DIOS HA CREADO EL MUNDO CON ORDEN Y SABIDURÍA Y CON SUS DONES LO ENRIQUECE


No perdamos de vista al que es Padre y Creador de todo el mundo, y tengamos puesta nuestra esperanza en la munificencia y exuberancia del don de la paz que nos ofrece. Contemplémoslo con nuestra mente y pongamos los ojos de nuestra alma en la magnitud de sus designios, sopesando cuán bueno se muestra él para con todas sus creaturas.

Los astros del firmamento obedecen en sus movimientos, con exactitud y orden, las reglas que de él han recibido; el día y la noche van haciendo su camino, tal como él lo ha determinado, sin que jamás un día irrumpa sobre otro. El sol, la luna y el coro de los astros siguen las órbitas que él les ha señalado en armonía y sin transgresión alguna. La tierra fecunda, sometiéndose a sus decretos, ofrece, según el orden de las estaciones, la subsistencia tanto a los hombres como a los animales y a todos los seres vivientes que la habitan, sin que jamás desobedezca el orden que Dios le ha fijado.

Los abismos profundos e insondables y las regiones más inescrutables obedecen también a sus leyes. La inmensidad del mar, colocada en la concavidad en la que Dios la puso, nunca traspasa los límites que le fueron impuestos, sino que en todo se atiene a lo que él le ha mandado. Pues al mar dijo el Señor: Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas. Los océanos, que el hombre no puede penetrar, y aquellos otros mundos que están por encima de nosotros obedecen también a las ordenaciones del Señor.

Las diversas estaciones del año, primavera, verano, otoño e invierno, van sucediéndose en orden, una tras otra. El ímpetu de los vientos irrumpe en su propio momento y realiza así su finalidad sin desobedecer nunca; las fuentes, que nunca se olvidan de manar y que Dios creó para el bienestar y la salud de los hombres, hacen brotar siempre de sus pechos el agua necesaria para la vida de los hombres; y aún los más pequeños de los animales, uniéndose en paz y concordia, van reproduciéndose y multiplicando su prole.

Así, en toda la creación, el Dueño y soberano Creador del universo ha querido que reinara la paz y la concordia, pues él desea el bien de todas sus creaturas y se muestra siempre magnánimo y generoso con todos los que recurrimos a su misericordia, por nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y la majestad por los siglos de los siglos. Amén.

De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios

(Cap. 19, 2—20, 12: Funk 1, 87-89)


VEN, ESPÍRITU SANTO



Ven, Espíritu Santo, 
quedan aún muchos muros 
que han de ser derribados; 
aún no sabemos hablar 
lenguas que todos entiendas, 
y hay tantas guerras estúpidas. 
Ven, Espíritu Santo, 
porque no somos hermanos 
no conocemos el nombre 
ni del que está a nuestro lado; 
seguimos soñando torres 
que nos hagan superiores, 
y lo maltratamos todo. 
Ven, Espíritu Santo, 
para enseñarnos a orar 
y saber decir “Jesús”; 
proclamar su testimonio 
con la palabra y la vida, 
y para que grabes en nosotros 
la imagen viva de Cristo. 
Ven, Espíritu Santo, 
Sé nuestro mejor perfume, 
nuestra alegría secreta, 
nuestra fuente inagotable, 
nuestro sol y nuestra hoguera, 
nuestro aliento y nuestro viento, 
nuestro huésped y consejero. 
Ven, Espíritu Santo. 
Ven, Espíritu amigo. 
Ven. 

-Itaka, escolapios-

ME PONDRÉ DE CENTINELA PARA ESCUCHAR LO QUE ME DICE EL SEÑOR

 De los Sermones de san Bernardo, abad

(Sermón 5 sobre diversas materias, 1-4: Opera omnia, edición cisterciense, 6,1 [1970], 98-103)

Leemos en el Evangelio que, predicando en cierta ocasión el Salvador y habiendo afirmado que daría a comer su carne sacramental para que así sus discípulos pudieran participar de su pasión, algunos exclamaron: ¡Duras son estas palabras! Y se alejaron de él. A vista de ello, preguntó el Señor a sus discípulos si también ellos querían dejarlo; ellos entonces respondieron: Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna.

