Gracias infinitas te doy, Dios de bondad,
porque me has permitido hoy asistir
a la renovación del más santo, del mas augusto y adorable
de los sacrificios; al sacrificio de tu Hijo unigénito, de tu Hijo
que descendió del Cielo para abrirme con
su muerte las puertas de la vida eterna.
Dígnate, pues, Dios misericordioso, derramar sobre mí,
por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo,
los tesoros de tu gracia para no apartarme
del camino de tu santa ley: libra mi alma de los peligros
del mundo, sostenme en las adversidades
y en el último instante de mi vida, recibe en tus manos mi espíritu,
para que pueda ir a alabarte en el Cielo eternamente.
Amen.
(Corona Católica, Jose Luis Pacheco)
No hay comentarios:
Publicar un comentario