OH SANTA HOSTIA


 

Oh Santa Hostia, en la que está encerrado el testamento de la Divina Misericordia para nosotros y, 

especialmente para los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que está oculto el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús como testimonio de la 

infinita misericordia hacia nosotros y, especialmente, hacia los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, que contiene la vida eterna que de la infinita misericordia es donada en abundancia 

a nosotros y, especialmente, a los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que está la misericordia del Padre, del Hijo y del Espíritu santo hacia nosotros 

y, especialmente, a los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que está encerrado el precio infinito de la misericordia, que compensará todas nuestras deudas y, especialmente, la de los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que encierra la fuente de agua viva que brota de la infinita misericordia hacia 

nosotros y, especialmente, para los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que está encerrado el fuego del amor purísimo que arde del seno del Padre 

Eterno, como del abismo de la infinita misericordia para nosotros y, especialmente, para los pobres 

pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que está guardado el remedio para todas nuestras debilidades, remedio que 

mana de la infinita misericordia, como de una fuente para nosotros y, especialmente, para los pobres 

pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que está encerrado el vínculo de unión entre Dios y nosotros, gracias a la infinita misericordia para nosotros y, especialmente para los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que están encerrados todos los sentimientos del dulcísimo Corazón de Jesús 

hacia nosotros y, especialmente, hacia los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza en todos los sufrimientos y contrariedades de la vida. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre las tinieblas y las tormentas interiores y exteriores. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza en la vida y en la hora de la muerte. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre los fracasos y el abismo de la desesperación. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre las mentiras y las traiciones. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre las tinieblas y la impiedad que sumergen la tierra. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre la nostalgia y el dolor, en el que nadie nos comprende. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre las fatigas y la vida gris de todos los días. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza cuando nuestras ilusiones y nuestros esfuerzos se esfuman. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre los golpes de los enemigos y los esfuerzos del infierno. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando las dificultades excedan mis fuerzas y cuando mis esfuerzos 

resulten inútiles. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando las tormentas agiten mi corazón y el espíritu aterrorizado 

comience a inclinarse hacia la desesperación. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando mi corazón comience a temblar y el sudor mortal nos bañe la 

frente. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando todo se conjure contra mí y la negra desesperación comience a 

introducirse en mi alma. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando mi vista se apague para todo lo que es terrenal y mi espíritu 

vea por primera vez los mundos desconocidos. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando mis obligaciones estén por encima de mis fuerzas y el fracaso 

sea mi destino habitual. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando el cumplimiento de las virtudes me parezca difícil y mi 

naturaleza se rebele. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando los golpes de los enemigos sean dirigidos contra mí. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando las fatigas y los esfuerzos sean condenados por la gente. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando Tu juicio resuene sobre mí, en aquel momento confiaré en el 

mar de Tu misericordia.


(La Divina Misericordia en mi alma, Santa Faustina)

LAS ALMAS DEL PURGATORIO LLAMAN A MARÍA: LA ESTRELLA DEL MAR (STELLA MARIS)


"Poco después me enfermé.  La querida Madre Superiora me mando de vacaciones junto con otras dos hermanas a Skolimów, muy cerquita de Varsovia.  En aquel tiempo le pregunté a Jesús:  ¿Por quien debo rezar todavía?  Me contestó que la noche siguiente me haría conocer por quien debía rezar.

Vi al Ángel de la Guarda que me dijo seguirlo.  En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una multitud de almas sufrientes.  Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas, solo nosotros podemos ayudarlas.  Las llamas que las quemaban, a mi no me tocaban.  

Mi Ángel de la Guarda no me abandonó ni por un solo momento.  Pregunté a estas almas ¿Cuál era su mayor tormento?  Y me contestaron unánimemente que su mayor tormento era la añoranza de Dios.

