NADA TE TURBE, Santa Teresa de Jesús (de Ávila)

 


Nada te turbe,

Nada te espante,

Todo se pasa,

Dios no se muda,


La paciencia

Todo lo alcanza;

Quien a Dios tiene

Nada le falta:

Sólo Dios basta.


Eleva el pensamiento,

al cielo sube,

por nada te acongojes,

Nada te turbe.


A Jesucristo sigue

con pecho grande,

y, venga lo que venga,

Nada te espante.


¿Ves la gloria del mundo?

Es gloria vana;

nada tiene de estable,

Todo se pasa.


Aspira a lo celeste,

que siempre dura;

fiel y rico en promesas,

Dios no se muda.


Ámala cual merece

Bondad inmensa;

pero no hay amor fino

Sin la paciencia.


Confianza y fe viva

mantenga el alma,

que quien cree y espera

Todo lo alcanza.


Del infierno acosado

aunque se viere,

burlará sus furores

Quien a Dios tiene.


Vénganle desamparos,

cruces, desgracias;

siendo Dios su tesoro,

Nada le falta.


Id, pues, bienes del mundo;

id, dichas vanas,

aunque todo lo pierda,

Sólo Dios basta.

SANTA TERESA DE JESÚS Y SAN JOSÉ



SANTA TERESA DE ÁVILA, reformadora del Carmelo, escritora, mística, maestra de espirituales, fundadora, y la primera mujer doctora de la Iglesia. 

Además de todo esto fue muy devota del glorioso San José, ella contribuyó considerablemente a la extensión de esta devoción, poniendo todos los medios a su alcance. Ella escribió páginas brillantes que sacaron la figura de San José del anonimato y la plantó en la religiosidad popular de su tiempo. 

Tenía la Santa de Avila 27 años, se encuentra postrada en la cama, no podía andar, a veces se arrastraba por el suelo. Está viviendo en el monasterio de la Encarnación. Sale de la clausura para ser curada. Se recurre a todos los medios posibles en aquella sociedad. Regresa a Avila. Se llega a tal extremo de gravedad que se la da por muerta. Varios años en el lecho, no se podía mover, tenía que ser ayudada por las enfermeras. En estas circunstancias recurre a san José y su vida va volviendo a la normalidad poco a poco. Desde este momento la devoción a san José y su familiaridad con él, va a marcar un hito en su vida. Partiendo de esta realidad escribe Teresa:


“Tomé por abogado y señor al glorioso san José, y encomendéme mucho a él. Comencé a hacer devociones de Misas y cosas muy aprobadas de oraciones, y tomé por abogado a san José…; y él hizo, como quien es, que pudiese levantarme y andar y no estar tullida” (Libro de la Vida 6).

Partiendo de esta experiencia que ha sido tan decisiva en su vida, ella va a recomendar la devoción a san José y su poderosa intercesión. El Esposo de María va a ser un abogado e intercesor en todos los contratiempos. San José será un personaje familiar y entrañable en el hogar teresiano. Los textos que transcribo tienen una fuerza de convicción que han sido citados por muchos predicadores.

”No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer”.

“Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma”.

“A otros parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas”.

“Querría yo persuadir a todos fuesen muy devotos de este glorioso Santo, por la experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios que no la vea más aprovechada en la virtud, porque aprovecha en gran manera las almas que a él se encomiendan”.

“Sólo pido por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción”.


AUTOR: P. Lucio del Burgo, OCD

ACCION DE GRACIAS PARA DESPUÉS DE LA MISA

 Gracias infinitas te doy, Dios de bondad, 

porque me has permitido hoy asistir 

a la renovación del más santo, del mas augusto y adorable 

de los sacrificios; al sacrificio de tu Hijo unigénito, de tu Hijo 

que descendió del Cielo para abrirme con 

su muerte las puertas de la vida eterna. 

Dígnate, pues, Dios misericordioso, derramar sobre mí, 

por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, 

los tesoros de tu gracia para no apartarme 

del camino de tu santa ley: libra mi alma de los peligros 

del mundo, sostenme en las adversidades 

y en el último instante de mi vida, recibe en tus manos mi espíritu, 

para que pueda ir a alabarte en el Cielo eternamente. 

Amen.

(Corona Católica, Jose Luis Pacheco)



NUESTRA UNIÓN CON LAS ALMAS PURGANTES NO SE INTERRUMPE

 Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular, y así, podremos entrar en un estado de purificación (Purgatorio), o bien entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, o condenarnos inmediatamente para siempre.

«Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y, destruída la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados, contemplando claramente a Dios mismo, uno y trino, tal cual es» (Vat.II).

«Todos, sin embargo, aunque en grado y modo diversos, participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo, y cantamos el mismo himno de alabanza a nuestro Dios. En efecto, todos los de Cristo, que tienen su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí en Él» (Vat.II).

