NUESTRA LUCHA CONTRA EL MUNDO


El mundo, el demonio y la carne son enemigos de nuestra salvación. Vamos a detenernos en el primero: EL MUNDO.

¿Qué es el mundo en este contexto espiritual? Podríamos decir que es el ambiente anticristiano que se respira entre los que viven completamente olvidados de Dios y entregados por completo a las cosas de la tierra y se manifiesta de varias formas:

a) FALSAS MÁXIMAS, en directa oposición a las del Evangelio. 

El mundo exalta las riquezas, los placeres, la violencia, el fraude y el engaño puestos al servicio del propio egoísmo, la libertad para entregarse a toda clase de excesos y pecados. «Somos jóvenes, hay que disfrutar de la vida», «Hay que ganar dinero, sea como sea», «Lo principal de todo es la salud y la vida larga», estas son las máximas del mundo a las que rinde culto y vasallaje. No concibe nada más noble y elevado.

b) BURLAS Y PERSECUCIONES contra la vida de piedad, contra la ropa decente; contra los espectáculos morales, que califica de ridículos y aburridos; contra la conciencia en los negocios; contra las leyes santas del matrimonio, que juzga anticuadas e imposibles de practicar; contra la vida cristiana del hogar; contra la obediencia de la juventud, a la que proclama libre para saltar por encima de todos los frenos y barreras...

c) PLACERES Y DIVERSIONES cada vez más abundantes, refinados e inmorales; promiscuidad, libertinaje, revistas y programas de chismes, conversaciones torpes, chistes procaces, frases de doble sentido, etc., etc. No se piensa ni se vive más que para el placer.

d) ESCÁNDALOS Y MALOS EJEMPLOS casi continuos, hasta el punto de apenas poder salir a la calle, abrir un periódico, contemplar un escaparate, oír una conversación sin que aparezca en toda su crudeza una incitación al pecado en alguna de sus formas.

¿CÓMO PODEMOS LUCHAR CONTRA EL MUNDO?

1) HUIR DE LAS OCASIONES PELIGROSAS.

Renunciar de buen grado a los espectáculos que contienen veneno, siembra sus errores y excita las pasiones bajas. 

2) AVIVAR LA FE.

Hemos de oponer a las falsas apariencias del mundo la firme adhesión del espíritu a las cosas divinas: desoir sus máximas perversas, y oir las palabras de Jesucristo; cuando nos quieran tentar sus halagos y seducciones, recordaremos las promesas eternas de Dios; antepondremos la paz de nuestra alma y la serenidad de una buena conciencia a los placeres y diversiones que nos ofrece el mundo, y ante sus burlas y menosprecios, demostraremos la entereza de los hijos de Dios; ante los escándalos y malos ejemplos, consideraremos la conducta de los santos.

3) CONSIDERAR LA VANIDAD DEL MUNDO. El mundo pasa velozmente: «porque pasa la forma de este mundo» (1 Cor. 7,31), y con él pasan sus placeres y concupiscencias: «el mundo pasa y también sus concupiscencias» (1 lo. 2,17). 

4) PISOTEAR EL RESPETO HUMANO.

Se le llama respeto humano el que nos importe lo que otros piensan de nosotros. La atención al qué dirán es una de las actitudes más viles e indignas de un cristiano y una de las más injuriosas contra Dios. Para no «disgustar» a cuatro gusanillos indecentes que viven en pecado mortal, nos avergonzamos de ser seguidores de Jesús.

Jesús nos advierte claramente en el Evangelio que negará delante de su Padre celestial a todo aquel que le hubiera negado delante de los hombres (Mt. 10,33). Y San Pablo afirma de sí mismo que no sería discípulo de Jesucristo si buscase agradar a los hombres (Gal. 1,10). El cristiano que quiera santificarse ha de prescindir en absoluto de lo que el mundo pueda decir o pensar. El mundo nos odiará y perseguirá—nos lo advirtió el divino Maestro (lo. 15,18-20)—, pero, si encuentra en nosotros una actitud decidida e inquebrantable, acabará dejándonos en paz. sólo contra los cobardes que vacilan, vuelve una y otra vez a la carga para arrastrarlos nuevamente a sus filas. 

El mejor medio de vencer al mundo es no ceder un solo paso, afirmando con fuerza nuestra personalidad en una actitud decidida, clara e inquebrantable de renunciar para siempre a sus máximas y vanidades.


 (Antonio Royo Marín, TEÓLOGO)

LA IGLESIA TIENE EL ENCARGO DE CONSERVAR LA PALABRA DE DIOS

La Biblia es el libro que recoge la revelación de Dios al hombre. Sin embargo, ella se nos presenta llena de problemas: errores cosmológicos, párrafos incomprensibles, imágenes de Dios contradictorias, etc. Será, entonces, aquí necesario ir entregando los elementos que permitan comprenderla y eventualmente leerla y adherir a su contenido. 

Comenzaremos, en primer lugar, con lo que se ha llamado la “inspiración”; es decir, la afirmación de que en la Biblia estamos ante una Palabra de Dios que se comunica a través de una palabra humana. Para ello es necesario distinguir “inspiración” de “revelación”. Dios se ha revelado al hombre mediante acciones y palabras. Dios elige mediadores para revelarse al pueblo: unos realizan las acciones salvadoras (Moisés, Josué, Ciro) y otros iluminan esas acciones mediante la Palabra divina (profetas, sabios). Así como Dios ha elegido a estos mediadores, elige a otros hombres para que pongan por escrito estas acciones salvadoras y estas palabras. Esto es lo que se llama técnicamente la “inspiración” divina: el hecho de que Dios -a través de hombres concretos- es “autor” de los textos bíblicos. ¿Cómo debe entenderse esta doble autoría divino-humana? En primer lugar, hay que descartar falsas visiones: que Dios sea el autor de la Biblia no significa que la haya escrito de su puño y letra, o que la haya hecho descender del cielo, o que la haya dictado, o que haya usado a los escritores bíblicos como simples instrumentos pasivos e inconscientes de su acción. Los autores bíblicos son propia y verdaderamente autores, hombres cuya capacidad imaginativa y expresiva no queda reducida en nada por ser inspirados. Más aún, son hombres que al escribir se manifiestan enteramente enraizados en un mundo concreto. Son voz que expresa la fe de un pueblo de creyentes, voz condicionada por la cultura, preocupaciones y expresiones de ese pueblo. La “inspiración” es esa influencia misteriosa de Dios en los autores humanos de la Biblia que, respetando su forma de ser, asegura su fidelidad al poner por escrito la Revelación tanto en lo que respecta a las acciones salvadoras como a las palabras que las iluminan. La “inspiración” no asegura “la mejor expresión” de esa Revelación (no todos los autores bíblicos son buenos escritores), pero sí una consignación completa e inequívoca de lo esencial. En el fondo, estamos ante una Palabra divina que se comunica a través de una Palabra humana. Así como Dios se ha hecho hombre en Jesús de Nazareth, así la Palabra de Dios se revela en el interior de una Palabra humana. De modo que, así como no se puede percibir la divinidad de Jesús si no se conoce su humanidad, así tampoco es posible conocer la Palabra de Dios si no se toma en serio el carácter humano de la Biblia. 

La palabra de Dios no la recibiremos sino escuchando la palabra de Israel, la Palabra de la Iglesia que está en la Biblia. Dicho desde otro punto de vista, la Palabra de Dios no la podemos conocer sino mediada por la Palabra de los que nos han precedido en la fe. No existe una vía que lleve a Dios pasando por fuera de la comunidad de los creyentes. Este hecho tiene una enorme significación en cuanto a nuestro acercamiento a la Biblia. Al leerla debemos estar siempre preguntándonos "¿Qué quiso decir el autor bíblico cuando escribió esto?”, ya que en lo que él quiso comunicar, ahí mismo es donde está la Palabra de Dios. Esta tarea está muy claramente expresada por el Concilio Vaticano II: “Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano; por lo tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían decir y Dios quería dar a conocer en dichas palabras". "Para descubrir la intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros literarios" (Constitución sobre la Divina Revelación, Dei Verbum, nº 12, en adelante DV). 

¿Qué son los “géneros literarios”? Son las formas de expresión escrita que tiene una determinada cultura. Por ejemplo, en el caso de la cultura moderna, un escrito es una novela, un cuento, un poema, una carta, un libro de historia, etc. Un mensaje se transmite de forma muy diferente a través de estos medios: no le pedimos a un poema que nos relate un hecho con la misma exactitud que un libro de historia; cuando leemos un cuento sabemos que los hechos que ahí se narran son ficticios, etc. Esto que para nosotros es tan obvio no solemos aplicarlo cuando leemos la Biblia. Por ejemplo ante el libro de Jonás, que es un hermoso cuento, a veces nos preguntamos cómo hizo el protagonista para permanecer tres días en el vientre de la ballena. Los ejemplos podrían multiplicarse. Los géneros literarios son hijos de una cultura, de una época, de un pueblo. Cada uno de ellos tiene ciertas “reglas del juego” a las que el autor debe adaptarse (aunque pueda realizar una cierta “acomodación” personal) para poder ser comprendido. Por ejemplo, pensemos en como se escribe hoy una carta o un memorándum. Los géneros literarios bíblicos no son los nuestros y se ha necesitado de mucho estudio de la literatura israelita, egipcia y mesopotámica para comprenderlos. 

