NADA SÉ DECIR DE ESTE INFINITO AMOR


El Verbo encarnado ha demostrado tanto amor al hombre, dándole a comer su misma Carne y a beber su propia Sangre, que mi inteligencia se nubla, mi imaginación se agota, mis facultades se esterilizan al intentar explicar tanto amor.

El amor de Jesucristo en la Eucaristía es tal, que Nuestro Señor, para instituir este bello Sacramento, ha puesto en actividad todo el divino mecanismo de sus fuerzas infinitas y se ha esforzado en abrillantar sus hermosas perfecciones.

Y ¿quién podrá sondear este amor infinito? ¿Quién puede explicar su fuerza, sus propiedades, sus efectos? ¡Pobre inteligencia humana! Lo que sabes tú del amor de Cristo Sacramentado, comparado con su realidad, es como leve gota de agua comparada con la que encierran los inmensos mares; es como diminuto grano de arena parangonado con toda la materia del universo; es como pequeña chispa equiparada con el fuego del sol. ¿Y qué? he dicho algo que pueda rastrear el amor de Jesús en la institución de la Eucaristía? Mejor será que confiese que nada sé decir de este infinito amor.

-Enciclopedia de la Eucaristía, Fray Amado de Cristo Burguera-

LA OBEDIENCIA ES MÁS VALIOSA QUE LAS MORTIFICACIONES PROPIAS


Una vez me pidieron rezar por cierta alma. Decidí hacer en seguida una novena a la misericordia del Señor y a esa novena agregué una mortificación que consistía en llevar en ambas piernas una cadenita durante la Santa Misa. 

Cuando llevaba tres días que me ejercitaba en esa mortificación, fui a confesarme y dije al Padre espiritual que había comenzado aquella mortificación con el "supuesto permiso", porque creía que el Padre espiritual no tendría nada en contra, sin embargo oí algo contrario, es decir, que no hiciera nada sin permiso. 

A causa de mi salud no recibí el permiso, le pedí perdón por haberme guiado por permisos supuestos y pedí que cambiara esas mortificaciones por otras. El Padre espiritual me las cambio por una mortificación interior que consistió en meditar durante la Santa Misa lo siguiente: ¿Por qué el Señor Jesús se bautizo? Esta meditación fue solamente una mortificación de la voluntad, porque yo no hacía lo que me gustaba, sino lo que me había sido indicado y en eso consiste la mortificación interior. 

Al alejarme del confesionario y empezar a hacer la penitencia, oí estas palabras: 

"He concedido la gracia al alma, la cual Me habías pedido para ella, pero no por tu mortificación que habías escogido tú misma, sino solamente por el acto de obediencia total frente a Mi suplente he dado la gracia a esta alma, por la que has intercedido ante Mi y por la que has mendigado la misericordia. Has de saber que cuando aniquilas en ti tu propia voluntad, entonces la Mía reina en ti".

-Diario de santa Faustina (153) + 

HAY QUE AMAR SOLAMENTE A DIOS


El que se ama a sí mismo no puede amar a Dios; en cambio, el que, movido por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, deja de amarse a sí mismo ama a Dios. Y como consecuencia ya no busca nunca su propia gloria, sino más bien la gloria de Dios. El que se ama a sí mismo busca su propia gloria, pero el que ama a Dios desea la gloria de su Hacedor.

En efecto, es propio del alma que siente el amor a Dios buscar siempre y en todas sus obras la gloria de Dios y deleitarse en su propia sumisión a él, ya que la gloria conviene a la magnificencia de Dios; al hombre, en cambio, le conviene la humildad, la cual nos hace entrar a formar parte de la familia de Dios. Si de tal modo obramos, poniendo nuestra alegría en la gloria del Señor, no nos cansaremos de repetir, a ejemplo de Juan Bautista: Es preciso que él crezca y que yo disminuya.

Sé de cierta persona que, aunque se lamentaba de no amar a Dios como ella hubiera querido, sin embargo lo amaba de tal manera que el mayor deseo de su alma consistía en que Dios fuera glorificado en ella y que ella fuese tenida en nada. El que así piensa no se deja impresionar por las palabras de alabanza, pues sabe lo que es en realidad; al contrario, por su gran amor a la humildad, no piensa en su propia dignidad, aunque fuese el caso que sirviese a Dios en calidad de sacerdote; su deseo de amar a Dios hace que se vaya olvidando poco a poco de su dignidad y que extinga en las profundidades de su amor a Dios, por el espíritu de humildad, la jactancia que su dignidad pudiese ocasionar, de modo que llega a considerarse siempre a sí mismo como un siervo inútil, sin pensar para nada en su dignidad, por su amor a la humildad. Lo mismo debemos hacer también nosotros, rehuyendo todo honor y toda gloria, movidos por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, que nos ha amado de verdad.