Vi a la Madre de Dios que visitaba a las almas en el Purgatorio, Las almas llaman a Maria “La Estrella del Mar”.  Ella les trae alivio.  Deseaba hablar más con ellas, sin embargo mi Ángel de la Guarda me hizo seña de salir.  Salimos de esa cárcel de sufrimiento.  Oí una voz interior que me dijo:  Mi misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige.  A partir de aquel momento me uno más estrechamente a las almas sufrientes.


(Santa Maria Faustina Kowalska"

DIARIO  La Divina Misericordia en mi alma)

ORACIÓN POR LA INOCENCIA DE LOS NIÑOS


Divino Niño Jesús, nosotros venimos a ti pidiendo tu protección por la inocencia del mundo. Coloca a todos los niños en tu pequeño y Divino Corazón. Protege sus ojos para que ellos no vean nada que destruya su inocencia. Protege sus oídos para que ellos no oigan algo que les quite la inocencia. Llena sus corazones con el Amor Santo. Amado Divino Niño Jesús, alarga sus años de inocencia por los méritos de tu protección, Amén.


ORACIÓN POR TODOS LOS NIÑOS DEL MUNDO

 Dios mío, en este día no puedo dejar de pensar en los niños, que son la semilla del mañana, la esperanza de un mundo mejor, un hermoso don dado por Ti.

Te pido por aquellos que están por nacer y están siendo abortados.

Te pido por los que son víctimas de los problemas familiares, peleas, violencia y maltratos, faltos de amor.

Por los niños que sufren el terror de la guerra, el miedo a perder a sus familias, las persecuciones, que viven llenos de dolor, miedo, angustia y desesperación. Dales paz Señor.

Por los que son abandonados, rechazados, despreciados, humillados y no tienen una familia donde crecer con alegría.

Por los que no reciben educación porque tienen que trabajar desde pequeños y muchos son explotados y esclavizados.

Por los que no tienen comida, no tienen un techo y deambulan por las calles, suplicando caridad, defiéndelos del maligno.

Por los que teniendo todo materialmente, son abandonados frente a un televisor, computadoras y juegos, en vez de estar acompañados por la familia.

Por los niños que son atacados sexualmente.

Por los que reciben enseñanzas tergiversadas sobre la sexualidad y los confunden en su naturaleza humana diseñada por Ti, Señor.

Por los que crecen educados en la ausencia de Dios.

Por aquellos niños que han quedado huérfanos, carentes del amor de sus padres.

Por todos te pido, que los protejas, les des amor, que cambies los corazones de todos los que podemos cambiar la situación de ellos, ten Misericordia y piedad.

Que ninguno de estos pequeñitos se pierda, y siempre lleguen a Ti

Amén.



LO MÁS IMPORTANTE

Lo más importante no es que yo te busque, 
sino que Tú me buscas 
en todos los caminos (Gen 3, 9). 


Que yo te llame por tu nombre, 
sino que Tú tienes el mío 
tatuado en la palma de tus manos (Is 49, 16). 

Que yo te grite cuando no tengo ni palabra, 
sino que Tú 
gimes en mí con tu grito (Rom 8, 26). 

Que yo tenga proyectos para Ti, 
sino que Tú me invitas a caminar 
contigo hacia el futuro (Mc 1, 17). 

Que yo te comprenda, 
sino que Tú me comprendes 
en mi último secreto (1 Cor 13, 12). 

Que yo hable de Ti con sabiduría, 
sino que Tú vives en mí 
y te expresas a tu manera (2 Cor 4, 10). 

Que yo te guarde en mi caja de seguridad, 
sino que soy una esponja 
en el fondo de tu océano (Ecl 3, 35). 

Que yo te ame con todo mi corazón 
y todas mis fuerzas. 
sino que Tú me amas con todo tu corazón 
y todas tus fuerzas (Jn 13, 1). 

Que yo trate de animarme, de planificar, 
sino que tu fuego 
arde dentro de mis huesos (Jer 20, 9). 

Porque, ¿cómo podría yo buscarte, 
llamarte, amarte...
si Tú no me buscas, llamas y amas primero? 

