AL SANTÍSIMO SACRAMENTO
(GERARDO DIEGO)

Entre tantas dudosas certidumbres
 que me mienten, halagan los sentidos,
 Tú, callado y sin nubes, tan desnudo,
 tan transparente de ternura y trigo
 ¿qué me quieres decir -labios sellados-
 desde tu oculto y cándido presidio?
 ¿Qué me destellas, ay, qué me insinúas,
 qué me quieres, Amor, Secreto mío?
 Porque las ondas que abres y propagas
 desde la fresca fuente de tu círculo
 me alcanzan y me anegan, me coronan,
 me ciñen de suavísimos anillos.
 Mas ya sé lo que quieres, lo que buscas.
 Si la Esperanza es prenda de prodigios,
 si el sol de Caridad arde sin tregua,
 lo que pides es Fe, los ojos niños.
 Quererte, sí, y creerte. ¿Tú me esperas?
 ¿Me quieres Tú? ¿De veras que yo existo?
 ¿Tú me crees, Señor? Yo creo y quiero
 creer en Ti, quererte a Ti y contigo.
Sí, mi divino prisionero errante,
 mi voluntario capitán cautivo,
 mi disfrazado amante de imposibles,
 mi cifra donde anida el infinito.
 Sí. Tú eres Tú, te creo y te conozco.
 Ya te aprendí y te sé, paz del Espíritu.
 Prosternarse, humillarse: eso fue todo.
 Deponer, abdicar cetros, designios.
 Por Ti hasta la indigencia, hasta el despojo
 quedarse en puros huesos desvalidos.
 La reina Inteligencia hágase esclava,
 sea la Voluntad sierva de siglos.
 Y queden ahí devueltos, desmontados,
 en su estuche de raso los sentidos.
 Veo y no veo, palpo y nada palpo,
 escucho sordo y flor de ausencia aspiro.
 No hay más que una verdad: Tú, Rey de Reyes.
 Tú, Sacramento, Corpus Christi, Cristo.

Ya me tienes vaciado,
 vacante de fruto y flor,
 desposeído de todo,
 todo para Ti, Señor.
No soy más que tu proyecto,
 tu disponibilidad.
 Lléname de amor y cielo,
 rebósame de piedad.
He enmudecido mi música
 en silencio de tapiz.
 Me negué hasta el claro sueño,
 hasta la misma raíz.
Ven, ruiseñor, a habitarme.
 Hazme cuna de Belén.
 Ven a cantar en mi jaula
 abierta, infinita, ven.

Rosas en el ocaso de la víspera,
 las nubes hoy se han despertado blancas.
 Es ya la aurora bajo palio de oro,
 la gloria teologal de la mañana.
 Deslumbradora nieve en las cortinas
 que descorren dos ángeles de brasa
 y en medio el pecho azul de cielo, abierto
 para dar paso a un Sol que se le salta.
 El Sol, el Sol de Corpus. Cómo vibran
 sus rayos de oro y miel, cómo remansan
 recogiéndose al centro, al hogar íntimo
 donde un Cordero su toisón recama.
Pero ¿qué traslación, qué meteoro
 es éste que me busca, que me abraza?
 Viene por mí, cae hacia mí derecho,
 y en lugar de crecer, cuanto más baja,
 más se aprieta de amor, más se reduce,
 se achica, se cercena, se acompasa,
 hasta inscribirse humilde en la estatura
 del mísero dintel de mi cabaña.
Oh sol que el cielo entero no te ciñe
 y en sus collados últimos derramas
 la unidad de tu ser con brío y luces
 que no saben de eclipses ni distancias.
 Yo no soy digno, no, de contemplarte,
 de encerrarte en mi pecho, torpe casa
 de la abominación, lonja del crimen
 apenas hoy barrida y alfombrada.
 Mas ya el milagro se consuma, y tomo,
 comulgo el Pan de la divina gracia.

No soy digno, no era digno,
 pero ahora un templo soy.
 Ilumínanse mis bóvedas
 y todo temblando estoy.
Esto que vuela en mi bosque
 es un pájaro de luz,
 es una flecha con alas
 desclavada de una cruz.
Y se ahínca en mi madera
 y me embriaga de olor.
 Ya, aunque se disuelva en brisa,
 me quedará el resplandor.
Quédate, fuego, conmigo.
 Espera un instante, así.
 Transparéntame mis huesos.
 No te separes de mí.