Para conocerlos bien nosotros debemos recurrir a los comentarios bíblicos. 10 La expresión “género literario” se utiliza con un sentido amplio cuando se habla de determinados tipos de libros, por ejemplo, los libros proféticos, sapienciales, los códigos legales, los evangelios, etc. Se utiliza también en un sentido restringido cuando alude a pequeñas unidades originalmente orales que han pasado a fomar parte de un libro. Por ej.: parábolas, proverbios, leyendas de variado tipo, relatos épicos, etc. A propósito de este tema de los géneros literarios, conviene hacer una distinción fundamental. Cuando decimos que un hecho determinado que narra un texto no es “histórico” (por ejemplo la historia de Jonás) no estamos diciendo que no sea “verdadero”. Un hecho narrado puede ser histórico o ficticio. La “verdad” (que se contrapone a la “falsedad”) de esa narración se refiere al aporte que ella hace en ese “camino de salvación” que es la verdad bíblica (ver más adelante). En el ejemplo puesto, el libro de Jonás aporta el redescubrimiento de la misión de Israel hacia los gentiles.  

La Biblia, Palabra conservada por Israel y por la Iglesia.

Suponiendo que todo lo dicho en el número anterior haya quedado claro, podemos aceptar que la Biblia es Palabra de Dios en cuanto que Él ha inspirado a diversos hombres para que con palabras escritas consignen claramente y sin falseamientos su autocomunicación mediante acciones y palabras. Sin embargo, permanece presente un importante problema: ¿quién decide cuando un libro es inspirado o no? 0, dicho de otro modo, ¿quién ha determinado cuáles son los libros que forman parte de la Biblia? Es la Iglesia, o el antiguo Israel, la que ha determinado qué libros forman parte de la Biblia. Como decíamos, el escritor de un libro bíblico es un hombre que, habiendo interiorizado de tal modo la Revelación de Dios, ha sabido, por querer de Dios mismo, expresarla plena e inequívocamente en su obra. Pero es la comunidad creyente la que ha corroborado posteriormente la perfecta concordancia entre esta obra y su convicción de fe. Es a partir de este juicio que se ha formado la Biblia. Que se ha formado el "Canon bíblico", como se dice técnicamente. Antes de seguir adelante, debemos aclarar el sentido exacto de tres términos que pueden llevar a confusiones. 

Ellos son: a) Inspiración: es decir, el hecho de que Dios, mediante un hombre, sea el autor de un libro bíblico. Es, por tanto, una característica del libro mismo. 

b) Canonicidad: es decir, el que la Iglesia haya reconocido públicamente un libro como inspirado y lo haya hecho formar parte del “canon” (lista oficial de libros inspirados) bíblico. 

c) Autenticidad: es decir, la atribución de un libro a su verdadero autor. Este es un hecho que no afecta a la fe y es demostrable empíricamente. 

Dados los conceptos de inspiración y canonicidad más arriba anotados, el que se niegue la autenticidad de un escrito (por ejemplo, el decir que la carta a los Hebreos no fue escrita por san Pablo) no significa de ningún modo negar su inspiración o su canonicidad; ya que la canonicidad no proviene del prestigio de su autor, sino del reconocimiento hecho por la Iglesia de que en él está la Palabra de Dios. Así como la Biblia es conservada por la Iglesia también debe ser leída “en Iglesia”. El Concilio nos da varias normas al respecto: "La Escritura se ha de leer e interpretar en el mismo Espíritu con que fue escrita; por tanto, para descubrir el verdadero sentido del texto sagrado hay que tener en cuenta con no menor cuidado el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe. A los exégetas toca aplicar estas normas de trabajo para ir penetrando y exponiendo el sentido de la Sagrada Escritura, de modo que con dicho estudio pueda madurar el juicio de la Iglesia. Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la Palabra de Dios" (DV, 12 c). Estas normas apuntan a una lectura integral de la Escritura: ella es obra del único Dios (“Espíritu”) que nos da en ella un “camino de salvación” (“verdad” bíblica: ver más adelante). 

Por ello al interpretar un texto no pueden aislarse de todo el proceso global de la salvación en la totalidad de los textos. También es necesario conocer cómo las diferentes generaciones de cristianos y los teólogos y el Magisterio han entendido el texto que uno estudia a lo largo de la historia de la Iglesia  (la “tradición viva de toda la Iglesia”). Por último, no se puede aislar el texto del conjunto de la Revelación (la “analogía de la fe”, que se traduce en el Credo). Obviamente estas normas se dirigen en primer lugar a los especialistas. Sin embargo, un cristiano común puede aplicarlas de hecho al leer la Biblia en grupos con una buena orientación, o en una buena edición, con buenas notas (como se ve, incluso en este último caso estamos ante una lectura “comunitaria” de la Biblia, la lectura puramente individual es la manera más segura de “perderse” en la interpretación de la Biblia). La interpretación de la Escritura corresponde a todos los cristianos; sin embargo, al Magisterio de la Iglesia le toca decir la “última palabra” en materia de interpretación (el “juicio definitivo”) cuando hay asuntos controvertidos o cuando es necesario subrayar lo central de la fe.

PEQUEÑO CURSO BÍBLICO Sergio Armstrong Cox

NO TENGO MÁS QUE UN DESEO: AMARLO


Sor Isabel de la Trinidad había hecho «suya» la doctrina de su Maestro. Volvía con predilección a la frase de san Juan: «Somos de los que hemos creído en el amor.» Hasta se puede adelantar, sin temor de exagerar, que había establecido toda su vida espiritual bajo la luz del «excesivo amor» de que habla san Pablo. «¡Siento tanto amor en mi alma! Es como un océano en el que me sumerjo,, me pierdo, es mi visión en la tierra en espera del cara a cara en la luz. Él está en mí, yo estoy en Él, no tengo más que amarlo, que dejarme amar, y esto todo el tiempo, a través de todas las cosas. Despertarse en el amor, moverse en el amor, dormirse en el amor, con el alma en su alma, el corazón en su corazón, para que con su contacto me purifique, me libre de mi miseria...»

 «Noche y día, en el cielo de su alma, ella quiere cantar el amor de su Maestro.» «No tengo más que un deseo, amarlo, amarlo todo el tiempo, velar con celo por su honor como una verdadera esposa; constituir su felicidad, hacerlo feliz construyéndole una morada y un abrigo en mi alma para que allí olvide, a fuerza de amor, todas las abominaciones que cometen los malos.»

 «Me ha amado, se ha entregado por mí.» Ese es, pues, el término del amor: darse... verterse todo entero en el amado; el amor hace salir de sí al amante para transportarlo, por medio de un inefable éxtasis, al seno del objeto amado. ¿No es verdad que este pensamiento es hermoso? Sea él como una divisa luminosa para nuestras almas; déjense éstas arrebatar por el Espíritu de amor y, bajo la luz de la fe, vayan ya a cantar con los bienaventurados el himno de amor que se canta eternamente ante el trono del Cordero. Sí, comencemos nuestro cielo en el amor. Él mismo es este amor. San Juan es quien nos lo dice: «Deus charitas est.» «Permanezcamos en Su amor y que Su amor permanezca en nosotros.» 

Como Teresa del Niño Jesús, y quizá bajo su influencia, ha encontrado su vocación en el amor: «...Quiero ser santa, santa para constituir su felicidad; pedidle que yo no viva más que de amor: “es mi vocación”.»«...Creo que es el amor el que nos permite detenernos mucho tiempo aquí abajo y por lo demás san Juan de la Cruz lo dice formalmente; tiene un capítulo admirable en donde describe la muerte de las almas víctimas del amor, los últimos asaltos que les libra, luego los ríos del alma que van a perderse en el océano del amor divino y se parecen ya a mares: tan inmensos son. 

San Pablo dice que “nuestro Dios es un fuego que consume.” Si nos mantenemos todo el tiempo unidas con Él, con una mirada de fe, simple y amorosa; si, como nuestro Maestro adorado, podemos decir al final de cada día: “Porque amo a mi Padre, hago siempre lo que le agrada”, ya sabrá Él consumirnos, e iremos a perdernos en el inmenso hogar para arder contentas durante la eternidad.» En el momento en que todo muere en ella, resplandece más que nunca esta primacía del amor. Recibe al sacerdote que le lleva la Extremaunción, exclamando: «¡Oh Amor... Amor... Amor...»


