PADRE NUESTRO, PADRE DE CRISTO



¡Padre nuestro! 
Estoy tan acostumbrado a decirte “Padre” 
que casi lo hago sin darme cuenta. 
Sin embargo... 
cuando lo pienso más en serio, 
tiemblo un poco. 
Porque si eres mi Padre, yo soy tu hijo... 
Y el hijo tiene la carne y la sangre del padre. 
Hoy te pido, Padre mío 
(y Padre de tantos otros hijos, 
de tantos hermanos míos), 
que jamás deje de llamarte así, 
que jamás deje de ser el que engendraste 
para que te ame y para ser amado por Ti. 
¡Padre nuestro! ¡Padre de Cristo! 
Que nunca deje de recordar 
la misericordia que nos mostraste en Jesús. 
No permitas que abandone nunca tu casa. 
Si estoy lejos de ella (por tantas locuras, 
por tantas maldades, por tantas tonterías), 
dame fuerzas para volver ahora mismo: 
¡Tú me amas y eres más grande 
que todos mis pecados juntos! 
Y si me das las gracia 
de vivir siempre en tu casa, 
disfrutando de todo lo tuyo, 
dame generosidad para compartir 
todo lo mío; 
dame humildad para comprender 
a mis hermanos 
y recibirlos en nuestra casa siempre, 
como Tú los recibes. 
¡Así sea! 

-Héctor Muñoz. “Oraciones para muchachos”.-

EDUCANDO A JESÚS

Jesús aprendió a hablar escuchando a sus padres María y José, ellos dirigieron sus primeros pasos acompañando con sus desvelos y sus brazos abiertos la incipiente vida del niño. Su hijo era un niño normal pero desde el principio los dos eran conscientes que era también un niño misterio, todo el misterio de Dios habitaba en él. A ellos les es confiado el poner el nombre , Jesús, y educarlo en la tradición del pueblo elegido. 

En José y María recae la tarea más asombrosa y apasionante que existe en la vida humana: la educación del hijo. El profeta escribe el oráculo del Todopoderoso: “Cuando Israel era niño, Yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo (...). Yo enseñé a andar a Efraím, lo tomaba en mis brazos; pero ellos no entendían que Yo los cuidaba. Con vínculos de afecto los atraje, con lazos de amor. Era para ellos como quien alza a un niño hasta sus mejillas, y me inclinaba a él y le daba de comer” (Oseas 11, 1-4). Si los cristianos han visto en este oráculo la referencia a Cristo, cómo no ver también la referencia a María y José. El Amor de Dios a Israel se compara al amor de un padre y de una madre hacia su hijo, aunque es un amor mucho más fuerte. José y María pueden aplicarse estas palabras: yo llamé, yo enseñé a andar, yo le daba de comer.

(José Gálvez Krüger, IX Congreso de Josefología, Polonia)

ÁNGELUS DE SAN JOSÉ


(puede recitarse después del Ángelus mariano como devoción privada)

V. El ángel del Señor se apareció en sueños a José. 

R. Para que no repudiara a María.

Dios te salve, José, rico eres en gracia, el Señor es contigo. Bendito tú eres entre todos los varones y bendito es el fruto del vientre de María, Jesús. San José, padre adoptivo del Hijo de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

V. José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa. 

R. Pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo.

Dios te salve, José, rico eres en gracia, el Señor es contigo. Bendito tú eres entre todos los varones y bendito es el fruto del vientre de María, Jesús. San José, padre adoptivo del Hijo de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

V. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. 

R. Porque salvará a su pueblo de sus pecados.

Dios te salve, José, rico eres en gracia, el Señor es contigo. Bendito tú eres entre todos los varones y bendito es el fruto del vientre de María, Jesús. San José, padre adoptivo del Hijo de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

V. Ruega por nosotros, glorioso Patriarca san José. R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

Oremos. Sostenidos por el patrocinio del Esposo de tu Santísima Madre, rogamos Señor de tu clemencia hagas que nuestros corazones, despreciando todo lo terrenal, te amen, a ti, Dios verdadero, con perfecta caridad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. R. Amén.