«La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo no se interrumpe, al contrario, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales» (Vat.II).

Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de la muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados. 

La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los concilios de Florencia [1439] y de Trento [1563]. La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura —por ejemplo, 1 Corintios 3,15; 1 Pedro 1,7—, habla de un fuego purificador: «Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado en este siglo, ni en el futuro (Mt 12,31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro» (San Gregorio Magno [+604]).

(Tratado del Purgatorio, Catecismo de la Iglesia Católica)




ORACIÓN PARA ANTES DE LA CONFESION

 


Desde el fondo del dolor y de la miseria 

en que me han sumergido mis delitos, 

he levantado mis ojos hasta el cielo y he dicho: 

¿hasta cuándo iré á confesar al Señor 

los errores de mi vida? ¿quién sino Él 

puede curar los dolores que me angustian 

y lavar mi alma de la lepra que la devora? 

Y ha pasado un día y otro día sin 

levantarme de las tinieblas de la culpa para ir 

a la fuente preciosa y saludable que 

Tú, Dios mío, has establecido en tu santa 

Iglesia para limpiarme. Era natural que 

yo sucumbiera abrumado bajo el peso de 

mis pecados y de mi obstinación,

sin embargo, tu inmensa bondad, tu amor 

infinito, Salvador mío, aun me alienta para correr 

al tribunal de la penitencia y 

revelar allí mis extravíos y los amargos 

secretos de mi corazón. 

¡Ah, cuán grande es tu misericordia! ¡cuan tierno 

y paternal eres conmigo! 

Tú me has dejado vivir cuando mil veces he podido 

perecer en los brazos de la culpa, y las 

bondades que me has dispensado son otros 

tantos llamamientos para apartarme del abismo 

en que he estado próximo a sumergirme para siempre.

No seré mas tiempo sordo a tu dulce voz,

Buen pastor de las almas, y consideraré que 

tu misericordia es más grande que mis pecados.

Asísteme con tu divina gracia; no me 

arrojes de tu presencia ni apartes de mi

la luz de tu santo Espíritu. 

Me pesa, Señor, haberte ofendido. 

Perdóname, Señor; dame el profundo é intenso 

dolor que justificó a David en tu presencia,

a la Magdalena y al buen Ladrón. 

Favoréceme con tu auxilio para confesar pronta, 

íntegra, vergonzosa y francamente mis iniquidades, y concédeme, 

finalmente, las gracias que necesito 

para lavarme enteramente. Amen.


ORACIÓN POR LOS SACERDOTES (SS. Benedicto XVI)

                                                              Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote,

                                                            Tú que te ofreciste al Padre en el altar de la cruz,

y a través de la efusión del Espíritu Santo

compartiste con tu pueblo sacerdotal 

una parte de tu sacrificio redentor,

escucha nuestra oración 

por la santificación de los sacerdotes.

Concede que todos los que han sido ordenados 

sacerdotes, 

se parezcan cada vez más a Ti, Maestro Divino.

Haz que prediquen el Evangelio con un corazón 

puro y una conciencia clara.

Haz que sean pastores en consonancia con tu

propio corazón,

concentrados en servirte a Ti y a la Iglesia,

y que sean ejemplos radiantes de una vida santa, 

sencilla y gozosa.

Por las oraciones de la Santísima Virgen María, tu

madre y la nuestra, 

conduce a todos los sacerdotes 

y a los rebaños a ellos encomendados, 

a la plenitud de la Vida eterna 

en la que vives y reinas con el Padre y el Espíritu 

Santo, 

por los siglos de los siglos. Amén.




¿QUÉ ES LA CIRCUMINSESIÓN?

 ¿QUÉ ES LA CIRCUMINSESIÓN? 

La circuminsesión (o mutua inhesión) entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, exige que donde esté una persona divina, estén también las otras dos, ya que son absolutamente inseparables entre sí y de la misma esencia divina, que es común a las tres personas. 

Por eso en la Eucaristía, juntamente con la divinidad de Cristo (el Hijo de Dios), están también el Padre y el Espíritu Santo.

En las Sagradas Escrituras, el mismo Cristo dice:

«Yo y el Padre somos una sola cosa... El Padre está en mí, y yo en el Padre» (lo 10,30 y 38).

«El que me ha visto a mí ha visto al Padre...; el Padre, que mora en mí, hace sus obras. Creedme, que yo estoy en el Padre y el Padre en mí» (lo 14,9-11). Lo mismo hay que decir, naturalmente, del Espíritu Santo.