M.M. PHILIPON, O.P. LA DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL DE LA TRINIDAD


DE LA PACIENCIA EN LAS ENFERMEDADES (San Alfonso Mª de Ligorio)


Decía San Vicente de Paúl: «Si conociésemos el precioso tesoro encerrado en las enfermedades, las recibiríamos con aquella alegría con que se reciben los más insignes beneficios». Por lo cual, hallándose el Santo trabajado continuamente por tantas enfermedades, que a menudo no le dejaban reposo ni de día ni de noche, lo soportaba todo con tal paz y serenidad de rostro: sin la más mínima queja, que se diría no padecía mal alguno. ¡Ah, y cómo edifica el enfermo que sufre la enfermedad con el rostro sereno de un San Francisco de Sales, el cual, en sus enfermedades, se limitaba a exponer sencillamente al médico su mal, tomaba con escrupulosa exactitud los remedios que le recetaba, por desabridos que fuesen, y luego quedaba en paz, sin lamentarse de lo que padecía! ¡De cuán diversa manera obran los imperfectos, que, por cualquier malecillo que padecen, andan siempre lamentándose con todos y quisieran que todos, familiares y amigos, las rodearan compadeciendo sus males! Santa Teresa exhortaba así a sus religiosas: «Sabed sufrir un poquito por amor de Dios, sin que lo sepan todos». 

El venerable P. Luis de la Puente fue en un Viernes Santo regalado por Jesucristo con tantos dolores corporales, que no había en su cuerpo parte libre de particular tormento; contó a un su amigo este padecimiento, pero luego se arrepintió, de tal modo que hizo voto de no declarar a nadie lo que en adelante padeciese. Dije que el Señor le regaló, porque los santos estimaban como regalos las enfermedades y dolores que el Señor les enviaba. 

Cierto día, San Francisco de Asís se hallaba en cama, acabado de dolores, y un compañero que le asistía le dijo: «Padre, ruegue a Dios que le alivie este trabajo y que no cargue tanto la mano sobre vos». Al oír esto, se lanzó prontamente el Santo de la cama y, arrodillado en tierra, se puso a dar gracias a Dios de aquellos dolores, y, vuelto al compañero, le dijo: «Sepa, hermano, que, si no supiese yo que había hablado por sencillez, no quisiera volverlo a ver». 

 Enfermo habrá que diga: –A mí no me desagrada tanto padecer cuanto verme imposibilitado de ir a la iglesia para practicar mis devociones, comulgar y oír la misa; no puedo ir al coro a rezar el oficio con mis compañeros; no puedo celebrar, ni siquiera puedo hacer oración, por los dolores y desvanecimientos de cabeza. –Pero, por favor, dígame: y ¿para qué quiere ir a la iglesia o al coro? ¿Para qué ir a comulgar, a celebrar o a oír misa? ¿Para agradar a Dios? Pero si ahora no le agrada a Dios que rece el oficio, que comulgue ni que oiga misa, sino que lleve con paciencia en el lecho las penalidades de la enfermedad... Si esta mi respuesta no es de su agrado, es señal de que no busca lo que a Dios agrada, sino lo suyo. El venerable P. Maestro Ávila, escribiendo a un sacerdote que se quejaba de este modo, le dice: «No tantéis lo que hiciérades estando sano, mas cuánto agradaréis al Señor con contentaros con estar enfermo. Y si buscáis, como creo que buscáis, la voluntad de Dios puramente, ¿que más se os da estar enfermo que sano, pues que su voluntad es todo nuestro bien?». Decís que no podéis hacer oración porque anda desconcertada la cabeza. Concedido: no podéis meditar, pero ¿y no podéis hacer actos de conformidad con la voluntad de Dios? Pues sabed que, si os ejercitáis en tales actos, tenéis la mejor oración que podéis tener, abrazando con amor los dolores que os afligen. 

Así lo hacía San Vicente de Paúl: cuando estaba gravemente enfermo, se ponía suavemente en la presencia de Dios, sin violentarse en aplicar el pensamiento en un punto particular, y se ejercitaba de cuando en cuando en algún acto de amor, de confianza, de acción de gracias y, más a menudo, de resignación, mayormente cuando con más fiereza le asaltaban los dolores. San Francisco de Sales decía que «las tribulaciones, consideradas en sí mismas, son espantosas; pero, consideradas como voluntad de Dios, son amables y deleitosas». ¿Que no podéis hacer oración? Y ¿qué mejor oración que repetir las miradas al crucifijo, ofreciéndole los trabajos que sufrís y uniendo lo poco que padecéis a los inmensos dolores padecidos por Jesucristo en la cruz? Hallándose en cama cierta virtuosa señora, víctima de graves dolencias, una criada le puso en manos el crucifijo, diciéndole que rogase a Dios la librase de aquellos dolores; a lo que respondió la enferma: «Pero ¿cómo me pides ruegue a Dios que me baje de la cruz, teniéndole crucificado en mis manos? Líbreme Dios de ello, pues quiero padecer por el que padeció por mí dolores mayores que los míos». 

Que fue lo que el mismo Señor dijo a Santa Teresa, hallándose apretada de grave enfermedad, apareciéndosele todo llagado: «Mira estas llagas, que nunca llegarán aquí tu dolores». Por lo que la Santa solía decir después cuando le aquejaba cualquier enfermedad: «¡Oh Señor mío!, cuando pienso por qué de maneras padecistes y como por ninguna lo merecíades, no sé qué me diga de mí ni dónde tuve el seso cuando no deseaba padecer, ni adónde estoy cuando me disculpo». Santa Liduvina estuvo treinta y ocho años en continuos padecimientos de fiebres, gota, inflamación de la garganta y llagas por todo el cuerpo; pero, teniendo siempre ante la vista los dolores de Jesucristo, se la veía en cama alegre y jovial. Cuéntase también de San José de Leonisa que, teniendo el cirujano que hacerle una dolorosa operación, ordenó lo ataran para evitar los movimientos por efecto del dolor, y el Santo, tomando en manos el crucifijo, exclamó: «¿Para qué esas cuerdas y para qué esas ataduras? Éste es quien me hará soportar pacientemente todo dolor por amor suyo»; y así sufrió la operación sin proferir una queja. 

El mártir San Jonás, condenado a permanecer durante una noche dentro de un estanque helado, dijo por la mañana que nunca había pasado una noche tan tranquila como aquélla, porque se había representado a Jesucristo pendiente de la cruz, y así sus dolores, en comparación con los de Cristo, se le habían hecho más bien regalos que tormentos. ¡Cuántos méritos se pueden alcanzar con sólo sufrir pacientemente las enfermedades! Le fue dado al P. Baltasar Álvarez ver la gloria que Dios tenía preparada para cierta religiosa ferviente que había sufrido con paciencia ejemplarísima la enfermedad, y decía que más había merecido aquella religiosa en ocho meses de enfermedad que otras de vida ejemplar en muchos años. Sufriendo con paciencia los dolores de nuestras enfermedades, se compone en gran parte, quizá la mayor, la corona que Dios nos tiene dispuesta en el paraíso. Esto precisamente se le reveló a Santa Liduvina, quien, después de haber sobrellevado tantas y tan dolorosas enfermedades como arriba se apuntó, deseaba morir mártir por Jesucristo, cuando cierto día que suspiraba por tal martirio víó una hermosa corona, pero no acabada aún, y oyó que se preparaba para ella, por lo que la Santa, deseosa de que se acabara, pidió al Señor que le aumentara los padecimientos. La escuchó el Señor y le envió unos soldados, que la maltrataron no sólo de palabra, sino apaleándola. Acto continuo se le apareció un ángel con la corona ya acabada, y le dijo que aquellos últimos tormentos habían terminado de engastar las perlas que faltaban, y poco después murió. 

 Para las almas que aman ardientemente a Jesucristo, los dolores e ignominias se tornan suaves y deleitables. De ahí que los santos mártires fuesen con tanta alegría al encuentro de los ecúleos, las uñas de hierro, las planchas ardientes y las hachas de los verdugos. El mártir San Procopio, cuando el tirano le atormentaba, le decía: «Atorméntame cuanto te plazca, pero ten por entendido que los amadores de Jesucristo nada estiman más precioso que padecer por su amor». San Gordiano, también mártir, decía al tirano que le amenazaba con la muerte: «Tú me amenazas con la muerte, pero lo que yo siento es no poder morir más que una vez por Jesucristo». Pero ¿por qué los mártires, pregunto yo, hablaban de esta manera? ¿Eran acaso insensibles a los tormentos o habían perdido el juicio? No, responde San Bernardo; no hizo esto la estupidez, sino el amor. No eran estúpidos, sino que sentían perfectamente los tormentos y dolores que les hacían padecer; pero, porque amaban a Jesucristo tenían a gran ganancia sufrir tanto y perderlo todo, aun la misma vida, por su amor. En tiempo de enfermedad debemos, sobre todo, estar dispuestos a aceptar la muerte, y la muerte que a Dios le plazca. Tenemos que morir y alguna ha de ser nuestra última enfermedad; así que en cada una de ellas habemos de estar dispuestos a abrazar la que Dios nos tenga aparejada. 

