MARÍA, NUESTRA VIDA Y DULZURA





MARÍA, DISPENSADORA DE LA GRACIA 
Para comprender mejor por qué la santa Iglesia llama a María nuestra vida, basta saber que, como el alma da la vida al cuerpo, así también la divina gracia da la vida al alma; porque un alma sin la gracia tiene nombre de viva, pero en verdad está muerta,
como se dice en el Apocalipsis:
“Tienes nombre vivo, pero en realidad estás muerto” (Ap 3, 1).

Por lo tanto, la Virgen nuestra Señora, obteniendo por su mediación a los pecadores la gracia perdida, los devuelve a la vida. La santa Iglesia, aplicándole las palabras de la Escritura: “Me hallarán los que madrugaren para buscarme” (Pr 8, 17), hace decir a la Virgen que la hallarán los que sean diligentes en acudir a ella de madrugada, es decir, lo antes posible.  
“Oíd –exclama san Buenaventura - oíd los que deseáis el reino de Dios: honrad a la Virgen María y encontraréis la vida y la eterna salvación.




MARÍA HALLÓ LA GRACIA PARA EL HOMBRE
Por lo cual, con razón nos exhorta san Bernardo con estas palabras: “Busquemos la gracia, pero busquémosla por medio de María”.
Si hemos tenido la desgracia de perder la amistad de Dios, esforcémonos por recobrarla, pero por medio de María,
porque si la hemos perdido, ella la ha encontrado;
que por ello la llama el santo “la que halló la gracia”.
Esto vino a decir el ángel, para nuestro consuelo, cuando dijo a la Virgen: “No temas, María, porque has hallado la gracia” (Lc 1, 30).

Pero si María nunca estuvo privada de la gracia, ¿cómo dice el ángel que la encontró? Se dice de una cosa que se ha encontrado cuando antes no se tenía. La Virgen estuvo siempre con Dios y llena de gracia, como el mismo ángel se lo manifestó al saludarla: “Alégrate, María, llena de gracia; el Señor está contigo”.
Si, pues, María no encontró la gracia para ella porque siempre la tuvo completa, ¿para quién la encontró? Y responde el cardenal Hugo: “La encontró para los pecadores que la habían perdido. Corran por tanto –dice el devoto escritor–, corran los pecadores que habían perdido la gracia,  junto a ella. Digan sin miedo: devuélvenos la gracia que has encontrado”.
Y porque ella ha sido y será siempre lo más querido de Dios, si acudimos a ella, ciertamente, la encontraremos. 


 De aquí que san Bernardo anima al pecador, diciéndole: “Vete a la madre de la misericordia y muéstrale las llagas de tus pecados y ella te mostrará a Jesús.  Y el Hijo de seguro escuchará a la Madre”. Así, en efecto, la santa Iglesia nos manda rezar al Señor que nos conceda la poderosa ayuda de la intercesión de María para levantarnos de nuestros pecados con la conocida oración: “Concédenos, Dios de misericordia, el auxilio a nuestra fragilidad para que quienes honramos la memoria de la Madre de Dios, con el auxilio de su intercesión, nos levantemos de nuestros pecados”.



MARÍA, ESPERANZA DEL PECADOR
 Acertadamente la llama san Bernardo escala de los pecadores, porque a los pobres caídos, los saca del precipicio del pecado
y los lleva a Dios.
Muy bien san Agustín la llama única esperanza de nosotros, pecadores, ya que por su medio esperamos la remisión de todos nuestros pecados.
Lo mismo dice san Juan Crisóstomo: que por la intercesión de María los pecadores recibimos el perdón.
Por lo que el santo, en nombre de todos los pecadores, la saluda así: “Dios te salve, Madre de Dios y nuestra, cielo en que Dios reside, trono en el que dispensa el Señor todas las gracias; ruega al Señor por nosotros para que por tus plegarias podamos obtener el perdón en el día de las cuentas y la gloria bienaventurada en la eternidad”.

