ORACIONES PARA DESPUÉS DE COMULGAR



“Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancialmente, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad”. Así nos enseña el Concilio de Trento - DZ 1640; 1651- la verdad sobre la Eucaristía. 

Es por esto que, después de comulgar, procura tener unos minutos para dar gracias. Es una muestra de fe, respeto y amor a Jesús, el continuar un momento después de Misa dándole gracias por la Comunión recibida. Puedes hacer despacio y  las oraciones que siguen:

ACTO DE FE:

¡Señor mío, Jesucristo!, creo que verdaderamente estás dentro de mí con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y lo creo más firmemente que si lo viese con mis propios ojos.

ACTO DE ADORACIÓN:

¡Oh, Jesús mío!, te adoro presente dentro de mí, y me uno a María Santísima, a los ángeles y a los santos para adorarte como te mereces.

ACTO DE ACCIÓN DE GRACIAS:

Te doy gracias, Jesús mío, de todo corazón, porque has venido a mi alma. Virgen Santísima, Ángel de mi guarda, ángeles y santos del cielo, dad por mí gracias a Dios.


(Oraciones y devociones católicas)


CUIDADO CON LA SUPERSTICIÓN



Peca contra Dios quien tiene fe en adivinos, echadores de cartas, horóscopos, espiritistas y curanderos; también quien cree en serio cosas supersticiosas (mala suerte del nº 13, cadena de oraciones, etc.); quien niega o duda voluntariamente de alguna verdad de fe, o ignora por culpa suya lo necesario de la Religión. «Ha de considerarse supersticioso creer que ciertas acciones o prácticas concedan gracias especiales de forma automática sin contar con las disposiciones del que las practica». 

Los horóscopos ningún modo pueden servir para predecir los actos futuros libres de los hombres. Pretender determinar los hechos futuros a partir de los astros, plantea necesariamente la negación de la libertad humana. 

El Catecismo de la Iglesia Católica dice “Todas las formas de adivinación deben rechazarse: La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a mediums, estas cosas encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. 

Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios. Todo género de adivinación, en definitiva, nace de la falta de fe en el Dios verdadero; y es el resultado del abandono de la auténtica fe.

El hombre o es religioso o es supersticioso. Muchos que no creen en las verdades de la Religión, luego creen en las mentiras y engaños de adivinos, brujos y espiritistas.

Como dijo Chesterton: «No creer en Dios no significa no creer en nada; significa creer en todo». 

(Padre Jorge Loring, "Para salvarte")

TE QUEDASTE EN EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA



Adorable Salvador mío, que solo porque me amas 
con el mismo amor con que 
tu Padre te ama a Tí, y como no es capaz 
de amarme ninguna criatura sobre la tierra, 
te quedaste para mi salud en el augusto 
Sacramento de la Eucaristía. 
Tú, que no esquivaste la muerte espantosa 
de la Cruz y derramaste tu sangre preciosa 
para rescatarme del dominio de las tinieblas, 
dígnate dirigir una mirada de misericordia 
hacia nosotros, porque Tú bien sabes 
cuáles son las necesidades que nos cercan. 
Tú eres testigo de los empeñosos esfuerzos 
del infierno para arrancarnos del rebaño a quien 
te dignas apacentar con tu propio Cuerpo.
Aunque la amargura sobrepuje a la fuerza 
de mi corazón, yo no desfalleceré y estaré 
contento si Tú no te apartas de mí. 
Jacob, moribundo, decia: 
"Yo, Señor, esperaré al Mesías que debeis enviar," 
y lo decía suspirando por ese momento de felicidad 
que no alcanzaron los profetas;
yo, que tengo dentro de mi corazón el objeto 
de esas santas y bellas esperanzas, ya no 
deseo más que morir teniéndote en mi pecho, 
para ir contigo a alabarte eternamente en el reino celestial. 
Amen.
(Devocionario Católico)

¡HÁGASE TU VOLUNTAD!

Madre, desde tu juventud aprendiste a seguir mi voluntad y a someter todos tus deseos a mí. Tú has dicho correctamente: ‘¡Hágase tu voluntad!’.  Eres como oro precioso que se extiende y machaca sobre el duro yunque, porque tú has sido golpeada por todo tipo de tribulación y has sufrido en mi pasión más que todos los demás. Cuando, por la vehemencia de mi dolor en la cruz, mi corazón se partió, esto hirió tu corazón como afiladísimo acero. Hubieras deseado ser cortada en dos, de haber sido esa mi voluntad. Aún, si hubieras tenido la capacidad de oponerte a mi pasión y hubieras demandado que me fuera permitido vivir, no habrías querido obtener esto de ninguna manera que no fuera acorde con mi voluntad. 

