PRECIOSA REFLEXIÓN SOBRE EL SALMO 23(22) * EL SEÑOR ES MI PASTOR*



El Señor es mi Pastor,
 ESTO ES RELACIÓN!!
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Nada me falta
 ESTO ES SUMINISTRO!!
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En verdes praderas me hace recostar
 ESTO ES DESCANSO!!
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Me conduce hacia fuentes tranquilas
 ESTO ES CUIDADO!!
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Repara mis fuerzas
 ESTO ES SANIDAD!!
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Me guía por el sendero justo
 ESTO ES DIRECCIÓN!!
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Por el honor de su nombre
 ESTO ES PROPÓSITO!!
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 Aunque camine por cañadas oscuras
 ESTO ES PRUEBA!!
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Nada temo
 ESTO ES FE!!
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Porque tu vas conmigo
 ESTO ES FIDELIDAD!!
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Tu vara y tu cayado me sosiegan
 ESTO ES ESPERANZA!!
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Preparas una mesa ante mí
 ESTO ES PROVISIÓN!!
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Enfrente de mis enemigos;
 ESTO ES PROTECCIÓN!!
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Me unges la cabeza con aceite
 ESTO ES CONSAGRACIÓN!!
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Y mi copa rebosa
 ESTO ES ABUNDANCIA!!
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Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida
 ESTO ES BENDICIÓN!!
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Y habitaré en la casa del Señor
 ESTO ES PROMESA!!
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Por años sin término
 ESTO ES ETERNIDAD!!
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DESVELANDO EL VOTO PRIVADO DE SANTA TERESA DE CALCUTA



En los años que siguieron a su profesión final, el amor apasionado de Madre Teresa a Jesús continuó empujándola a buscar formas nuevas y escondidas de expresar su amor.
La más impresionante de ellas fue un voto privado excepcional que hizo en el mes de abril del año 1942:
«Hice un voto a Dios, obligándome bajo [pena de] pecado mortal, a dar a Dios todo lo que me pidiera, a no negarle nada.»
Dios había encendido en ella una intensidad de amor cada vez mayor que la movía a hacer este magnánimo ofrecimiento.
Sólo más tarde explicó la razón:
«Quería dar a Dios algo muy hermoso» y «sin reserva».
Este voto, verdaderamente una locura de amor, expresaba el deseo de Madre Teresa de «beber el cáliz hasta la última gota» al comprometerse a decir «Sí» a Dios en toda circunstancia.
Este voto privado fue uno de los más grandes secretos de Madre Teresa.
Nadie, salvo su confesor cuya guía y permiso pidió, supo de ello. Conociendo bien la profundidad de su vida espiritual, él concluyó que su audaz petición de comprometerse con Dios de este modo no estaba basada ni en mero capricho ni en un ideal peligroso o imposible. Más bien, se construía sobre su notable fidelidad a los compromisos y a los hábitos ya bien establecidos de intentar hacer siempre lo que más agradaba a Dios. Que su confesor le diera permiso para asumir semejante obligación confirma la confianza que él tenía en su madurez humana y espiritual.

Cuando diecisiete años más tarde, finalmente Madre Teresa se refirió a su voto especial, reveló su significado: «Esto es lo que oculta todo en mí.»

El voto ocultaba ciertamente la profundidad de su amor a Dios, que motivaba todas sus acciones, especialmente su entrega incondicional a Su voluntad. Su encuentro con la inmensidad de Su amor la llamaba a responder, como explicaría ella más tarde:
"¿Por qué nos debemos dar totalmente a Dios? Porque Dios se ha dado a Sí mismo a nosotros. Si Dios, que no nos debe nada, está dispuesto a darnos nada menos que a Sí mismo, ¿responderemos sólo con una fracción de nosotros mismos? Darnos totalmente a Dios es un medio para recibir a Dios mismo. Yo para Dios y Dios para mí. Yo vivo para Dios y renuncio a mi propio yo y de este modo induzco a Dios a vivir para mí. Por lo tanto, para poseer a Dios debemos dejar que Él posea nuestra alma.



Fue este misterioso rasgo del amor lo que movió a Madre Teresa a sellar la total ofrenda de sí misma por medio de un voto y mostrar así de manera tangible su gran anhelo de estar plenamente unida con su Amado.
Para el poco iniciado en el camino del amor, esta entrega y conformidad total a la voluntad de Dios podrá parecerle una completa pérdida de libertad. Pero quien ama verdaderamente trata de realizar el deseo del amado, de cumplir sus expectativas incluso en el detalle más pequeño.
Por eso, para Madre Teresa el voto era el medio para reforzar el vínculo con Aquel que amaba y experimentar así la libertad verdadera que solamente el amor puede dar. 

Durante casi once años Madre Teresa había vivido fielmente su voto de obediencia. Como fervorosa hermana de Loreto, creía que sus superioras religiosas ocupaban el lugar de Cristo, y por eso, al conformar su voluntad y juicio a los de ellas y someterse a sus mandatos, se estaba sometiendo al propio Cristo.

Aunque se esforzaba en vivir a la perfección el exigente voto de obediencia, su deseo ardiente de demostrar su amor todavía no estaba satisfecho. ¡Quería dar más aún! Así, se comprometió con un voto a «dar a Dios cualquier cosa que Él pidiera», «no negarle nada»,y eligió por tanto considerarse responsable «bajo pena de pecado mortal».
Sabía bien que la consecuencia de un pecado mortal era la muerte de la vida de Dios en el alma y en última
Con su voto, Madre Teresa aspiraba al cumplimiento interior perfecto de lo que era más agradable a Dios, incluso en el más pequeño detalle. Con todo, el voto implicaba un compromiso de discernir cuidadosamente y obedecer las más mínimas manifestaciones de la voluntad de Dios. Esta atención habitual y amorosa al momento presente requería silencio interior y recogimiento.

«Dios habla en el silencio del corazón», diría a menudo Madre Teresa, con una convicción que brotaba de estar constantemente en sintonía con Su voz.

El voto secreto de Madre Teresa tocaba todos los aspectos de su vida diaria. Tanto los momentos ordinarios como los excepcionales se convertían en oportunidades para acoger Su voluntad y responder haciendo «algo hermoso para Dios». Madre Teresa, como su patrona Santa Teresa de Lisieux, aspiraba a «aprovechar hasta las cosas más pequeñas y hacerlas por amor».