Con toda propiedad, en fin, María es llamada aurora: “¿Quién es ésta que va subiendo como aurora naciente? (Ct 6, 9). Sí, porque observa el papa Inocencio: “Así como la aurora da fin a la noche y comienzo al día, así, en verdad, la aurora es figura de María que marcó el fin de los vicios y el comienzo de todas las virtudes”. Y el mismo efecto que tuvo para el mundo el nacimiento de María, se produce en el alma que se entrega a su devoción.
Ella clausura la noche de los pecados y hace caminar por la senda de la virtud. Por eso le dice san Germán: “Oh Madre de Dios, tu defensa es inmortal, tu intercesión es la vida”.
Y en el sermón del santo sobre su virginidad, dice que el nombre de María para quien lo pronuncia con afecto es señal de vida o de que pronto la tendrá. Cantó María: “Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Lc 1, 48). “Sí, Señora mía –le dice san Bernardo–; por eso te llamarán bienaventurada todos los hombres, porque todos tus siervos, por tu medio, han conseguido la vida de la gracia y la gloria eterna.
En ti encontramos los pecadores el perdón, los justos la perseverancia y, después, la vida eterna”. “No desconfíes, pecador –habla san Bernardino de Bustos–, aunque hayas cometido toda clase de pecados; recurre con absoluta confianza a esta Señora, porque la encontrarás con las manos rebosantes de misericordia, que más desea María otorgarte las gracias
de lo que tú deseas recibirlas”.




 MARÍA RECONCILIA AL PECADOR CON DIOS
 San Andrés Cretense llama a María seguridad del divino perdón. Se entiende que cuando los pecadores recurren a María para ser reconciliados con Dios, Él les asegura su perdón y les da la prenda de esta seguridad.
Esta prenda es precisamente María, que Él nos la ha dado por abogada, por cuya intercesión, por los méritos de Jesucristo, Dios perdona a todos los pecadores que a ella se encomiendan.
Dijo un ángel a santa Brígida que los santos profetas se regocijaban al saber que Dios, por la humildad y pureza de María, había de aplacarse con los pecadores y recibir en su gracia a los que habían provocado su indignación.

Jamás debe un pecador temer ser rechazado por María si recurre a su piedad; no, porque ella es la madre de la misericordia y, como tal madre, desea salvar a todos, hasta los más miserables. “María es aquella arca dichosa donde el que se refugia –dice san Bernardo– no sufrirá el naufragio de la eterna condenación. Arca en que nos libramos del naufragio”. En el arca de Noé, cuando el diluvio, se salvaron hasta los animales. Bajo el manto de la protección de María se salvan también los pecadores.
Vio santa Gertrudis a María con el manto extendido, bajo el que se refugiaban muchas fieras: leones, osos, tigres..., y vio que María no sólo no los ahuyentaba, sino que con gran piedad los acogía y acariciaba. Con esto entendió la santa que los pecadores más perdidos, cuando recurren a María, no sólo no son desechados, sino que los acoge y los salva de la muerte eterna.
Entremos, pues, en esta arca; vayamos a refugiarnos bajo el manto de María, que ella, ciertamente, no nos despachará, sino que,
con toda seguridad, nos salvará.



Fuente:
"Las Glorias de María" (San Alfonso María de Ligorio)

 






ANÉCDOTAS DE SAN JUAN MARÍA VIANNEY (SANTO CURA DE ARS)






Una jovencita le preguntó una vez:
 - Padre, quisiera que me diga cuál es mi vocación.
- Tu vocación es ir al cielo, le respondió él.


***

Un hombre temeroso le confió un día:
- Tengo miedo de ir al infierno.
Él respondió:
- Los que tienen miedo de ir al infierno, tienen menos riesgos de ir que los otros.

***

Después de un sermón, alguien le preguntó:
Señor cura, ¿por qué, cuando usted reza casi no se le entiende y, cuando predica, usted habla tan fuerte?   
Porque, cuando predico, hablo a sordos, a gente que duerme, mientras que, cuando rezo, hablo con el buen Dios que no está sordo.


***

Una señora piadosa tenía un esposo que no practicaba la religión
y ella rogaba mucho por su conversión, pues era cardíaco y podía morir de repente. Esta señora tenía costumbre de adornar una imagen de la Virgen que tenía en su casa. Su esposo se complacía en cortarle las flores para que las pusiera a la Virgen.
Un día, murió de repente sin recobrar el conocimiento y sin los auxilios de la religión. La esposa estaba muy triste, pensando en su posible condenación. Hizo un viaje a Ars y el santo cura le dijo: ¿No recuerda usted los ramos de flores que él cortaba para la Virgen? De esta manera, le daba a entender que se había salvado.