Dios conoce a los que lo aman sinceramente, porque cada cual lo ama según la capacidad de amor que hay en su interior. Por tanto, el que así obra desea con ardor que la luz de este conocimiento divino penetre hasta lo más íntimo de su ser, llegando a olvidarse de sí mismo, transformado todo él por el amor.

El que es así transformado vive y no vive; pues, mientras vive en su cuerpo, el amor lo mantiene en un continuo peregrinar hacia Dios; su corazón, encendido en el ardiente fuego del amor, está unido a Dios por la llama del deseo y su amor a Dios le hace olvidarse completamente del amor a sí mismo, pues, como dice el Apóstol, si nos hemos portado como faltos de juicio, ha sido por Dios; si ahora somos razonables, es por vuestro bien.

De los Capítulos de Diadoco de Foticé, obispo, Sobre la perfección espiritual

(Capítulos 12. 13. 14: PG 65, 1171-1172)

¿QUIÉN SERÁ CAPAZ DE EXPLICAR EL VÍNCULO DE LA CARIDAD DIVINA?

 El que posee la caridad de Cristo que cumpla sus mandamientos. ¿Quién será capaz de explicar debidamente el vínculo que la caridad divina establece? ¿Quién podrá dar cuenta de la grandeza de su hermosura? La caridad nos eleva hasta unas alturas inefables. La caridad nos une a Dios, la caridad cubre la multitud de los pecados, la caridad lo aguanta todo, lo soporta todo con paciencia; nada sórdido ni altanero hay en ella; la caridad no admite divisiones, no promueve discordias, sino que lo hace todo en la concordia; en la caridad hallan su perfección todos los elegidos de Dios y sin ella nada es grato a Dios. En la caridad nos acogió el Señor: por su caridad hacia nosotros, nuestro Señor Jesucristo, cumpliendo la voluntad del Padre, dio su sangre por nosotros, su carne por nuestra carne, su vida por nuestras vidas.

Ya veis, amados hermanos, cuán grande y admirable es la caridad y cómo es inenarrable su perfección. Nadie es capaz de practicarla adecuadamente, si Dios no le otorga este don. Oremos, por tanto, e imploremos la misericordia divina, para que sepamos practicar sin tacha la caridad, libres de toda parcialidad humana. Todas las generaciones anteriores, desde Adán hasta nuestros días, han pasado; pero los que por gracia de Dios han sido perfectos en la caridad obtienen el lugar destinado a los justos y se manifestarán el día de la visita del reino de Cristo. Porque está escrito: Anda, pueblo mío, entra en los aposentos y cierra la puerta por dentro; escóndete un breve instante mientras pasa la cólera; y me acordaré del día bueno y os haré salir de vuestros sepulcros.


Dichosos nosotros, amados hermanos, si cumplimos los mandatos del Señor en la concordia de la caridad, porque esta caridad nos obtendrá el perdón de los pecados. Está escrito: Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito y en cuyo espíritu no hay falsedad. Esta proclamación de felicidad atañe a los que, por Jesucristo nuestro Señor, han sido elegidos por Dios, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios.

(Cap. 49-50: Funk 1, 123-125)

PAN DE LOS ANGELES



Oportunamente el Santísimo Sacramento es llamado el “pan de los ángeles”, a causa del ardiente amor con que los ángeles aprecian el Sacramento y la profunda adoración que prestan a su Dios oculto bajo los velos sacramentales. 

Pero esta designación nos recuerda también la pureza angelical que debe adornar nuestros corazones cuando recibimos la Sagrada Comunión. 

Debemos pensar en nuestros Ángeles Guardianes y su incomparable pureza cada vez que nos acercamos a la mesa del Señor, pidiendo obtener la gracia de acercarnos al Banquete Celestial con verdadera pureza de corazón y disposición digna. 

Es cuando nos acercamos particularmente a la Santa Mesa que nuestros Ángeles de la Guarda ejercen su atención más vigilante sobre nosotros, porque aquí está un homenaje muy especial a su querido Señor en Su estado eucarístico.