Pero dirá algún enfermo: «Yo cometí muchos pecados y no hice penitencia de ellos, por lo que quisiera vivir, no por vivir, sino para satisfacer a la justicia divina antes de morir». Pero dime, hermano mío, ¿cómo sabes que viviendo harás penitencia y no serás peor de lo que antes fuiste? Ahora puedes esperar de la misericordia divina que te habrá perdonado. ¿Qué mayor penitencia que estar pronto a aceptar resignadamente la muerte si tal es la voluntad de Dios? San Luis Gonzaga, muerto en la juventud de los veintitrés años, se abrazó alegremente con la muerte, diciendo: «Ahora confío hallarme en gracia de Dios, y como ignoro lo que después acontecerá, muero contento si al Señor le place llamarme ahora a la otra vida». El P. Maestro Ávila decía «que cualquiera que se hallase con mediana disposición debía antes desear la muerte que la vida, por razón del peligro en que se vive, que todo cesa con la muerte». Además, en este mundo no se puede vivir, debido a nuestra natural debilidad, sin cometer algún pecado, al menos venial; aun cuando no sólo fuera más que para evitar el peligro de ofender a Dios venialmente, deberíamos abrazarnos alegremente con la muerte. Por otra parte, si amamos verdaderamente a Dios, debíamos suspirar ardientemente por verle en el paraíso y amarle con todas nuestras fuerzas, cosa que no se puede hacer perfectamente en esta vida; pero si la muerte no nos abre aquella puerta, no podremos entrar en la dichosa patria del amor. Por esto exclamaba el enamorado de Dios, San Agustín: «¡Ea, Señor, muérame yo para contemplarte!». Señor, permitidme morir, pues si no muero, no puedo llegar a veros y amaros cara a cara.

(Práctica de amor a Jesucristo, San Alfonso Mª de Ligorio)

LA CONTINENCIA ES UN FIN MÁS ELEVADO QUE EL MATRIMONIO


El matrimonio es un verdadero bien, porque un bien es incuestionablemente criar hijos y gobernar la casa con sabiduría y prudencia; pero, en cambio, es aún mejor no casarse.

En los primeros tiempos de la humana progenie, atendiendo de un modo particularísimo a la propagación y crecimiento del pueblo de Dios, que era el que había de profetizar y de donde había de nacer el Príncipe y Salvador del mundo, hubieron de usar los santos del bien del matrimonio, no por ser ideal en sí mismo, sino por ser necesario para la obtención de otro fin. 

Pero como, en la presente condición del mundo, en todo el orbe se da un gran número de hombres espirituales para poder constituir una sociedad santa y perfecta, débese aconsejar a aquellos que anhelen contraer matrimonio, incluso a los que solo pretendan el fin único y legítimo de tener prole, que prefieran el bien de la continencia, como un bien mucho más excelente y elevado que el matrimonio.

Ya sé que hay quienes no son de este parecer y que con sordina replican: "¿Y qué acontecería si los hombres todos se abstuvieran de toda unión conyugal? ¿Cómo podría subsistir el género humano?". 

Pluguiera a Dios que todos apetecieran aquel bien de la continencia, siempre que a ello fueran compelidos por la caridad que nace de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe no fingida, porque así se completaría mucho antes la ciudad de Dios y se aceleraría más rápidamente el fin de los siglos.

¿Y qué otra cosa, en efecto, parece exhortarnos el Apóstol a realizar cuando dice: Desearía que todos fueseis como yo mismo, esto es, célibes?  El que no tiene mujer, anda únicamente solícito de las cosas del Señor y en lo que ha de hacer para agradar a Dios. Al contrario: el que tiene mujer, anda afanado en las cosas del mundo y en cómo ha de agradar a la mujer, y así se halla dividido. De la misma manera, la mujer no casada o una virgen piensa en las cosas de Dios para ser santa en cuerpo y alma. Mas la casada piensa en las del mundo y en cómo ha de agradar al marido. Estas palabras de San Pablo me fuerzan a creer que en los tiempos que corremos deberían casarse solamente aquellos que no pueden guardar continencia, según la sentencia del mismo Apóstol: Pero si no pueden contenerse, cásense, pues es mejor casarse que abrasarse.

(San Agustín, sobre el matrimonio)

ADVIENTO


El Adviento se viste de violetas.
Es, en el alma, tensión de espera.

No es aún la cosecha:
es primavera.

El Adviento es hambre de pan,
clamor de profetas;
es mugido en los establos
y cónclave en las estrellas.

El Adviento es llamada en los cielos,
luna que al sueño despierta,
suave temblor de alborada que alerta,
pasos de peregrinos que inquietan.

El Adviento es gravidez
que viene pidiendo urgencias.
Ya están convocados ángeles y reyes,
pastores, pesebre y bueyes…

El Adviento es Ella, es la Virgen bella,
serena, ante el cuenco de pajas que ya se quiebran.
Ya se escucha el «Gloria» en las lejanías.
El Adviento es Ella: ¡Santa María!

(Padre Jesús del Castillo)

¡OH ALMAS REDIMIDAS!

Es de considerar aquí que la fuente y aquel sol resplandeciente que está en el centro del alma no pierde su resplandor y hermosura que siempre está dentro de ella, y no hay cosa que pueda quitar su hermosura.  Pero si sobre un cristal que está al sol se pusiese un paño muy negro, claro está que, aunque el sol dé en él, no hará su claridad operación en el cristal.

¡Oh almas redimidas por la sangre de Jesucristo! ¡Entendeos y habed lástima de vosotras! ¿Cómo es posible que entendiendo esto no procuráis quitar esta pez (suciedad) de este cristal? Mirad que, si se os acaba la vida, jamás tornaréis a gozar de esta luz. 

¡Oh Jesús, qué es ver a un alma apartada de ella! ¡Cuáles quedan los pobres aposentos del castillo! ¡qué turbados andan los sentidos, que es la gente que vive en ellos!.

Donde está plantado el árbol que es el demonio, ¿qué fruto puede dar?

(Santa Teresas de Jesús, "Las moradas")

SANTIFICARÁS LAS FIESTAS


El tercer mandamiento de la ley de Dios es: "Santificarás las fiestas"

Los domingos y fiestas de precepto hay que abstenerse de los trabajos que impiden dar culto a Dios. 

A no ser que sean necesarios para el Servicio Público, como las profesiones de médicos, enfermeros, seguridad etc... o no se puedan aplazar por circunstancias imprevistas o por ser urgentes.

Está permitido trabajar en obras de caridad y apostolado. También se puede estudiar y practicar el arte.

Para santificar las fiestas es necesario, lo primero, cumplir con el precepto de oír Misa y de no trabajar sin necesidad. Pero también hay que evitar toda diversión que suponga una ofensa a Dios.

La palabra «Domingo» significa «Día del Señor», y muchos, con sus pecados, lo convierten en día de Satanás.

(Para Salvarte, P. Jorge Loring)

FIAT A LA SANTIDAD EN EL TIEMPO DE ADVIENTO


 La Madre Teresa de Calcuta, hasta la edad de 36 años era una religiosa de la Congregación de Loreto, fiel a su vocación y dedicada a su trabajo, pero nada hacía prever en ella algo extraordinario. Fue durante un viaje en tren desde Calcuta a Darjeeling por su retiro espiritual anual cuando ocurrió el hecho que cambió su vida. La voz misteriosa de Dios le dirigió una invitación clara: deja tu orden, tu vida anterior y ponte a mi disposición para una obra que yo te indicaré. 

Gracias a los documentos que salieron a la luz durante el proceso de beatificación, conocemos hoy las palabras exactas que le dijo Jesús: «Deseo religiosas indias, Misioneras de la Caridad, que sean mi fuego de amor entre los más pobres, los enfermos, los moribundos, los niños de la calle. Quiero que tu conduzcas hacia mí a los pobres... ¿Rechazarías hacer esto por mí?». Y también: «Hay conventos con muchas religiosas que se ocupan de las personas ricas y favorecidas, pero para mis indigentes no existe absolutamente ninguno».

Al final, Madre Teresa, como María, dijo a Dios su pleno fiat, «sí». Lo dijo con los hechos que conocemos y lo dijo con gozo.