Pues bien, hermanos, es manifiesto que en nuestros días las palabras de Jesús son también espíritu y vida para algunos y, por ello, éstos lo siguen; pero, en cambio, a otros estas mismas palabras les parecen duras, por lo cual no faltan quienes van a buscar en otra parte un consuelo miserable. La sabiduría no deja de levantar su voz en las plazas, anunciando que el camino que conduce a la muerte es ancho y espacioso, a fin de que cuantos andan por él vuelvan sobre sus pasos.

Durante cuarenta años —dice— aquella generación me repugnó, y dije: «Es un pueblo de corazón extraviado.» Y en otro salmo añade: Una sola vez habló Dios; es cierto que Dios habló una sola vez, pues está hablando siempre, ya que su locución es continua y eterna, y nunca se interrumpe.

Esta voz invita sin cesar a los pecadores, exhortándoles a meditar en su corazón y reprendiendo los errores de este corazón, pues es la voz de aquel que habita en el corazón del hombre y habla en su interior, realizando así lo que ya dijo por boca del profeta: Hablad al corazón de Jerusalén.

Ya véis, hermanos, cuán saludablemente nos amonesta el profeta a fin de que si hoy escuchamos su voz no endurezcamos el corazón. Las palabras que leemos en el profeta son casi las mismas que hallamos también en el Evangelio. En efecto, en el Evangelio dice el Señor: Mis ovejas oyen mi voz, y en el salmo afirma el profeta: Nosotros, su pueblo (el del Señor, ciertamente), el rebaño que él guía, ojalá escuchemos hoy su voz y no endurezcamos el corazón.

Escucha, finalmente, al profeta Habacuc; él no disimula la increpación del Señor, sino que la medita asiduamente y por ello exclama: Me pondré de centinela, me plantaré en la atalaya, velaré para escuchar lo que me dice, lo que responde a mis quejas. Procuremos, hermanos, ponernos también nosotros de centinela, porque la vida presente es tiempo de lucha.

Que nuestra vida tenga su centro en nuestro interior, donde Cristo habita, y que nuestros actos sean reflexivos y nuestras obras según los dictados de la razón; pero de tal forma que no confiemos excesivamente en nuestros actos ni nos fiemos excesivamente de nuestras simples reflexiones.



DEL GRANDÍSMO PELIGRO QUE HAY EN ESTIMAR LA HONRA Y LOS OFICIOS DE MANDO



Una cosa es amar la honra o estimación humana por sí misma y parando en ella, y esto es malo y otra cosa es cuando estas cosas se aman por algún buen fin, y esto no es malo. 

Claro es que una persona que tiene mando o estado de aprovechar a otros, puede querer aquella honra y estima para tratar su oficio con mayor provecho de los otros; pues que si tienen en poco al que manda, tendrán en poco su mandamiento, aunque sea bueno. 

Está escrito (Eccli., 41, 15): "Ten cuidado de la buena fama". 

Es a Dios a quien tenemos que dar gloria, como la solemos dar viendo una rosa, o un árbol con fruto y frescura. Esto es lo que manda el santo Evangelio (Mí., 5, 13), que luzca nuestra luz delante de los hombres, de manera que, viendo nuestras buenas obras, den gloria al celestial Padre, del cual procede todo lo bueno. Y este intento de la honra de Dios y de aprovechar a los prójimos movió a San Pablo (2 Cor., 4) a contar de sí mismo grandes y secretas mercedes que nuestro Señor le había hecho.

Es muy difícil no pegarse al corazón la honra que de fuera nos dan, así es cosa dificultosa y que muy pocos la alcanzan. Porque, como San Crisóstomo dice: 

«Andar entre honras y no pegarse al corazón del honrado, es como andar entre hermosas mujeres sin alguna vez mirarlas con ojos no castos.» 

Se requiere mayor virtud para tener mando que para obedecer. Cosa es de grandísimo espanto, que pudiendo un hombre andar seguramente por tierra llana, escoja los peligros de andar por la mar; y no con bonanza, sino con tempestades continuas. Porque, según San Gregorio dice: «¿Qué otra cosa es el poderío de la alteza sino tempestad del ánima?» Y tras estos trabajos y peligros que en lugar alto hay, sucede aquélla terrible amenaza dicha por Dios, aunque de pocos oída y sentida, (Sab., 6): Juicio durísimo será hecho en los que tienen mando. 