Más tarde, lo explicó a sus hermanas:
Para el buen Dios nada es pequeño porque Él es tan grande y nosotros tan pequeños—por eso Él se inclina y se toma la molestia de hacer esas pequeñas cosas para nosotros—para darnos la oportunidad de demostrar nuestro amor. Porque Él las hace, son muy grandes. No puede hacer nada pequeño; son infinitas. Sí, mis queridas hijas, sed fieles en pequeñas prácticas de amor, de pequeños sacrificios—de pequeñas mortificaciones interiores—de pequeñas fidelidades a la Regla, que forjarán en vosotras la vida de santidad—haciéndoos semejantes a Cristo.
Insistiría de nuevo: «No busquéis cosas grandes; haced solamente cosas pequeñas con gran amor [...] Cuanto más pequeña sea la cosa, mayor debe ser nuestro amor». Vivía este principio en todo lo que hacía cada día. No le importaba que fuera grande o pequeño; todo lo que hacía era una oportunidad para amar. 



En abril de 1942, cuando Madre Teresa hizo este voto extraordinario, la participación de India en la segunda guerra mundial estaba alterando la vida de su comunidad y su escuela; su resolución de no negar nada a Dios sería puesta a prueba.

La armada británica requisó la escuela de St. Mary para convertirla en hospital militar y, como resultado, todas las religiosas e internas tuvieron que abandonar Calcuta.

Una de las internas recordaba el papel decisivo que Madre Teresa desempeñó en aquellos años difíciles:
En esa época nuestra situación financiera era muy mala. Las Hermanas de Loreto solían cuidarnos. Dependíamos de ellas. Madre nos ayudaba con la educación. Hacía muchas cosas por las niñas.

Cuando no hubo sitio en el número 15 de Convent Road para dormir ni para estudiar, comenzó a buscar lugares. Después de esto encontró un lugar en el número 14 de Canal Street. El edificio tenía cuatro cuartos grandes y un vestíbulo. Alquiló aquellos cuartos. Todas las mañanas iba allí con las niñas. Se quedaban allí todo el día, bañándose, estudiando y pasando la jornada. Por la tarde, apenas acababan las clases, Madre nos llevaba de regreso a St. Mary [la escuela en Convent Road]. 

Madre Teresa nunca perdió la clara conciencia de su propia debilidad, limitación y pobreza. Sólo la asistencia de Dios y Su gracia constante hicieron posible que se mantuviese fiel. Como explicaría ella más tarde, era totalmente consciente de que «podemos negar a Cristo como podemos negar a otros: no te daré mis manos para trabajar, mis ojos para ver, mis pies para caminar, mi mente para estudiar, mi corazón para amar. Tú llamas a la puerta pero yo no abriré. No te daré la llave de mi corazón». De ahí que Madre Teresa pidiera siempre a otros el apoyo de oraciones.

El voto de Madre Teresa fue una preparación providencial para la misión que se le abría por delante. Su promesa «de no negarle nada» expresaba su firme resolución de no poner límites a los planes de Dios para ella.

Fuente: Ven, se mi luz

ORACIÓN AL DIVINO NIÑO


Divino Niño Jesús, dueño de mi corazón y mi vida,
mi tierno y adorado Niño,
llego hasta Ti lleno de esperanza,
llego a Ti suplicando tu misericordia,
quiero pedirte los abundantes bienes
que derramas sobre tus fieles devotos,
los que tus bracitos abiertos
reparten con amor y generosidad.

Oh Niño amado, bendito Salvador,
quédate siempre conmigo
para separarme del mal
y hacerme semejante a Ti,
haciendo que crezca en sabiduría y gracia
delante de Dios y de los hombres.

¡Oh dulce y pequeño Niño Jesús,
yo te amaré siempre con toda mi alma!
Divino Niño Jesús, bendícenos
Divino Niño Jesús, escúchanos
Divino Niño Jesús, ayúdanos.

Niño amable de mi vida,
consuelo del cristiano,
la gracia que necesito tanto
y que me causa desesperación y agobio,
que hace que sienta intranquilidad en mi vida
pongo en tus benditas manos:

(pedir con mucha fe lo que se desea conseguir).

Padrenuestro que estas en los cielos…

Tú que sabes mis pesares
pues todo te lo confío,
concede la paz a los angustiados
y dale alivio al corazón mío.

Dios te salve María llena eres de gracia...

Y aunque tu amor no merezco,
no recurriré a ti en vano,
pues eres hijo de Dios
y auxilio de los cristianos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo…

Acuérdate oh Niño Santo amado,
que jamás se oyó decir,
que alguno haya implorado ante Ti
sin tu auxilio recibir,
por ello, con sencillez y confianza,
humilde y arrepentido,
lleno de amor y esperanza,
sabiendo los milagros que obras
y lo rápido que concedes remedio,
con ilusión este favor yo te pido:

(repetir lo que se quiere obtener).

Divino Niño Jesús, bendícenos,
Divino Niño Jesús, escúchanos,
Divino Niño Jesús, consuélanos,
Divino Niño Jesús, ayúdanos,
Divino Niño Jesús, protégenos,
Divino Niño Jesús defiéndenos,
Divino Niño Jesús, en ti confiamos.

Así sea.

Rezar el Credo, Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
 Hacer la oración y los rezos tres días seguidos.

SAN JOSÉ, EL MÁS SANTO DE LOS SANTOS



Después de la Virgen María, nadie ha habido ni habrá más santo que José. Su cercanía a María y a Jesús le hizo alcanzar el más alto grado de santidad.
Él fue testigo excepcional de la Encarnación.
Vio a Cristo recién nacido y lo tomó en sus brazos y lo abrazó con los más puros afectos. Y él mismo le puso el nombre, como jefe de familia.

Algunos, por eso, lo llaman a José la sombra del Padre, porque el Padre celestial lo delegó para hacer sus veces en la tierra; como su representante, para cuidar a su Hijo y ayudarlo en todo como buen padre. San Agustín llamaba a san José padre de Cristo y san Bernardo padre de Dios.

Los evangelios lo nombran varias veces como padre de Jesús. ¿Puede decirse algo más grande de algún santo que ser padre de Jesús y, a la vez, ser esposo de María, la persona humana más santa que ha existido, existe y existirá?
Decía san Juan Damasceno: José es esposo de María, nada mayor puede decirse.
San José es el camino más corto, más rápido y más seguro para llegar a María, mediadora de todas las gracias. La Virgen María a nadie amó más en la tierra, después de Jesús, que a José; lo amó con un amor total y esponsal.