El silencio agradecido es mi última palabra, 
y mi mejor manera de encontrarte. 
Benjamín González Buelta, sj

ORACIÓN DEL PADRE PÍO AL ÁNGEL CUSTODIO


 

Santo Ángel Custodio, protege mi alma y mi cuerpo.

Ilumina mi mente para que conozca mejor al Señor y lo ame con todo el corazón.

Asísteme en mis oraciones para que no ceda a las distracciones y ponga la más grande atención.

Ayúdame con tus consejos, para que vea el bien y lo cumpla con generosidad.

Defiéndeme de las insidias del enemigo infernal, sostenme en las tentaciones 

para que siempre sea capaz de vencerlas.

Sustituye, elimina mi frialdad en el culto al Señor: 

no dejes de atender a mi custodia hasta que me lleves al Paraíso, 

donde alabaremos juntos al Buen Dios por toda la eternidad.

Amen.

DEBEMOS TENER PACIENCIA

 Ten paciencia, hijita mía, al soportar tus imperfecciones, si de veras quieres la perfección.

Acuérdate de que este es un punto importantísimo si queremos avanzar en los caminos que nos conducen a Él. Cuando no puedas caminar a grandes pasos por este camino, confórmate con pasos pequeños, esperando pacientemente a tener piernas para correr o, mejor, alas para volar; confórmate, mi buena hijita, con ser por el momento una pequeña abeja de la colmena, que bien pronto se convertirá en una abeja madura, capaz de fabricar la miel.

Humíllate amorosamente ante Dios y los hombres, porque Dios habla a quien tiene las orejas bajas. «Escucha –dice él a la esposa del Cantar de los Cantares–, medita e inclina tu oído, olvídate de tu pueblo y de la casa paterna». Hazlo como el hijito cariñoso que se postra rostro en tierra cuando habla al Padre del cielo; y espera la respuesta de su oráculo divino.

Dios llenará tu vaso de su bálsamo, cuando lo vea vacío de los perfumes del mundo; y, cuanto más te humilles, más te ensalzará.

(21 de mayo de 1918, Padre Pío a Antonietta Vona, Ep. III, 857)



NUESTRO BIEN ES LA VOLUNTAD DE DIOS


 Enfermo habrá que diga: "A mí no me desagrada tanto padecer cuanto verme imposibilitado de ir a la iglesia para practicar mis devociones, comulgar y oír la misa; no puedo ir al coro a rezar el oficio con mis compañeros; no puedo celebrar, ni siquiera puedo hacer oración, por los dolores y desvanecimientos de cabeza"

Pero, por favor, dígame: y ¿para qué quiere ir a la iglesia o al coro? ¿Para qué ir a comulgar, a celebrar o a oír misa? ¿Para agradar a Dios? Pero si ahora no le agrada a Dios que rece el oficio, que comulgue ni que oiga misa, sino que lleve con paciencia en el lecho las penalidades de la enfermedad... 

Si esta mi respuesta no es de su agrado, es señal de que no busca lo que a Dios agrada, sino lo suyo. El venerable P. Maestro Ávila, escribiendo a un sacerdote que se quejaba de este modo, le dice: «No tantéis lo que hiciérades estando sano, mas cuánto agradaréis al Señor con contentaros con estar enfermo. Y si buscáis, como creo que buscáis, la voluntad de Dios puramente, ¿que más se os da estar enfermo que sano, pues que su voluntad es todo nuestro bien?». 

(Páctica de amor a Jesucristo)

¡DICHOSO EL HOMBRE QUE HABITA EN LA CASA DE MARÍA!

Señor Jesús, ¡qué delicia es tu morada! (Sal 84 [83],1-8). El pajarillo encontró casa para albergarse, y la tórtola nido para colocar sus polluelos. 

¡Oh! ¡Cuán dichoso el hombre que habita en la casa de María! ¡Tú fuiste el primero en habitar en Ella! 

En esta morada de predestinados, el cristiano recibe ayuda de ti solo y dispone en su corazón las subidas y escalones de todas las virtudes para elevarse a la perfección en este valle de lágrimas.


