LA IGLESIA TIENE EL ENCARGO DE CONSERVAR LA PALABRA DE DIOS

La Biblia es el libro que recoge la revelación de Dios al hombre. Sin embargo, ella se nos presenta llena de problemas: errores cosmológicos, párrafos incomprensibles, imágenes de Dios contradictorias, etc. Será, entonces, aquí necesario ir entregando los elementos que permitan comprenderla y eventualmente leerla y adherir a su contenido. 

Comenzaremos, en primer lugar, con lo que se ha llamado la “inspiración”; es decir, la afirmación de que en la Biblia estamos ante una Palabra de Dios que se comunica a través de una palabra humana. Para ello es necesario distinguir “inspiración” de “revelación”. Dios se ha revelado al hombre mediante acciones y palabras. Dios elige mediadores para revelarse al pueblo: unos realizan las acciones salvadoras (Moisés, Josué, Ciro) y otros iluminan esas acciones mediante la Palabra divina (profetas, sabios). Así como Dios ha elegido a estos mediadores, elige a otros hombres para que pongan por escrito estas acciones salvadoras y estas palabras. Esto es lo que se llama técnicamente la “inspiración” divina: el hecho de que Dios -a través de hombres concretos- es “autor” de los textos bíblicos. ¿Cómo debe entenderse esta doble autoría divino-humana? En primer lugar, hay que descartar falsas visiones: que Dios sea el autor de la Biblia no significa que la haya escrito de su puño y letra, o que la haya hecho descender del cielo, o que la haya dictado, o que haya usado a los escritores bíblicos como simples instrumentos pasivos e inconscientes de su acción. Los autores bíblicos son propia y verdaderamente autores, hombres cuya capacidad imaginativa y expresiva no queda reducida en nada por ser inspirados. Más aún, son hombres que al escribir se manifiestan enteramente enraizados en un mundo concreto. Son voz que expresa la fe de un pueblo de creyentes, voz condicionada por la cultura, preocupaciones y expresiones de ese pueblo. La “inspiración” es esa influencia misteriosa de Dios en los autores humanos de la Biblia que, respetando su forma de ser, asegura su fidelidad al poner por escrito la Revelación tanto en lo que respecta a las acciones salvadoras como a las palabras que las iluminan. La “inspiración” no asegura “la mejor expresión” de esa Revelación (no todos los autores bíblicos son buenos escritores), pero sí una consignación completa e inequívoca de lo esencial. En el fondo, estamos ante una Palabra divina que se comunica a través de una Palabra humana. Así como Dios se ha hecho hombre en Jesús de Nazareth, así la Palabra de Dios se revela en el interior de una Palabra humana. De modo que, así como no se puede percibir la divinidad de Jesús si no se conoce su humanidad, así tampoco es posible conocer la Palabra de Dios si no se toma en serio el carácter humano de la Biblia. 

La palabra de Dios no la recibiremos sino escuchando la palabra de Israel, la Palabra de la Iglesia que está en la Biblia. Dicho desde otro punto de vista, la Palabra de Dios no la podemos conocer sino mediada por la Palabra de los que nos han precedido en la fe. No existe una vía que lleve a Dios pasando por fuera de la comunidad de los creyentes. Este hecho tiene una enorme significación en cuanto a nuestro acercamiento a la Biblia. Al leerla debemos estar siempre preguntándonos "¿Qué quiso decir el autor bíblico cuando escribió esto?”, ya que en lo que él quiso comunicar, ahí mismo es donde está la Palabra de Dios. Esta tarea está muy claramente expresada por el Concilio Vaticano II: “Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano; por lo tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían decir y Dios quería dar a conocer en dichas palabras". "Para descubrir la intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros literarios" (Constitución sobre la Divina Revelación, Dei Verbum, nº 12, en adelante DV). 

¿Qué son los “géneros literarios”? Son las formas de expresión escrita que tiene una determinada cultura. Por ejemplo, en el caso de la cultura moderna, un escrito es una novela, un cuento, un poema, una carta, un libro de historia, etc. Un mensaje se transmite de forma muy diferente a través de estos medios: no le pedimos a un poema que nos relate un hecho con la misma exactitud que un libro de historia; cuando leemos un cuento sabemos que los hechos que ahí se narran son ficticios, etc. Esto que para nosotros es tan obvio no solemos aplicarlo cuando leemos la Biblia. Por ejemplo ante el libro de Jonás, que es un hermoso cuento, a veces nos preguntamos cómo hizo el protagonista para permanecer tres días en el vientre de la ballena. Los ejemplos podrían multiplicarse. Los géneros literarios son hijos de una cultura, de una época, de un pueblo. Cada uno de ellos tiene ciertas “reglas del juego” a las que el autor debe adaptarse (aunque pueda realizar una cierta “acomodación” personal) para poder ser comprendido. Por ejemplo, pensemos en como se escribe hoy una carta o un memorándum. Los géneros literarios bíblicos no son los nuestros y se ha necesitado de mucho estudio de la literatura israelita, egipcia y mesopotámica para comprenderlos. 