¿Quién puede calcular el poder de intercesión de José ante su esposa María y ante su hijo Jesús? Su patrocinio y su poder de intercesión es superior al de todos los demás santos y ángeles, sin duda alguna.

Ubertino de Casale, un italiano gran devoto de san José de fines del siglo XIII, en su obra Arbor vitae crucifixae, dice: En todo matrimonio, la unión de corazones se realiza hasta el punto que el esposo y la esposa se consideran como una sola persona o, como dice la Biblia, como una sola carne, como una sola realidad en dos personas.
Así José se asemejó a su esposa. ¿Cómo podía el Espíritu Santo unir tan estrechamente el alma de María Virgen a otra alma, si ésta no hubiera sido semejante a ella en la práctica de la virtud? Yo estoy convencido de que san José fue el hombre más puro en virginidad, más profundo en humildad y más elevado en contemplación.

San Gregorio Nacianceno (330-390) escribió: El Señor ha reunido en José como en el sol, toda la luz y el esplendor que los demás santos tienen juntos.



El padre José María Vilaseca (1831-1910), fundador de los Institutos de Misioneros josefinos, dice: El poder de san José sobrepuja con mucho el poder de todos los ángeles y de todos los santos juntos, porque él es, a la vez, poderoso en el corazón de Dios y en el corazón de María.

El Papa León XIII en la encíclica Quamquam pluries dice: No hay duda que san José se acercó más que cualquier otra persona a la supereminente dignidad por la que la Madre de Dios es ensalzada por encima de todas las criaturas creadas. Y el Papa Pío XI dijo: Entre Dios y José no distinguimos ni podemos distinguir otro mayor que María Santísima por su divina maternidad.


Esto quiere decir que José, no sólo es mayor que cualquier otro santo, sino también que cualquier ángel. Algunos autores, para reafirmar esta idea de que José es mayor que los ángeles, citan el texto: ¿A cuál de los ángeles dijo Dios alguna vez: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy; y luego: Yo seré para Él Padre y Él será Hijo para mí? (Heb 1, 5). Estas palabras de Dios Padre, con relación a su Hijo Jesús, también las podría decir, en cierto modo, san José, pues ¿qué ángel podría decir a Jesús como José: Tú eres mi hijo?

San José es patrono de la Iglesia universal. A san Miguel arcángel también se considera patrono y protector de la Iglesia universal; pero la Iglesia solamente lo ha declarado solemnemente como tal a san José. Además, san Miguel es patrono de la Iglesia en cuanto que la defiende de Satanás y de todos sus ejércitos infernales. Su oficio es el de defender la Iglesia; en cambio, el oficio de san José es obtener inmensos favores para Ella, pues su intercesión ante Jesús y María es más poderosa que la de ningún otro, porque nadie ha estado más cerca de ellos que san José.


En resumen, san José es el más santo entre todos los santos y ángeles, y nosotros podemos sentirnos orgullosos de él y llamarle, como algunos santos, nuestro padre y señor.

Autor: P. Angel Peña O.A.R.


ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS



Señor nuestro Jesucristo, que momentos antes de la Pasión oraste por los que iban
a ser tus discípulos hasta el fin del mundo, para que todos fueran uno, como tú estás en el Padre y el Padre en ti;
compadécete de tanta división como existe entre quienes profesan tu fe.

Derriba los muros de separación que divide hoy a los cristianos. Mira con ojos de misericordia las almas que han nacido en una u otra comunión cristiana, obra de los hombres, que no tuya.

Atráelos a todos a esta única comunión que implantaste desde el principio: a la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica.
Como en el cielo solamente existe una sociedad santa, que no exista en la tierra más que una comunión que confiese y glorifique tu santo nombre.
Amén.

ORACIÓN PARA EVITAR TENTACIONES




¡Dios mío! Dame ojos para ver solamente el bien.
Dame oídos para oír solamente el bien.
Dame mente para pensar solamente en el bien.
Dame lengua para hablar solamente el bien.
Y finalmente, dame un corazón amplio para amarlo
y perdonarlo todo por amor a Ti.
Amén.

ORACIÓN PARA ALCANZAR LA HUMILDAD, DE SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS



Jesús, cuando eras peregrino en nuestra tierra,
tú nos dijiste: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y vuestra alma encontrará descanso”.
Sí, poderoso Monarca de los cielos, mi alma encuentra en ti su descanso al ver cómo, revestido de la forma y de la naturaleza de esclavo, te rebajas hasta lavar los pies a tus apóstoles.
Entonces me acuerdo de aquellas palabras que pronunciaste para enseñarme a practicar la humildad: “Os he dado ejemplo para que lo que he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.

El discípulo no es más que su maestro… Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica”. Yo comprendo, Señor, estas palabras salidas de tu corazón manso y humilde, y quiero practicarlas con la ayuda de tu gracia.
Quiero abajarme con humildad y someter mi voluntad a la de mis hermanas, sin contradecirlas en nada y sin andar averiguando si tienen derecho o no a mandarme.


Nadie, Amor mío, tenía ese derecho sobre ti, y sin embargo obedeciste, no sólo a la Virgen Santísima y a san José, sino hasta a tus mismos verdugos.
Y ahora te veo colmar en la hostia la medida de tus anonadamientos. ¡Qué humildad la tuya, Rey de la gloria, al someterte a todos tus sacerdotes, sin hacer alguna distinción entre los que te amen y los que, por desgracia, son tibios o fríos en tu servicio…!
A su llamada, tú bajas del cielo; pueden adelantar o retrasar la hora del santo sacrificio, que tú estás siempre pronto a su voz… 



Qué manso y humilde de corazón me pareces, Amor mío, bajo el velo de la blanca hostia.

Para enseñarme la humildad, ya no puedes abajarte más. Por eso, para responder a tu amor, yo también quiero desear que mis hermanas me pongan siempre en el último lugar y compartir tus humillaciones, para “tener parte contigo” en el reino de los cielos.
Pero tú, Señor, conoces mi debilidad. Cada mañana tomo la resolución de practicar la humildad, y por la noche reconozco que he vuelto a cometer muchas faltas de orgullo. Al ver esto, me tienta el desaliento, pero sé que el desaliento es también una forma de orgullo.

Por eso, quiero, Dios mío, fundar mi esperanza sólo en ti. Ya que tú lo puedes todo, haz que nazca en mi alma la virtud que deseo. Para alcanzar esta gracia de tu infinita misericordia, te repetiré muchas veces: “¡Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo!”.