Por esta razón, has hecho bien al decir: ‘¡Hágase tu voluntad!’

(Palabras de Jesús a su Madre María, del libro de Las Profecías y Revelaciones de Santa Brígida de Suecia).



EN QUÉ CONSISTE LA VERDADERA PERFECCIÓN


 

La perfección consiste: 

1.°, En verdadero desprecio de sí mismo.

2.°, En total mortificación de los malos apetitos. 

3.°, En la perfecta conformidad con la voluntad de Dios.

Quien se vea falto de una de estas tres virtudes está fuera del camino de la perfección. 

Por eso decía un gran siervo de Dios que más valía en nuestras acciones tener por fin la voluntad de Dios que la gloria de Dios, porque, cumpliendo con la voluntad de Dios, también procuramos su gloria, al paso que, si nos proponemos la gloria de Dios, nos podemos engañar, a las veces, haciendo nuestra voluntad con pretexto de hacer la de Dios. 

Escribe San Francisco de Sales: «Muchos dicen al Señor: Me consagro a vos sin reserva, pero pocos son los que se abrazan con la práctica esta entrega, que no es otra cosa que la perfecta indiferencia en aceptar todo lo que nos acontece, como nos vaya aconteciendo, según el orden de la divina Providencia, ya sean aflicciones o ya consuelos, desprecios y humillaciones, como honores y gloria».

(Práctica de amor a Jesucristo, san Alfonso Mª de Ligorio)

EN VELA CADA NOCHE

Cada noche, Señor, 

nos acercamos con sonrojo 

a las puertas del perdón caliente de tu casa. 

Siempre tienes las luces encendidas,

la mesa prevenida y Tú esperando. 

Penoso balance es sentir 

el vacío en las manos 

y el frío árido en el alma. 

Pero cada noche, Señor, acudes a tu puerta 

y nos llamas, con los brazos abiertos, 

desde la oscuridad de cada rebeldía, 

desde el camino tortuoso 

de nuestros egoísmos, 

desde la soledad 

de nuestro corazón desierto. 

Atizas el fuego del hogar, dispones la acogida 

y el abrazo, sin saldo de cuentas atrasadas, 

pasando por alto detalles y agravantes... 

Te basta el gesto humilde 

y la presencia arrepentida. 



Cada anochecer, Señor, vistes de júbilo 

nuestro corazón reconciliado; 

y tu voz presurosa 

nos convoca a fiesta y alegría, 

a la tarea de amar, borrado ya el pasado. 

Sigue siendo, Señor, en cada noche, 

el Padre en vela que ama, 

perdona y siempre espera. 


(Vidal Ayala. “La voz del bosque”. PS.)

NO DESEEMOS TENER HONRAS, MIREMOS A JESÚS EN LA CRUZ


Si el cristiano no tuviera corazón para despreciar las vanidades y los deseos de ser honrado y halagado, alce los ojos a su Señor puesto en cruz, y le verá tan lleno de deshonras, que si se pudieran pesar, podrían competir con la grandeza de los tormentos que recibía. 

Y no sin causa eligió el Señor muerte con extrema deshonra, sino porque conoció cuan poderoso tirano es el amor de la honra en el corazón de muchos; que no dudan de ponerse a la muerte, y huyen del género de la muerte, si es con deshonra. Y para darnos a entender que no nos ha de espantar lo uno ni lo otro, eligió muerte de cruz, en la cual se juntan graves dolores con excesiva deshonra.

Mirad, pues, si ojos tenéis, a Cristo estimado por el más bajo de los hombres, y menospreciado y afrentado con graves humillaciones, unas, las que la misma muerte de cruz trae consigo, pues era la más infame de todas; y otras con que particularmente ofendieron a nuestro Señor, pues ningún género de gente quedó que no se emplease en blasfemarlo, despreciarlo e injuriarlo con géneros de deshonras no vistos; y veréis cuan bien cumple lo que predicando habia dicho (Jn., 8): Yo no busco mi honra. Haced vosotros lo mismo.

