TENEMOS EL PODER DE ALIVIAR A LAS ALMAS DEL PURGATORIO


 

¿Nos os ha pasado entrar a un hospital a hacer una visita a algún familiar enfermo y compadeceros profundamente de las personas que veis postradas en cama? Vemos a ancianos debilitados y casi agonizantes, o jóvenes con miradas tristes y casi resignadas, quizás víctimas de alguna enfermedad incurable, o personas gritando de dolor suplicando por un calmante, incluso niños llorando desconsoladamente...cuántas veces hubiéramos querido tener el remedio para aliviarlos, haberles podido dar alguna pastilla y verlos de nuevo sonreir, ser doctores y curarlos, administrarles alguna inyección y calmar sus dolores, y sin embargo nos tenemos que marchar dejando todo ese dolor tras de nosotros.

Pues el Purgatorio es como un gran hospital, un hospital donde hay almas humanas sufriendo mucho, mucho más que en un hospital de la tierra, y lo más maravilloso, lo más impensable es que Dios, en su infinita misericordia que no podemos abarcar en nuestra mente limitada, nos da el poder de poder aliviarlos con nuestras plegarias y oraciones, con Misas y jaculatorias. 

Tenemos en nuestras manos esa pastilla "Avemaría" que mitiga el dolor, ese Padrenuestro que es como un vaso de agua fresca que calma la sed del alma sedienta y febril, tenemos ese comprimido "Vía Crucis" que alivia esos dolores...está en nuestras manos, solo tenemos que creer, y que querer.

Hagámoslo, visitemos a esas almas sufrientes y aliviemoslas con los "medicamentos" que Dios ha puesto a nuestro alcance, a veces solo basta mirar con amor el Crucifijo y decir: "Jesús, por tus cinco llagas, alivia a las Almas del Purgatorio" (Marie Marthe Chambon)

(Carmen de Jesús Crucificado, Carmelita)

MARÍA, NUESTRA MEJOR ABOGADA


María, desde que vivía en la tierra su único pensamiento, después del de la gloria de Dios, era ayudar a los miserables; y bien sabemos que gozaba del privilegio de ser oída en todo lo que pedía. Esto se demostró en las bodas de Caná, cuando al faltar el vino la Virgen, compadecida de la vergüenza y aflicción de los de la casa, pidió al Hijo que los consolase con un milagro exponiéndole la necesidad que tenían, diciéndole: “No tienen vino”. Y Jesús le respondió: “Mujer, qué nos importa a mí y a ti. Aún no ha llegado mi hora” (Jn 2, 4). 

Advierte que aunque pareciera que el Señor le negaba la gracia a la Madre al decirle: “Qué nos importa a mí y a ti que les falte el vino”. Ahora no conviene hacer un milagro no habiendo llegado aún el tiempo, que será el de mi predicación en el que debo confirmar con los milagros todas mis enseñanzas, sin embargo María, como si el Hijo le hubiera concedido ya la gracia, dijo a los criados: “Haced lo que él os diga”. Y Jesús mandó llenar las vasijas de agua, que transformó en excelente vino.

María obtiene de Dios cuanto pide ¿Y cómo entender esto? Si el tiempo de hacer milagros era el de la predicación, ¿cómo podría anticiparse el milagro del vino contra el decreto divino? 

No, responde san Agustín, no se hizo nada en contra de los decretos divinos; porque si bien, generalmente hablando, no era aún el tiempo de hacer milagros, sin embargo, desde toda la eternidad, Dios había establecido con otro decreto general: que todo lo que pidiera esta Madre jamás se le negase. Y por eso, María, muy consciente de su privilegio, aunque aparentemente su Hijo no pusiera mucha atención a su demanda, les dijo a los criados que hicieran lo que él dijera, pues la gracia se iba a conceder.

Jansenio de Gante dice: “Para honrar a la Madre adelantó el tiempo de hacer milagros”.

Es cierto, en suma, que no hay criatura que pueda obtenernos tales misericordias a nosotros miserables como las que puede lograrnos esta excelente abogada, la cual es honrada por Dios no sólo con ser la amada esclava del Señor, sino siendo su verdadera Madre.

(Las Glorias de María, san Alfonso Mª de Ligorio)

ESCUCHARTE Y VERTE



Señor Jesús:
Te alabamos porque has vuelto a amanecer 
con cada uno de nosotros, 
regalándonos este día. 
Nos tienes junto a Ti, 
dispuestos a serte fieles. 
¿Sabremos escuchar hoy tu voz?
 
Te alabamos porque has dejado tu voz 
escrita en la Biblia. 
Te alabamos porque tu voz 
también nos llega por los amigos, 
y la vemos escrita en las estrellas, 
en las flores más sencillas del jardín, 
en la sonrisa de nuestros compañeros, 
en el apretón de unas manos, 
en la Eucaristía de tu Cuerpo y Sangre.

Tú nos quieres serviciales con todos, 
entregados en el trabajo o en el juego. 
Tú te escondes entre los libros, 
estás entre nosotros, 
estás rezando con nosotros. 

¿Sabremos verte hoy? 
Danos luz para poder verte 
allí donde nos esperes; 
que sepamos escucharte 
donde Tú quieras hablarnos.

ORACIÓN DE SAN BUENAVENTURA A JESÚS EUCARÍSTICO



Traspasa, dulcísimo Jesús y Señor mío, 
la médula de mi alma con el suavísimo 
y saludabilísimo dardo de tu amor;
con la verdadera, pura y santísima 
caridad apostólica, a fin de que mi alma 
desfallezca y se derrita siempre solo en amarte 
y en deseo de poseerte;
que por ti suspire, y desfallezca por hallarse 
en los atrios de tu casa;
anhele ser desligada del cuerpo para unirse contigo.
Haz que mi alma tenga hambre de ti,
pan de los ángeles, alimento de las almas santas,
pan nuestro de cada día, lleno de fuerza,
de toda dulzura y sabor y de todo suave deleite.
Oh Jesús, en quien desean mirar los ángeles:
tenga siempre mi corazón hambre de ti,
y el interior de mi alma rebose 
con la dulzura de tu sabor;
tenga siempre sed de ti, fuente de vida,
manantial de sabiduría y de ciencia,
río de luz eterna, torrente de delicias,
abundancia de la casa de Dios;
que te desee, te busque, te halle;
que a ti vaya y a ti llegue; en ti piense, 
de ti hable, y todas mis acciones encamine 
a honra y gloria de tu nombre,
con humildad y discreción,
con amor y deleite, con facilidad y afecto,
con perseverancia hasta el fin;
para que Tú sólo seas siempre mi esperanza,
toda mi confianza,
mi riqueza, mi deleite, mi contento,
mi gozo, mi descanso y mi tranquilidad, mi paz,
mi suavidad, mi perfume, mi dulzura, mi comida,
mi alimento, mi refugio, mi auxilio,
mi sabiduría, mi herencia,
mi posesión, mi tesoro,
en el cual esté siempre fija y firme
e inconmoviblemente arraigada mi alma y mi corazón. Amén