DESENTRAÑANDO EL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


Dios es amor en tres personas distintas, permaneciendo un solo Dios.
En el concilio IV de Letrán se afirmó con claridad: Firmemente creemos y simplemente confesamos que existe un solo Dios verdadero, eterno, inmenso, inmutable, incomprensible, omnipotente e inefable: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Tres personas, pero una esencia, sustancia o naturaleza completamente simple.
El Padre no proviene  de ninguno, el Hijo únicamente del Padre, y el Espíritu Santo de los dos a la vez; sin comienzo ni fin. El Padre engendra, el Hijo nace y el Espíritu Santo procede.

Son consustanciales e iguales entre sí, conjuntamente omnipotentes y eternos.

Dice el Catecismo de la Iglesia católica:

El misterio de la Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana.
Es el misterio de Dios en sí mismo.
Es la fuente de todos los otros misterios de la fe;
es la luz que los ilumina (Cat 234).
Dios es único, pero no solitario.
El Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo es el Padre o el Hijo.
El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado y el Espíritu Santo es quien procede.
La unidad divina es trina (Cat 254).
Todo es uno en ellos. A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre y todo en el Hijo (Cat 255).

Los tres hacen todo unidos. Los hombres buenos son templos de la Santísima Trinidad. Y la Iglesia es un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.   





La vida cristiana comienza con el bautismo, que recibimos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Los demás Sacramentos se reciben también en nombre de la Trinidad.

Y en la Eucaristía, que es el centro y culmen de nuestra vida cristiana, está el  Padre con Jesús
(Dios-hombre) y el Espíritu Santo.
Esto se expresa de modo elocuente en el momento en que el sacerdote, levantando la Hostia y el vino consagrados, dice: Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos Amén. Ese momento majestuoso es como  un resumen de lo que es la Misa: un ofrecimiento de Cristo al Padre por el Espíritu Santo.

Por otra parte, no debemos olvidar que todas nuestras oraciones deben ir al Padre por medio de Jesús. Así nos lo dice San Pablo: Por medio de Jesús tenemos libre acceso al Padre en el Espíritu Santo (Ef 2,18). Y a su vez, todos los bienes que descienden de Dios Padre, nos vienen a través del Hijo y nos alcanzan en el Espíritu Santo.
 

Experiencias de los Santos con la Santísima Trinidad:

Santa Teresa de Jesús (1515-1582) nos cuenta: Un día,  se me representaron las tres personas distintas, que cada una se puede mirar y hablar por sí. Estas personas se aman y comunican y se conocen. Pero ¿cómo decimos que las tres son una sola esencia? Y lo creemos y es una gran verdad y por ella moriría yo mil muertes.
En estas tres personas no hay más que un querer, y un poder y un señorío, de manera que ninguna cosa puede una sin la otra, sino que, de cuantas criaturas hay, es sólo un Creador. ¿Podría el Hijo criar una hormiga sin el Padre? No, que es todo  un poder, y lo mismo el Espíritu Santo; así que es un solo Dios todopoderoso y todas estas tres personas una Majestad. ¿Podría uno amar al Padre sin querer al Hijo y al Espíritu Santo? No, sino que quien contentare a una de estas tres personas divinas contenta a las tres y quien la ofendiere, lo mismo. ¿Podrá el Padre estar sin el Hijo y sin el Espíritu Santo? No, porque es una esencia y donde está uno están los tres, pues no se pueden dividir. Las personas veo claro que son distintas, el cómo no lo sé, pero sé que no es imaginación. 






Lucie Christine, seudónimo de Mathilde Bertrand (1844-1908),  en su Diario Espiritual dice el 22 de octubre de 1822: Ayer comencé la oración, diciendo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y mi alma, incendiada en amor, permaneció en contemplación. Yo vi la unión del amor y vida por la cual nuestras almas están unidas al Creador, al Redentor y al Santificador. La bondad inefable de la Santísima Trinidad me llenó toda la tarde de una alegría inmensa… Esta mañana, en la comunión, mi alma se puso a contemplar la persona del Padre, el principio eterno del cual todo existe. Y vi las relaciones que existen entre las tres divinas personas… El alma conoce, sin poderse engañar, la unidad de la naturaleza divina y ve, al mismo tiempo, la distinción de las tres personas. Ninguno de los tres se comunica del mismo modo. Podría decirse que uno no es el otro y no tiene la semblanza del otro y no obra como el otro, pero los tres son Dios.

La venerable Concepción Cabrera de Armida (1862-1937), esposa y madre de nueve hijos, también gran mística, dice:
¡Qué grande es la Trinidad! ¡Qué bella es su unidad! El Señor me ha hecho ver cómo son las tres personas divinas, que constituyen una sola esencia, una misma sustancia, una sola divinidad… 




 
Trinidad Sánchez Moreno, fundadora de las Obras de la Iglesia, declara en 1963: Cuando estás en gracia, en todo momento y en toda circunstancia la Trinidad te está besando con un beso amoroso e infinito. En nuestra alma está el amor infinito, besándonos en silencio amoroso… ¡Silencio! ¡Que te besa la divinidad!.

Santa Faustina Kowalska escribió en su Diario: Durante la misa, de repente, fui  unida a la Santísima Trinidad. Conocí su Majestad y su Grandeza. Estaba unida con las tres personas. Cuando estaba unida a una de estas venerables personas, al mismo tiempo estaba unida a las otras dos personas. La felicidad y el gozo que se comunicaron a mi alma son indescriptibles. Me apena no poder expresar con palabras aquello para lo cual no existen palabras.

Santa Isabel de la Trinidad decía: Todo mi ejercicio consiste en entrar en mí misma y perderme en los Tres que allí habitan.
 



ALABANZA A LA
SANTÍSIMA TRINIDAD


Oh Trinidad infinita, cantamos tu gloria en este día, porque en Cristo nos has hecho hijos y nuestros corazones son tu morada.

Eterna, sin tiempo, fuente de la vida, que no muere, a ti retorna la creación en el incesante flujo del amor.

A Ti nuestra alabanza. ¡Oh Trinidad dulcísima y dichosa!, que siempre manas y siempre refluyes en el mar tranquilo de tu mismo Amor.
Amén.


Fuente:
Experiencias de Dios (P. Ángel Peña Benito O.A.R.)


¿PODEMOS HALLAR BENEFICIO EN LAS ADVERSIDADES Y DESPRECIOS?

Capítulo XII
De la utilidad de las adversidades



Bueno es que algunas veces nos vengan cosas contrarias, porque muchas veces atraen al hombre al corazón, para que se conozca desterrado, y no ponga su esperanza en cosa del mundo.
Bueno es que padezcamos a veces contradicciones, y que sientan de nosotros malamente, aunque hagamos buenas obras, y tengamos buena intención.