(San Juan de Ávila, libro espiritual)

REMEDIOS PARA DETENER LA CARRERA HACIA EL PECADO


Nada desean tanto los enemigos de nuestra salvación como dejarnos en paz y tranquilidad respecto a los pecados. Cualquier pensamiento o deseo de conversión que nos lleguen tratarán de apagarlos y alejarlos y si alguien quiere aconsejar que sería mejor cambiar de vida y empezar un comportamiento más de acuerdo con la ley de Dios, inmediatamente se cambia de tema y se trata de que de estas cosas no se hable.

Y los tres enemigos de la santificación: el mundo, el demonio y la carne, se esfuerzan por proporcionarnos continuamente nuevas ocasiones de pecar, nos tienden trampas y lazos traicioneros para que sigamos de nuevo en antiguas faltas; y tratan de endurecer de tal manera nuestra conciencia que ya no nos conmuevan ni las bondades que Dios ha tenido para con nosotros, ni las sanciones que su Divina Justicia enviará contra nuestras maldades, ni las pérdidas y daños que nos van a llegar pecando. Y así el alma pecadora se va alejando más y más de la perfección y de la santidad, y si Dios no interviene con un milagro de su gracia, la ruina será total.

Existen dos remedios para lograr detenerse en esta carrera hacia el abismo del pecado. 

El primero consiste en hacer caso a las inspiraciones y remordimientos que sentimos en la conciencia. 

El poeta dijo: "La conciencia a los culpados corrige tan pronto y bien que hay pocos que no estén dentro de su alma ahorcados", san Agustín afirmaba: "El peor peligro para un pie herido es que ya no duela, porque entonces no tiene circulación y le llegará la gangrena. El terrible y espantoso mal para una alma pecadora es que ya no siente remordimiento por haber pecado. Si no lo siente, estará irremediablemente perdida. Pero si la conciencia le remuerde y le hace caso a su conciencia, todavía tiene esperanza de enmienda y salvación.

El segundo remedio es clamar mucho a Dios, pidiendo su ayuda y su perdón. 

Miremos el crucifijo y pidámosle que nos dé verdadera contrición de nuestras maldades. Elevemos la vista al cuadro de la Virgen María y a ella, que es refugio de pecadores digámosle: "Ven Madre mía en mi ayuda, que me están derrotando". Y Dios cumplirá lo que prometió en el Apocalipsis: "Echará gotas curativas en los ojos de tu alma para que veas la fealdad de tus faltas y las aborrezcas y las logres evitar". 

(El combate espiritual, Lorenzo Scupoli)

SAN JOSÉ, UN CORAZÓN PURO


Cuando hablamos de San José, hay un silencio que envuelve a su persona; silencio que vivió toda su vida. Su misión fue, después de la Santísima Virgen María, la mas importante que Dios le haya encomendado a criatura alguna, y al mismo tiempo la mas escondida: salvaguardar "los tesoros de Dios" --Jesús y María--y proteger con su silencio, presencia y santidad el misterio de la Encarnación y el misterio de la Santísima Virgen María.

En la primera venida del Hijo de Dios al mundo, las vidas de María y José fueron radicalmente escondidas; ahora --en estos momentos tan difíciles de la historia-- han salido a relucir para dar a los hombres testimonio del amor de Dios por la humanidad, y de lo que hace en los corazones de aquellos que son fieles a Su voluntad. Y así vemos como se ha despertado en estos tiempos, un nuevo interés en la persona de San José, en su santidad, en su misión y en su intercesión.

Cuando contemplamos el corazón de San José, contemplamos un corazón puro, que dirige todos sus afectos y acciones hacia aquellos que le fueron encomendados, cuya grandeza él supo leer y entender. Por ellos trabajó; por ellos obedeció; por ellos sufrió; a ellos los defendió y protegió sin interrupción. Su vida era para amar, consolar, proteger y cuidar a Jesús y a María y ahora protege y cuida a los que acuden a él.