También en su libro autobiográfico Don y Misterio, el San Juan Pablo II escribe: «En otoño de 1942 tomé la decisión definitiva de entrar en el seminario» : la cursiva en el texto indica muchas explicaciones que no se ofrecen, pero que se intuyen. Esa decisión fue precedida también de una llamada; fue la decisión de responder a una invitación, como es toda vocación sacerdotal. Ahora sabemos qué construyó Dios sobre esa decisión, sobre aquel «Aquí estoy, yo iré», pronunciado en el lejano 1942.

Todos hemos recibido la llamada a la santidad, digamos sí a Dios, pronunciemos ese FIATen este tiempo de Adviento.


(Meditación de Adviento, Padre Raniero Cantalamessa, ofm)

CÓMO FUE NOMBRADO SAN JOSÉ, PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL


En el siglo XIX, hubo un movimiento del sentir popular pidiendo la declaración del patrocinio de san José sobre toda la Iglesia. Entre los cientos de cartas que llegaron al escritorio de Pío IX estaba la de un sacerdote dominico, el Beato Juan José Lataste, en la que contaba al Papa que había ofrecido su vida para que llegase esa declaración pontificia. El Papa, muy movido por esa petición en particular, en la Solemnidad de la Inmaculada de 1870, invocaba urbi et orbi ese patrocinio en las misas de todas las basílicas pontificias en que se leyó el Decreto Quemadmodum Deus de la Sagrada Congregación de Ritos, donde se decía: 

“Del mismo modo que Dios constituyó al otro José, hijo del patriarca Jacob, gobernador de toda la tierra de Egipto para que asegurase al pueblo su sustento, así al llegar la plenitud de los tiempos, cuando iba a enviar a la tierra a su Hijo Unigénito para la salvación del mundo, designó a este otro José, del cual el primero era un símbolo, y le constituyó Señor y Príncipe de su casa y de su posesión y lo eligió por custodio de sus tesoros más preciosos. Porque tuvo por esposa a la inmaculada Virgen María, de la cual por obra del Espíritu Santo nació Nuestro Señor Jesucristo, tenido ante los hombres por hijo de José, al que estuvo sometido. Y al que tantos reyes y profetas anhelaron contemplar, este José no solamente lo vio, sino que conversó con él, lo abrazó, lo besó con afecto paternal y con cuidado solícito alimentó al que el pueblo fiel tomaría como pan bajado del cielo para la vida eterna. Por esta sublime dignidad que Dios confirió a su siervo bueno y fidelísimo, la Iglesia, después de su esposa, la Virgen Madre de Dios, lo veneró siempre con sumos honores y alabanzas e imploró su intercesión en los momentos de angustia. Y puesto que en estos tiempos tristísimos la misma Iglesia es atacada por doquier por sus enemigos y se ve oprimida por tan graves calamidades que parece que los impíos hacen prevalecer sobre ella las puertas del infierno, los venerables obispos de todo el orbe católico, en su nombre y en el de los fieles a ellos confiados, elevaron sus preces al Sumo Pontífice para que se dignara constituir a san José por patrono de la Iglesia Universal. Al haber sido renovadas con más fuerza estas mismas peticiones y deseos durante el Santo Concilio Ecuménico Vaticano, Nuestro Santísimo Papa Pío IX, conmovido por la luctuosa situación de estos tiempos, para ponerse a sí mismo y a todos los fieles bajo el poderosísimo patrocinio del santo patriarca José, quiso satisfacer los votos de los obispos y solemnemente lo declara PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL” ordenando que su fiesta del 19 de marzo se celebrara en lo sucesivo con rito doble de primera clase, sin octava por motivo de caer en Cuaresma. También dispuso que esta declaración se publicara medainte el presente decreto de la Sagrada Congregación de Ritos en este día de la Inmaculada Concepción de la Virgen madre de Dios y esposa del castísimo José.

 Día 8 de diciembre de 1870

C. Episc. Oslien. et Velitern. Card. PATRIZI S. R. C. Praef.

(Francisco Cerro Chaves, obispo)

ESPERA LA VIRGEN PURA

Espera la Virgen pura,
el momento ya inminente,
en que dé a luz al Infante
que ha concebido en su vientre,
porque va a nacer el día
veinticuatro de diciembre.

En la grávida doncella
un gozo especial se advierte
y hay un brillo en su mirada
que sobrepasa con creces
la belleza y el candor
que imaginarse uno puede.

Espera la Virgen pura,
el momento ya inminente,
en que la familia humana,
sumida en sombras de muerte,
con la venida del Niño,
la claridad recupere
y se sienta hija de Dios
y heredera de sus bienes.

Espera la Virgen pura,
el momento ya inminente,
en que aparezca en la tierra
el que será Rey de Reyes
y el que abra al hombre las puertas
de las moradas celestes.

Mientras llega ese momento,
la esperanza la mantiene
en una íntima vigilia
de ternuras y quereres,
siempre atenta a los anuncios
que a su Niño se refieren
porque sabe a ciencia cierta
que, ya en el mismo Pesebre,
será preciso que empiece
a cumplir con sus deberes.

Gozosa mira a José,
ensimismada y silente,
mientras piensa que su Niño
llenará el globo terrestre
de amor e instaurará un reino
que durará eternamente.

(Francisco Vaquerizo, Poemas de Adviento)

YO SOY LA VERDADERA FLOR



Cuenta Santa Verónica Giuliani:

"A los tres o cuatro años, estando una mañana en el huerto gustosamente entretenida en coger flores, me pareció ver visiblemente al Niño Jesús acompañándome en coger dichas flores. 

Al punto dejé de cogerlas y me fui hacia el divino Niño con deseo de asirlo, y me pareció que me decía: 

“Yo soy la verdadera flor”. 

Y desapareció, dejándome cierta luz que me movía a no tomar gusto en las cosas momentáneas: me hallaba con la atención fija en el divino Niño. Se me había grabado tanto en la mente, que estaba como loca y no me daba cuenta de lo que hacía. 

Corría de un sitio para otro por ver si lo podía encontrar. Y recuerdo que mi madre y mis hermanas trataban de detenerme para que no siguiese corriendo, y me decían: “¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto loca?”. 

Yo me reía y no decía nada; y sentía que no podía estar quieta. A cada paso volvía al huerto para ver si aparecía. Todo mi pensamiento se hallaba fijo en el Niño Jesús. 


(Santa Verónica Giuliani, P. Ángel Peña O.A.R.)

MARÍA (Padre Pedro Miguel Lamet, SJ, poema de adviento)

Cuando contemplo el brillo de mi aldea
bajo el sol que se ríe con la fuente,


o el trigo que se mece blandamente
y promete nacer mientras verdea;

cuando escucho a José que carpintea
una cuna de olivo, oigo a la gente
que me sabe feliz porque presiente
una ola de luz con la marea…,

los ojos cierro y palpo tu presencia
en este santuario de mi seno.
Oh, mi niño, te siento en mi regazo,
y te escucho latir con la querencia
de un vacío que nunca estuvo lleno,
y un mundo desvalido sin tu abrazo

(Padre Pedro Miguel Lamet, SJ)

QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR


Quiero estar en vela, Señor

Preparado para que, cuando Tú llames, yo te abra

Despierto para que, cuando Tú te acerques, te deje entrar

Alegre para que, cuando Tú te presentes, veas mi alegría


QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR

Que, el tiempo en el que vivo, no me impida ver el futuro

Que, mis sueños humanos, no eclipsen los divinos

Que, las cosas efímeras, no se antepongan sobre las definitivas


QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR

Y que, cuando nazcas, yo pueda velarte

Para que, cuando vengas, salga a recibirte

Y que, cuando llores, yo te pueda arrullar


QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR

Para que, la violencia, de lugar a la paz

Para que los enemigos se den la mano

Para que la oscuridad sea vencida por la luz

Para que el cielo se abra sobre la tierra


QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR

Porque el mundo necesita ánimo y levantar su cabeza

Porque el mundo, sin Ti, está cada vez más frío

Porque el mundo, sin Ti, es un caos sin esperanza

Porque el mundo, sin Ti, vive y camina desorientado


QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR

Prepara mi vida personal: que sea la tierra donde crezcas

Trabaja mi corazón: que sea la cuna donde nazcas

Ilumina mis caminos: para que pueda ir por ellos y encontrarte

Dame fuerza: para que pueda ofrecer al mundo lo que tu me das


Quiero estar, en vela, Señor

Entre otras cosas porque, tu Nacimiento,

será la mejor noticia de la Noche Santa

que se hará madrugada de amor inmenso en Belén.

¡VEN, SEÑOR!


Posted by Reflejos de Luz , Adviento

DIOS EN SU BONDAD TAMBIÉN NOS DA AL ÁNGEL CUSTODIO

 El amor de Dios es inmenso en extremo, no cabe en nuestra mente humana el amor que nos tiene Dios. 