Esto ayuda a la humildad, y nos defiende de la vanagloria.
Cierto entonces mejor buscamos a Dios por testigo interior, cuando somos de fuera despreciados, y no nos dan crédito. Por eso debería el hombre afirmarse del todo en Dios,
y no tendría necesidad de buscar otras consolaciones.
Cuando el hombre bueno es atribulado o tentado, o afligido con malos pensamientos, entonces conoce tener de Dios mayor necesidad; pues ve claramente que al fin no puede nada bueno.

Entonces de verdad se entristece, gime y llora por las miserias que padece.
 Entonces le enoja la larga vida, y desea hallar la muerte, por ser desatado, y estar con Cristo. Entonces conoce bien que no puede haber en el mundo perfecta seguridad, ni cumplida paz.
(Imitación de Cristo, Thomas de Kempis)

¿LOS CATÓLICOS ADORAN IMÁGENES?

Es común decir que los católicos rinden culto a las imágenes y por ello cometen idolatría. ¿Es esto cierto?. No,no es cierto en absoluto.
Las imágenes no se adoran, se veneran.

Adorar es poner un ídolo en el lugar de Dios, remplazándolo.
La adoración sólo es para Dios.
Las imágenes merecen nuestra veneración y respeto  porque están  en  lugar  del  Señor,  de  la  Virgen  y  de  los  Santos,  a  quienes representan.
Son sus retratos, sus estatuas.
Para aclarar el tema demos un vistazo a la historia sagrada.
Comencemos por decir que en el Antiguo Testamento estaba severamente prohibido el culto a todo tipo de imágenes o representación de la divinidad:
 “No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás ni escultura ni imagen alguna… No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo Yahvéh, tu Dios, soy un Dios celoso…”. (Ex 20, 3-5).

Queda pues prohibido todo tipo de imágenes que se presenten como divinidad. El mandamiento comienza diciendo "No habrá para ti otros Dioses delante de mí", o dicho de otra manera: "No te hagas ningún Ídolo”.
Además el apóstol San Juan dice: “Hijos míos, guardaos de los ídolos”: (1 Jn 5,21). También en la Iglesia naciente se tiene claro que la adoración sólo se tributa a Dios.
Pero ¿qué son los ídolos? Los ídolos no son necesariamente esculturas o imágenes pues también hay ídolos inmateriales como la ambición, el gusto del éxito, la vanidad, el dinero, el sexo, algún pecado al que estamos apegados, etc...
¿Cuál es el motivo de la prohibición del Antiguo Testamento?
La verdadera razón de esta prohibición es que Dios es el único Dios.
Se prohibía representar a Dios con imágenes para que las personas no fueran a pensar que Dios tenía la forma de una creatura o fuera un objeto.



Lo que muchos desconocen es que así como existe una prohibición de hacer imágenes (y ya sabemos por qué) también hay una permisión de hacer imágenes.

Tengamos en cuenta que la prohibición se refiere directamente a la adoración de imágenes, no al simple hecho de hacerlas con tal de que éstas sirvan sólo de signo de la presencia de Dios.
En este sentido Dios manda hacer cosas, objetos o imágenes.

Como es el caso de El Arca de la alianza con sus querubines de oro y con el propiciatorio también de oro puro (Ex 25, 10-22); elementos que no merecen honores divinos, no se les puede rendir culto como si se tratase de Dios.




Pero el pueblo necesitaba y necesita también esos signos sensibles. Dios ha mandado construir esto como signo de su presencia en medio del pueblo.

Se acude al Arca de Dios para hacer oración porque es signo de su presencia (Jos 7,6).
Y prueba de todo esto está también en que la misma tienda del encuentro fue construida por orden divina y estaba llena de imágenes, lo mismo el Templo de Jerusalén también las tenía.
Queda claro que estas no violaban la prohibición dada por Dios.
Los textos de la Biblia que prohíben hacer imágenes  son para los del Antiguo Testamento, por el peligro que tenían de caer en la idolatría como los pueblos vecinos, que adoraban los ídolos como si fueran dioses.
Ese peligro no existe actualmente, por eso el mandato ya no vale hoy día; como tampoco valen otras leyes del Antiguo Testamento, por ejemplo, la circuncisión, y la pena de muerte para los adúlteros y otras muchas leyes que los protestantes se saltan, solo se fijan en lo de las imágenes para acusar a los católicos de idolatría.


El Nuevo Testamento perfecciona el Antiguo, por eso los textos del Nuevo Testamento que hablan de los ídolos, se refieren a auténticos ídolos adorados por paganos, pero no a simples imágenes.
 El Dios del Antiguo Testamento no tenía cuerpo, era invisible. No se le podía representar por imágenes. Pero desde que Dios se reveló en forma humana, Cristo se hizo "la imagen visible del Dios invisible", como dice San Pablo (Col 1:15); y sí, le vieron y tocaron.



Es decir en el Nuevo Testamento, la permisión de imágenes que representen la divinidad toma un carácter nuevo, por el hecho de la Encarnación del Hijo de Dios. Dios sigue siendo puramente espiritual, pero ha quedado íntimamente unido a una naturaleza humana, que es material.

Por esta razón, es lógico que lo representemos para darle culto (Catecismo de la Iglesia Católica, 1159ss, 2129ss). 

La representación de imágenes de Cristo es completamente lícita, ya que es la representación de alguien que es realmente Dios.
La veneración de las imágenes no va dirigida a la materia de la que está hecha (piedra, madera, lienzo o papel) sino a la persona a la que representa. Cuando besamos la foto de nuestra madre, nuestro beso no se dirige al papel fotográfico sino a nuesta madre en persona que está reperesentada en el papel. al mirar, por ejemplo, la imagen de Cristo crucificado, recordamos lo mucho que Él sufrió por nosotros y nos sentimos movidos a amarlo más, como le pasó a santa Teresa, que al ver una imágen de Jesús flagelado, se conmovió tanto que ahí empezó su verdadera conversión.



Algún protestante alguna vez me dijo: “Pero ponerse de rodillas ante las imágenes es adoración”. Este es otro de los errores de los protestantes, es solo ignorancia, porque el doblar la rodilla tiene distintos significados, según la voluntad del que lo hace: ante la Eucaristía es adoración, ante una imagen es veneración, ante los reyes es reverencia. 
Cuando los ancianos de Israel se postraban ante el Arca de la Alianza, no se postraban delante de una caja de madera, sino delante de Dios.