SEGUIR A CRISTO POR EL CAMINO DE LA HUMILDAD Y DE LA CRUZ



Jesús reina siempre en mi corazón. El Señor me pide que sea humilde, que llore mis pecados, que le ame mucho, que ame mucho a mis hermanas, que no las mortifique en nada, ni yo me mortifique por nada, que viva muy recogida en él sin voluntad propia, completamente abandonada en la suya divina. 
En este valle de lágrimas no pueden faltar penas, y hemos de estar contentas por tener que ofrecer algo a nuestro amantísimo Jesús, que tanto quiso sufrir por nuestro amor. El camino de la cruz es el más recto para unirse con Dios 
y, por tanto, es el que siempre debemos desear; que el Señor no permita que yo me separe de su divina voluntad. 

¡Bendito sea Dios que nos da estos trabajos para ofrecérselos por su amor! Ya llegará el día en que nos alegremos de haberlos sufrido. Entretanto, seamos generosas, sufriendo todo, si no podemos con alegría, por lo menos con mucha conformidad con la divina voluntad, de quien tanto padeció por nuestro amor, que por grandes que sean nuestros sufrimientos, nunca llegarán a los suyos. 

Si quiere ser perfecta, procure ser lo primero muy humilde de pensamiento, palabra, obras y deseos. Estudie bien lo que esto quiere decir y trabaje con 
fervor para conseguirlo. Tenga siempre presente la mirada en nuestro amantísimo Jesús, preguntándole en lo íntimo de su corazón lo que quiere de usted, y no se lo niegue jamás, aunque tenga que hacer mucha violencia a su natural. 
¡Bendito sea quien nos lo proporciona todo para nuestro bien! Teniéndole a él, todo lo tenemos.

(De los escritos de la beata María Sagrario de san Luis Gonzaga, Carmelita)

HIMNO A SANTA CLARA




Te bendecimos, Padre

Dios del cielo y la tierra,

lo escondido a los sabios,

a los pobres revelas. 


Hermana Clara, dinos la fuente

donde se abreva tu corazón.

Es la riqueza de la pobreza:

dejarlo todo y seguir a Dios.


Hermana Clara, lámpara viva,

¿cómo se enciende tu corazón?

Con la belleza de la pureza

los ojos limpios verán a Dios.


Hermana Clara, viña elegida,

¿por qué florece tu corazón?

En el presente vive el futuro,

el hoy que fluye del hoy de Dios.


Hermana Clara, flor de la Iglesia,

que tanto quiere nuestro Señor.

Te dio la palma con la azucena,

le diste todo lo que te dio.


Clara, plantita de san Francisco,

tienes raíces que no se ven,

y de ellas brotan flores y frutos

mientras, ocultas, crecen sin ver.

Hermana Clara, Cristo en tus manos,

Eucaristía te enardeció.

Que nos alcancen tus bendiciones

y bendigamos siempre al Señor. Amén.

LA OBEDIENCIA


Para saber y acertar en lo que Dios pide de nosotros, ¿cuál será el medio más seguro? No lo hay más seguro y cierto que la obediencia a los superiores y director espiritual. 

Decía San Francisco de Sales: «Jamás se cumple mejor con la voluntad de Dios que obedeciendo a los superiores». 

Ya el Espíritu Santo había dicho: La obediencia vale más que el sacrificio. Más agrada a Dios el sacrificio que le hacemos de la propia voluntad, sujetándola a la obediencia, que todos los demás sacrificios que pudiéramos ofrecerle, porque en ellos (limosnas, abstinencias, maceraciones y cosas por el estilo) le damos parte tan sólo, en tanto que dándole la voluntad lo damos todo. 

De ahí que, al decir a Dios: «Señor, dadme a entender por medio de la obediencia lo que de mí queréis, que presto estoy a ejecutarlo todo», ya no nos queda más que ofrecerle. 

Son contadas las almas que se consagran por completo a Dios, porque son pocas las que se someten a la obediencia. Hay algunos tan sujetos a la propia voluntad, que, al imponérseles cualquier obediencia, aunque vaya conforme a su natural inclinación, pierden el gusto y voluntad de hacerla, porque todo su gusto está en hacer lo que les dicta la propia voluntad. No obran así los santos, que sólo hallan paz cuando obran por obediencia.

(Práctica de amor a Jesucristo, San Francisco de Sales)

SAN JOSÉ CAMINA CON NOSOTROS


San José sabe de caminos. El camino que recorrió en el evangelio junto a María fue el camino de la fe. Nos dice Mateo que fue “hombre justo”. Y “justo” como dice San Pablo es “el que vive de la fe”. 

Él “creyó contra toda esperanza” en medio de las pruebas y dificultades que le salieron al paso, obedeciendo con docilidad y premura a la palabra del Señor que le habló principalmente en los sueños. 

San José camina con nosotros y como nosotros en medio de las pruebas y dificultades de la vida. Y además sale al paso de todos aquellos que en la encrucijada de la historia se encuentran solos o afligidos; por el sufrimiento, las carencias espirituales o materiales.

San José como “maestro de la vida interior” se hace encontradizo en nuestro caminar diario. 

Caminemos con San José en nuestra vida ordinaria: ofreciendo nuestro trabajo y actividades diarias al Santo Patriarca, rezando alguna oración a San José durante el día, meditando algún pasaje evangélico de la vida de San José, especialmente los 19 de cada mes. 