-Fuente: San Juan de Ávila, Libro espiritual-

CUANDO TE MIRO, BUEN JESÚS, Tito Brandsma, santo Carmelita



Cuando te miro, buen Jesús, advierto
en ti el amor del más querido amigo,
y siento que, al amarte yo, consigo
el mayor galardón, el bien más cierto.

Este amor tuyo -bien lo sé- produce
sufrimiento y exige gran coraje;
mas a tu gloria, en este duro viaje,
sólo el camino del dolor conduce.

Feliz en el dolor mi alma se siente:
la Cruz es mi alegría, no mi pena;
es gracia tuya que mi vida llena
y me une a ti, Señor, estrechamente.

Si quieres añadir nuevos dolores
a este viejo dolor que me tortura,
fina muestra serán de tu ternura,
porque a ti me asemejen redentores.

Déjame, mi Señor, en este frío
y en esta soledad, que no me aterra:
a nadie necesito ya en la tierra
en tanto que Tú estés al lado mío.

¡Quédate, mi Jesús! Que, en mi desgracia,
jamás el corazón llore tu ausencia:
¡que todo lo hace fácil tu presencia
y todo lo embelleces con tu gracia!


Este poema fue escrito por Tito Brandsma, santo Carmelita, el 1213 de febrero de 1942 delante de una estampa de Jesús, en la cárcel de Scheveningen. Tito tenía en su celda una estampa de Cristo crucificado de Fray Angélico. Para Tito, el acto de mirar la imagen de Jesús en su celda no era unilateral. Se basaba en la amistad. Es una mirada que se devuelve. Del amado al amado. Una mirada que viaja de un lado a otro en comprensión, apoyo y amor mutuos. 

EN PASTOS JUGOSOS APACENTARÉ A MIS OVEJAS



No os descarriéis entre la niebla, escuchad más bien la voz del pastor. Retiraos a los montes de las santas Escrituras, allí encontraréis las delicias de vuestro corazón, nada hallaréis allí que os pueda envenenar o dañar, pues ricos son los pastizales que allí se encuentran. Venid, pues, vosotras, solamente vosotras, las ovejas que estáis sanas; venid, y apacentaos en los montes de Israel.

En los ríos y en los poblados del país. Desde los montes que os hemos mostrado fluyen, abundantes, los ríos de la predicación evangélica, de los cuales se dice: A toda la tierra alcanza su pregón; a través de estos ríos de la predicación evangélica el mundo entero se ha convertido en alegre y rico pastizal, donde pueden apacentarse los rebaños del Señor.

Las apacentaré en ricos pastizales, tendrán sus dehesas en los montes más altos de Israel, esto es, hallarán un lugar del que podrán decir: «Bien estamos aquí; aquí hemos encontrado y nos han manifestado la verdad; no nos han engañado.» Se recostarán bajo la claridad de Dios, y en la luz de Dios encontrarán su descanso. Dormirán, es decir, descansarán, se recostarán en fértiles campos.

Y pastarán pastos jugosos en los montes de Israel. Ya hemos dicho más arriba que los montes de Israel son unos montes buenos, hacia los cuales levantamos nuestros ojos, pues de ellos nos viene el auxilio. Aunque, en realidad, el auxilio nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Por ello, para que no pongamos nuestra confianza en un monte, por muy bueno que nos parezca, se nos dice a continuación: Yo mismo apacentaré a mis ovejas. Levanta, pues, tus ojos a los montes, de donde te vendrá el auxilio, pero espera únicamente en el que te dice: Yo mismo te apacentaré, pues, tu auxilio te viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Y concluye, diciendo: Las apacentaré con justicia. Fíjate cómo él es el único que puede apacentar con justicia. Pues, ¿quién puede juzgar al hombre? La tierra entera está llena de juicios temerarios. En efecto, aquel de quien desesperábamos, en el momento menos pensado, súbitamente se convierte y llega a ser el mejor de todos. Aquel, en cambio, en quien tanto habíamos confiado, en el momento menos pensado, cae súbitamente y se convierte en el peor de todos. Ni nuestro temor es constante ni nuestro amor indefectible.

Lo que sea en el día de hoy el hombre apenas si lo sabe el propio hombre, aunque, quizá, en alguna manera, lo que es hoy sí que puede saberlo; pero lo que uno será mañana ni uno mismo lo sabe. El Señor, en cambio, que conoce lo que hay en el hombre, puede apacentar con justicia, dando a cada uno lo que necesita: A éste, esto; a ése, eso; a aquél, aquello: a cada cual según sus propias necesidades, pues él sabe bien qué es lo que debe hacer.

Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores

(Sermón 46, 24-25. 27: CCL 41, 551-553)


LA LUCHA POR LA SANTIDAD



Quien desea conquistar la santidad no puede dejar nunca de combatir contra todo lo que se opone a la perfección. El primerísimo y más frecuente combate que tendrá que sostener día por día será el atacar a sus pasiones, especialmente a aquellas que más le atacan su alma, y el tratar de ir consiguiendo poco a poco pero sin cansase ni desanimarse, las virtudes contrarias a sus malas costumbres, pasiones, e indebidas inclinaciones. 

No debemos ponernos plazos, pues lo importante no es en cuánto tiempo se consigue la victoria, sino en no dejar de luchar, aunque los éxitos que se van consiguiendo no sean muy rápidos y notorios. Dios no sólo premia las victorias conseguidas sino sobre todo los esfuerzos hechos por obtenerlas. Nuestro deber no es alcanzar la perfección sino tender continuamente hacia ella.

En el combate contra las malas tendencias es necesario no dejar un sólo día sin hacer algo por progresar en la virtud, porque en esto sucede como a los que van remando río arriba: si sueltan por un momento los remos se los lleva la corriente.

No debemos creer jamás que ya hemos llegado, pues nos  equivocaremos totalmente. Esto llevaría a no aprovechar las nuevas ocasiones que se presentan cada día de practicar la virtud y de rechazar el mal.

No perdamos ninguna ocasión, por el contrario aprovechemos lo más posible cada ocasión que se nos presente de practicar cualquiera de las virtudes, ya sea la paciencia, el silencio, la humildad, la caridad, la alegría, la piedad, el perdón etc. 

Y huyamos con pavor de toda ocasión de pecar. Huir, huir siempre, porque la seducción o atracción hacia el mal es de todas las fuerzas la que más arrastra, y aún a las personas más fuertes se las lleva como a una hoja el viento.


-El combate espiritual, P. Lorenzo Scúpoli-

LA SANTA MISA EXPLICADA POR SAN PÍO DE PIETRELCINA (Testimonio del P. Derobert, hijo espiritual del Padre Pío)


El Padre Pío me había explicado poco después de mi ordenación sacerdotal que celebrando la Eucaristía había que poner en paralelo la cronología de la Misa y la de la Pasión. Se trataba de comprender y de darse cuenta, en primer lugar, de que el sacerdote en el Altar es Jesucristo. Desde ese momento Jesús en su Sacerdote, revive indefinidamente la Pasión.

Desde la señal de la cruz inicial hasta el ofertorio es necesario reunirse con Jesús en Getsemaní, hay que seguir a Jesús en su agonía, sufriendo ante esta "marea negra" de pecado. Hay que unirse a él en el dolor de ver que la Palabra del Padre, que él había venido a traernos, no sería recibida o sería recibida muy mal por los hombres. Y desde esta óptica había que escuchar las lecturas de la misa como estando dirigidas personalmente a nosotros.

El Ofertorio, es el arresto. La Hora ha llegado...

El Prefacio, es el canto de alabanza y de agradecimiento que Jesús dirige al Padre que le ha permitido llegar por fin a esta "Hora".

Desde el comienzo de la Plegaria Eucarística hasta la Consagración nos encontramos ¡rápidamente! con Jesús en la prisión, en su atroz flagelación, su coronación de espinas y su camino de la cruz por las callejuelas de Jerusalén teniendo presente en el "momento" a todos los que están allí y a todos aquellos por los que pedimos especialmente.

La Consagración nos da el Cuerpo entregado ahora, la Sangre derramada ahora. Es místicamente, la crucifixión del Señor. Y por eso el Padre Pío de Pietrelcina sufría atrozmente en este momento de la Misa.

Nos reunimos enseguida con Jesús en la Cruz y ofrecemos desde este instante, al Padre, el Sacrificio Redentor. Es el sentido de la oración litúrgica que sigue inmediatamente a la Consagración.

El "Por él, con él y en él" corresponde al grito de Jesús: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". Desde ese momento, el Sacrificio es consumado y aceptado por el Padre. Los hombres, en adelante, ya no están separados de Dios y se vuelven a encontrar unidos. Es la razón por la que, en este momento, se recita la oración de todos los hijos: "Padre Nuestro....."