(Antonio Royo Marín, teología para seglares)




LA GRANDEZA DE SER HIJOS ADOPTIVOS DE DIOS

La gracia nos hace verdaderamente hijos adoptivos de Dios. Y decimos adoptivos porque Dios Padre no tiene más que un solo Hijo, según la naturaleza: el Verbo Eterno: JESUCRISTO, el cual  posee la misma esencia divina del Padre y es Dios exactamente como Él. Por eso, Cristo no es hijo adoptivo de Dios, sino hijo natural en todo el rigor de la palabra.

Nuestra filiación divina por medio de la gracia es de muy distinta naturaleza. No se trata de una filiación natural, sino de una filiación adoptiva. Pero es menester entender realmente esta verdad para no formarse una idea raquítica y empequeñecida de su sublime grandeza. 

Vamos a explicarla un poco:

Al adoptarnos hijos suyos, Dios Uno y Trino nos infunde la gracia santificante, que nos da,  una participación misteriosa, pero realísima y formal, de su propia naturaleza divina. Se trata de una adopción intrínseca, que pone en nuestra alma, física y formalmente, una realidad divina, que hace circular (empleando un lenguaje metafórico que envuelve una realidad sublime) la sangre misma de Dios en lo más íntimo de nuestras almas. 

En virtud de este injerto divino, el alma se hace participante de la misma vida de Dios. Es una verdadera generación, un nacimiento espiritual que imita la generación natural y que recuerda, analógicamente, la generación eterna del Verbo de Dios. En una palabra: como dice expresamente el evangelista San Juan, la gracia santificante no nos da únicamente el derecho a llamarnos hijos de Dios, sino que nos hace tales en realidad: «Videte qualem caritatem dedit nobis Pater, ut filii Dei nominemur et simus» 

¡Inefable maravilla que parecería increíble si no constara expresamente en los Evangelios! 

Dios nos hace verdaderamente herederos de Dios, lo dice expresamente San Pablo: «Si hijos, también herederos» (Rom. 8,17). Es el mismo Dios, uno en esencia y trino en personas, el objeto fruitivo principal de nuestra herencia eterna de hijos adoptivos.

ES DIOS MISMO NUESTRA HERENCIA

(Antonio Royo Marín, teólogo, Teología de la perfección cristiana) 




SAN JOSÉ, TERROR DE LOS DEMONIOS



José enseña a los que le son devotos cómo discernir la presencia y

la actividad de Satanás. Fue el Maligno quien intentó matar al niño

Jesús a través de la acción humana de Herodes. Así como José se levantó

inmediatamente e hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado en

su anunciación, así se levantó a toda prisa y llevó al niño y a su madre

a Egipto para salvar la vida del recién nacido. La Iglesia ha llamado a

José el terror de los demonios por buenas razones. San José es un experto

en desenmascarar todos los intentos del Maligno para destruir la vida

de Jesús en las almas. También desenmascarará la presencia y la obra de

la cultura de la muerte en nuestra sociedad. Más que nunca, los

cristianos tenemos que invocar a San José en nuestra lucha contra las

fuerzas del mal en el mundo y en la Iglesia.

(San José, nuestro Padre en la fe)

CÓMO CONTROLAR LA IRA


Decía San Francisco de Sales: «No os dejéis dominar por la ira, ni siquiera le abráis la puerta, con el pretexto que fuere, porque, una vez dentro, no está en vuestra mano arrojarla ni aun dominarla». 

Los remedios contra la ira son: 

1.° Combatirla al punto y distraer la mente en otros asuntos sin replicar palabra; 

2.° A imitación de los apóstoles en la tempestad del mar, recurrir a Dios, que puede apaciguar el corazón; 

3.° Cuando veáis que la ira, por vuestra debilidad, se ha adentrado en vuestro espíritu, esforzaos por recobrar la calma y procurad después ejercitaros en actos de humildad y de mansedumbre con la 

persona contra la cual os enojasteis; mas todo esto hay que hacerlo con suavidad y sin violencia, porque importa mucho no enconar la llaga».

(Práctica de amor a Jesucristo, san Alfonso Mª de Ligorio)

ORACIÓN POR LA PAZ (San Francisco de Asís)

 ¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!

Que donde haya odio, ponga yo amor;

donde haya ofensa, ponga yo perdón;

donde haya discordia, ponga yo unión;

donde haya error, ponga yo verdad;

donde haya duda, ponga yo fe;

donde haya desesperación, ponga yo esperanza;

donde haya tinieblas, ponga yo luz;

donde haya tristeza, ponga yo alegría.


¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto

ser consolado como consolar;

ser comprendido, como comprender;

ser amado, como amar.

Porque dando es como se recibe;

olvidando, como se encuentra;

perdonando, como se es perdonado;

muriendo, como se resucita a la vida eterna.