Y sin embargo, la Santa Eucaristía no fue instituida para los Ángeles, sino para los hombres.

Cuando nos estamos preparando para la Sagrada Comunión, los Ángeles se esfuerzan por despertar en nosotros el sentimiento santo;  nos instan a desterrar las distracciones y a repetir actos piadosos de contrición y amor. 

En ese momento el espíritu maligno se deleita en molestarnos a fin de impedirnos recibir la Santa Comunión con fruto, porque sabe que esta es la fuente de todo bien.

Por esta razón, a menudo experimentamos que durante la Santa Misa y en el momento de la Sagrada Comunión estamos violentamente atacados por las distracciones y las tentaciones.


-Angeología Católica-

TENEMOS DEPOSITADA EN NOSOTROS UNA FUERZA QUE NOS CAPACITA PARA AMAR

 De la Regla monástica mayor de san Basilio Magno, obispo

(Respuesta 2, 1: PG 31, 908-910)

El amor de Dios no es algo que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así como nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda enseñarse, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza seminal es cultivada diligentemente y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda de Dios, llega a su perfección.

Por eso nosotros, dándonos cuenta de vuestro deseo por llegar a esta perfección, con la ayuda de Dios y de vuestras oraciones, nos esforzaremos, en la medida en que nos lo permita la luz del Espíritu Santo, por avivar la chispa del amor divino escondida en vuestro interior.

Digamos en primer lugar que Dios nos ha dado previamente la fuerza necesaria para cumplir todos los mandamientos que él nos ha impuesto, de manera que no hemos de apenarnos como si se nos exigiese algo extraordinario, ni hemos de enorgullecernos como si devolviésemos a cambio más de lo que se nos ha dado. Si usamos recta y adecuadamente de estas energías que se nos han otorgado, entonces llevaremos con amor una vida llena de virtudes; en cambio, si no las usamos debidamente, habremos viciado su finalidad.

En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que él nos ha dado para practicar el bien; por el contrario, la virtud, que es lo que Dios pide de nosotros, consiste en usar de esas facultades con recta conciencia, de acuerdo con los designios del Señor.

Siendo esto así, lo mismo podemos afirmar de la caridad. Habiendo recibido el mandato de amar a Dios, tenemos depositada en nosotros, desde nuestro origen, una fuerza que nos capacita para amar; y ello no necesita demostrarse con argumentos exteriores, ya que cada cual puede comprobarlo por sí mismo y en sí mismo. En efecto, un impulso natural nos inclina a lo bueno y a lo bello, aunque no todos coinciden siempre en lo que es bello y bueno; y, aunque nadie nos lo ha enseñado, amamos a todos los que de algún modo están vinculados muy de cerca a nosotros, y rodeamos de benevolencia, por inclinación espontánea, a aquellos que nos complacen y nos hacen el bien.

Y ahora yo pregunto, ¿qué hay más admirable que la belleza de Dios? ¿Puede pensarse en algo más dulce y agradable que la magnificencia divina? ¿Puede existir un deseo más fuerte e impetuoso que el que Dios infunde en el alma limpia de todo pecado y que dice con sincero afecto: Desfallezco de amor? El resplandor de la belleza divina es algo absolutamente inefable e inenarrable.



OREMOS POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO


Tantas veces nosotros escuchamos decir que los lazos de la sangre atraen y por esto el bebé se acerca antes que a nadie, a sus padres, porque tiene su sangre y su vida. Si lo alejan, llora, tiende sus bracitos hasta que se vuelven a él. En su mamá encuentra su alimento y su reposo; en su padre, su seguridad y su amoroso cariño. 

No puede comprender a esta edad los sacrificios que los padres hacen por él, pero se siente inconscientemente atraído por ellos. 

Nosotros somos criaturas de Dios y nos sentimos atraídos hacia Él porque Él nos ha creado. 

Plasmó al primer hombre del barro de la tierra, le dio el aliento amoroso de la vida, le dio la vida sobrenatural de la gracia que había perdido. 

El niño tiene vínculos especiales con quienes le dieron la vida. Nosotros somos atraídos de la misma manera hacia la infinita grandeza de quién nos creó. 

Esta grandeza amorosísima, el alma la siente plenamente cuando se purifica en el Purgatorio, y la siente como una repulsión terrible cuando cae en el Infierno. 

