, embebidas, no hubiera quien diera de comer a este divino Huésped.

(P. Jose Luis Martín Descalzo, la Cruz y la Gloria)

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