TAN SOLO NOS LLEVAREMOS LO QUE HEMOS DADO



Procuremos, además, dar frutos de verdadero arrepentimiento. Y amemos al prójimo como a nosotros mismos. Tengamos caridad y humildad y demos limosna, ésta lava las almas de la inmundicia del pecado. En efecto, los hombres pierden todo lo que dejan en este mundo; tan sólo se llevan consigo el premio de su caridad y las limosnas que practicaron, por las cuales recibirán del Señor la recompensa y una digna remuneración.

No debemos ser sabios y prudentes según la carne, más bien sencillos, humildes y puros. Nunca debemos desear estar por encima de los demás, sino, al contrario debemos, a ejemplo del Señor, vivir como servidores, y sumisos a toda humana criatura, movidos por, el amor de Dios. El Espíritu del Señor reposará sobre los que así obren y perseveren hasta el fin, y los convertirá en el lugar de su estancia y su morada, y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras imitan; ellos son los los hermanos y las madres de nuestro Señor Jesucristo.

(De la carta de San Francisco de Asís dirigida a todos los fieles)


NO DEBEMOS DEJARNOS ARRASTRAR POR PASIONES Y VICIOS


Cuantas veces desea el hombre desordenadamente alguna cosa, tantas pierde la tranquilidad. El soberbio y el avariento jamás sosiegan; el pobre y humilde de espíritu viven en mucha paz. 

El hombre que no es perfectamente mortificado en sí mismo, con facilidad es tentado y vencido, aun en cosas pequeñas y viles. 

El que es flaco y débil de espíritu, y está inclinado a lo carnal y sensible, con dificultad se abstiene totalmente de los deseos terrenos, y cuando lo hace padece muchas veces tristeza, y se enoja presto si alguno lo contradice. Pero si alcanza lo que deseaba siente luego pesadumbre, porque le remuerde la conciencia el haber seguido su apetito, el cual nada aprovecha para alcanzar la paz que buscaba. 

En resistir, pues, a las pasiones, se halla la verdadera paz del corazón, y no en seguirlas. Pues no hay paz en el corazón del hombre que se ocupa en las cosas exteriores, sino en el que es fervoroso y espiritual.

(Imitación de Cristo, Thomas de Kempis)

LOS SANTOS Y EL SANTO ROSARIO


 

“Hacer saber a todos que sean devotos del Santísimo Rosario, en el que se contiene la vida, pasión y muerte de nuestro Redentor”. 

(San José de Calasanz)


“Si queremos aliviar a las benditas almas del Purgatorio, procuremos rogar por ellas a la Santísima Virgen, aplicando por ellas de modo especial el Santo Rosario que les servirá de gran alivio”.

(San Alfonso María de Ligorio)


“Las mejores conquistas de almas que he logrado, las he conseguido por medio del rezo devoto del Santo Rosario”. 

(San Antonio María Claret)


“Con esta arma le he quitado muchas almas al diablo”.

(San Juan María Vianney ,Santo Cura de Ars)  


“Sobre la devoción de la Virgen y el rezo del Rosario se basa toda mi obra educativa. Preferiría renunciar a cualquier otra cosa, antes que al Rosario”. 

(San Juan Bosco)


“Con el Rosario se puede alcanzar todo. Según una graciosa comparación, es una larga cadena que une el Cielo y la tierra, uno de cuyos extremos está en nuestras manos y el otro en las de la Santísima Virgen. Mientras el Rosario sea rezado, Dios no puede abandonar al mundo, pues esta oración es muy poderosa sobre su Corazón”. 

 (Santa Teresita del Niño Jesús,Teresita de Lisieux)


“El rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso que favorezcan en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor”.  

(San Pablo VI)


“Ojalá sepas y quieras tú sembrar en todo el mundo la paz y la alegría, con esta admirable devoción mariana”. 

(San Josemaría Escrivá)


“Aférrate al Rosario como las hojas de la hiedra se aferran al árbol; porque sin nuestra Señora no podemos permanecer”. 

(Santa Teresa de Calcuta)


“El Rosario es una muy excelente forma de oración meditada, compuesta a modo de mística corona”. 

(San Juan XXIII)


“El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo”. 

(San Juan Pablo II)


“Denme mis armas: la cruz, la corona del Rosario de la Santísima Virgen y las reglas de la Compañía. Estas son mis tres prendas más amadas; con ellas moriré contento”.

(San Juan Berchmans) 


“Un cristiano sin Rosario, es un soldado sin armas”. 

(San Miguel Febres)


“Al desgranar el Rosario, suplicad a la Reina del Mundo por la santidad de la familia”.

(Beato Álvaro del Portillo) 


“Como dos amigos, frecuentándose, suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los Misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos, y aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto”. 

(Beato Bartolomé Longo)


“Estás viendo el fruto que he conseguido con la predicación del Santo Rosario; haz lo mismo, tú y todos los que aman a María, para de ese modo atraer todos los pueblos al pleno conocimiento de las virtudes”.

(Santo Domingo de Guzmán )





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