(San José del Evangelio, Mons. Francisco Cerro Chaves, Arzobispo de Toledo)

CONSECUENCIAS DEL PECADO VENIAL EN EL PURGATORIO Y EN EL CIELO

En el Purgatorio:

La única razón de ser de las penas del purgatorio es el castigo y la purificación del alma. Todo pecado, además de la culpa, lleva consigo un reato de pena, que hay que satisfacer en esta vida o en la otra.  

Dios no puede renunciar a su justicia, y el alma tendrá que pagar hasta el último maravedí antes de ser admitida al goce beatífico.  Y las penas que en el purgatorio tendrá que sufrir por esas faltas que ahora tan ligeramente comete calificándolas de «bagatelas», de «escrúpulos» y de peccata minuta exceden a las mayores que en este mundo se pueden sufrir. 

Lo dice expresamente Santo Tomás, porque las penas de esta vida, por terribles que sean, son de tipo puramente natural, mientras que las del purgatorio pertenecen al orden sobrenatural de la gracia y la gloria; hay un abismo entre ambos órdenes, y tiene que haberlo, por consiguiente, entre las penas correspondientes. 

En el Cielo:

Los aumentos de gracia santificante de que el alma quedó privada en esta vida por la substracción de tantas gracias actuales en castigo de sus pecados veniales, tendrán una repercusión eterna. El alma tendrá en el cielo una gloria menor de la que hubiera podido alcanzar con un poco más de cuidado y fidelidad a la gracia y, lo que es infinitamente más lamentable todavía, glorificará, menos a Dios por toda la eternidad. El grado de gloria propio y de glorificación divina está en relación directa con el grado de gracia conseguido en esta vida. 

(Antonio Royo Marín, Teología de la perfección cristiana)



CORAZÓN DE JESÚS

¡Oh Corazón amabilísimo de mi Salvador, 
Corazón enamorado de los hombres, 
cuando tan tiernamente los amáis; 
Corazón, en suma, digno de reinar 
y poseer nuestro corazón, 
ojalá que pudiera yo hacer que todos los hombres 
comprendieran el amor que les profesáis 
y las finezas que reserváis para las almas 
que os aman sin reserva! 
Por favor, dignaos, Jesús mío, 
aceptar la ofrenda y el sacrificio que os hago de mi voluntad; 
dadme a conocer lo que de mí queréis, 
que quiero ejecutarlo todo con vuestra gracia. 

(San Alfonso Mª de Ligorio)

NADA NOS ASEGURA QUE LOS SANTOS CANONIZADOS SEAN LOS MÁS GRANDES


«Hay Santos a quienes conocemos porque están más cerca de nosotros, pero nada prueba que sean los más grandes. De igual modo, juzgamos a las estrellas según su distancia, pero su verdadera belleza sólo Dios la conoce. Algunas, que nos parecen pequeñitas, o que no vemos en modo alguno, son incomparablemente más bellas que las que llamamos «de primera magnitud», en la tierra no se puede saber... muchas veces, a medida que las almas suben, pierden la estima de los que las rodean. De igual modo que un globo, elevándose en los aires, parece cada vez más pequeño, así la santidad más sublime es a veces menospreciada. 

Sabiendo esto, «¿haremos caso de la gloria que los unos reciben de los otros?» (Juan 5, 44)     

Nada nos asegura que los Santos canonizados sean los más grandes. Dios les ha puesto de relieve para su gloria y para nuestra edificación, más que para ellos mismos. He leído esto: el amor que los Santos se tendrán los unos a los otros en la eternidad no se medirá según su respectiva grandeza y elevación en la gloria, sino que habrá simpatías entre ellos. 

Podremos amar a almas pequeñitas con un afecto mucho más grande que a otras almas mucho más santas. Este pensamiento me ha encantado siempre.    

¿Creéis que los santos canonizados son los más amados sobre la tierra? ¡Ah!, ¿quién ama desinteresadamente en la tierra? ¿Qué santo es amado por sí mismo? Se le alaba, se escribe su vida, se le preparan fiestas magníficas, hay solemnidades religiosas. «Echemos el resto», y veamos a esas personas agitarse alrededor de una colgadura, contrariarse porque no todas las cosas salen bien, o alegrarse porque nada sale en contra de su voluntad. Se grita, se tumultúa en el ardor de los preparativos... Luego se habla del órgano, de los sermones... Y ¿el Santo? ¡Ah! Prefiero permanecer escondida a tener una media gloria. 

Sólo de Dios espero la alabanza que merezco.   Los Santos no son santos porque se les reconozca por tales, ni son más grandes porque se haya escrito su Vida. ¿Quién sabe si no es a otro santo -desconocido- a quien debemos el bien hecho con tal obra, sea que él la haya inspirado, dirigido, o que haya dispuesto a las almas para gustarla? ¡Cuántas cosas se verán más tarde! Pienso a veces si no seré yo, tal vez, el fruto de los deseos de algún alma pequeña, a la que deberé todo lo que poseo...     

(Santa Teresita del Niño Jesús)

EL CORAZÓN DE JESÚS SE ENTREGA EN CADA COMUNIÓN

 



Jesús, la Eucaristía me ha entregado a vuestro Corazón.

Yo lo tengo, lo poseo y no lo dejaré ir. 

Es mío en el beneficio de una presencia real, 

universal y perpetua, con todas las virtudes 

de su vida y todas las seguridades que trae 

consigo la presencia del justo, del santo, del Salvador. 

Es mío en el beneficio de un sacrificio de valor infinito, 

que me da cada día todas 

las satisfacciones, todos los méritos, todos los 

frutos de su Pasión y de su muerte; 

es mío sobre todo en el beneficio de la comunión, 

que derriba las últimas barreras y me le entrega 

por completo. ¡Es mío, yo lo he recibido, 

yo lo he comido, él se ha convertido en mí mismo! 

¡Él me espera, y su gozo es darse a mí! 

Y yo he vuelto a los días de mi inocencia y he recibido 

al Corazón de Jesús; y me he apartado 

de mis extravíos, y el Corazón de Jesús no ha 

rehusado darse a mí. 