La fracción del Pan marca la muerte de Jesús.....

La intinción, el instante en el que el Padre, habiendo quebrado la Hostia (símbolo de la muerte...) deja caer una partícula del Cuerpo de Cristo en el Cáliz de la preciosa Sangre, marca el momento de la Resurrección, pues el Cuerpo y la Sangre se reúnen de nuevo y es a Cristo vivo a quien vamos a recibir en la comunión.

La bendición del Sacerdote marca a los fieles con la cruz, como signo distintivo y a la vez como escudo protector contra las astucias del Maligno....

Se comprenderá que después de haber oído de la boca del P. Pío tal explicación, sabiendo bien que él vivía dolorosamente esto, me haya pedido seguirle por este camino...lo que hago cada día...¡y con cuánta alegría!.

ORACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS




Sagrado Corazón de Jesús,
Os pido por mis parientes y mis bienhechores, 
Corazón de Jesús, el más amante, agradecido 
y mejor de los hijos. 
Os pido por los niños y los jóvenes,
guardad su inocencia; avivad su fe; 
dadles el valor cristiano; haceos amar de ellos.
Corazón de Jesús, Corazón de Padre 
y Corazón de Madre, que nos engendrasteis 
en vuestra muerte, que nos abreváis con vuestra 
Sangre, y que nos seguís por 
donde quiera siempre para defendernos. 
Os pido por todos los pobres pecadores, 
Corazón de Jesús, Hostia de propiciación 
para sus crímenes, Víctima santa que por 
su salud os inmoláis todos los días en el altar. 
Os pido por los agonizantes, Corazón de Jesús, 
que nos guardáis en el Viático los frutos saludables 
de vuestra agonía y de vuestra muerte. 
Os pido por todos los que lloran, por los perseguidos 
y por los miserables, Corazón compasivo,
que habéis conocido la amargura de 
las lágrimas y que estáis tan abandonado en 
vuestro Sacramento. 
Os pido por mi por patria: dadle un gobierno 
cristiano; proteged todas las instituciones 
que os sirven: os lo pido, Corazón de Jesús, 
que amáis á todas las almas, 
os pido por las que gimen en el Purgatorio, y 
os ofrezco los méritos de esta adoración en sufragio 
de las más olvidadas y de mis familiares. 
Os pido, en fin, por mí mismo: mis necesidades 
son inmensas; abrid sobre mí los ojos de 
vuestro Corazón piadosísimo.

-Manual de Adoración, R.P.A. Tesniére-


ESTREMECEDOR RELATO DE LA VIRGEN MARÍA ACERCA DE LA PASIÓN DE CRISTO -¡Que siempre lo tengan en su memoria!-


Cuando mi Hijo murió yo era como una mujer con el corazón traspasado por cinco espadas. 

La primera fue su vergonzosa y afrentosa desnudez.

La segunda espada fue la acusación contra Él, pues le acusaron de traición, de falsedad y de perfidia. Él, quien yo sabía que era justo y honesto y que nunca ofendió ni quiso ofender a nadie. 

La tercera espada fue su corona de espinas, que perforó su sagrada cabeza tan salvajemente que la sangre saltó hasta su boca, su barba y sus oídos. 

La cuarta espada fue su voz mortecina en la cruz, con la que gritó al Padre diciéndole: ‘Padre ¿por qué me has abandonado? Era como si dijera: ‘Padre, nadie se apiada de mí, sólo tú’. 

La quinta lanza que cortó mi corazón fue su amarguísima muerte.

Su preciosísima sangre se le derramaba por tantas venas como espadas traspasaron mi corazón. Las venas de sus manos y pies fueron horadadas, y el dolor de sus nervios perforados le llegaba hasta el corazón y desde su corazón volvía de nuevo a recorrer sus terminaciones nerviosas. Su corazón era fuerte y vigoroso, al haber sido dotado de una buena constitución, esto hacía que su vida resistiera luchando contra la muerte y que su amargura se prolongara aún más en el colmo de su dolor.  A medida que su muerte se aproximaba y su corazón reventaba ante tan insoportable dolor, de repente todo su cuerpo se convulsionó y su cabeza, que se le iba hacia atrás, pareció erguirse de alguna manera. Abrió levemente sus ojos semicerrados y a la vez abrió su boca, de forma que pudo verse su lengua ensangrentada. Sus dedos y brazos, que habían estado muy contraídos, se le estiraron. 