El alma purgante tiende a subir hacia Dios; el alma condenada tiende a huir de Él, a pesar de saber que es su último fin. 

En el alma purgante la privación de Dios es amor. 

En el alma condenada es odio, y su natural atracción hacia Dios es tormento indescriptible.

No dejemos de orar para que los pecadores se conviertan y para que las almas del purgatorio vayan cuanto antes al descanso eterno.


-El Purgatorio, P. Dolindo Ruotolo-

SEÑOR, ILUMINA TU ROSTRO SOBRE NOSOTROS



Haz que esperemos en tu nombre, tú que eres el origen de todo lo creado; abre los ojos de nuestro corazón, para que te conozcamos a ti, el solo altísimo en las alturas, el santo que reposa entre los santos; que terminas con la soberbia de los insolentes, que deshaces los planes de las naciones, que ensalzas a los humildes y humillas a los soberbios, que das la pobreza y la riqueza, que das la muerte, la salvación y la vida, el solo bienhechor de los espíritus y Dios de toda carne; tú que sondeas los abismos, que ves todas nuestras acciones, que eres ayuda de los que están en peligro, que eres salvador de los desesperados, que has creado todo ser viviente y velas sobre ellos; tú que multiplicas las naciones sobre la tierra y eliges de entre ellas a los que te aman por Jesucristo, tu Hijo amado, por quien nos has instruido, santificado y honrado.

No tomes en cuenta todos los pecados de tus siervos y siervas, antes purifícanos en tu verdad y asegura nuestros pasos, para que caminemos en la piedad, la justicia y la rectitud de corazón, y hagamos lo que es bueno y aceptable ante ti y ante los que nos gobiernan.

Más aún, Señor, ilumina tu rostro sobre nosotros, para que gocemos del bienestar en la paz, para que seamos protegidos con tu mano poderosa, y tu brazo extendido nos libre de todo pecado y de todos los que nos aborrecen sin motivo.


-San Clemente-

EL MANTO DE SAN JOSÉ

 


En los últimos dias de estos seis meses, en que ya se acercaba el nacimiento del Niño Dios, por obedecer a los decretos del César, salió San José con la Virgen, de Nazaret para Belén, su patria, o al lugar donde tenía su origen la real familia de David, de la que tanto San José como su nobilísima Esposa , eran descendientes. 

Dios dispuso que Augusto César en aquel mismo tiempo mandase con un edicto general que se empadronara todo el Orbe. Publicado el orden de la corte imperial de Roma por Girino, presidente de la provincia de Siria, bajó a Belén José con su santísima Esposa a empadronarse y a pagar el censo, que era un dinero de la moneda de aquel país por cada persona de las que daban su nombre ante los comisarios del imperio. Si el viaje de Nazaret a Belén se hizo parte por agua y parte por tierra, fue de ciento veinte millas, que son cerca de cuarenta leguas españolas: si todo se hizo por tierra, fue de noventa millas italianas, que hacen como treinta leguas de las nuestras. 

La admirable prudencia del Señor San José , y las circunstancias en que se hallaba la Madre de Dios, por la cercanía del parto, obligan a creer que se hizo por tierra todo el viaje.

Se concluía esta caminata por lo común en cinco días, y así se cree que llegaron a la misma ciudad de Belén, que era de poca extensión y las comodidades que ofrecía ya estaban ocupadas para aquellas familias que por llevar consigo grande recomendación de sus riquezas, siempre llegan a las posadas antes que los pobres; y en lo humano por este motivo tuvo que alquilar el Señor San José aquel establo, que estaba dentro de una gruta, en donde los decretos del Cielo tenían determinado el nacimiento del Mesías.

Después de nacer, según refieren historiadores y teólogos de buena crítica, fue puesto por los ángeles en los brazos de su santísima Madre. 

El Señor San José, según discurre el Abad Trombelli, llegado aquel momento feliz en que ya estaba para salir a luz el Niño Dios, se retiró, mas nacido ya Jesús, fajado y puesto sobre el establo, volvió el Santo, ó llamado de la Madre de Dios, ó del llanto del Niño, ó de la música de los ángeles; y adorándolo primero, lo recibió después en sus brazos y en el manto o capa de que usaba; de la cual, se conserva un retazo en Roma, en la basílica de Sant’Anastasia al Palatino.