***

En una oportunidad, en medio de la multitud, un hombre se permitió llamarle con palabras poco cultas.
El santo cura le preguntó:
 - ¿Quién es usted, amigo mío? - Soy protestante.
- ¡Oh, mi pobre amigo! Usted es pobre, muy pobre, los protestantes ni siquiera tienen un santo cuyo nombre puedan dar a sus hijos.
Se ven obligados a pedir nombres prestados a la iglesia católica.




***

Llegó a Ars una señora enlutada, pues acababa de perder a su esposo que se había suicidado, y temía por su salvación. Al pasar el santo cura delante de ella para ir de la iglesia a la casa parroquial, se detuvo y le dijo: Se ha salvado. Está en el purgatorio y hay que rezar por él. Entre el parapeto del puente y el agua pudo hacer un acto de arrepentimiento. Acuérdese que en el mes de mayo su esposo, aunque incrédulo, se unía a sus oraciones en honor de la Virgen María. Esto le mereció la gracia del arrepentimiento final.

***

Una noche, para encender una vela, había usado una carta en la que había 500 francos. Y le decía riendo al cura de Fareins, padre Dubois: Ayer fabriqué unas cenizas de lujo. Y le refirió el hecho, añadiendo: “Peor hubiera sido haber cometido un pecado venial”



***

Una mañana, el maestro Juan Pertinand sorprendió a un niño, cuando estaba robando las limosnas de la misa.
Y dice: Fui con el alcalde a casa de sus padres, sin saberlo el Padre Vianney. Al día siguiente, la madre del niño fue a ver al santo cura, pensando que había sido él quien lo había denunciado, y se lo reprochó de malas maneras.
 Juan Pertinand, que oyó todos los improperios, dice que el santo oyó todo con calma y silencio. Al final, le respondió: Señora, tienen usted razón, ruegue para que me convierta

***

Dios le hizo conocer que uno de sus amigos difuntos estaba en el purgatorio. Cuando estaba en el momento de la consagración, tomó la hostia entre sus dedos y dijo: Padre santo y eterno, hagamos un cambio. Tú tienes el alma de mi amigo en el purgatorio y yo tengo el cuerpo de tu Hijo entre mis manos. Libera a mi amigo y yo te ofrezco vuestro Hijo con todos los méritos de su Pasión. Y, al momento de la elevación, vio el alma de su amigo rebosante de alegría subir al cielo. Por eso, solía decir: Cuando queramos obtener algo del buen Dios, ofrezcamos a su Hijo con todos sus méritos y no nos podrá rehusar nada.

***

Cuando oraba, decía palabras emotivas: Dios mío, yo te amo, aumenta mi amor en mi corazón cada vez más, desde este momento hasta mi muerte. Las decía con un acento tan vivo que todo el mundo se sentía empujado a amar más a Dios.



***

Cuando había procesión con el Santísimo, le gustaba que hicieran bellos altares y, a pesar de su edad y del gran peso de la custodia, no cedía a nadie la felicidad de llevarla.
Un día, le hice observar que estaría muy cansado y él me dijo: Aquel que yo llevaba, me llevaba a mí.

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Fray Atanasio afirma: Cuando tenía dificultades, se abandonaba en las manos de Dios y me decía con sencillez que entonces se postraba ante el sagrario como un perrito a los pies de su amo.

***

Fray Atanasio declaró:
En los primeros tiempos que yo estaba en Ars, había un hombre (Luis Chaffangeon) que no pasaba nunca delante de la iglesia sin entrar. Por la mañana, cuando iba a trabajar, por la tarde, cuando venía del trabajo, él dejaba a la puerta sus aperos y estaba largo tiempo en adoración delante del Santísimo sacramento. Yo estaba encantado y un día le pregunté qué le decía a Nuestro Señor durante sus largas visitas. ¿Saben lo que me respondió?: “Señor cura, yo no le digo nada. Yo lo miro y él me mira”.





FUENTE:
P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.
 VIDA Y ANÉCDOTAS  DEL CURA DE ARS

 
































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