Nada más entregar su espíritu, su cabeza se abatió sobre su pecho. Sus manos se corrieron un poco desde el lugar de las heridas y sus pies tuvieron que soportar la mayor parte del peso. Entonces, mis manos se resecaron, mis ojos se nublaron en oscuridad y mi rostro se quedó lívido como la muerte. Mis oídos no oían nada, mis labios no podían articular palabra, mis pies no me sostenían y mi cuerpo cayó al suelo.

Cuando me levanté y vi a mi hijo, con un aspecto peor que un leproso, le entregué toda mi voluntad, sabiendo que todo había ocurrido según su voluntad y no habría sucedido si él no lo hubiese permitido. Le di las gracias por todo y cierto júbilo se entremezcló con mi tristeza, porque vi que Él, quien nunca había pecado, por su grandísimo amor, quiso sufrirlo todo por los pecadores. 

¡Que esos que están  en el mundo contemplen lo que pasé cuando murió mi Hijo, y que siempre lo tengan en su memoria!”.


-Las Profecías y Revelaciones de Santa Brígida de Suecia-

EL CORAZÓN DE JESÚS EN LA EUCARISTÍA



El Corazón de Jesús es también el Corazón universal,
el Corazón de todos los hombres, el Corazón del mundo
entero: fue abierto sobre la Cruz y permanece
abierto en la Eucaristía, a fin de que todos podamos
entrar en Él: es tan grande, que todos
caben allí; tan vigilante, que nada acontece que
El no lo sepa; tan sensible, que parece ser el
Corazón de todos, experimentando en sí mismo
lo que todos experimentan.
Sobre estos títulos apoyo mi oración, oh Jesús,
y sé que Vos no los negaréis.
Corazón de Jesús, esposo de la Iglesia,
que la habéis amado tanto hasta hacerla nacer de
vuestro costado abierto y que la alimentáis con
vuestra Carne, dadle la paz, extended su imperio y dadle su autoridad social sobre todas las naciones cristianas.
Corazón de Jesús, Pastor eterno, obispo de nuestras
almas y fuente del sacerdocio, que amáis a vuestros
sacerdotes hasta darles el derecho de inmolaros
todos los días, dad a los Obispos y a los sacerdotes
el celo por las almas para daros a conocer y amar.


-El Corazón de Jesús en la Eucaristía, R.P.A. Tesniére-

SOLO EL AMOR PERMANECE

Antes de volar a Dios, Santa Isabel de la Trinidad escribe a una amiga: 

«Se acerca la hora en que voy a pasar de este mundo a mi Padre, y antes de partir quiero enviaros una palabra de mi corazón, un testamento de mi alma. Nunca estuvo tan exuberante de amor el corazón del Maestro como en el instante supremo en que iba a dejar a los suyos. Me parece que algo análogo pasa en su pequeña esposa en la tarde de su vida y siento como una ola que sube de mi corazón hasta el vuestro... A la luz de la eternidad, el alma ve las cosas en su verdadero punto. ¡Qué vacío es todo lo que no ha sido hecho por Dios y con Dios! Os ruego marquéis todo con el sello del amor. Sólo eso permanece.»

Es el último pensamiento que dirige a sus hermanas que rezan a su alrededor las oraciones de los agonizantes: «En la tarde de la vida todo pasa, sólo el amor permanece. Hay que hacerlo todo por amor.»


- La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad, por M.M. Philpon-



CRUZ DE CRISTO, Himno

Cruz de Cristo,
cuyos brazos
todo el mundo han acogido.


Cruz de Cristo,
cuya sangre
todo el mundo ha redimido.

Cruz de Cristo,
luz que brilla
en la noche del camino.

Cruz de Cristo,
cruz del hombre,
su bastón de peregrino.

Cruz de Cristo,
árbol de vida,
vida nuestra, don eximio.

Cruz de Cristo,
altar divino
de Dios-Hombre en sacrificio. 
Amén.

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ORACIÓN PARA SER MISERICORDIOSOS

"Oh Señor, deseo transformarme toda en Tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti. Que este supremo atributo de Dios, es decir su inso...

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