Lo que se prohíbe, lo repito, no es la fabricación de imágenes sino su adoración
, otra prueba de que el primer mandamiento de la ley de Dios no se refiere a cualquier tipo de imágenes, ni siquiera religiosas, es que allí se usa la palabra hebrea pésel que significa "ídolo". Si una imagen no es un ídolo (una imagen que sea considerada como un Dios en sí misma), pues no representa ningún problema y podemos tener nuestros templos llenos de ellas, tal como lo estaba el templo de Salomón, el cual luego de ser reconstruido fue visitado por Jesús sin que Él objetara en lo absoluto la presencia de imágenes.



Algún protestante me dijo alguna vez: “Si la Iglesia quitara todas las imágenes de los templos, podría considerar la posibilidad de regresar a la comunión con ella”. No creemos que esa sea la solución a los problemas que tenemos con las sectas. Nosotros no vamos a destruir todas las imágenes solo porque algún protestante haya malinterpretado la enseñanza de la Iglesia o la actitud de un buen creyente.

La solución del problema es catequizarlos  para que llegue a la madurez de la fe.

Fuentes:
Aleteia
Para salvarte (P. Jorge Loring)




ORACIÓN A MARÍA


Madre mía,
desde que amanece el día, bendíceme;
en lo rudo del trabajo, ayúdame;
si vacilo en mis buenas decisiones, fortaléceme;
en las tentaciones y peligros, defiéndeme;
si desfallezco, sálvame y al cielo llévame.
Amén.




PRÉSTAME, MADRE...



Préstame, Madre, tus ojos, para con ellos mirar,
porque si por ellos miro, nunca volveré a pecar.
Préstame, Madre, tus labios, para con ellos rezar,

porque si con ellos rezo, Jesús me podrá escuchar.
Préstame, Madre, tu lengua, para poder comulgar,

pues es tu lengua patena de amor y de santidad.
Préstame, Madre, tus brazos, para poder trabajar,

que así rendirá el trabajo una y mil veces más.
Préstame, Madre, tu manto, para cubrir mi maldad,

pues cubierto con tu manto al Cielo he de llegar.
Préstame, Madre a tu Hijo, para poderlo yo amar,

si Tú me das a Jesús, ¿qué más puedo yo desear?
Y esa será mi dicha por toda la eternidad.

CONVERSIÓN DE MARÍA, LA PECADORA, EN LA HORA DE LA MUERTE, GRACIAS A LA VIRGEN


Se cuenta en la vida de sor Catalina de San Agustín que en el mismo lugar donde vivía esta sierva de Dios, habitaba una mujer llamada María que en su juventud había sido una pecadora y aún de anciana continuaba obstinada en sus perversidades, de modo que, arrojada del pueblo, se vio obligada a vivir confinada en una cueva, donde murió abandonada de todos y sin los últimos sacramentos, por lo que la sepultaron en descampado.
Sor Catalina, que solía encomendar a Dios con gran devoción las almas de los que sabía que habían muerto, después de conocer la desdichada muerte de aquella pobre anciana, ni pensó en rezar por ella, teniéndola por condenada como la tenían todos.
Pasaron cuatro años, y un día se le apareció un alma en pena que le dijo: – Sor Catalina, ¡qué desdicha la mía! Tú encomiendas a Dios las almas de los que mueren y sólo de mi alma no te has compadecido.
 – ¿Quién eres tú? –le dijo la sierva de Dios.
– Yo soy –le respondió –la pobre María que murió en la cueva.
– Pero ¿te has salvado? –replicó sor Catalina.
– Sí, me he salvado por la misericordia de la Virgen María.
– Pero ¿cómo?
– Cuando me vi a las puertas de la muerte, viéndome tan llena de pecados y abandonada de todos, me volví hacia la Madre de Dios y le dije: -Señora, tú eres el refugio de los abandonados; ahora yo me encuentro desamparada de todos; tú eres mi única esperanza, sólo tú me puedes ayudar, ten piedad de mí.
La santa Virgen me obtuvo un acto de contrición, morí y me salvé; y ahora mi reina me ha otorgado que mis penas se abreviaran haciéndome sufrir en intensidad lo que hubiera debido purgar por muchos años; sólo necesito algunas Misas para librarme del purgatorio.
Te ruego las mandes celebrar que yo te prometo rezar siempre, especialmente a Dios y a María, por ti.
(Las Glorias de María, san Alfonso María de Ligorio)

ORACIÓN DE SAN FRANCISCO



Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz .
Donde haya odio, ponga yo Amor.
Donde haya ofensa, ponga yo Perdón.
Donde haya guerra, ponga yo paz.
Donde haya duda, ponga yo Fe.
Donde haya error, ponga yo Verdad.
Donde haya tristeza, ponga yo Alegría.
Donde haya tinieblas, ponga yo Luz.

Oh, Maestro, haced que yo no busque tanto ser consolado, como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando , que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
y muriendo, que se resucita a la
Vida Eterna.
Amén.

¿QUÉ ES LA CAÍDA DE LOS ÁNGELES?

Tras la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (Cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (Cf. Sb 2,24).
La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo

(Cf. Jn 8,44; Ap 12,9).
La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. "Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali" ("El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos") (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 800).


La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 P 2,4). Esta "caída" consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: "Seréis como dioses" (Gn 3,5). El diablo es "pecador desde el principio" (1 Jn 3,8), "padre de la mentira" (Jn 8,44).


Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. "No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte" (S. Juan Damasceno, f.o. 2,4: PG 94, 877C).


La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama "homicida desde el principio" (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (Cf. Mt 4,1-11).
"El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo" (1 Jn 3,8).
La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.
Sin embargo, el poder de Satán no es infinito.
No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios.


Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física - en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero "nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman"

(Rm 8,28).

(Catecismo de la Iglesia católica)

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO SOBRE LA BIENAVENTURANZA: "LOS LIMPIOS DE CORAZÓN VERÁN A DIOS" - XXX JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2015-

«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios» (Mt 5,8)



Queridos jóvenes:
Seguimos avanzando en nuestra peregrinación espiritual a Cracovia, donde tendrá lugar la próxima edición internacional de la Jornada Mundial de la Juventud, en julio de 2016. Como guía en nuestro camino, hemos elegido el texto evangélico de las Bienaventuranzas.