(Tratado de la Verdadera Devoción a María, San Luis María Grignion de Montfort)




PRIVILEGIOS ESPECIALES DE SAN JOSÉ


San José puede conseguir lo que quiera para nosotros, pero algunos privilegios he entendido que, por su gran santidad, le concedió el Altísimo para los que le invocaren como intercesor.

El primero es para alcanzar la virtud de la castidad y vencer los peligros de la sensualidad carnal.

El segundo para alcanzar auxilios poderosos para salir del pecado y volver a la amistad de Dios.

El tercero para alcanzar por su medio la gracia y devoción de María Santísima.

El cuarto, para conseguir buena muerte y, en aquella hora, defensa contra el demonio.

El quinto, que temiesen los mismos demonios oír el nombre de san José.

El sexto, para alcanzar salud corporal y remedio en otros trabajos.

El séptimo privilegio, para alcanzar sucesión de hijos en las familias.

Estos y otros muchos favores hace Dios a los que, debidamente y como conviene, le piden por la intercesión de san José; y pido yo a todos los fieles hijos de la santa Iglesia que sean muy devotos suyos, y conocerán estos favores por experiencia, si se disponen como conviene para recibirlos y merecerlos.

(Madre María de Jesús de Ágreda, Mística ciudad de Dios)

LA BUENA VOLUNTAD


El hombre no puede vivir en una paz profunda y duradera si está lejos de Dios, si su íntima voluntad no está totalmente orientada hacia Él: «Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (San Agustín). 

Una condición necesaria para la paz interior es, pues, lo que podríamos llamar la buena voluntad. 

Es la disposición estable y constante del hombre que está decidido a amar a Dios sobre todas las cosas, que en cualquier circunstancia desea sinceramente preferir la voluntad de Dios a la propia, y que no quiere negar conscientemente cosa alguna a Dios. 

Es posible (e incluso cierto) que el comportamiento de ese hombre a lo largo de su vida no esté en perfecta armonía con esas intenciones y deseos, y que surjan imperfecciones en su cumplimiento, pero sufrirá, pedirá perdón al Señor y tratará de corregirse de ellas. Después de unos momentos de eventual desaliento, se esforzará por volver a la disposición habitual del que quiere decir sí a Dios en todas las cosas sin excepción. Esto es la buena voluntad. 

No es la perfección, la santidad plena, pero es el camino.

En ayuda de lo que acabamos de decir, ofrecemos un episodio de la vida de Santa Teresa de Lisieux relatado por su hermana Céline: 

«En una ocasión en que Sor Teresa me había mostrado todos mis defectos, yo me sentía triste y un poco desamparada. Pensaba: yo, que tanto deseo alcanzar la virtud, me veo muy lejos; querría ser dulce, paciente, humilde, caritativa, ¡ay, no lo conseguiré jamás!... Sin embargo, en la oración de la tarde, leí que, al expresar Santa Gertrudis ese mismo deseo, Nuestro Señor le había respondido: “En todo y sobre todo, ten buena voluntad: esa sola disposición dará a tu alma el brillo y el mérito especial de todas las virtudes. Todo el que tiene buena voluntad, el deseo sincero de procurar mi gloria, de darme gracias, de compadecerse de mis sufrimientos, de amarme y servirme como todas las criaturas juntas, recibirá indudablemente unas recompensas dignas de mi liberalidad, y su deseo le será en ocasiones más provechoso que a otros les son sus buenas obras”. 


(La paz interior, Jacques Philippe)

NO DEBEMOS DESALENTARNOS JAMÁS



Un piadoso sacerdote hacía unos días de retiro bajo la dirección del P. Roothan. Durante esos días, éste fue llamado urgentemente a Roma, donde fue elegido General de la Compañía de Jesús. Cuando ya se había despedido de todos, y a punto de marchar, se volvió atrás y entrando donde estaba el ejercitante, le dijo: «Señor cura, se me había olvidado hacerle una recomendación muy importante: suceda lo que suceda, no os desaniméis jamás, jamás.»