-Vida del Señor San José, P. José Ignacio Vallejo-

EL VERBO VINO PARA QUE NO TE DESANIMES


Al fin de los tiempos el Padre envió al Verbo —pues ya no quería hablar por medio de los profetas ni ser anunciado en figuras—, ordenándole que se manifestara en forma visible, para que el mundo al verlo pudiera ser salvado.

Sabemos que este Verbo tomó un cuerpo de la Virgen y que hizo del hombre viejo una nueva creación. Sabemos que fue plasmado de nuestra misma substancia; porque si hubiera obrado de otro modo en vano nos mandaría que lo imitáramos como a un maestro.

Para que no lo creyéramos diferente de nosotros, soportó fatigas, quiso tener hambre y no rehusó tener sed, tuvo necesidad de descanso, no rechazó los sufrimientos de la pasión, se sometió a la muerte y quiso manifestarnos su resurrección. En todo esto ofreció su humanidad como primicias, para que tú, en medio de los sufrimientos, no te desanimes, sino que, recordando tu condición de hombre, esperes recibir, también tú, lo que Dios quiso darle a él.

-san Hipólito-

MARÍA TE CONCEDERÁ EL DON DE LA FE PURA


Cuanto más te granjees la benevolencia de esta Virgen fiel, tanto más reciamente se cimentará toda tu vida en la fe verdadera: una fe pura, que hará que no te preocupes por lo sensible y extraordinario; una fe viva y animada por la caridad, que te hará obrar siempre por el amor más puro; una fe firme e inconmovible como una roca, que te ayudará a permanecer siempre firme y constante en medio de las tempestades y tormentas; una fe penetrante y eficaz, que –como misteriosa llave maestra– te permitirá entrar en todos los misterios de Jesucristo, las postrimerías del hombre y el corazón del mismo Dios; una fe intrépida, que te llevará a emprender y llevar a cabo, sin titubear, grandes empresas por Dios y por la salvación de las almas; finalmente, una fe que será tu antorcha encendida, tu vida divina, tu tesoro escondido de la divina sabiduría y tu arma omnipotente, de la cual te servirás para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte, para inflamar a los tibios y necesitados del oro encendido de la caridad, para resucitar a los muertos por el pecado, para conmover y convertir –con tus palabras suaves y poderosas– los corazones de mármol y los cedros del Líbano y, finalmente, para resistir al demonio y a todos los enemigos de la salvación.

-Tratado de la Verdadera Devoción a María, San Luis María Grignion de Montfort -

HE ENCONTRADO VUESTRO CORAZÓN



Oh Sagrado Corazón de Jesús,
mis necesidades son inmensas; abrid sobre mí 
los ojos de vuestro Corazón. Armaos de paciencia; 
usad vuestra bondad hasta los últimos límites; 
sed indulgente sin medida. 
Corazón de Jesús, confiado únicamente en vuestra gracia, 
espero ser fiel a los deberes de mi profesión; 
valeroso en el sacrificio; empeñoso en la 
corrección de mis defectos; paciente en la prueba 
y perseverante hasta el fin en vuestro amor. 
Concededme, Corazón bonísimo, 
que recuerde siempre que estáis presente y vivo por 
mí en la Hostia; que continuáis por mí sobre 
el altar vuestra Pasión y vuestra muerte y 
que queréis daros realmente a mí en la santa 
Comunión. Yo os recibiré con mucha frecuencia, 
y en particular el primer viernes de cada 
mes, según vuestro deseo. Y no quedaré satisfecho 
mientras no pueda exclamar en verdad: 
He encontrado mi corazón en vuestro Corazón: 
He encontrado vuestro Corazón para amaros, Jesús, 
para amar a Dios, para amar a María, para 
amar a mis hermanos, para orar, para trabajar 
y para sufrir; he encontrado vuestro Corazón 
para morir como cristiano, como santo, y 
merecer así la vida del eterno amor. 

-Manual de Adoración al Santísimo Sacramento, R.P.A. Tesniere-

OS PIDO LA CONVERSIÓN DE LOS PECADORES

Ese mismo año era yo enfermera, y en la enfermería había un crucifijo grande. Le tenía una gran devoción; iba a visitarlo a cada momento y la devoción iba en aumento; no me hubiera apartado nunca de él. A veces me ponía a razonar con él y le decía de corazón: “Señor, me tenéis que conceder gracias; de modo particular os pido la conversión de los pecadores”. 