No solo se contenta con entregar a su Hijo único, que bajó del Cielo, de la eternidad y se ajustó a este tiempo, se hizo carne, semejante a nosotros menos en el pecado, para que lo pudiésemos comprender mejor, sino que ese Hijo se ha quedado con nosotros hasta el fin de los tiempos en la Eucaristía para darnos fuerza.

No solo se contenta con darnos a María como Madre nuestra, refugio de pecadores, sino que nos da también un Padre que nos ayuda en nuestro caminar, como es San José y que no nos niega ninguna gracia que le pidamos con fe.

No solo se contenta con morar en nuestros corazones, para enriquecernos de sus gracias, sino que nos da desde que nacemos un compañero invisible, un Ángel Custodio que nos inspira y nunca nos deja.

Más atenciones no puede tener Dios con nosotros, sin contar con la intercesión de los santos, o con personas maravillosas que nos pone en nuestro camino cada día, en fin, son tantas cosas, como dice el salmo: "cuantos planes en nuestro favor"




LA MEJOR ORACIÓN ES ACEPTAR LA VOLUNTAD DE DIOS


Hay gente que no aceptan la voluntad de Dios cuando están enfermos, dicen que no pueden hacer oración, pero ¿qué mejor oración que repetir las miradas al crucifijo, ofreciéndole los trabajos que sufrís y uniendo lo poco que padecéis a los inmensos dolores padecidos por Jesucristo en la cruz? 

Hallándose en cama cierta virtuosa señora, víctima de graves dolencias, una criada le puso en manos el crucifijo, diciéndole que rogase a Dios la librase de aquellos dolores; a lo que respondió la enferma: «Pero ¿cómo me pides ruegue a Dios que me baje de la cruz, teniéndole crucificado en mis manos? Líbreme Dios de ello, pues quiero padecer por el que padeció por mí dolores mayores que los míos»


(Práctica de amor a Jesucristo, San Alfonso Mª de Ligorio)

LO QUE HABÉIS DE HACER (Santa Teresa de Calcuta)

 

Cuando yo tenga hambre, 

me darás de comer; 

cuando yo tenga sed, me darás de beber. 

Lo que hagáis 

con el más pequeño de los míos, 

conmigo lo hacéis. 

Entrad ahora en la casa de mi Padre. 

Cuando yo estaba sin alojamiento, 

tú me abriste las puertas; 

cuando yo estaba desnudo, 

tú me diste tu manto; 

cuando yo estaba cansado, 

tú me ofreciste reposo; 

cuando yo andaba inquieto, 

tú calmaste mis tormentos; 

cuando yo era pequeño, 

tú me enseñaste a leer; 

cuando yo estaba solo, tú me diste amor; 

cuando yo estaba en prisión, 

tú viniste a mi celda; 

cuando yo estaba enfermo, tú me cuidaste; 

en país extranjero, tú me acogiste; 

en paro, tú me encontraste empleo; 

herido en el combate, vendaste mis heridas; 

buscando la bondad, me tendiste la mano; 

cuando yo era negro, o amarillo o blanco, 

insultado y abochornado, 

tú me llevaste mi cruz; 

cuando yo era anciano, 

me ofreciste tu sonrisa; 

cuando yo estaba hundido, 

tú compartiste mi pena; 

tú me has visto 

cubierto de sangre y de salivazos; 

tú me has reconocido 

bajo mis sudores fatales; 

cuando se reían de mí, estuviste a mi lado, 

y cuando yo era feliz, 

tú compartiste mi alegría. 

LA ORACIÓN EN EL HUERTO (Gerardo Diego)

 Por la puerta de la Fuente

fueron saliendo los once.

En medio viene Jesús

abriendo un surco en la noche.


Aguas negras del Cedrón,

de su túnica recogen

espumas de luna blanca

batida en brisas de torres.


Jesús viene comprobando,

Pastor, sus ovejas nobles,

y se le nublan los ojos

al no poder contar doce.


«Pues la Escritura lo dice,

me negaréis esta noche.

Herido el Pastor, la grey

dispersa le desconoce.»


Entre los mantos, relámpagos

de dos espadas relumbran.

La luna afila sus hielos

en las piedras de las tumbas.


Ya las chumberas, las pitas

erizan sienes de agujas

y quisieran llorar sangre

por sus coronadas puntas.


Ya entraron al huerto donde

las aceitunas se estrujan,

Getsemaní de los óleos,

hoy almazara de angustias.


Ya Pedro, Juan y Santiago

bajo un olivo se agrupan,

como un día en el Tabor,

aunque hoy sin lumbre sus túnicas.


La noche sigue volando

--alas de palma y de juncia--

y, llena de sí, derrama

su triste látex la luna.


Se oye el rumor a lo lejos

de cortejos y cohortes.

Y el sueño pesa en los párpados

de los tres fieles mejores.


Jesús, solo, abandonado,

huérfano, pavesa, Hombre,

macera su corazón

en hiel de olvido y traiciones.


«Padre, apártame este cáliz.»

Sólo el silencio le oye.

La misma naturaleza

que le ve, no le conoce.


«Hágase tu voluntad.»

Y, aunque lleno hasta los bordes,

un corazón bebe y bebe

sin que nadie le conforte.


El sudor cuaja en diamantes

sus helados esplendores,

diamantes que son rubíes

cuando las venas se rompen.


Por fin, un Ángel desciende,

mensajero de dulzuras,

y con un lienzo de nube

la mustia cabeza enjuga.


Ya la luz de las antorchas

encharca en movibles fugas

y acuchilla de siniestras

sombras el huerto de luna.


Los discípulos despiertan.

Huye, ciega, la lechuza.

Y Jesús, lívido y manso,

se ofrece al beso de Judas.


(Poema de Gerardo Diego)

EL PURGATORIO ES DE UNA LÓGICA ADMIRABLE

 No debemos extrañarnos de los tormentos que el alma sufre en el Purgatorio. Nosotros consideramos nuestras culpas con nuestro criterio y nos parecen cosas insignificantes, con el mismo criterio equivocado consideramos nuestras mezquinas obras buenas como si fueran heroicas, y no vemos sus miserias, y por lo tanto de cuánta purificación tienen necesidad para llegar a ser joyas de la corona inmortal. 

Una comparación nos ayudará a entenderlo: fueron lanzados hacia la luna los misiles de los americanos, pero el lanzamiento no resultó, porque la trayectoria del lanzamiento para poner el misil en órbita, se había desviado un milésimo de milímetro. 

Este milésimo, en esta tierra, era una cosa sin importancia, sin embargo, este milésimo de milímetro en el lanzamiento se volvió cientos de kilómetros, por la desviación inicial. El ángulo es un punto casi invisible, pero los lados se abren hacia el infinito. 

Cada pecado venial, a nosotros nos parece poca cosa, tanto es así que lo cometemos con gran facilidad e inconsciencia. Pero, cada acción nuestra no se limita a la tierra, ni es calculada según criterios terrenales, tiende hacia Dios, porque es el precio de la conquista de la eterna felicidad. 

La culpa es un desentonar en la armonía del amor. Un violín con una cuerda desafinada no puede participar en una orquesta. La cuerda del violín puede estar desafinada o por soltura de la cuerda o por un desperfecto de la caja armónica del instrumento. Será necesario estirarla con un esfuerzo, que sería penoso para la cuerda o arreglar el desperfecto de la caja armónica. 

Dios es el primer principio y el último fin, y si el alma, no tiende a Él, está desviada de su trayectoria y debe rectificarla.

El fuego, el dolor, las penas del Purgatorio son una cosa lógica, que Ileva consigo su razón de ser como son lógicas todas las verdades de la fe. 

Nuestra mezquindad debe acercarse al infinito amor y debe volverse amor. 

(El Purgatorio, Padre Dolindo Ruotolo)




LA SUPREMA DIGNIDAD DE MARÍA


 La Madre de Dios no tuvo defecto alguno en su concepcion, todos los santos Padres han hablado de la pureza de la Madre de Dios que parece quisieron decir, que no tuvo parte en el delito del primer hombre. 

Nosotros, sin traspasar los límites que nos prescribe la teología, añadimos con segura confianza , que aquella niña que se concibió destinada a ser Madre de Dios, desde el instante primero de su ser, fue enriquecida de las más admirables perfecciones y privilegios y sublimada sobre todos los bienaventurados y conforme a las más eminentes ideas de la Incomprensible Sabiduría . 

Por lo que, desde el momento de su concepción se llevó las complacencias de aquel Señor que la hizo nacer de la sangre de David por la rama de Salomon, para que fuera Esposa del más puro y feliz entre los mortales, San José y Madre del que no tuvo pecado. 

Es de lógica reconocer la suprema dignidad de una Madre, cuyo Hijo inmaculado fue nada menos que el Hombre Dios, por eso Dios la puso y representó en el frontispicio del firmamento y de las otras primeras obras de la creación, y bajo la alegoría de una mujer victoriosa de la serpiente del paraíso.