Palabras de oro. Habría que hacer esta misma recomendación a muchas almas. 

San Juan Crisóstomo no se cansaba de repetirlas: «¡No desesperéis nunca! Os lo diré en todos mis discursos, en todas mis conversaciones; y si me hacéis caso, sanaréis. Nuestra salvación tiene dos enemigos mortales: la presunción en la inocencia y la desesperación después de la caídas; este segundo es con mucho el más terrible». Efectivamente, en la esperanza somos salvos 

(Rom 8, 14). «Esta virtud es como una fuerte cadena que baja del cielo y ata nuestras almas; si éstas quedan firmemente sujetas, va tirando de ellas poco a poco hasta unas alturas sublimes, y las sustrae a las tormentas de la vida presente. Pero el alma que, vencida por el desaliento, se suelta de esta santa ancla, cae inmediatamente y perece sumergida en el abismo del mal.

Nuestro pérfido adversario no ignora esto, por eso, en cuanto nos ve agobiados por el sentimiento de nuestras faltas, se lanza sobre nosotros e insinúa en nuestros corazones sentimientos de desesperación, más pesados que el plomo. Si les damos acogida, ese mismo peso nos arrastra, nos soltamos de la cadena que nos sujetaba y rodamos hasta al fondo del abismo».

(El arte de aprovechar nuestras faltas , Jose Tissot recoge las enseñanzas de San Francisco de Sales)

MARÍA ES HERMOSA Y PERFECTA, LLENA DE TODOS LOS CELESTIALES CARISMAS.

 "El inefable Dios, cuya conducta es misericordia y verdad, cuya voluntad es omnipotencia y cuya sabiduría alcanza de límite a límite con fortaleza y dispone suavemente todas las cosas, habiendo previsto desde toda la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el género humano, que había de provenir de la transgresión de Adán, y habiendo decretado, con plan misterioso escondido desde la eternidad, llevar a cabo la primitiva obra de su misericordia, con plan todavía más secreto, por medio de la encarnación del Verbo, para que no pereciese el hombre impulsado a la culpa por la astucia de la diabólica maldad y para que lo que iba a caer en el primer Adán fuese restaurado más felizmente en el segundo, eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre, para que su Unigénito Hijo, hecho carne de ella, naciese en la dichosa plenitud de los tiempos; y en tanto grado la amó por encima de todas las criaturas, que en sola Ella se complació con señaladísima benevolencia. 

Por lo cual, tan maravillosamente la colmó de la abundancia de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de todos los ángeles y santos, que Ella, absolutamente siempre libre de toda mancha de pecado y toda hermosa y perfecta, manifestase tal plenitud de inocencia y santidad, que no se concibe en modo alguno mayor después de Dios y nadie puede imaginar fuera de Dios."

(Pío IX  bula Ineffablis Deus)




QUIERO MIRARME EN TUS OJOS

Quiero mirarme en tus ojos,
tus ojos que cielo son.
quiero mirarme en tus ojos,
que me roban mi corazón.

Quiero mirarme en tus ojos,
como miro una ilusión,
tus ojos que en mi sendero,
me calmarán todo dolor.

Quiero mirarme en tus ojos,
cuando me quede sin sol,
cuando en el puerto de mi alma
muera la flor del amor.

Quiero mirarme en tus ojos,
para sentir el calor
como sintió tu ternura Jesús,
el Hijo de Dios, nuestro Señor.

DE LA PACIENCIA EN LA ENFERMEDAD


Decía San Vicente de Paúl: «Si conociésemos el precioso tesoro encerrado en las enfermedades, las recibiríamos con aquella alegría con que se reciben los más insignes beneficios». Por lo cual, hallándose el Santo trabajado continuamente por tantas enfermedades, que a menudo no le dejaban reposo ni de día ni de noche, lo soportaba todo con tal paz y serenidad de rostro: sin la más mínima queja, que se diría no padecía mal alguno. 