El año pasado reflexionamos sobre la bienaventuranza de los pobres de espíritu, situándola en el contexto más amplio del “sermón de la montaña”. Descubrimos el significado revolucionario de las Bienaventuranzas y el fuerte llamamiento de Jesús a lanzarnos decididamente a la aventura de la búsqueda de la felicidad. Este año reflexionaremos sobre la sexta Bienaventuranza: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8).

1. El deseo de felicidad

La palabra bienaventurados (felices), aparece nueve veces en esta primera gran predicación de Jesús (cf. Mt 5,1-12). Es como un estribillo que nos recuerda la llamada del Señor a recorrer con Él un camino que, a pesar de todas las dificultades, conduce a la verdadera felicidad.
Queridos jóvenes, todas las personas de todos los tiempos y de cualquier edad buscan la felicidad.

Dios ha puesto en el corazón del hombre y de la mujer un profundo anhelo de felicidad, de plenitud. ¿No notáis que vuestros corazones están inquietos y en continua búsqueda de un bien que pueda saciar su sed de infinito?
Los primeros capítulos del libro del Génesis nos presentan la espléndida bienaventuranza a la que estamos llamados y que consiste en la comunión perfecta con Dios, con los otros, con la naturaleza, con nosotros mismos.

El libre acceso a Dios, a su presencia e intimidad, formaba parte de su proyecto sobre la humanidad desde los orígenes y hacía que la luz divina permease de verdad y trasparencia todas las relaciones humanas. En este estado de pureza original, no había “máscaras”, subterfugios, ni motivos para esconderse unos de otros.
Todo era limpio y claro.
Cuando el hombre y la mujer ceden a la tentación y rompen la relación de comunión y confianza con Dios, el pecado entra en la historia humana (cf. Gn 3). Las consecuencias se hacen notar enseguida en las relaciones consigo mismos, de los unos con los otros, con la naturaleza. Y son dramáticas.

La pureza de los orígenes queda como contaminada. Desde ese momento, el acceso directo a la presencia de Dios ya no es posible. Aparece la tendencia a esconderse, el hombre y la mujer tienen que cubrir su desnudez. Sin la luz que proviene de la visión del Señor, ven la realidad que los rodea de manera distorsionada, miope. La “brújula” interior que los guiaba en la búsqueda de la felicidad pierde su punto de orientación y la tentación del poder, del tener y el deseo del placer a toda costa los lleva al abismo de la tristeza y de la angustia.
En los Salmos encontramos el grito de la humanidad que, desde lo hondo de su alma, clama a Dios: «¿Quién nos hará ver la dicha si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?» (Sal 4,7).

El Padre, en su bondad infinita, responde a esta súplica enviando a su Hijo. En Jesús, Dios asume un rostro humano.
Con su encarnación, vida, muerte y resurrección, nos redime del pecado y nos descubre nuevos horizontes, impensables hasta entonces.



Y así, en Cristo, queridos jóvenes, encontrarán el pleno cumplimiento de sus sueños de bondad y felicidad.

Sólo Él puede satisfacer sus expectativas, muchas veces frustradas por las falsas promesas mundanas.
Como dijo san Juan Pablo II: «Es Él la belleza que tanto les atrae; es Él quien les provoca con esa sed de radicalidad que no les permite dejarse llevar del conformismo; es Él quien les empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien les lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida algo grande» (Vigilia de oración en Tor Vergata, 19 agosto 2000).

2. Bienaventurados los limpios de corazón…

Ahora intentemos profundizar en por qué esta bienaventuranza

pasa a través de la pureza del corazón.
Antes que nada, hay que comprender el significado bíblico de la palabra corazón. Para la cultura semita el corazón es el centro de los sentimientos, de los pensamientos y de las intenciones de la persona humana. Si la Biblia nos enseña que Dios no mira las apariencias, sino al corazón (cf. 1 Sam 16,7), también podríamos decir que es desde nuestro corazón desde donde podemos ver a Dios. Esto es así porque nuestro corazón concentra al ser humano en su totalidad y unidad de cuerpo y alma, su capacidad de amar y ser amado.
En cuanto a la definición de limpio, la palabra griega utilizada por el evangelista Mateo es katharos, que significa fundamentalmente puro, libre de sustancias contaminantes.

En el Evangelio, vemos que Jesús rechaza una determinada concepción de pureza ritual ligada a la exterioridad, que prohíbe el contacto con cosas y personas (entre ellas, los leprosos y los extranjeros) consideradas impuras.



A los fariseos que, como otros muchos judíos de entonces, no comían sin haber hecho las abluciones y observaban muchas tradiciones sobre la limpieza de los objetos, Jesús les dijo categóricamente: «Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad» (Mc 7,15.21-22).
Por tanto, ¿en qué consiste la felicidad que sale de un corazón puro? Por la lista que hace Jesús de los males que vuelven al hombre impuro, vemos que se trata sobre todo de algo que tiene que ver con el campo de nuestras relaciones.

Cada uno tiene que aprender a descubrir lo que puede “contaminar” su corazón, formarse una conciencia recta y sensible, capaz de «discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto» (Rm 12,2).
Si hemos de estar atentos y cuidar adecuadamente la creación, para que el aire, el agua, los alimentos no estén contaminados, mucho más tenemos que cuidar la pureza de lo más precioso que tenemos: nuestros corazones y nuestras relaciones. Esta “ecología humana” nos ayudará a respirar el aire puro que proviene de las cosas bellas, del amor verdadero, de la santidad.
Una vez les pregunté: ¿Dónde está su tesoro? ¿en qué descansa su corazón? (cf. Entrevista con algunos jóvenes de Bélgica, 31 marzo 2014). Sí, nuestros corazones pueden apegarse a tesoros verdaderos o falsos, en los que pueden encontrar auténtico reposo o adormecerse, haciéndose perezosos e insensibles.

El bien más precioso que podemos tener en la vida es nuestra relación con Dios. ¿Lo creen así de verdad? ¿Son conscientes del valor inestimable que tienen a los ojos de Dios?
¿Saben que Él los valora y los ama incondicionalmente?