(Padre Jose Ignacio Vallejo)

LA CRUZ NOS INVITA A CAMBIAR NUESTRA VIDA


 La Cruz nos descubrirá así al verdadero Dios: al Dios humilde. Y humilde en el sentido más radical de la palabra: el grande que se inclina ante el débil, el todopoderoso que valora lo pequeño no porque reconozca que «también lo pequeño tiene su valor», sino que lo valora «precisamente porque es pequeño».

Por todo esto digo que la Cruz es «revolucionaria», porque está llamada a cambiar nuestros conceptos, nuestras ideas sobre la realidad. A cambiar, sobre todo, nuestra vida.

Porque desde la cruz Jesús nos dice: «mirad lo que yo he hecho por vuestro amor, tomad vuestra cruz, seguidme». Jesús no murió para despertar nuestras emociones, sino para salvarnos, para invitarnos a una nueva y distinta manera de vivir. Una cruz que no conduce al seguimiento es cualquier cosa menos la de Cristo.

(Jose Luis Martín Descalzo, La Cruz y la Gloria)

ENTREGAR A MARÍA NUESTRO CUERPO Y ALMA PARA QUE ELLA LOS PREPARE

 


Los predestinados aman con filial afecto y honran efectivamente a la Santísima Virgen como a su cariñosa Madre y Señora. La aman no sólo de palabra, sino de hecho. La honran no sólo exteriormente, sino en el fondo del corazón. Evitan, como Jacob, cuanto pueda desagradarle y practican con fervor todo lo que creen puede granjearles su benevolencia. 

Le llevan y entregan no ya dos cabritos, como en la Biblia Jacob a su madre Rebeca, sino lo que representaban los dos cabritos de Jacob, es decir, su cuerpo y su alma, con todo cuanto de ellos depende, para que María:

1) los reciba como cosa suya; 

2) los mate y haga morir al pecado y a sí mismos, desollándolos y despojándolos de su propia piel y egoísmo, para agradar por este medio a su Hijo Jesús, que no acepta por amigos y discípulos sino a los que están muertos a sí mismos; 

3) los aderece al gusto del Padre celestial y a su mayor gloria, que Ella conoce mejor que nadie; 

4) con sus cuidados e intercesión disponga este cuerpo y esta alma, bien purificados de toda mancha, bien muertos, desollados y aderezados, como manjar delicado, digno de la boca y bendición del Padre celestial.


(Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María, San Luis María Grignion de Montfort)

OH SANTA HOSTIA


 

Oh Santa Hostia, en la que está encerrado el testamento de la Divina Misericordia para nosotros y, 

especialmente para los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que está oculto el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús como testimonio de la 

infinita misericordia hacia nosotros y, especialmente, hacia los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, que contiene la vida eterna que de la infinita misericordia es donada en abundancia 

a nosotros y, especialmente, a los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que está la misericordia del Padre, del Hijo y del Espíritu santo hacia nosotros 

y, especialmente, a los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que está encerrado el precio infinito de la misericordia, que compensará todas nuestras deudas y, especialmente, la de los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que encierra la fuente de agua viva que brota de la infinita misericordia hacia 

nosotros y, especialmente, para los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que está encerrado el fuego del amor purísimo que arde del seno del Padre 

Eterno, como del abismo de la infinita misericordia para nosotros y, especialmente, para los pobres 

pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que está guardado el remedio para todas nuestras debilidades, remedio que 

mana de la infinita misericordia, como de una fuente para nosotros y, especialmente, para los pobres 

pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que está encerrado el vínculo de unión entre Dios y nosotros, gracias a la infinita misericordia para nosotros y, especialmente para los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, en la que están encerrados todos los sentimientos del dulcísimo Corazón de Jesús 

hacia nosotros y, especialmente, hacia los pobres pecadores. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza en todos los sufrimientos y contrariedades de la vida. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre las tinieblas y las tormentas interiores y exteriores. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza en la vida y en la hora de la muerte. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre los fracasos y el abismo de la desesperación. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre las mentiras y las traiciones. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre las tinieblas y la impiedad que sumergen la tierra. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre la nostalgia y el dolor, en el que nadie nos comprende. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre las fatigas y la vida gris de todos los días. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza cuando nuestras ilusiones y nuestros esfuerzos se esfuman. 

Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre los golpes de los enemigos y los esfuerzos del infierno. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando las dificultades excedan mis fuerzas y cuando mis esfuerzos 

resulten inútiles. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando las tormentas agiten mi corazón y el espíritu aterrorizado 

comience a inclinarse hacia la desesperación. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando mi corazón comience a temblar y el sudor mortal nos bañe la 

frente. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando todo se conjure contra mí y la negra desesperación comience a 

introducirse en mi alma. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando mi vista se apague para todo lo que es terrenal y mi espíritu 

vea por primera vez los mundos desconocidos. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando mis obligaciones estén por encima de mis fuerzas y el fracaso 

sea mi destino habitual. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando el cumplimiento de las virtudes me parezca difícil y mi 

naturaleza se rebele. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando los golpes de los enemigos sean dirigidos contra mí. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando las fatigas y los esfuerzos sean condenados por la gente. 

Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando Tu juicio resuene sobre mí, en aquel momento confiaré en el 

mar de Tu misericordia.


(La Divina Misericordia en mi alma, Santa Faustina)

LAS ALMAS DEL PURGATORIO LLAMAN A MARÍA: LA ESTRELLA DEL MAR (STELLA MARIS)


"Poco después me enfermé.  La querida Madre Superiora me mando de vacaciones junto con otras dos hermanas a Skolimów, muy cerquita de Varsovia.  En aquel tiempo le pregunté a Jesús:  ¿Por quien debo rezar todavía?  Me contestó que la noche siguiente me haría conocer por quien debía rezar.

Vi al Ángel de la Guarda que me dijo seguirlo.  En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una multitud de almas sufrientes.  Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas, solo nosotros podemos ayudarlas.  Las llamas que las quemaban, a mi no me tocaban.  

Mi Ángel de la Guarda no me abandonó ni por un solo momento.  Pregunté a estas almas ¿Cuál era su mayor tormento?  Y me contestaron unánimemente que su mayor tormento era la añoranza de Dios.

Vi a la Madre de Dios que visitaba a las almas en el Purgatorio, Las almas llaman a Maria “La Estrella del Mar”.  Ella les trae alivio.  Deseaba hablar más con ellas, sin embargo mi Ángel de la Guarda me hizo seña de salir.  Salimos de esa cárcel de sufrimiento.  Oí una voz interior que me dijo:  Mi misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige.  A partir de aquel momento me uno más estrechamente a las almas sufrientes.


(Santa Maria Faustina Kowalska"

DIARIO  La Divina Misericordia en mi alma)

ORACIÓN POR LA INOCENCIA DE LOS NIÑOS


Divino Niño Jesús, nosotros venimos a ti pidiendo tu protección por la inocencia del mundo. Coloca a todos los niños en tu pequeño y Divino Corazón. Protege sus ojos para que ellos no vean nada que destruya su inocencia. Protege sus oídos para que ellos no oigan algo que les quite la inocencia. Llena sus corazones con el Amor Santo. Amado Divino Niño Jesús, alarga sus años de inocencia por los méritos de tu protección, Amén.


ORACIÓN POR TODOS LOS NIÑOS DEL MUNDO

 Dios mío, en este día no puedo dejar de pensar en los niños, que son la semilla del mañana, la esperanza de un mundo mejor, un hermoso don dado por Ti.

Te pido por aquellos que están por nacer y están siendo abortados.

Te pido por los que son víctimas de los problemas familiares, peleas, violencia y maltratos, faltos de amor.

Por los niños que sufren el terror de la guerra, el miedo a perder a sus familias, las persecuciones, que viven llenos de dolor, miedo, angustia y desesperación. Dales paz Señor.

Por los que son abandonados, rechazados, despreciados, humillados y no tienen una familia donde crecer con alegría.

Por los que no reciben educación porque tienen que trabajar desde pequeños y muchos son explotados y esclavizados.

Por los que no tienen comida, no tienen un techo y deambulan por las calles, suplicando caridad, defiéndelos del maligno.

Por los que teniendo todo materialmente, son abandonados frente a un televisor, computadoras y juegos, en vez de estar acompañados por la familia.

Por los niños que son atacados sexualmente.

Por los que reciben enseñanzas tergiversadas sobre la sexualidad y los confunden en su naturaleza humana diseñada por Ti, Señor.

Por los que crecen educados en la ausencia de Dios.

Por aquellos niños que han quedado huérfanos, carentes del amor de sus padres.

Por todos te pido, que los protejas, les des amor, que cambies los corazones de todos los que podemos cambiar la situación de ellos, ten Misericordia y piedad.

Que ninguno de estos pequeñitos se pierda, y siempre lleguen a Ti

Amén.



