Cada noche, Señor,
nos acercamos con sonrojo
a las puertas del perdón caliente de tu casa.
Siempre tienes las luces encendidas,
la mesa prevenida y Tú esperando.
Penoso balance es sentir
el vacío en las manos
y el frío árido en el alma.
Pero cada noche, Señor, acudes a tu puerta
y nos llamas, con los brazos abiertos,
desde la oscuridad de cada rebeldía,
desde el camino tortuoso
de nuestros egoísmos,
desde la soledad
de nuestro corazón desierto.
Atizas el fuego del hogar, dispones la acogida
y el abrazo, sin saldo de cuentas atrasadas,
pasando por alto detalles y agravantes...
Te basta el gesto humilde
y la presencia arrepentida.
Cada anochecer, Señor, vistes de júbilo
nuestro corazón reconciliado;
y tu voz presurosa
nos convoca a fiesta y alegría,
a la tarea de amar, borrado ya el pasado.
Sigue siendo, Señor, en cada noche,
el Padre en vela que ama,
perdona y siempre espera.
(Vidal Ayala. “La voz del bosque”. PS.)
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