Dentro de mí te guardo, oh Certidumbre,
 como el mosto en agraz guarda el racimo.
 Te siento navegando por mis venas
 como la madre mar a sus navíos.
 Dentro de mí, fuera de mí, impregnándome,
 como a la abeja mieles y zumbidos,
 como la luz al fuego o como el suave
 color, calor al reflejar del vidrio.
 Te oigo cantar, orillas de mi lengua,
 florecer en silencio de martirios.
 Dulce y concreto estás en mí encerrado.
 Lo que ignoran los hombres, pajarillos
 lo saben bien, lo rizan, lo gorjean,
 flores lo aroman por los huertos tibios,
 estrellas lo constelan, lo tachonan,
 telegrafían destellando visos,
 ángeles del amor lo vuelan fúlgidos,
 lo velan rumorosos y purísimos.
Tierno y preciso estás, manso y sin prisa,
 dulce y concreto estás, Secreto mío.
 ¿Qué valen todas mis verdades turbias
 ante esa sola, oh Sacramento nítido?
 En Ti y por Ti yo espero y creo y amo,
 en Ti y por Ti, mi Pan, Misterio mío.
ORACION DE CONFIANZA EN EL AMOR DE DIOS,
DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO:

¡Oh Jesús mío, mi amor, cuan firme esperanza

me infunde tu Pasión!
¿Cómo puedo temer no alcanzar

el perdón de mis pecados, el paraíso
y todas las gracias que necesito,
si considero que sois el Dios omnipotente
que me dio toda su sangre?
Jesús mío, mi esperanza y mi amor;

Tú, para que yo no me perdiera, quisiste perder tu vida.
Dios y Redentor mío, te amo sobre todo otro bien,
Tú te diste por completo a mí, y yo te doy toda mi voluntad, y con ella repito que yo os amo.
Así quiero exclamar siempre en esta vida, y así quisiera morir, exhalando mi último suspiro con esta hermosa palabra en la boca: Dios mío, para comenzar desde aquel momento un amor continuo a ti, que durará eternamente sin dejar ya nunca de amaros.
Te amo, pues , y porque te amo, me arrepiento sobre otro mal de haberte ofendido tanto.
¡Desgraciado de mí, que por no perder una breve satisfacción preferí perderte a ti, bien infinito!
Este recuerdo me atormenta más que todas las demás penas, pero me consuela el pensar que tendré que vérmelas con tu bondad infinita que no sabe despreciar un corazón que lo ama.
¡Ojalá pudiera morir por ti, que moriste por mi!
Amado Redentor mío, yo espero ciertamente de ti la salvación eterna en la otra vida, y en ésta espero la santa perseverancia  en ti.
Por eso me propongo pedírtela siempre.
Tú, en cambio, por los merecimientos de tu muerte,

dame la perseverancia en pedírtela.
Esto es lo que también pido y espero de ti, Reina mía, María.



CORRECCIÓN FRATERNA
La corrección fraterna ha sido prácticamente una de las primeras formas de examen de conciencia.
La Iglesia se convierte en voz de la conciencia y la comunión con los demás se convierte en experiencia de ser hermanos, hijos de un mismo Padre.
Se puede reprender al hermano cuando el amor es tan real que nos hace sentir que la vida de uno está ligada a la del otro.
Los antiguos monjes enseñan que éste es un gesto de caridad y que se puede hacer cuando el corazón no guarda nigún rencor, ni rabia ni soberbia. La caridad crea la comunión, o más aun, la caridad es comunión y nuestro Dios es la comunión de las Santísimas Personas del Padre,  del Hijo y del Espíritu Santo.
Allí donde se da la comunión de las personas, Dios ha puesto su morada. Cuando dos o tres personas unen su voz en la oración , han superado el egoísmo con sus intereses pequeños y piden lo que beneficia también a los otros.
Tal oración es oída porque está hecha según Dios.
Marko I. Rupnik,SJ

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