LO MÁS IMPORTANTE

Lo más importante no es que yo te busque, 
sino que Tú me buscas 
en todos los caminos (Gen 3, 9). 


Que yo te llame por tu nombre, 
sino que Tú tienes el mío 
tatuado en la palma de tus manos (Is 49, 16). 

Que yo te grite cuando no tengo ni palabra, 
sino que Tú 
gimes en mí con tu grito (Rom 8, 26). 

Que yo tenga proyectos para Ti, 
sino que Tú me invitas a caminar 
contigo hacia el futuro (Mc 1, 17). 

Que yo te comprenda, 
sino que Tú me comprendes 
en mi último secreto (1 Cor 13, 12). 

Que yo hable de Ti con sabiduría, 
sino que Tú vives en mí 
y te expresas a tu manera (2 Cor 4, 10). 

Que yo te guarde en mi caja de seguridad, 
sino que soy una esponja 
en el fondo de tu océano (Ecl 3, 35). 

Que yo te ame con todo mi corazón 
y todas mis fuerzas. 
sino que Tú me amas con todo tu corazón 
y todas tus fuerzas (Jn 13, 1). 

Que yo trate de animarme, de planificar, 
sino que tu fuego 
arde dentro de mis huesos (Jer 20, 9). 

Porque, ¿cómo podría yo buscarte, 
llamarte, amarte...
si Tú no me buscas, llamas y amas primero? 

El silencio agradecido es mi última palabra, 
y mi mejor manera de encontrarte. 
Benjamín González Buelta, sj

ORACIÓN DEL PADRE PÍO AL ÁNGEL CUSTODIO


 

Santo Ángel Custodio, protege mi alma y mi cuerpo.

Ilumina mi mente para que conozca mejor al Señor y lo ame con todo el corazón.

Asísteme en mis oraciones para que no ceda a las distracciones y ponga la más grande atención.

Ayúdame con tus consejos, para que vea el bien y lo cumpla con generosidad.

Defiéndeme de las insidias del enemigo infernal, sostenme en las tentaciones 

para que siempre sea capaz de vencerlas.

Sustituye, elimina mi frialdad en el culto al Señor: 

no dejes de atender a mi custodia hasta que me lleves al Paraíso, 

donde alabaremos juntos al Buen Dios por toda la eternidad.

Amen.

DEBEMOS TENER PACIENCIA

 Ten paciencia, hijita mía, al soportar tus imperfecciones, si de veras quieres la perfección.

Acuérdate de que este es un punto importantísimo si queremos avanzar en los caminos que nos conducen a Él. Cuando no puedas caminar a grandes pasos por este camino, confórmate con pasos pequeños, esperando pacientemente a tener piernas para correr o, mejor, alas para volar; confórmate, mi buena hijita, con ser por el momento una pequeña abeja de la colmena, que bien pronto se convertirá en una abeja madura, capaz de fabricar la miel.

Humíllate amorosamente ante Dios y los hombres, porque Dios habla a quien tiene las orejas bajas. «Escucha –dice él a la esposa del Cantar de los Cantares–, medita e inclina tu oído, olvídate de tu pueblo y de la casa paterna». Hazlo como el hijito cariñoso que se postra rostro en tierra cuando habla al Padre del cielo; y espera la respuesta de su oráculo divino.

Dios llenará tu vaso de su bálsamo, cuando lo vea vacío de los perfumes del mundo; y, cuanto más te humilles, más te ensalzará.

(21 de mayo de 1918, Padre Pío a Antonietta Vona, Ep. III, 857)



NUESTRO BIEN ES LA VOLUNTAD DE DIOS


 Enfermo habrá que diga: "A mí no me desagrada tanto padecer cuanto verme imposibilitado de ir a la iglesia para practicar mis devociones, comulgar y oír la misa; no puedo ir al coro a rezar el oficio con mis compañeros; no puedo celebrar, ni siquiera puedo hacer oración, por los dolores y desvanecimientos de cabeza"

Pero, por favor, dígame: y ¿para qué quiere ir a la iglesia o al coro? ¿Para qué ir a comulgar, a celebrar o a oír misa? ¿Para agradar a Dios? Pero si ahora no le agrada a Dios que rece el oficio, que comulgue ni que oiga misa, sino que lleve con paciencia en el lecho las penalidades de la enfermedad... 

Si esta mi respuesta no es de su agrado, es señal de que no busca lo que a Dios agrada, sino lo suyo. El venerable P. Maestro Ávila, escribiendo a un sacerdote que se quejaba de este modo, le dice: «No tantéis lo que hiciérades estando sano, mas cuánto agradaréis al Señor con contentaros con estar enfermo. Y si buscáis, como creo que buscáis, la voluntad de Dios puramente, ¿que más se os da estar enfermo que sano, pues que su voluntad es todo nuestro bien?». 

(Páctica de amor a Jesucristo)

¡DICHOSO EL HOMBRE QUE HABITA EN LA CASA DE MARÍA!

Señor Jesús, ¡qué delicia es tu morada! (Sal 84 [83],1-8). El pajarillo encontró casa para albergarse, y la tórtola nido para colocar sus polluelos. 

¡Oh! ¡Cuán dichoso el hombre que habita en la casa de María! ¡Tú fuiste el primero en habitar en Ella! 

En esta morada de predestinados, el cristiano recibe ayuda de ti solo y dispone en su corazón las subidas y escalones de todas las virtudes para elevarse a la perfección en este valle de lágrimas.


(Tratado de la Verdadera Devoción a María, San Luis María Grignion de Montfort)




PRIVILEGIOS ESPECIALES DE SAN JOSÉ


San José puede conseguir lo que quiera para nosotros, pero algunos privilegios he entendido que, por su gran santidad, le concedió el Altísimo para los que le invocaren como intercesor.

El primero es para alcanzar la virtud de la castidad y vencer los peligros de la sensualidad carnal.

El segundo para alcanzar auxilios poderosos para salir del pecado y volver a la amistad de Dios.

El tercero para alcanzar por su medio la gracia y devoción de María Santísima.

El cuarto, para conseguir buena muerte y, en aquella hora, defensa contra el demonio.

El quinto, que temiesen los mismos demonios oír el nombre de san José.

El sexto, para alcanzar salud corporal y remedio en otros trabajos.

El séptimo privilegio, para alcanzar sucesión de hijos en las familias.

Estos y otros muchos favores hace Dios a los que, debidamente y como conviene, le piden por la intercesión de san José; y pido yo a todos los fieles hijos de la santa Iglesia que sean muy devotos suyos, y conocerán estos favores por experiencia, si se disponen como conviene para recibirlos y merecerlos.

(Madre María de Jesús de Ágreda, Mística ciudad de Dios)

LA BUENA VOLUNTAD


El hombre no puede vivir en una paz profunda y duradera si está lejos de Dios, si su íntima voluntad no está totalmente orientada hacia Él: «Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (San Agustín). 

Una condición necesaria para la paz interior es, pues, lo que podríamos llamar la buena voluntad. 

Es la disposición estable y constante del hombre que está decidido a amar a Dios sobre todas las cosas, que en cualquier circunstancia desea sinceramente preferir la voluntad de Dios a la propia, y que no quiere negar conscientemente cosa alguna a Dios. 

Es posible (e incluso cierto) que el comportamiento de ese hombre a lo largo de su vida no esté en perfecta armonía con esas intenciones y deseos, y que surjan imperfecciones en su cumplimiento, pero sufrirá, pedirá perdón al Señor y tratará de corregirse de ellas. Después de unos momentos de eventual desaliento, se esforzará por volver a la disposición habitual del que quiere decir sí a Dios en todas las cosas sin excepción. Esto es la buena voluntad. 

No es la perfección, la santidad plena, pero es el camino.

En ayuda de lo que acabamos de decir, ofrecemos un episodio de la vida de Santa Teresa de Lisieux relatado por su hermana Céline: 

«En una ocasión en que Sor Teresa me había mostrado todos mis defectos, yo me sentía triste y un poco desamparada. Pensaba: yo, que tanto deseo alcanzar la virtud, me veo muy lejos; querría ser dulce, paciente, humilde, caritativa, ¡ay, no lo conseguiré jamás!... Sin embargo, en la oración de la tarde, leí que, al expresar Santa Gertrudis ese mismo deseo, Nuestro Señor le había respondido: “En todo y sobre todo, ten buena voluntad: esa sola disposición dará a tu alma el brillo y el mérito especial de todas las virtudes. Todo el que tiene buena voluntad, el deseo sincero de procurar mi gloria, de darme gracias, de compadecerse de mis sufrimientos, de amarme y servirme como todas las criaturas juntas, recibirá indudablemente unas recompensas dignas de mi liberalidad, y su deseo le será en ocasiones más provechoso que a otros les son sus buenas obras”. 


(La paz interior, Jacques Philippe)

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