¡Ah, y cómo edifica el enfermo que sufre la enfermedad con el rostro sereno de un San Francisco de Sales, el cual, en sus enfermedades, se limitaba a exponer sencillamente al médico su mal, tomaba con escrupulosa exactitud los remedios que le recetaba, por desabridos que fuesen, y luego quedaba en paz, sin lamentarse de lo que padecía! 

¡De cuán diversa manera obran los imperfectos, que, por cualquier malecillo que padecen, andan siempre lamentándose con todos y quisieran que todos, familiares y amigos, las rodearan compadeciendo sus males! 

Santa Teresa exhortaba así a sus religiosas: «Sabed sufrir un poquito por amor de Dios, sin que lo sepan todos». 

El venerable P. Luis de la Puente fue en un Viernes Santo regalado por Jesucristo con tantos dolores corporales, que no había en su cuerpo parte libre de particular tormento; contó a un su amigo este padecimiento, pero luego se arrepintió, de tal modo que hizo voto de no declarar a nadie lo que en adelante padeciese. 


(San Alfonso Mª de Ligorio, "Práctica de amor a Jesucristo")

ACTO DE CONTRICIÓN



Adorable Redentor mío, que tienes en 
tus manos la fuente inagotable de la misericordia: 
¿por qué he dejado a mi alma 
tanto tiempo víctima de los amargos 
placeres de la tierra? ¿Por qué hasta que me 
han abrumado los pesares, y la angustia 
ha lacerado mi corazon, me he acordado 
de tí? ¿cómo he podido olvidarte 
cuando no hay ni tengo un bien sobre la 
tierra que no me haya venido de 
tu generosidad infinita? 
Si en el mundo he vivido 
haciendo alarde de no entregar al olvido 
a las criaturas, ¿por qué con tanto 
ardor he procurado desterrar de mi alma 
el consolador y grato recuerdo de un Dios 
que es mi más dulce padre, padre cariñoso 
que no cesa de colmarme de beneficios? 
Cuando en medio de mis extravíos ha venido 
a interponerse el pensamiento de tu bondad,
yo he permanecido indiferente a 
tu ternura e insensible al terror saludable 
de tu justicia. Con excecrable orgullo he 
rechazado como importunos tus llamamientos, 
y mis ojos y mi voz no se han 
levantado hasta el cielo sino solo para 
quejarme con injusta amargura. 
¿Eres digno de todo esto, Salvador mío, 
Tú que descendiste del cielo por mí; que naciste 
por mí en un albergue despreciable, 
y diste tu vida por mí en un patíbulo afrentoso? 
¡cuánto me pesa desde este instante 
mi ingratitud! Sí, me arrepiento de mis 
iniquidades; me duelo de haber pecado 
contra tí, y te pido perdón de mi maldad. 
Tú, que me has dado fuerzas para levantarme 
del lecho de la muerte, para que 
venga a llorar a tus piés arrepentido, ten 
misericordia de mí y no cierres tus oídos 
a mis clamores. Prometo desde ahora no 
volver a ofenderte, y te pido que por tus 
méritos y por el amor que tienes a
la castísima María, concebida sin mancha, 
y en cuyas manos virginales deposito 
mis lágrimas, me des tu gracia para permanecer 
firme en mi propósito, y cuando llegue el último 
instante de mi vida recibas 
en tus manos mi espíritu, 
para que pueda glorificarte eternamente.
Amén.

(Corona Católica, Jose de la Luz Pacheco)

LOS ZAPATOS Y JESÚS


Cuenta santa Verónica Guliani: 

"Una vez, cuando era pequeña, estando en la ventana, vi venir a un pobre por la calle. Se detuvo y me pidió limosna. Yo no tenía nada. El pobre se estaba allí y yo veía que no quería marcharse. No sé cómo lo hice. Acababa de estrenar un par de zapatos muy bonitos: me quité del pie uno de ellos y se lo di al pobre; él se fue muy contento. Pero, después de caminar un poco, volvió atrás y me dijo: 

“Chiquita, dame el otro: ¿qué hago yo con éste solo?”. 