Gloria al Padre… (tres veces).

Y que todos los moribundos descansen en el Señor y obtengan la vida eterna. Amén.


(Enciclopedia Católica online, «OMNIA DOCET PER OMNIA»)

ROSARIO DE SAN MIGUEL ARCANGEL


 (Hay un Rosario especial que consta de nueve grupos de tres cuentas en vez de cinco como el Rosario normal, para hacer las nueve salutaciones, pero si no disponemos de ese Rosario, se puede hacer sin él)

Empezamos rezando en la Medalla la siguiente invocación:

0h Dios, ven en mi ayuda. Apresúrate, Señor a socorrerme.

Gloria al Padre, Gloria al hijo y Gloria al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén

Primera Salutación

Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de los Serafines, que Dios Nuestro Señor prepare nuestras almas; y así recibir dignamente en nuestros corazones, el fuego de la Caridad perfecta. Amén.

(Padre Nuestro, 3 Ave María y Gloria)

Segunda Salutación

Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de los Querubines, que Dios Nuestro Señor nos conceda la gracia de abandonar los caminos del pecado; y seguir el camino de la Perfección Cristiana. Amén.

(Padre Nuestro, 3 Ave María y Gloria)

Tercera Salutación

Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de Los Tronos, que Dios Nuestro Señor derrame en nuestros corazones, el verdadero y sincero espíritu de humildad. Amén.

(Padre Nuestro, 3 Ave María y Gloria)

Cuarta Salutación

Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de Dominaciones, que Dios Nuestro Señor nos conceda la gracia de controlar nuestros sentidos; y así dominar nuestras pasiones. Amén.

(Padre Nuestro, 3 Ave María y Gloria)

Quinta Salutación

Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de Las Virtudes, que Dios Nuestro Señor nos conserve de todo mal, y no nos deje caer en la tentación. Amén.

(Padre Nuestro, 3 Ave María y Gloria)

Sexta Salutación

Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de Potestades, que Dios Nuestro Señor protege nuestras almas, contra las acechanzas del demonio. Amén.

(Padre Nuestro, 3 Ave María y Gloria)

Séptima Salutación

Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de Los Principados, que Dios Nuestro Señor se digne llenar nuestras almas, con el verdadero espíritu de la obediencia. Amén.

(Padre Nuestro, 3 Ave María y Gloria)

Octava Salutación

Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de Los Arcángeles, que Dios Nuestro Señor nos conceda la gracia de la perseverancia final en la Fe, y en las buenas obras; y así nos lleve a la Gloria del Paraíso. Amén.

(Padre Nuestro, 3 Ave María y Gloria)

Novena Salutación

Por la intercesión de San Miguel y el Coro Celestial de Los Ángeles, que Dios Nuestro Señor nos conceda la gracia, de ser protegidos por ellos, durante ésta vida mortal; y que nos guíen a la Gloria Eterna. Amén.

(Padre Nuestro, 3 Ave María y Gloria)

En las cuatro cuentas finales, rezamos un Padrenuestro en honor de cada uno de los siguientes Ángeles, como se indica:

En honor a San Miguel.

En honor a San Gabriel.

En honor a San Rafael.

En honor al Santo Ángel de la Guarda.

Oración final:

Oh Glorioso Príncipe, San Miguel, Jefe Principal de la Milicia Celestial; Guardián fidelísimo de las almas; Vencedor eficaz de los espíritus rebeldes; fiel Servidor en el Palacio del Rey Divino, sois nuestro admirable Guía y Conductor. Vos que brilláis con excelente resplandor y con virtud sobrehumana, libradnos de todo mal. Con plena confianza recurrimos a vos. Asistidnos con vuestra afable protección; para que seamos más y más fieles al servicio de Dios, todos los días de nuestra vida.