Mientras que yo viva me acordaré de las alegrías 

de mi primera comunión y cantaré eternamente 

las dulzuras del banquete en que Jesús festejó mi vuelta. 

Corazón de Jesús, fuisteis quien derramasteis 

en mi alma el perdón, y mi alma, olvidándose 

del triste pasado, se abrió la esperanza 

y comprendió que podía vivir de 

amor, puesto que Vos la amabais! 

Y el Corazón que recibí entonces puedo recibirlo 

todos los días, pues es mío. 

Es mi pan cotidiano; es mi vida y mi corazón 

para santificarme verdaderamente y conducirme 

con seguridad a la dicha sin fin: pero Jesús, oh Jesús, 

¿qué es el hombre, para que le visitéis así 

y apliquéis de tal suerte vuestro Corazón contra su 

corazón?

(Cristo Eucarístico, R.P.A. Tesniére)

QUE BIEN ESTARÍA QUEDARNOS AQUÍ

 


El misterio que hoy celebramos lo manifestó Jesús a sus discípulos en el monte Tabor. En efecto, después de haberles hablado, mientras iba con ellos, acerca del reino y de su segunda venida gloriosa, teniendo en cuenta que quizá no estaban muy convencidos de lo que les había anunciado acerca del reino y deseando infundir en sus corazones una firmísima e intima convicción, de modo que por lo presente creyeran en lo futuro, realizó ante sus ojos aquella admirable manifestación, en el monte Tabor, como una imagen prefigurativa del reino de los cielos. Era como si les dijese: «El tiempo que ha de transcurrir antes de que se realicen mis predicciones no ha de ser motivo de que vuestra fe se debilite, y por esto, ahora mismo, en el tiempo presente, os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán, sin haber visto al Hijo del hombre presentarse con la gloria de su Padre.»

Y el evangelista, para mostrar que el poder de Cristo estaba en armonía con su voluntad, añade: Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un alto monte, y se transfiguró en su presencia; su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Éstas son las maravillas de la presente solemnidad, éste es el misterio, saludable para nosotros, que ahora se ha cumplido en el monte, ya que ahora nos reúne la muerte y, al mismo tiempo, la festividad de Cristo. Por esto, para que podamos penetrar, junto con los elegidos entre los discípulos inspirados por Dios, el sentido profundo de estos inefables y sagrados misterios, escuchemos la voz divina y sagrada que nos llama con insistencia desde lo alto, desde la cumbre del monte.

Debemos apresurarnos a ir hacia allí -así me atrevo a decirlo- como Jesús, que allí en el cielo es nuestro guía y precursor, con quien brillaremos con nuestra mirada espiritualizada, renovados en cierta manera en los trazos de nuestra alma, hechos conformes a su imagen, y, como él, transfigurados continuamente y hechos participes de la naturaleza divina, y dispuestos para los dones celestiales.

Corramos hacia allí, animosos y alegres, y penetremos en la intimidad de la nube, a imitación de Moisés y Elías, o de Santiago y Juan. Seamos como Pedro, arrebatado por la visión y aparición divina, transfigurado por aquella hermosa transfiguración, desasido del mundo, abstraído de la tierra; despojémonos de lo carnal, dejemos lo creado y volvámonos al Creador, al que Pedro, fuera de sí, dijo: Señor, qué bien estaría quedamos aquí.

Ciertamente, Pedro, en verdad qué bien estaría quedarnos aquí con Jesús, y permanecer aquí para siempre. ¿Hay algo más dichoso, más elevado, más importante que estar con Dios, ser hechos conformes con él, vivir en la luz? Cada uno de nosotros, por el hecho de tener a Dios en sí y de ser transfigurado en su imagen divina, tiene derecho a exclamar con alegría: Qué bien estaría quedanos aquí, donde todo es resplandeciente, donde está el gozo, la felicidad y la alegría, donde el corazón disfruta de absoluta tranquilidad, serenidad y dulzura, donde vemos a (Cristo) Dios, donde él, junto con el Padre, pone su morada y dice, al entrar: Hoy ha venido la salud a esta casa, donde con Cristo se hallan acumulados los tesoros de los bienes eternos, donde hallamos reproducidas, como en un espejo, las imágenes de las realidades futuras.

(Del Sermón de Anastasio Sinaíta, obispo, en el día de la Transfiguración del Señor )


MARÍA, NO ME ABANDONES A MÍ MISMO

 Madre de Dios y señora mía, María. 
Como se presenta a una gran reina un 
pobre andrajoso y llagado, así me presento 
a ti, reina de cielo y tierra. 
Desde tu trono elevado dígnate volver 
los ojos a mí, pobre pecador. 
Dios te ha hecho tan rica para que 
puedas socorrer a los pobres, 
y te ha constituido reina de misericordia 
para que puedas aliviar a los miserables. 
Mírame y ten compasión de mí. 
Mírame y no me dejes; cámbiame 
de pecador en santo. 
Veo que nada merezco y por mi ingratitud 
debiera verme privado de todas las gracias 
que por tu medio he recibido del Señor. 
Pero tú, que eres reina de misericordia, 
no andas buscando méritos, 
sino miserias y necesidades que socorrer. 
¿Y quién más pobre y necesitado que yo? 
Virgen excelsa, ya sé que tú, 
siendo la reina del universo, eres también la reina mía. 
Por eso, de manera muy especial, 
me quiero dedicar a tu servicio, 
para que dispongas de mí como te agrade. 
Te diré con san Buenaventura: 
Señora, me pongo bajo tu servicio 
para que del todo me moldees y dirijas. 
No me abandones a mí mismo; 
gobiérname tú, reina mía. 
Mándame a tu arbitrio y corrígeme 
si no te obedeciera, porque serán para mí 
muy saludables los avisos que vengan de tu mano.
Estimo en más ser tu siervo 
que ser el dueño de toda la tierra. 
«Soy todo tuyo, sálvame» (Sal 118, 94). 
Acéptame por tuyo y líbrame. 
No quiero ser mío; a ti me entrego. 
Y si en lo pasado te serví mal, 
perdiendo tan bellas ocasiones de honrarte, 
en adelante quiero unirme a tus siervos 
los más amantes y más fieles. 
No quiero que nadie me aventaje 
en honrarte y amarte, mi amable reina. 
Así lo prometo y, con tu ayuda, 
así espero cumplirlo. Amén.