(San José, Custodio de los dos corazones)

SÚPLICAS A LA SANTÍSIMA VIRGEN EN ALIVIO DE LAS ALMAS MÁS OLVIDADAS DEL PURGATORIO


¡Oh Madre de misericordia! tan grande es vuestra bondad, que no podéis descubrir miserias sin compadecernos. 
Mirad, os suplicamos, con caritativos ojos a las afligidas almas que sufren en el Purgatorio, sin poderse procurar alivio alguno en sus tremendas penas, y moveos a compasión. 
Por vuestra piedad y por el amor que tenéis a Jesús, os pedimos mitiguéis sus sufrimientos, y les procuréis eterno descanso. Pero ¡ah! cuán doloroso debe ser 
para vuestro maternal corazón, la conducta de innumerables cristianos, que dejan en el olvido las pobres almas del Purgatorio! ¡Esperan nuestros sufragios, y apenas hay quien se acuerde de ellas! ¡Oh María! dignaos inspirar a todos los fieles una tierna y viva compasión por nuestros hermanos difuntos: comunicadles un ardiente deseo de ofrecer por ellas obras satisfactorias, y ganar, en su favor, cuantas indulgencias les sean aplicables a fin de que pronto vayan a gozar de Dios. Oíd ahora las súplicas que por ellas os hacemos. 

Después de cada súplica decir: 
“Imploramos tu socorro ¡oh! Madre de Bondad”.

Para que salgan de aquella tenebrosa cárcel, 
Para que Dios les perdone la pena de sus pecados, 
Para que se abrevie el tiempo de su sufrimiento, 
Para que se apaguen sus llamas abrasadoras, 
Para que un rayo de luz celestial ilumine sus horrendas tinieblas, 
Para que sean consoladas en su triste abandono, 
Para que alcancen alivio en sus penas y amargas angustias, 
Para que la tristeza se cambie en perpetua alegría, 
Para que mitiguen la ardiente sed de los bienes eternos, 
Para que se llenen pronto sus deseos vivísimos de entrar en la gloria, 
Por las almas de nuestros padres e hijos, 
Por las almas de nuestros hermanos, 
Por las almas de nuestros parientes, 
Por las almas de nuestros amigos, 
Por las almas de nuestros bienhechores, 
Por las almas que sufren en aquellas llamas por culpa nuestra, 
Por las almas de aquellos que en su vida nos hicieron sufrir, 
Por las almas más desamparadas, 
Por las almas que sufren mayores tormentos, 
Por las almas que están más cerca de entrar en el cielo, 
Por las almas que durante su vida te han amado más a ti y a tu divino Hijo, 
Por las almas de aquellos que sufren hace más tiempo, 
Por todas las benditos almas del Purgatorio, 
Por tu inefable misericordia, 
Por tu inmenso poder, 
Por tu maternal bondad, 
Por tu incomparable maternidad, 
Por tus preciosas lágrimas, 
Por tus acerbos dolores; 
Por tu santa muerte, 
Por las cinco llagas de tu amado hijo, 
Por su sangre divina derramada por nosotros, 
Por su dolorosísima muerte en el árbol de la Cruz, 
Para que se apliquen con abundancia a los difuntos las súplicas de los vivos, 
Para que la gloriosa legión de los santos las socorra sin cesar, 
Para que los nueve coros de los ángeles las reciban con regocijo, 
Para que tus ojos maternales les echen una mirada de compasión, 
Para que las haga felices la vista de tu divino Hijo,
Para que por la contemplación de la Santísima Trinidad sean bienaventuradas, 
Para que se haga cada día más fervorosa nuestra devoción a las almas, 
Para que se ofrezcan siempre más oraciones, indulgencias Y obras satisfactorias por ellas, 
Para que las almas, que hayamos librado del purgatorio, hagan un día lo mismo con nosotros. 
Para finalizar, rezar un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria, por la salud, las intenciones y la Santidad del 
Papa.

EL CORAZÓN DE JESÚS NOS AMA



De vuestro Corazón salieron todas las palabras de luz, 

de perdón y de consuelo que llenan el Evangelio; 

es él quien decía a la Samaritana: «¡ Si tú supieras el don de Dios!»; 

a la Magdalena: «Vete en paz, tus pecados te son 

perdonados»; al Buen Ladrón: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso»; 

a todos los pecadores, 

a todos los que sufren, a todos los que lloran, 

a todos los que están cargados y que sucumben: 

«Venid a mí, y yo os aliviaré.» 

Es vuestro Corazón quien hizo vuestra Pasión y vuestra muerte ; 

es él quien os entregó silencioso y dulce al beso de Judas, 

a los sufrimientos y a los látigos de los soldados, a las 

sentencias de Pilato, a la ignominia y al suplicio de la Cruz ; 

y es él también quien antes de 

morir nos inspiró a orar por nuestros enemigos y 

nos dió a María para Madre nuestra. 

Y en todas las obras fundadas por el Verbo 

encarnado, el amor es el fin y el Corazón de 

Jesús nos ama. 