Cuando esta convicción desaparece, el ser humano se convierte en un enigma incomprensible, porque precisamente lo que da sentido a nuestra vida es sabernos amados incondicionalmente por Dios. ¿Recuerdan el diálogo de Jesús con el joven rico (cf. Mc 10,17-22)? El evangelista Marcos dice que Jesús lo miró con cariño (cf. v. 21), y después lo invitó a seguirle para encontrar el verdadero tesoro. Les deseo, queridos jóvenes, que esta mirada de Cristo, llena de amor, les acompañe durante toda su vida.
Durante la juventud, emerge la gran riqueza afectiva que hay en sus corazones, el deseo profundo de un amor verdadero, maravilloso, grande. ¡Cuánta energía hay en esta capacidad de amar y ser amado! No permitan que este valor tan precioso sea falseado, destruido o menoscabado. Esto sucede cuando nuestras relaciones están marcadas por la instrumentalización del prójimo para los propios fines egoístas, en ocasiones como mero objeto de placer.
El corazón queda herido y triste tras esas experiencias negativas.
Se lo ruego: no tengan miedo al amor verdadero, aquel que nos enseña Jesús y que San Pablo describe así: «El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal;
no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca» (1 Co 13,4-8).
Al mismo tiempo que les invito a descubrir la belleza de la vocación humana al amor, les pido que se rebelen contra esa tendencia tan extendida de banalizar el amor, sobre todo cuando se intenta reducirlo solamente al aspecto sexual, privándolo así de sus características esenciales de belleza, comunión, fidelidad y responsabilidad.
Queridos jóvenes, «en la cultura de lo provisional, de lo relativo, muchos predican que lo importante es “disfrutar” el momento, que no vale la pena comprometerse para toda la vida, hacer opciones definitivas, “para siempre”, porque no se sabe lo que pasará mañana. Yo, en cambio, les pido que sean revolucionarios, les pido que vayan contracorriente; sí, en esto les pido que se rebelen contra esta cultura de lo provisional, que, en el fondo, cree que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, cree que ustedes no son capaces de amar verdaderamente. Yo tengo confianza en ustedes, jóvenes, y pido por ustedes. Atrévanse a “ir contracorriente”.
Y atrévanse también a ser felices» .
Ustedes, jóvenes, son expertos exploradores. Si se deciden a descubrir el rico magisterio de la Iglesia en este campo, verán que el cristianismo no consiste en una serie de prohibiciones que apagan sus ansias de felicidad, sino en un proyecto de vida capaz de atraer nuestros corazones.


3. ... porque verán a Dios

En el corazón de todo hombre y mujer, resuena continuamente la invitación del Señor: «Busquen mi rostro» (Sal 27,8).




Al mismo tiempo, tenemos que confrontarnos siempre con nuestra pobre condición de pecadores. Es lo que leemos, por ejemplo, en el Libro de los Salmos: «¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón» (Sal 24,3-4).
Pero no tengamos miedo ni nos desanimemos: en la Biblia y en la historia de cada uno de nosotros vemos que Dios siempre da el primer paso. Él es quien nos purifica para que seamos dignos de estar en su presencia.
El profeta Isaías, cuando recibió la llamada del Señor para que hablase en su nombre, se asustó: «¡Ay de mí, estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!» (Is 6,5).
Pero el Señor lo purificó por medio de un ángel que le tocó la boca y le dijo: «Ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado»
(v. 7). En el Nuevo Testamento, cuando Jesús llamó a sus primeros discípulos en el lago de Genesaret y realizó el prodigio de la pesca milagrosa, Simón Pedro se echó a sus pies diciendo:
«Apártate de mí, Señor, que soy un pecador» (Lc 5,8).
La respuesta no se hizo esperar: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres» (v. 10). Y cuando uno de los discípulos de Jesús le preguntó: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta»,
el Maestro respondió: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,8-9).
La invitación del Señor a encontrarse con Él se dirige a cada uno de ustedes, en cualquier lugar o situación en que se encuentre.

Basta «tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él » (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 3). Todos somos pecadores, necesitados de ser purificados por el Señor. Pero basta dar un pequeño paso hacia Jesús para descubrir que Él nos espera siempre con los brazos abiertos, sobre todo en el Sacramento de la Reconciliación, ocasión privilegiada para encontrar la misericordia divina que purifica y recrea nuestros corazones.



Sí, queridos jóvenes, el Señor quiere encontrarse con nosotros, quiere dejarnos “ver” su rostro. Me preguntarán: “Pero, ¿cómo?”. También Santa Teresa de Ávila, que nació hace ahora precisamente 500 años en España, desde pequeña decía a sus padres:

«Quiero ver a Dios». Después descubrió el camino de la oración, que describió como «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Libro de la vida, 8, 5). Por eso, les pregunto: ¿rezan? ¿saben que pueden hablar con Jesús, con el Padre, con el Espíritu Santo, como se habla con un amigo? Y no un amigo cualquiera, sino el mejor amigo, el amigo de más confianza. Prueben a hacerlo, con sencillez.
Descubrirán lo que un campesino de Ars decía a su santo Cura: Cuando estoy rezando ante el Sagrario, «yo le miro y Él me mira» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2715).
También les invito a encontrarse con el Señor leyendo frecuentemente la Sagrada Escritura.

Si no están acostumbrados todavía, comiencen por los Evangelios. Lean cada día un pasaje. Dejen que la Palabra de Dios hable a sus corazones, que sea luz para sus pasos (cf. Sal 119,105).
Descubran que se puede “ver” a Dios también en el rostro de los hermanos, especialmente de los más olvidados: los pobres, los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los encarcelados (cf. Mt 25,31-46). ¿Han tenido alguna experiencia? Queridos jóvenes, para entrar en la lógica del Reino de Dios es necesario reconocerse pobre con los pobres. Un corazón puro es necesariamente también un corazón despojado, que sabe abajarse y compartir la vida con los más necesitados.
El encuentro con Dios en la oración, mediante la lectura de la Biblia y en la vida fraterna les ayudará a conocer mejor al Señor y a ustedes mismos.




Como les sucedió a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), la voz de Jesús hará arder su corazón y les abrirá los ojos para reconocer su presencia en la historia personal de cada uno de ustedes, descubriendo así el proyecto de amor que tiene para sus vidas.
Algunos de ustedes sienten o sentirán la llamada del Señor al matrimonio, a formar una familia.

Hoy muchos piensan que esta vocación está “pasada de moda”, pero no es verdad. Precisamente por eso, toda la Comunidad eclesial está viviendo un período especial de reflexión sobre la vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Además, les invito a considerar la llamada a la vida consagrada y al sacerdocio.
Qué maravilla ver jóvenes que abrazan la vocación de entregarse plenamente a Cristo y al servicio de su Iglesia. Háganse la pregunta con corazón limpio y no tengan miedo a lo que Dios les pida.
A partir de su “sí” a la llamada del Señor se convertirán en nuevas semillas de esperanza en la Iglesia y en la sociedad. No lo olviden: La voluntad de Dios es nuestra felicidad.




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