MARÍA ES OMNIPOTENTE POR GRACIA


San Anselmo, hablando con María, le dice así: “El Señor, oh Virgen santa, te ha elevado de manera que por puro don de él tú puedes obtener todas las gracias posibles para tus devotos, ya que tu protección es omnipotente”. “Tu auxilio es todopoderoso, oh María”, le dice Cosme de Jerusalén. “Sí, María es omnipotente –dice a su vez Ricardo de San Lorenzo–, porque toda reina según las leyes, goza de los mismos privilegios que el rey; por lo cual, siendo la misma potestad la del hijo y la de la madre, ha sido hecha omnipotente la Madre por el Hijo que es omnipotente”. De modo que, al decir de san Antonino, Dios ha puesto la Iglesia entera no sólo bajo la protección de María, sino bajo su dominio.

Debiendo tener la madre la misma potestad del hijo, con razón porque es omnipotente Jesús, resulta que también es omnipotente María; pero dejando bien claro que Jesucristo es omnipotente por naturaleza y María lo es por gracia. 

Y así sucede que cuando le pide la Madre, nada le niega el Hijo. Así se le reveló a santa Brígida, quien oyó a Jesús que hablando con María le decía: “Pídeme lo que quieras, que tu petición no puede quedar vacía”. Madre mía, ya sabes cuánto te amo, por lo cual pídeme lo que desees, que sea cual sea tu demanda, la he de escuchar favorablemente. Y dio esta preciosa razón: “Ya que nada me negaste en la tierra, yo nada te negaré en el cielo”. Como si dijera: Madre, cuando estabas en la tierra nada dejaste de hacer por amor mío; ahora que estoy en el cielo es razón que no deje de realizar nada de lo que tú me pides. María se llama omnipotente del modo en que esto puede decirse de una criatura que no es capaz de un atributo divino. Así, ella es omnipotente porque con sus plegarias obtiene cuanto quiere.

(Las Glorias de María, San Alfonso Mª de Ligorio)

PEDIR LA GRACIA DE SEGUIR SU VOLUNTAD

Santa María Magdalena de Pazzi decía que debemos enderezar todas nuestras oraciones a recabar de Dios la gracia de seguir en todo su santa voluntad, pues hay almas que, engolosinadas con los gustos espirituales de la oración, van tan sólo en seguimiento de gustos y ternuras en que deleitarse; pero las esforzadas, que arden en deseos de ser todas de Dios, no le piden sino luces para entender su santa voluntad y fortaleza para cumplirla perfectamente. 

Para alcanzar la perfección del amor es necesario someter en todo nuestra voluntad a la de Dios. 

«No creáis –decía San Francisco de Sales– haber llegado a la pureza que habéis de ofrecerle, mientras no sea vuestra voluntad del todo suya, aun en las cosas más repugnantes, y todo ello alegremente»

(Práctica de amor a Jesucristo, San Alfonso Mª de Ligorio)



EN TUS MANOS COBIJADO ( Joaquín L. Ortega )(A la soledad de María)

Déjame, Soledad, que te acompañe, 

pues grande, más que el mar, es tu quebranto. 

Deja que la amargura de tu llanto 

con mis manos la achique yo y la empañe. 


Déjame, Soledad, que tu agonía 

sea yo quien la viva y la padezca, 

que, junto a ti, mi soledad merezca 

el dulce alivio de tu compañía. 


Recuerda, Soledad de soledades, 

que fuiste confiada a mi cuidado 

por tu Hijo en el trance de la muerte. 


Él me fió también a tus bondades. 

Toma mis manos, Soledad doliente. 

Yo, me quedo en las tuyas cobijado.

IMITEMOS A LOS NIÑOS (Santa Teresita del Niño Jesús)

 «Si os dicen una cosa injusta, o una Hermana que no entiende de algo quiere daros consejos acerca de ello, habréis de pensar que tiene buena intención, responderle con gran dulzura y, sin perjudicar a la verdad, aparentar que aprobáis, en cuanto es posible, lo que ella dice».  

«No obráis bien deseando que todo el mundo se acomode a vuestra manera de ver. Puesto que queremos ser niñitos..., los niñitos no saben lo que es mejor, lo hallan todo bien; imitémosles. No hay mérito alguno en hacer lo que es razonable, ése es el camino común, todo el mundo quiere ir por él».

«La caridad, dice san Alfonso de Ligorio, consiste en soportar a los que son insoportables».

«Cuanto más avancéis, menos combates tendréis, o mejor, con más facilidad los venceréis, pues veréis el lado bueno de las cosas. Entonces vuestra alma se elevará por encima de las criaturas. Es increíble cómo, en fin, todo lo que se me podía decir no llegaba ni siquiera a rozar mi alma, pues había comprendido la poca solidez de los juicios humanos».    

(Santa Teresita del Niño Jesús)



MARÍA, ATAMOS LAS ALMAS A TU ESPERANZA

María es la Virgen fiel, que por su fidelidad a Dios repara las pérdidas que la Eva infiel causó por su infidelidad, y alcanza a quienes confían en Ella la fidelidad
para con Dios y la perseverancia. 
Por esto, un santo la compara a un áncora firme, que los sostiene e impide que
naufraguen en el mar tempestuoso de este mundo, en donde tantos perecen por no aferrarse a Ella: 
“Atamos -dice- las almas a tu esperanza como a un áncora firme.”
Los santos que se han salvado estuvieron firmemente adheridos a Ella, y a Ella ataron a otros para que perseveraran en la virtud.

¡Dichosos, pues, una y mil veces, los cristianos que ahora se aferran fiel y enteramente a María como a un áncora firme! Los embates tempestuosos de este mundo no los podrán sumergir ni les harán perder sus tesoros celestiales.
¡Dichosos quienes entran en María como en el arca de Noé!
Las aguas del diluvio de los pecados que anegan a tantas personas no les harán daño, porque los que obran por mí no pecarán –dice la divina Sabiduría–; es
decir, los que están en mí para trabajar en su salvación no pecarán.

(Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen, San Luis María de Montfort)


SANTOS...¿POR QUÉ NO YO?