Corazón misericordiosísimo de Jesús, 

cuya activa y paciente solicitud me conduce, 

me sostiene y me dirige siempre. 

Tu amor me satisface plenamente y se desborda sin medida. 

(La Persona del Cristo Eucarístico)

EL VALOR DEL SUFRIMIENTO ABRAZADO CON AMOR


A nadie le gusta sufrir. Tampoco le "gustó" a Jesucristo. Sin embargo lo abrazó por amor. En el Huerto de los Olivos exclamó: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú.» Mateo 26, 39. He aquí el inestimable valor del sufrimiento: abrazarlo libremente por amor, en unión con Jesucristo; 

Por eso los hermanos que están postrados por enfermedad pueden dar mas fruto, salvar mas almas y hacer mas bien que muchos otros con numerosos apostolados activos pero con menos amor.

Jesucristo sufrió hasta el extremo en la cruz por amor a nosotros. Esta es la clave: POR AMOR. Todo, absolutamente todo, hemos de vivirlo, de abrazarlo por amor. Así nos redimió Jesús. 

El sufrimiento es una oportunidad para unirnos a Cristo y cooperar en la redención del mundo. De nada vale el sufrimiento por sí mismo. Lo que vale es la entrega amorosa que hacemos de él a Dios. Es por eso que el sufrimiento es una gran oportunidad y sería terrible desperdiciarla.

La cruz, la señal del Cristiano, es signo de nuestra entrega al sufrimiento por amor.

"Desde la cruz se contempla mejor el cielo" -Madre Adela Galindo

El sufrimiento tiene un gran valor cuando lo abrazamos por amor. Ante el dolor podemos unirnos a la cruz de Cristo o reaccionar con rebelión y culpar a Dios. El sufrimiento tiene un gran valor: expía el mal, une al sacrificio de Jesucristo como expresión de amor y confianza en El y ofrece a Dios un sacrificio de alabanza. El sufrimiento unido a los padecimientos de Cristo nos asemeja a El, que libremente abrazó la cruz por amor. 

(Autor: P. Jordi Rivero)



EL DIOS DE LA FE


 
En medio de la sombra y de la herida
me preguntan si creo en Ti. Y digo:
que tengo todo, cuando estoy contigo,
el sol, la luz, la paz, el bien, la vida.
Sin Ti, el sol es luz descolorida.
Sin Ti, la paz es un cruel castigo.
Sin Ti, no hay bien ni corazón amigo.
Sin Ti, la vida es muerte repetida.
Contigo el sol es luz enamorada
y contigo la paz es paz florida.
Contigo el bien es casa reposada
y contigo la vida es sangre ardida.
Pues si me faltas Tú, no tengo nada:
ni sol, ni luz, ni paz, ni bien, ni vida.

 

(José Luis Martín Descalzo)

EL QUE AMA A DIOS, SE CONTENTA CON AGRADARLO

El Señor, al enseñar a sus discípulos la manera de ayunar, les dice: Cuando ayunéis no os hagáis los melancólicos, como los hipócritas, que ponen una cara mustia, para hacer ver a los demás que están ayunando. Os digo de veras: Ya recibieron su paga. ¿Qué paga, sino la paga de la alabanza de los hombres? Por el deseo de esta alabanza se exhibe muchas veces una apariencia de virtud y se ambiciona una fama engañosa, sin ningún interés por la rectitud interior; así, lo que no es más que maldad escondida se complace en la falsa apreciación de los hombres. 

El que ama a Dios se contenta con agradarlo, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios mismo es el amor. El alma piadosa e íntegra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite. Porque es una gran verdad aquello que dice el Señor: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El tesoro del hombre viene a ser como la reunión de los frutos recolectados con su esfuerzo. Lo que uno siembre, eso cosechará, y cual sea el trabajo de cada uno tal será su ganancia; y donde ponga el corazón su deleite, allí queda reducida su solicitud. 

Mas, como sea que hay muchas clases de riquezas y diversos objetos de placer, el tesoro de cada uno viene determinado por la tendencia de su deseo, y si este deseo se limita a los bienes terrenos, no hallará en ellos la felicidad, sino la desdicha. En cambio, los que ponen su corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra, y su atención en las cosas eternas, no en las perecederas, alcanzarán una riqueza incorruptible y escondida, aquella a la que se refiere el profeta cuando dice: La sabiduría y el saber serán su refugio salvador, el temor del Señor será su tesoro. Esta sabiduría divina hace que, con la ayuda de Dios, los mismos bienes terrenales se conviertan en celestiales, cuando muchos convierten sus riquezas, ya sea legalmente heredadas o adquiridas de otro modo, en instrumentos de bondad. 

