LA VERDADERA SANTIDAD



Muchos se forjan la santidad conforme a sus inclinaciones: el melancólico anhela por la soledad; el dinámico, por la predicación  el fuerte, por ejercitarse en penitencias; el generoso, por la limosna; unos se dan al ejercicio de variadas oraciones vocales; otros, a la visita de santuarios, y todos creen que en ello consiste la santidad. Las obras externas son fruto del amor a Jesucristo, pero el verdadero amor consiste en conformarse en todo con la voluntad de Dios y, por consiguiente, en renunciarse a sí mismo y buscar lo que es más agradable a Dios, porque Él así lo merece. 

Otros quieren servir a Dios, pero en tal empleo, en tal lugar, con determinados compañeros o en otras circunstancias semejantes; de no ser así, dejan de obrar o lo hacen de mala gana. Estos tales no son libres de espíritu, sino esclavos del amor propio, y, por eso, poco mérito alcanzarán en cuanto hagan; al contrario, siempre viven inquietos, porque, aferrados a la propia voluntad, sentirán pesado el yugo de Jesucristo. 

Los verdaderos amantes de Jesucristo sólo buscan lo que a Él agrada, y sólo porque le agrada, y cuando lo quiera, y donde lo quiera, y en el modo que lo quiera: sea empleándolos en ocupaciones honrosas, sea en menesteres ordinarios y humildes, sea en vida de brillo o en vida obscura y menospreciada. 

Esto exige el puro amor de Jesucristo y en esto debiéramos ejercitarnos, combatiendo contra los apetitos del amor propio, que quisiera vernos ocupados en aquellos ministerios solamente que traen honra consigo o son de nuestras inclinaciones. 

Mas ¿qué importa ser el más honrado del mundo, el más rico y el más grande, contra la voluntad de Dios?

(Práctica de amor a Jesucristo, san Alfonso Mª de Ligorio)

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