 La gente aspira en la vida a muchas cosas. A veces grandiosas, otras veces más cotidianas. Entre las grandiosas, y dependiendo de las ínfulas y miradas de cada quién, podría estar el aparecer en las listas de Forbes, ganar un Oscar, meter el gol de Iniesta, recibir el premio Nobel –de literatura, de la paz, de medicina... ahí ya va con las vocaciones particulares–, descubrir la cura del cáncer, viajar al espacio... La lista de sueños es tan grande como la imaginación. Entre las aspiraciones más cotidianas –aunque no por ello menos trascendentes– entran tantos sueños de realización personal: encontrar el amor, fundar una familia, emanciparse (los jóvenes), disfrutar del propio trabajo, vivir en paz...

Si conoces la historia de san Ignacio de Loyola quizás ya sepas que, en el comienzo de su conversión, allá en Loyola, convaleciente, y tras leer algunas vidas de santos, pensaba (con sueños grandiosos) que él tenía que ser «el mejor santo de todos». Aquel sueño primero no era más que una prolongación de sus afanes de grandeza anteriores. Ya puestos a triunfar en la corte, si no podía ser en la castellana, que fuera en la celestial. Solo después, al dejarse de verdad seducir por Dios su sueño cambiaría, y despojado ya de afanes de grandeza, empezaría a comprender la segunda parte de su afirmación. Lo de ser santo. y no precisamente porque pensase en canonizaciones y demás, sino porque se convenció de que lo mejor que podía hacer con su vida era seguir a Cristo, pobre y humilde. Seguirle que es imitarle, dejarse cautivar por él, convertirse en aquello que Jesús mostró que puede ser cada persona.

La santidad no es una virtud imposible, sino el bien posible. No es un rasgo de espíritus tan especiales, virtuosos y puros que resultan admirables, pero no imitables. Es  la determinación de hombres y mujeres frágiles, pecadores, con pies de barro, claro que sí, pero aun así convencidos de que con nuestro barro Dios puede crear belleza, sembrar justicia y mostrar amor. La santidad no es un sueño grandioso, sino un camino cotidiano. Un camino que pasa por la humildad, el cansancio, la alegría de a veces y la preocupación de otras. Se vive y se comparte. El santo es amigo, guía, discípulo... Es elegir ser Cireneo y, como aquel, ayudar al Maestro a cargar la cruz.

Quizás hoy hacen falta más personas que, como aquel Ignacio convaleciente, se atrevan a preguntarse: «¿por qué no yo?»

José María Rodríguez Olaizola, sj



LA SOMBRA DE LA CRUZ SIEMPRE ACOMPAÑÓ A CRISTO


 El sacrificio de Cristo comenzó antes de que él viniera al mundo y su cruz era la cruz del cordero degollado desde la fundación del mundo.  Allí arriba existe un Calvario de donde ha partido todo. Por muy grande que sea la obediencia de Cristo no tendría dimensión divina si ya de antemano no se alzase por encima de la tierra. Su obediencia de hombre no era sino un aspecto de esa obediencia suprema que le movió a hacerse hombre. Ésa es la razón por la que, a todo lo largo de las páginas del antiguo testamento, se va dibujando, junto a la imagen del Mesías triunfante, la otra imagen del Siervo sufriente. Y es que sería erróneo olvidar que los judíos, junto al Mesías belicoso y triunfador, recordaban aquel doloroso dibujo que les ofrecía el salmo 21:

Porque yo soy un gusano, no un hombre,

vergüenza de la gente, desprecio del pueblo,

al verme se burlan de mí,

hacen visajes, menean la cabeza.

«Acudió al Señor, que él lo ponga a salvo,

que lo libre, si tanto lo quiere».

Me acorrala una tropa de novillos,

me cercan toros de Basán,

abren contra mí las fauces

leones que descuartizan y rugen.

Estoy como agua derramada,

tengo los huesos descoyuntados,

mi corazón, como cera,

se derrite en mis entrañas,

mi garganta esta seca como una teja,

la lengua se me pega al paladar,

me aprietas contra el polvo de la muerte.

Me acorrala una jauría de mastines,

me cerca una banda de malhechores,

me taladran mis manos y mis pies

y puedo contar todos mis huesos.

Ellos me miran triunfantes,

se reparten mi ropa, se sortean mi túnica.

Y temían también la otra dramática descripción de Isaías, que con justicia ha sido llamado «el evangelista del antiguo testamento»:

Mirad, mi siervo prosperará,

será elevado, ensalzado y puesto muy alto.

Muchos se avergonzarán de él

porque, desfigurado, no parecía hombre

ni tenía aspecto humano.

Le vimos sin aspecto atrayente,

despreciado y evitado por los hombres

como un varón de dolores acostumbrado a sufrimientos

ante el cual se ocultan los rostros.

Él soportó nuestros sufrimientos

y aguantó nuestros dolores;

nosotros le estimamos leproso, herido de Dios y humillado,

pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,

triturado por nuestros crímenes…

Maltratado, se humillaba y no abría la boca

como cordero llevado al matadero…

Le arrancaron de la tierra de los vivos,

por los pecados de mi pueblo le hirieron (Is 52,13-53,8).

(Vida y misterio de Jesús de Nazaret, Jose Luis Martín Descalzo)

EL RECOGIMIENTO TRAE PAZ

¡Oh quien pusiese toda su esperanza en Dios! ¡Cuánta paz y sosiego poseería! Si quieres arrepentirte de corazón, entra en tu retiro y destierra de ti todo bullicio del mundo.

El recogimiento será para ti un dulce amigo y tu más agradable consuelo. En el silencio y sosiego se aprovecha el alma devota y penetra los secretos de las Escrituras. Allí halla arroyos de lágrimas con que purificarse todas las noches, para que sea tanto más familiar a su Hacedor, cuanto más se desviare del tumulto del siglo; pues el que se aparta de amigos y conocidos, estará más cerca de Dios y de sus santos ángeles. 

Mejor es esconderse y cuidar de sí, que con descuido propio hacer milagros. 