Los que reparten lo que les sobra para sustento de los pobres se ganan con ello una riqueza imperecedera; lo que dieron en limosnas no es en modo alguno un derroche; éstos pueden en justicia tener su corazón donde está su tesoro, ya que han tenido el acierto de negociar con sus riquezas sin temor a perderlas.

(San Leon Magno)

ETERNA PALABRA, HIMNO LITURGIA DE LAS HORAS


En el principio, tu Palabra.  

Antes que el sol ardiera,

antes del mar y las montañas,

antes de las constelaciones,

nos amó tu Palabra.

 

Desde tu seno, Padre,

era sonrisa su mirada,

era ternura su sonrisa,

era calor de brasa.

En el principio, tu Palabra.

 

Todo se hizo de nuevo,

todo salió sin mancha,

desde el arrullo del río

hasta el rocío y la escarcha;

nuevo el canto de los pájaros,

porque habló tu Palabra.

 

Y nos sigues hablando todo el día,

aunque matemos la mañana

y desperdiciemos la tarde,

y asesinemos la alborada.

Como una espada de fuego,

en el principio, tu Palabra.

 

Llénanos de tu presencia, Padre;

Espíritu, satúranos de tu fragancia;

danos palabras para responderte,

Hijo, eterna Palabra. Amén.

DIOS HABITA EN NUESTRAS ALMAS

 El lugar del encuentro del alma con su Dios está en ella misma, en su centro más profundo. Los místicos llaman a ese lugar, el más secreto de las operaciones divinas en donde sólo Dios penetra y puede obrar. Santa Isabel de la Trinidad lo expresaba así:

«Este cielo, esta casa de nuestro Padre, está en el centro de nuestra alma. Cuando estamos en el centro más profundo, estamos en Dios. No tenemos que salir de nosotros para encontrarlo: el reino de Dios está “adentro.”

San Juan de la Cruz dice que en la sustancia del alma, hasta donde no pueden alcanzar ni el demonio ni el mundo, es donde Dios se da a ella. Entonces todos sus movimientos se hacen divinos, y aunque sean de Dios son igualmente de ella porque Nuestro Señor los produce en ella y con ella. 

El mismo santo dice también que “Dios es el centro del alma.” Cuando el alma, según toda su fuerza conozca a Dios perfectamente, lo ame y goce de Él enteramente, habrá llegado al centro más profundo que pueda alcanzar en Él. Antes de haber llegado allí, el alma está ya por cierto en Dios que es su centro, pero no está todavía en su centro “más profundo”, puesto que puede ir más lejos.

Como es el amor el que une al alma con Dios, cuanto más intenso es este amor, tanto más entra ella profundamente en Dios y se concentra en Él. Cuando posee un solo grado de amor está ya en su centro, pero cuando este amor haya alcanzado su perfección, el alma habrá penetrado en su centro más profundo: allí es donde será transformada hasta llegar a ser “muy semejante a Dios.” A esta alma que vive “adentro” pueden dirigirse las palabras del Padre Lacordaire a santa Magdalena: “No preguntéis ya a nadie en la tierra por el Maestro, a nadie en el cielo, pues Él es vuestra alma y vuestra alma es Él”.»133

(M.M. Philipon, op)



LA VERDADERA SANTIDAD



Muchos se forjan la santidad conforme a sus inclinaciones: el melancólico anhela por la soledad; el dinámico, por la predicación  el fuerte, por ejercitarse en penitencias; el generoso, por la limosna; unos se dan al ejercicio de variadas oraciones vocales; otros, a la visita de santuarios, y todos creen que en ello consiste la santidad. Las obras externas son fruto del amor a Jesucristo, pero el verdadero amor consiste en conformarse en todo con la voluntad de Dios y, por consiguiente, en renunciarse a sí mismo y buscar lo que es más agradable a Dios, porque Él así lo merece. 

Otros quieren servir a Dios, pero en tal empleo, en tal lugar, con determinados compañeros o en otras circunstancias semejantes; de no ser así, dejan de obrar o lo hacen de mala gana. Estos tales no son libres de espíritu, sino esclavos del amor propio, y, por eso, poco mérito alcanzarán en cuanto hagan; al contrario, siempre viven inquietos, porque, aferrados a la propia voluntad, sentirán pesado el yugo de Jesucristo. 