Estando orando así, una vez desclavó el brazo de la cruz y me indicaba que me acercase a su santísimo costado. De pronto, no sé cómo fue, me hallé abrazada a dicho crucifijo, mientras Él me decía: “Esto que hago ahora contigo lo hago para que veas cuánto me agradan tus peticiones”. 

Lo que experimenté en ese momento no puedo explicarlo: sólo sé que me dejó deseo grande de padecer y ansia de la conversión de las almas, como también un recuerdo vivo de su santísima pasión. 

Hubiera querido estar siempre en su costado, y cada vez que recordaba ese hecho, se me imprimían de tal modo las penas y los dolores de su pasión, que no podía contener las lágrimas. 


-Santa Verónica Giuliani-

CONCEPCIÓN VIRGINAL DE CRISTO


Absolutamente hemos de confesar que la Madre de Cristo concibió virginalmente. La conveniencia de la concepción virginal de Cristo es manifiesta por cuatro motivos:

1) Por la dignidad de su Padre Celestial , que le envió al mundo. Siendo Cristo verdadero y natural Hijo de Dios, no fue conveniente que tuviera otro padre fuera de Dios, para que la dignidad de Dios Padre no se comunicara a otro.

2) Por la propia dignidad del Hijo, que es el Verbo de Dios. El verbo mental es concebido sin ninguna corrupción del corazón; aún más, la corrupción del corazón impide la concepción de un verbo perfecto. Pero como la carne humana fue tomada por el Verbo para hacerla suya, fue conveniente que fuera concebida sin corrupción alguna de la madre.

3) Por la dignidad de la humanidad de Cristo, que venía a quitar los pecados del mundo. Era conveniente que su concepción nada tuviera que ver con la concupiscencia de la carne, que proviene del pecado.

4) Por el fin de la encarnación de Cristo, ordenada a que los hombres renaciesen hijos de Dios, «no por voluntad de la carne ni por la voluntad del varón, sino de Dios» (Jn 1,13), esto es, por la virtud del mismo Dios, cuyo ejemplar debió aparecer en la misma concepción de Cristo».


-Santo Tomás de Aquino-

PRACTICAR LAS PEQUEÑAS VIRTUDES

 


Existen algunas virtudes o costumbres de hacer el bien que no son de gran apariencia pero que si se practican cada día van  haciendo progresar de manera admirable en santidad.

Así por ejemplo ser amables y tener un trato bondadoso con los demás, el hablar bien de todos y nunca mal de nadie, el hacer pequeños favores, el prestar servicios humildes; la puntualidad en levantarse por la mañana y tratar de no llegar tarde a ninguna de nuestras obligaciones; el dedicar cada día unos minutos a leer unas páginas de un libro espiritual, aunque ello nos cueste algún pequeño sacrificio (sacrificio que Dios sabrá premiar muy bien en esta vida y en la eternidad) el saber guardar silencio en las horas en las que es mejor callar que hablar; el mostrar siempre un rostro alegre, aunque en el alma o en el cuerpo se tengan sufrimientos; el rezar para que Dios bendiga a quienes nos han ofendido; el recordar frecuentemente los favores de Nuestro Señor y darle gracias; el dejar de comer algo que nos atrae y gusta mucho etc. 

Son virtudes pequeñas quizás, pero a ellas les puede suceder como a las arenas del mar que son tan pequeñitas pero unidas  forman una muralla que no deja pasar las olas destructoras que tratan de inundar la tierra. Y estas olas pueden ser nuestras pasiones y tentaciones.


-El combate espiritual, P. Lorenzo Scúpolli-

LA SANTÍSIMA TRINIDAD


Dios es Padre. De su propia substancia engendra eternamente un Hijo. Igual a Sí mismo, su Imagen viviente, el reflejo de su Ser y de sus perfecciones infinitas.

El Padre es Fuente suprema de todo lo que existe dentro de la Trinidad como de lo que existe fuera de ella. Todo procede de Él, es la Fuente creadora de todos los seres del universo, el Manantial divinizador de todos los elegidos, predestinados a la visión de su Faz.

Dios es Hijo. No sale de la nada; procede del Padre en la identidad de naturaleza. Le es consubstancial, Igual en todas las cosas, en Divinidad, en Poder Omnipotente, en omnipresencia, en inmutable eternidad. 

El Verbo es, con el Padre, el Dios Aspirador del Espíritu de Amor. Constituyen Ellos Tres, en una actividad indivisible, el Principio y el Término del Universo.

El misterio de su Encarnación ha hecho descender «Uno de los Tres» a la tierra y, en Él, la Trinidad habita entre nosotros.