Yo me quité el otro zapato y se lo di al pobre. En aquel momento me pareció ver el rostro del pobre todo bello y resplandeciente. Pero no hice reflexión alguna. 

Cuando se fue el pobre, yo no sabía cómo salir del paso. Tuve miedo de que nuestra madre me riñera, y no quería decir a quién había dado los zapatos. 

No recuerdo bien cómo acabó la cosa. Sólo me acuerdo que no quise descubrir que los había dado a un pobre por amor de Dios.

Una noche mientras me acusaba mi ángel de los malos ejemplos que había dado al prójimo, el Señor me mostró aquellos zapatos que yo de pequeña di a aquel pobre y me hizo entender que aquel pobre era él mismo. 

Y me hacía ver dichos zapatos todo de oro que significa la caridad y además me hizo entender que él agradeció mucho aquel acto de caridad que hice, porque dichos zapatos no quería yo que nadie me los tocara. 

Tenía tanto cuidado con ellos por ser los primeros que había tenido. Y, cuando se los di al Señor en figura de aquel pobre, de nada me di cuenta, pero después, cuando ya no los tenía, sentía pesar y me desagradó mucho. 

Me acuerdo en este momento de ello como si fuera ahora. 

El padre Tassinari declaró en el Proceso que le dijo la Virgen María a Verónica Guliani en una apariciónn que el peregrino al que ella le dio su zapatito de niña  había sido el mismo Jesús. Y ella me lo contó así en una conversación.


(Santa Verónica Giuliani, P. Ángeñ Peña O.A.R.)

SUFRIMIENTOS DE CRISTO (Santo Tomás de Aquino)


Cristo sufrió todo padecimiento humano, lo cual puede considerarse de tres maneras:

1ª) Por parte de los hombres de quienes recibió padecimiento, pues padeció algo de los gentiles, de los judíos, de los hombres y de las mujeres, como se manifiesta por las sirvientas que acusaban a San Pedro. Padeció también por parte de los príncipes y de sus ministros y del pueblo, según aquello del Salmo (2, 1, 2): ¿Por qué bramaron las gentes, y los pueblos meditaron cosas vanas? Asistieron los reyes de la tierra, y se mancomunaron los príncipes contra el Señor, y contra su Cristo. 

Padeció también de parte de los amigos y conocidos, como se manifestó cuando Judas le entregó, y Pedro le negó.

2ª) Por todo lo que el hombre puede padecer. En efecto, Cristo sufrió por sus amigos que lo abandonaban; en su reputación, por las blasfemias proferidas contra él; en su honra y gloria, por los escarnios y afrentas que se le causaron; en sus cosas, porque hasta fue despojado de sus vestiduras; en su alma, por la tristeza, tedio y temor, y en su cuerpo, por las heridas y azotes.

3ª). En sus miembros corporales. Porque Cristo sufrió en su cabeza la corona de punzantes espinas; en su pies y manos, taladrados por los clavos; en su rostro, las bofetadas y salivazos; y azotes en todo el cuerpo.

Padeció también con todos sus sentidos corporales: con el del tacto, al ser flagelado y crucificado con los clavos; con el del gusto, al beber hiel y vinagre; con el del olfato, al ser suspendido en un patíbulo levantado en un lugar que los cadáveres hacían fétido y que se llamaba Calvario; con el del oído, al ser atacado por las voces de blasfemos y burladores; con el de la vista, al ver llorar a su Madre y al discípulo a quien amaba.