Para conocerlos bien nosotros debemos recurrir a los comentarios bíblicos. 10 La expresión “género literario” se utiliza con un sentido amplio cuando se habla de determinados tipos de libros, por ejemplo, los libros proféticos, sapienciales, los códigos legales, los evangelios, etc. Se utiliza también en un sentido restringido cuando alude a pequeñas unidades originalmente orales que han pasado a fomar parte de un libro. Por ej.: parábolas, proverbios, leyendas de variado tipo, relatos épicos, etc. A propósito de este tema de los géneros literarios, conviene hacer una distinción fundamental. Cuando decimos que un hecho determinado que narra un texto no es “histórico” (por ejemplo la historia de Jonás) no estamos diciendo que no sea “verdadero”. Un hecho narrado puede ser histórico o ficticio. La “verdad” (que se contrapone a la “falsedad”) de esa narración se refiere al aporte que ella hace en ese “camino de salvación” que es la verdad bíblica (ver más adelante). En el ejemplo puesto, el libro de Jonás aporta el redescubrimiento de la misión de Israel hacia los gentiles.  

La Biblia, Palabra conservada por Israel y por la Iglesia.

Suponiendo que todo lo dicho en el número anterior haya quedado claro, podemos aceptar que la Biblia es Palabra de Dios en cuanto que Él ha inspirado a diversos hombres para que con palabras escritas consignen claramente y sin falseamientos su autocomunicación mediante acciones y palabras. Sin embargo, permanece presente un importante problema: ¿quién decide cuando un libro es inspirado o no? 0, dicho de otro modo, ¿quién ha determinado cuáles son los libros que forman parte de la Biblia? Es la Iglesia, o el antiguo Israel, la que ha determinado qué libros forman parte de la Biblia. Como decíamos, el escritor de un libro bíblico es un hombre que, habiendo interiorizado de tal modo la Revelación de Dios, ha sabido, por querer de Dios mismo, expresarla plena e inequívocamente en su obra. Pero es la comunidad creyente la que ha corroborado posteriormente la perfecta concordancia entre esta obra y su convicción de fe. Es a partir de este juicio que se ha formado la Biblia. Que se ha formado el "Canon bíblico", como se dice técnicamente. Antes de seguir adelante, debemos aclarar el sentido exacto de tres términos que pueden llevar a confusiones. 

Ellos son: a) Inspiración: es decir, el hecho de que Dios, mediante un hombre, sea el autor de un libro bíblico. Es, por tanto, una característica del libro mismo. 

b) Canonicidad: es decir, el que la Iglesia haya reconocido públicamente un libro como inspirado y lo haya hecho formar parte del “canon” (lista oficial de libros inspirados) bíblico. 

c) Autenticidad: es decir, la atribución de un libro a su verdadero autor. Este es un hecho que no afecta a la fe y es demostrable empíricamente. 

Dados los conceptos de inspiración y canonicidad más arriba anotados, el que se niegue la autenticidad de un escrito (por ejemplo, el decir que la carta a los Hebreos no fue escrita por san Pablo) no significa de ningún modo negar su inspiración o su canonicidad; ya que la canonicidad no proviene del prestigio de su autor, sino del reconocimiento hecho por la Iglesia de que en él está la Palabra de Dios. Así como la Biblia es conservada por la Iglesia también debe ser leída “en Iglesia”. El Concilio nos da varias normas al respecto: "La Escritura se ha de leer e interpretar en el mismo Espíritu con que fue escrita; por tanto, para descubrir el verdadero sentido del texto sagrado hay que tener en cuenta con no menor cuidado el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe. A los exégetas toca aplicar estas normas de trabajo para ir penetrando y exponiendo el sentido de la Sagrada Escritura, de modo que con dicho estudio pueda madurar el juicio de la Iglesia. Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la Palabra de Dios" (DV, 12 c). Estas normas apuntan a una lectura integral de la Escritura: ella es obra del único Dios (“Espíritu”) que nos da en ella un “camino de salvación” (“verdad” bíblica: ver más adelante). 

Por ello al interpretar un texto no pueden aislarse de todo el proceso global de la salvación en la totalidad de los textos. También es necesario conocer cómo las diferentes generaciones de cristianos y los teólogos y el Magisterio han entendido el texto que uno estudia a lo largo de la historia de la Iglesia  (la “tradición viva de toda la Iglesia”). Por último, no se puede aislar el texto del conjunto de la Revelación (la “analogía de la fe”, que se traduce en el Credo). Obviamente estas normas se dirigen en primer lugar a los especialistas. Sin embargo, un cristiano común puede aplicarlas de hecho al leer la Biblia en grupos con una buena orientación, o en una buena edición, con buenas notas (como se ve, incluso en este último caso estamos ante una lectura “comunitaria” de la Biblia, la lectura puramente individual es la manera más segura de “perderse” en la interpretación de la Biblia). La interpretación de la Escritura corresponde a todos los cristianos; sin embargo, al Magisterio de la Iglesia le toca decir la “última palabra” en materia de interpretación (el “juicio definitivo”) cuando hay asuntos controvertidos o cuando es necesario subrayar lo central de la fe.

PEQUEÑO CURSO BÍBLICO Sergio Armstrong Cox

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