REMEDIOS PARA DETENER LA CARRERA HACIA EL PECADO


Nada desean tanto los enemigos de nuestra salvación como dejarnos en paz y tranquilidad respecto a los pecados. Cualquier pensamiento o deseo de conversión que nos lleguen tratarán de apagarlos y alejarlos y si alguien quiere aconsejar que sería mejor cambiar de vida y empezar un comportamiento más de acuerdo con la ley de Dios, inmediatamente se cambia de tema y se trata de que de estas cosas no se hable.

Y los tres enemigos de la santificación: el mundo, el demonio y la carne, se esfuerzan por proporcionarnos continuamente nuevas ocasiones de pecar, nos tienden trampas y lazos traicioneros para que sigamos de nuevo en antiguas faltas; y tratan de endurecer de tal manera nuestra conciencia que ya no nos conmuevan ni las bondades que Dios ha tenido para con nosotros, ni las sanciones que su Divina Justicia enviará contra nuestras maldades, ni las pérdidas y daños que nos van a llegar pecando. Y así el alma pecadora se va alejando más y más de la perfección y de la santidad, y si Dios no interviene con un milagro de su gracia, la ruina será total.

Existen dos remedios para lograr detenerse en esta carrera hacia el abismo del pecado. 

El primero consiste en hacer caso a las inspiraciones y remordimientos que sentimos en la conciencia. 

El poeta dijo: "La conciencia a los culpados corrige tan pronto y bien que hay pocos que no estén dentro de su alma ahorcados", san Agustín afirmaba: "El peor peligro para un pie herido es que ya no duela, porque entonces no tiene circulación y le llegará la gangrena. El terrible y espantoso mal para una alma pecadora es que ya no siente remordimiento por haber pecado. Si no lo siente, estará irremediablemente perdida. Pero si la conciencia le remuerde y le hace caso a su conciencia, todavía tiene esperanza de enmienda y salvación.

El segundo remedio es clamar mucho a Dios, pidiendo su ayuda y su perdón. 

Miremos el crucifijo y pidámosle que nos dé verdadera contrición de nuestras maldades. Elevemos la vista al cuadro de la Virgen María y a ella, que es refugio de pecadores digámosle: "Ven Madre mía en mi ayuda, que me están derrotando". Y Dios cumplirá lo que prometió en el Apocalipsis: "Echará gotas curativas en los ojos de tu alma para que veas la fealdad de tus faltas y las aborrezcas y las logres evitar". 

(El combate espiritual, Lorenzo Scupoli)

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