¿Para qué quieres ver lo que no te conviene tener? El mundo pasa, y con él sus deleites. Los deseos sensuales nos llevan a pasatiempos, mas pasada aquella hora, ¿qué nos queda sino pesadumbre de conciencia y disipación del corazón? La salida alegre causa muchas veces triste vuelta, y la alegre tarde hace triste mañana; así todo gozo carnal entra blandamente, mas al cabo muerde y mata. ¡Qué puedes ver en otro lugar que aquí no lo veas! Aquí ves el cielo y la tierra y todos los elementos, y de éstos fueron hechas todas las cosas.

Alza tus ojos a Dios en el cielo, y ruega por tus pecados y negligencias. Deja lo vano a los vanos, y tú ten cuidado de lo que manda Dios. Cierra tu puerta sobre ti, y llama a tu amado Jesús; permanece con él en tu celda, porque no hallarás en otro lugar tanta paz. Si no salieras, ni oyeras nuevas, mejor perseverarás en santa paz. Pues te huelgas de oír algunas veces novedades, necesario es que sufras después turbaciones del corazón.

(Imitación de Cristo, Thomas de Kempis)

ORACIÓN A JESUCRISTO

Señor Jesucristo, da vida, salud y acierto 

a nuestro Santo Padre, 

Vicario tuyo, a nuestros pastores y demás 

ministros eclesiásticos y seculares. 

Que la antorcha luminosa de la fe no nos falte, 

pues sin ella pereceremos en los brazos de 

una muerte eterna; sino por el contrario, 

haz que su luz, su luz benéfica y preciosa, 

se difunda por todas partes, y sean destruidas 

todas las herejías, cismas e impiedades que arrastran 

al hombre a su perdición y tienen anegada la tierra 

en innumerables males, calamidades y desastres.

Da un espíritu de verdadera penitencia a los que 

se hallan en pecado mortal, y aparta de la ocasión 

de pecar a los que se hallen en peligro de ella. 

Aumenta la gracia y dales perseverancia a los justos,

sálvanos a todos y dales un pronto y dulce descanso 

a las almas que se hallan en el purgatorio, 

principalmente a aquellas por quienes más debo pedir 

según tu agrado, según la justicia y la caridad. 

Todas son el precio de tu sangre, 

son el mas tierno objeto de tu amor, y 

tienen el sello precioso de la Santísima 

Trinidad. 

Fecunda nuestros campos, Tú que alimentas 

a las aves que no tienen graneros, 

ni siembran, ni recogen, ni tienen provisiones; 

Tú, que engalanas a los lirios con una brillantez 

y belleza con que nunca se vistió Salomon en los dias 

de su mayor esplendor y de su gloria. 

Danos la paz, esa paz que solo puede gozarse 

con el cumplimiento de nuestros deberes; 

y por último, Señor, ten piedad y misericordia de mí: 

no consientas que la muerte me 

sorprenda sin haber hecho penitencia por mis 

pecados; pues deseo estar siempre en tu adorable 

presencia y bendecirte con los ángeles 

eternamente en el cielo. Amen

(Devocionario Católico) 

EN QUÉ CONSISTE EL AUTÉNTICO COMBATE ESPIRITUAL

Solemos creer que vencer en el combate espiritual significa librarnos de todos nuestros defectos, no sucumbir nunca a la tentación y dar fin a nuestras debilidades y nuestros fallos. Pero, ¡si en ese terreno somos vencidos inexorablemente! ¿Quién puede pretender no caer jamás? Ciertamente, eso no es lo que Dios exige de nosotros, pues Él conoce de qué hemos sido hechos, se acuerda de que no somos más que polvo (Sal 102). 

Por el contrario, el auténtico combate espiritual, más que la lucha por una victoria definitiva o por una infalibilidad totalmente fuera de nuestro alcance, consiste sobre todo en aprender a aceptar nuestros ocasionales fallos sin desanimarnos, a no perder la paz del corazón cuando caemos lamentablemente, a no entristecernos en exceso por nuestras derrotas, y a saber aprovechar nuestros fracasos para saltar más arriba... Eso es siempre posible, a condición de que no nos angustiemos y conservemos la paz... 

Podríamos, pues, enunciar razonablemente este principio: el objeto fundamental del combate espiritual, hacia el que debe tender prioritariamente nuestro esfuerzo, no es conseguir siempre la victoria (sobre nuestras tentaciones o nuestras debilidades), sino, más bien, aprender a conservar la paz del corazón en cualquier circunstancia, incluso en caso de derrota. 

Sólo la gracia de Dios nos conseguirá la victoria, cuya acción será más poderosa y eficaz siempre que mantengamos nuestro interior en la paz y el abandono confiado en las manos de nuestro Padre del Cielo.

(Jacques Philippe, la paz interior)

NADA PUEDE COMPARARSE CON EL AMOR

 (337) 22 XI 1934 +  Diario de Santa Faustina

Una vez, el Padre espiritual me ordenó reflexionar bien sobre mi, y analizar si no había en mí, algun apego a alguna cosa o criatura o a mí misma, y si no había en mí una inclinación a hablar inútilmente, ya que todo eso impedía al Señor Jesús administrar libremente en mi alma. Dios está celoso de nuestros corazones y quiere que lo amemos exclusivamente a Él. 

Cuando comencé a reflexionar profundamente sobre mí, no noté estar apegada a alguna cosa, pero, como en todas mis cosas, también en ésta tenia miedo y no me fiaba de mí misma.  Cansada de este minucioso análisis, fui delante del Santísimo Sacramento y rogué a Jesús con toda la fuerza de mi alma: 

"Jesús, Esposo mío, Tesoro de mi corazón, Tú sabes que Te conozco solamente a Ti y que no conozco otro amor fuera de Ti, pero, Jesús, si tomara apego a cualquier cosa fuera de Ti, Te ruego y te suplico, Jesús, por el poder de Tu misericordia, hazme morir inmediatamente, porque prefiero morir mil veces, que engañarte una vez en la cosa mas pequeña". 

En aquel momento, Jesús se presentó súbitamente delante de mí, no sé de dónde, resplandeciente de una belleza indecible, con una túnica blanca, con las manos levantadas, y me dijo estas palabras: "Hija mía, tu corazón es Mi descanso, es Mi complacencia. En él encuentro todo lo que un gran numero de almas Me niega. Dilo a Mi sustituto. 