Los verdaderos amantes de Jesucristo sólo buscan lo que a Él agrada, y sólo porque le agrada, y cuando lo quiera, y donde lo quiera, y en el modo que lo quiera: sea empleándolos en ocupaciones honrosas, sea en menesteres ordinarios y humildes, sea en vida de brillo o en vida obscura y menospreciada. 

Esto exige el puro amor de Jesucristo y en esto debiéramos ejercitarnos, combatiendo contra los apetitos del amor propio, que quisiera vernos ocupados en aquellos ministerios solamente que traen honra consigo o son de nuestras inclinaciones. 

Mas ¿qué importa ser el más honrado del mundo, el más rico y el más grande, contra la voluntad de Dios?

(Práctica de amor a Jesucristo, san Alfonso Mª de Ligorio)

CONSECUENCIAS DEL PECADO VENIAL


Cuatro son—en esta vida—las principales consecuencias del pecado venial cometido con frecuencia y deliberadamente: 

1. NOS PRIVA DE MUCHAS GRACIAS ACTUALES que el Espíritu Santo tenía vinculadas a nuestra exactitud y fidelidad, destruidas por el pecado venial voluntario. Esta privación determinará unas veces la caída en una tentación que hubiéramos evitado con esa gracia actual de que hemos sido privados; otras, la negación de un nuevo avance en la vida espiritual; siempre, una disminución del grado de gloria eterna que hubiéramos podido alcanzar con la resistencia a aquella tentación. Sólo a la luz de la eternidad—cuando ya no haya remedio—nos daremos cuenta de que se trataba de un tesoro infinitamente superior al mundo entero. ¡Y lo perdimos alegremente por el antojo y capricho de cometer un pecado venial! 

2. DISMINUYE EL FERVOR DE LA CARIDAD y la generosidad en el servicio de Dios. Este fervor y generosidad supone un sincero deseo de la perfección y un esfuerzo constante hacia ella, cosas de todo incompatibles con el pecado venial voluntario, que significa una renuncia al ideal de superación.

3. AUMENTA LAS DIFICULTADES PARA EL EJERCICIO DE LA VIRTUD.

Es una resultante de las dos consecuencias anteriores. El alma se va debilitando poco a poco y perdiendo cada vez más energías. La virtud aparece más difícil, la cuesta que conduce a la cima resulta cada vez más escarpada, la experiencia de los pasados fracasos—de los que únicamente ella tiene la culpa—descorazonan al alma y, a poco que el mundo atraiga con sus seducciones y el demonio intensifique sus asaltos, lo echa todo a rodar y abandona el camino de la perfección y acaso se entrega sin resistencia al pecado. 

4. PREDISPONE PARA EL PECADO MORTAL.

Es afirmación clara del Espíritu Santo que «el que desprecia lo pequeño, poco a poco se precipitará» (Eccli. 19,1). El alma ha ido cediendo terreno al enemigo, ha ido perdiendo fuerzas con sus imprudencias voluntarias en cosas que estimaba de poca monta, han ido disminuyéndose las luces e inspiraciones divinas, se han desmoronado poco a poco las defensas que guardaban la fortaleza de nuestra alma, y llega un momento en que el enemigo, con un furioso asalto, se apodera de la plaza. 

(Teología de la perfección cristiana, Antonio Royo Marín)

LO QUE DEBEMOS HACER CUANDO SUFRIMOS ALGUNA DERROTA EN EL COMBATE ESPIRITUAL



"Siete veces cae el justo, pero otras tantas veces se levanta. "Dice el Libro de los Proverbios y cómo lo más grave no es caer en debilidades y miserias sino quedarse caído y no levantarse a tiempo, añade: "En cambio el imprudente se queda hundido en su miseria espiritual" (Pr 24, 16).

Cuando cometemos alguna falta, lo importante es no desanimarse, no dejar de luchar por recuperar de nuevo la amistad con Dios, la paz y pureza del alma. 

Dediquemos algunos momentos a considerar cuán débil y mal inclinados somos y cuán vil y miserable es nuestra naturaleza pecadora, y sin desanimarnos enojémonos santamente contra las pasiones y malas costumbres, y exclamemos: 

"No me habría detenido si tu bondad infinita, Dios mío, no me hubiera socorrido, sino que habría cometido faltas aún mucho más graves".