(Santo Tomás de Aquino, meditaciones)

MIRANDO AL PUEBLO INFIEL



(«La mies es mucha y los obreros pocos ». S. Mateo) 
Pobre el pueblo que va peregrino 
Sin antorcha de fe ni de amor. 
Sin saber de su eterno destino, 
Sin que nadie le enseñe el camino 
Que conduce a la paz del Señor. 
Sin un guía que oriente su anhelo 
De este mar en el fiero vaivén, 
Sin hallar a sus penas consuelo, 
Sin saber que hay un Padre en el cielo 
Que es la fuente inexhausta del bien. 
¡Pobre el pueblo que en su honda amargura 
Vive en sombras de error y de mal! 
¿Puede darse mayor desventura 
Que vivir en mortal noche oscura 
Sin un rayo de luz celestial? 
¡Oh, Señor! Que el obrero escasea 
Para campos inmensos de mies. 
¡Hora es ya de que el mundo en Ti crea 
Y que pronto, muy pronto, se vea 
Por amor convertido a tus pies! 
¡Pobres pueblos, Señor, si los dejas 
Al asalto del lobo feroz! 
¡Ay si Tú de su lado te alejas 
Y no pueden oír las ovejas 
Del Pastor amoroso la voz! 
¡Oh, Jesús! Que la tierra afligida 
Sólo en Ti puede hallar salvación. 
¡Muestra ya al mundo infiel esa Herida 
Que brotó como fuente de vida 
Del tesoro de tu Corazón!
(Rufino Villalobos)

ORACIÓN UNIVERSAL, DEL PAPA CLEMENTE XI



Creo en ti, Señor, pero ayúdame a creer con más firmeza;
espero en ti, pero ayúdame a esperar con más confianza;
te amo, Señor, pero ayúdame a amarte más ardientemente;
estoy arrepentido, pero ayúdame a tener mayor dolor.
Te adoro, Señor, porque eres mi creador 
y te anhelo porque eres mi último fin;
te alabo porque no te cansas de hacerme el bien 
y me refugio en ti, porque eres mi protector.
Que tu sabiduría, Señor, me dirija y tu justicia me reprima;
que tu misericordia me consuele y tu poder me defienda.
Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, para que se dirijan a ti;
te ofrezco mis palabras, para que hablen de ti;
te ofrezco mis obras, para que todo lo haga por ti;
te ofrezco mis penas, para que las sufra por ti.
Todo aquello que quieres Tú, Señor, lo quiero yo,
precisamente porque lo quieres Tú,
quiero como lo quieras Tú,
y durante todo el tiempo que lo quieras Tú. 
Te pido, Señor, que ilumines mi entendimiento, que inflames mi voluntad,
que purifiques mi corazón y santifiques mi alma.
Ayúdame a apartarme de mis pasadas iniquidades, 
a rechazar las tentaciones futuras,
a vencer mis inclinaciones al mal
a cultivar las virtudes necesarias.
Concédeme, Dios de bondad, amor a ti, odio a mí, 
celo por el prójimo y desprecio a lo mundano.
Dame tu gracia para ser obediente con mis superiores, 
compresivo con mis inferiores, 
saber aconsejar a mis amigos 
y perdonar a mis enemigos.
Que venza la sensualidad con la mortificación, 
con generosidad la avaricia, 
con bondad la ira, 
con fervor la tibieza.
Que sepa yo tener prudencia, Señor, al aconsejar, 
valor frente a los peligros, 
paciencia en las dificultades, 
humildad en la prosperidad.
Concédeme, Señor, atención al orar, 
sobriedad al comer,
responsabilidad en mi trabajo
y firmeza en mis propósitos.
Ayúdame a conservar la pureza de alma, 
a ser modesto en mis actitudes, 
ejemplar en mis conversaciones 
y a llevar una vida ordenada.
Concédeme tu ayuda para dominar mis instintos, 
para fomentar en mí tu vida de gracia, 
para cumplir tus mandamientos 
y obtener mi salvación.
Enséñame, Señor, a comprender la pequeñez de lo terreno, 
la grandeza de lo divino, 
la brevedad de esta vida 
y la eternidad de la futura.
Concédeme una buena preparación para la muerte 
y un santo temor al juicio, 
para librarme del infierno 
y alcanzar el paraíso.
Por Cristo nuestro Señor. Amén

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