Dios es Espíritu Santo. Un Dios procedente del Padre y del Hijo como una llama eterna. El los abrasa de amor el uno para el otro en una inefable unidad, Don supremo que trae a nuestras almas la Presencia del Padre y del Hijo, la habitación de toda la Trinidad. El es el Autor de todas las maravillas de lagracia en la que se manifiesta el Amor.

Dios es Trinidad y Unidad. Trinidad que no rompe la Unidad, Unidad que se dilata en Trinidad, en la Igualdad absoluta de una misma coexistencia eterna. 

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo poseen la misma naturaleza divina, las mismas perfecciones infinitas. Excepto la distinción de origen, todo se identifica entre Ellas en el orden del Ser, del Pensamiento, del Querer, de la Acción, de todos los atributos divinos entitativos, operativos y morales. La misma Existencia, el mismo Poder, la misma Santidad, un mismo Dios en Tres

Personas, una sola Voluntad, una misma Vida inmutable, una misma Actividad creadora y divinizadora, una misma gloria en el interior de la Trinidad y en su soberano dominio sobre el universo.


-La Trinidad en mi vida, de M. Philipon, o.p.-

RECHACEMOS EL TEMOR A LA MUERTE CON EL PENSAMIENTO DE LA INMORTALIDAD QUE LA SIGUE



Nunca debemos olvidar que nosotros no hemos de cumplir nuestra propia voluntad, sino la de Dios. ¡Qué contrasentido y qué desviación es no someterse inmediatamente al imperio de la voluntad del Señor, cuando él nos llama para salir de este mundo! Nos resistimos y luchamos, somos conducidos a la presencia del Señor como unos siervos rebeldes, con tristeza y aflicción, y partimos de este mundo forzados por una ley necesaria, no por la sumisión de nuestra voluntad; y pretendemos que nos honre con el premio celestial aquel a cuya presencia llegamos por la fuerza. ¿Para qué rogamos y pedimos que venga el reino de los cielos, si tanto nos deleita la cautividad terrena? ¿Por qué pedimos con tanta insistencia la pronta venida del día del reino, si nuestro deseo de servir en este mundo al diablo supera al deseo de reinar con Cristo?

Si el mundo odia al cristiano, ¿por qué amas al que te odia, y no sigues más bien a Cristo, que te ha redimido y te ama?  El mundo pasa y sus concupiscencias con él. Pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre. 

Debemos pensar y meditar, hermanos muy amados, que hemos renunciado al mundo y que mientras vivimos en él somos como extranjeros y peregrinos. Deseemos con ardor aquel día en que se nos asignará nuestro propio domicilio, en que se nos restituirá al paraíso y al reino, después de habernos arrancado de las ataduras que en este mundo nos retienen.

 Para nosotros, nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran número de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún de la nuestra. Tanto para ellos como para nosotros significará una gran alegría el poder llegar a su presencia y abrazarlos; la felicidad plena y sin término la hallaremos en el reino celestial, donde no existirá ya el temor a la muerte, sino la vida sin fin.


-San Cipriano, obispo y mártir -

JESÚS QUIERE QUE LO IMITEMOS


Jesús no se contenta con que el hombre se detenga ante Él y le observe. Hay que dar un paso más para lograr la vida que Él trata de comunicar. Pide a los hombres que le imiten, porque Él es el único Maestro.  Exige que hagan lo mismo que Él, incluso en aquellos aspectos de la vida dolorosos, en los cuales es tan difícil seguirle. Porque si a Él le han perseguido, que es el Maestro, también a los discípulos los perseguirán.

Y todavía más. Pide una identificación con Él, en cuanto es posible a la naturaleza humana: Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. Sin Mí nada podéis hacer (Jn 15, 5). 

Y llega al colmo de este deseo de identificación cuando al instituir el Sacramento de la Eucaristía habla a los hombres diciendo que solamente tendrán vida aquellos que coman su carne y beban su sangre. No se puede manifestar de una manera más profunda y expresiva el anhelo de identificación con Él que ofreciéndose a nosotros como alimento del alma.

Es, pues, el conocimiento que Jesús pide de Sí mismo el que desea que los hombres tengan de Él: primero, un contacto personal; segundo, una asimilación de su persona y su doctrina; tercero, una identificación con Él.

-En el corazón de la Iglesia, Cardenal don Marcelo González Martín-

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