Y démosles gracias a Dios por habernos perdonado tantas veces para que se cumpla lo que dijo Jesús: "A quien mucho se le perdona, mucho ama" (Lc 7, 47). 

Admiremos su infinita bondad que nos ha soportado con tan admirable paciencia hasta el día de hoy y pidámosle que no nos suelte jamás de su santa mano.

Digámosle frecuentemente la oración del publicano del evangelio: "Misericordia Señor que soy un pecador" (Lc 18, 13). 

No nos detengamos a pensar si Dios nos habrá perdonado o no. Esto nos puede traer inquietud y pérdida de tiempo. Si estamos arrepentidos y tenemos propósito firme de no seguir cometiendo estas faltas, no sigamos dudando si Dios sí nos perdonó o no. Él nos sigue repitiendo las palabras que dijo por medio del rey David: "Un corazón contrito y humillado y arrepentido, Dios nunca lo desprecia" (Sal 51, 19).

Él nos sigue repitiendo: "Con amor eterno te amé", y "volveré a concederte la belleza espiritual que antes tenías" (Jr 31, 3)

CORAZÓN DE JESÚS



 ¡El corazón está hecho para amar, y vuestro 
Corazón, oh Jesús, ese Corazón que Dios quiso 
darse a sí mismo, no ha hecho jamás, 
desde su primer latido, más que amar y amarme! 

Toda la vida del Verbo encarnado no es más que amor ; 
pero un amor que, aunque infinito desde su primer fuego, 
parece, sin embargo, crecer siempre; tal es vuestra obra, 
¡oh Corazón sagrado de Jesús!.

¡Vos sois, oh Corazón sagrado, 
quien derramabais en el misterio de Belén, 
donde el amor encarnado apareció por la vez primera, esos encantos tan dulces, 
esos atractivos tan poderosos que cautivan nuestros corazones! 
¡ Vos, que os dabais en las sonrisas, y los besos, y las miradas 
con que el Hijo recompensaba a su madre! 

Es vuestro Corazón sagrado quien aceptó, 
quien santificó y nos hizo saludables los treinta 
años pasados en Nazareth en la obediencia y el trabajo. 

Es vuestro Corazón quien venció en el desierto al demonio y nuestras tentaciones, 
en un acto de amor y de adoración; 
es vuestro Corazón quien multiplicó los panes 
para alimentar a la multitud hambrienta; 
es él quien, enternecido a la vista de todas las miserias humanas,
multiplicaba los prodigios para socorrerlas ; 
es vuestro Corazón quien, conmovido 
de las lágrimas de la viuda de Naim, le devolvió  a su hijo único; 
¡Tanto así vuestro Corazón amaba tan verdadera, tierna y generosamente!

(La persona del Cristo Eucarístico, por el R.P.A. Tesniére, de la congregación del Santísimo Sacramento)

ORACIÓN DE LAS FAMILIAS


 
Señor, haz de nuestro hogar, 
un lugar donde se viva tu amor.
Que en él no haya injuria, 
porque Tú nos das comprensión.
Que en él no haya amargura, 
porque Tú nos bendices.
Que en él no haya egoísmo, 
porque Tú nos alientas con tu amor siempre generoso.
Que en él no haya abandono, 
porque Tú permaneces con nosotros.
Que juntos sepamos caminar hacia Ti 
en nuestro diario vivir.
Que cada mañana sea una nueva oportunidad
para vivir nuestro amor sincero y profundo, 
en la entrega y el sacrificio mutuos.
Que cada noche nos reúna el amor que Tú
pusiste en nuestros corazones.
Haz, Señor, de nuestras vidas, que Tú quisiste
unir, una página llena de Ti.
Haz, Señor, que nuestros hijos lleguen a ser lo
que Tú anhelas; ayúdanos a educarlos y a
orientarlos por tu camino.
Haz, Señor, que todos juntos y unidos por tu amor
benevolente, nos esforcemos en el consuelo
mutuo; que hagamos del amor que damos y
recibimos un motivo para amarte más a Ti que
eres fuente de todo amor. 
Que todos demos a los demás lo mejor de
nosotros mismos, y así lleguemos a ser
verdaderamente felices. 
Y que cuando amanezca el gran día de ir a tu
encuentro, nos permitas encontrarnos para
siempre en Ti. Amén.

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