V. Ruega por nosotros, Oh Glorioso San Miguel, Príncipe de la Iglesia de Jesucristo.

R. Para que seamos dignos de alcanzar Sus Promesas.

SONETO A CRISTO CRUCIFICADO


Yo, vivo, y vos, muriendo dueño amado;
yo, en gloria; y vos en penas mi querido;
yo, sano; y vos, mi bien, tan mal herido;
yo, con soberbia; y vos tan humillado;
yo, con honor; y vos tan afrentado;
yo, celebrando; y vos escarnecido;
yo, contento; y vos tan ofendido;
yo, confortado; y vos crucificado.
No, Señor, no es razón siendo mi esposo
que yo muera a fuerza de mi llanto,
muriendo vos tan triste y abatido.
Muramos ambos, Dueño Sacrosanto:
vos de amor que me tenéis piadoso;
yo, de dolor, de haber pecado tanto. 


-Este soneto fue escrito por Ignacio María de Varona y Agüero, nieto del matrimonio: Don Ignacio María de Varona y Doña Trinidad de la Torre Cisneros, propietarios de la famosa magen del Cristo de la Veracruz de Puerto Príncipe.-

DISTINTOS GRADOS DE FELCIDAD EN EL CIELO


Quizás parezca una paradoja afirmar que en el cielo unos serán más felices que otros, cuando antes habíamos dicho que en el cielo todos serán perfectamente felices. Pero no hay contradicción. Aquellos que hayan amado más a Dios en esta vida serán más dichosos al consumarse ese amor en el cielo.

Es cierto que cada bienaventurado será perfectamente feliz, pero también es verdad que unos tendrán mayor capacidad de felicidad que otros. Para utilizar un ejemplo antiguo: una botella de cuarto y una botella de litro pueden ambas estar llenas, pero la botella de litro contiene más que la de cuarto. Esto explica que la felicidad en el Cielo será colmada para todos, pero unos serán más felices que otros sin que los menos felices pierdan nada de su felicidad porque están colmados según su capacidad.

Otra comparación: seis personas escuchan una sinfonía; todos están absortos en la música, pero cada uno la disfruta en seis grados distintos, que dependerán de su particular conocimiento y apreciación de la música.

En el catecismo encontramos la siguiente pregunta «¿Qué debemos hacer para adquirir la felicidad del cielo?», a lo que contesta diciendo: «Para adquirir la felicidad del cielo debemos conocer, amar y servir a Dios en esta vida.» Esa palabra del medio, «amar», es la palabra clave, lo esencial. Pero el amor no se da sin previo conocimiento, hay que conocer a Dios para poder amarle. Y no es amor verdadero el que no se manifiesta en obras: haciendo lo que el amado quiere. Así, pues, debemos también servir a Dios.


(La fe explicada, Leo J. Trese)

SAN JOSÉ, PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL

 El Papa Pío IX, atendiendo a las innumerables peticiones que recibió de los fieles católicos del mundo entero, y, sobre todo, al ruego de los obispos reunidos en el concilio Vaticano I, declaró y constituyó a San José Patrono Universal de la Iglesia, el 8 de diciembre de 1870.

¿Qué guardián o que patrón va darle Dios a su Iglesia? pues el que fue el protector del Niño Jesús y de María.

Cuando Dios decidió fundar la familia divina en la tierra, eligió a San José para que sea el protector y custodio de su Hijo; para cuando se quiso que esta familia continuase en el mundo, esto es, de fundar, de extender y de conservar la Iglesia, a San José se le encomienda el mismo oficio. Un corazón que es capaz de amar a Dios como a hijo y a la Madre de Dios como a esposa, es capaz de abarcar en su amor y tomar bajo su protección a la Iglesia entera, de la cual Jesús es cabeza y María es Madre.





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