Y repentinamente no vi nada mas, solamente todo un mar de consolaciones entró en mi alma. Ahora comprendo que nada puede ponerme barreras en el amor hacia Ti, Jesús, ni el sufrimiento, ni las contrariedades, ni el fuego, ni la espada, ni la muerte misma. Me siento más fuerte que todo eso. 

Nada puede compararse con el amor. Veo que las cosas mas pequeñas, cumplidas por un alma que ama sinceramente a Dios, tienen un valor inestimable en los ojos de sus santos.

(Santa Faustina, diario de la Divina Misericordia)



LAS PLEGARIAS DE MARÍA SON PLEGARIAS DE MADRE

 María, dice san Buenaventura, tiene ante su Hijo el privilegio de ser sumamente poderosa para conseguir lo que desea. ¿Y por qué?  porque las plegarias de María son plegarias de madre. Y por esa razón, dice san Pedro Damiano, la Virgen puede cuanto quiere, así en el cielo como en la tierra, pudiendo infundir esperanza de salvarse aun a los desesperados. Y añade después que cuando la Madre pide a Jesucristo, llamado altar de la misericordia donde los pecadores obtienen el perdón de Dios, el Hijo tiene tanta estima de las plegarias de María y tiene tanto deseo de complacerla, que en rogando ella, más parece mandar que rogar y parece más señora que esclava. “Te acercas al altar de la humana reconciliación no sólo rogando, sino mandando, como señora más que como esclava, pues tu Hijo se honra no negándote nada”. Así quiere honrar Jesús a su querida Madre, él que tanto la ha honrado durante su vida, al otorgarle al instante cuanto le pide o desea. Es lo que hermosamente declara san Germán diciendo a la Virgen: “Tú eres la Madre de Dios, omnipotente para salvar a los pecadores, y no tienes necesidad de otra recomendación ante Dios porque eres la Madre de la verdadera vida”.

(Las Glorias de María, San Alfonso Mª de Ligorio)



ELEVACIÓN DE LA MENTE A CRISTO SALVADOR (Santa Brígida de Suecia)


Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la última cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato para ser juzgado por él.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.

Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos como el Cordero inocente.

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.

Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.

Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.

Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban intensamente en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios, tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que con tu sangre preciosa y tu muerte sagrada redimiste las almas y, por tu misericordia, las llevaste del destierro a la vida eterna.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran guardia.

Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.

Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. 

Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

(De las oraciones atribuidas a la santa (Oración 2. Revelationum S. Birgittae libri, 2, Roma 1628, pp 408-410) 

ENSÉÑANOS A NO CONTENTARNOS

                                                                                 Señor, enséñanos a no contentarnos 

con amar a los nuestros, a los que amamos. 

Señor, enséñanos a pensar en los otros, 

a amar primero a los que no son amados. 

Señor, danos la gracia de comprender 

que en cada momento de nuestra vida 

hay millones de seres humanos 

que son hijos tuyos, 

que son mis hermanos, 

y que mueren de hambre, 

y que mueren de frío. 

Señor, ten piedad 

de todos los pobres del mundo. 

Señor, no permitas que sigamos 

siendo felices nosotros solos. 

Danos la angustia de la miseria universal 

y líbranos de nosotros mismos. 

- Raoul Follereau -

LA EUCARISTÍA ME HA ENTREGADO A VUESTRO CORAZÓN

¡Corazón de Jesús ! De vuestra vida y de vuestra muerte, de vuestra Iglesia y de vuestro trono, no recibo más que amor. 

Pero el foco de todos estos amores , cuyas llamas me vivifican, que es vuestro mismo Corazón, ¿no me lo daréis también? 

¿Es este deseo temerario quizá, habiendo recibido tanto? 

¡Ah ! perdonadme, yo no puedo contener mi corazón que os grita: — Dadme vuestro Corazón, oh Jesús, y no me deis nada ! Vuestro amor sin vuestro Corazón sería para mí un suplicio intolerable , que me haría morir de deseo! 

Y Vos me habéis respondido: ¡Tomad y comed todos; éste es mi Cuerpo; ésta es mi Sangre! ¡ Y la Eucaristía me ha entregado a vuestro Corazón! Yo lo tengo, lo poseo y no lo dejaré ir. 

(Cristo Eucarístico, R.P.A. Tesniére)



ORACIÓN A SAN JOSÉ PARA OBTENER BENDICIONES


San José, casto esposo de la Virgen María intercede para obtenerme el don de la pureza.

Tú que, a pesar de tus inseguridades personales supiste aceptar dócilmente el Plan de Dios tan pronto supiste de él, ayúdame a tener esa misma actitud para responder siempre y en todo lugar, a lo que el Señor me pida.

Varón prudente que no te apegas a las seguridades humanas sino que siempre estuviste abierto a responder a lo inesperado obténme el auxilio del Divino Espíritu para que viva yo también en prudente desasimiento de las seguridades terrenales.

Modelo de celo, de trabajo constante, de fidelidad silenciosa, de paternal solicitud, obténme esas bendiciones, para que pueda crecer cada día más en ellas y así asemejarme día a día al modelo de la plena humanidad: EL SEÑOR JESÚS.

NUBECILLA DEL CARMELO



Prodigioso y admirable

Imán de nuestro desvelo;

Nubecilla del Carmelo,

Sednos protectora y Madre.


Salve, Reina de los, cielos,

De misericordia Madre,

Vida y dulzura divina;

Esperanza nuestra, Salve;

Nubecilla del Carmelo,

Sednos protectora y Madre.


Dios te Salve, Templo hermoso

Del divino Verbo en carne,

Sálvete Dios, Madre Virgen,

Pues eres Virgen y Madre;

Nubecilla del Carmelo,

Sednos protectora y Madre.


Volvednos, Madre piadosa,

Vuestros ojos admirables,

Y mirad por vuestros hijos,

Pues que sois piadosa Madre;

Nubecilla del Carmelo,

Sednos protectora y Madre.


Socorrednos, pues escucha

Que en las penas y combates

A ti suspiramos todos

En este lloroso valle;

Nubecilla del Carmelo,

Sednos protectora y Madre.


Mostradnos a vuestro Hijo

De Josafat en el Valle,

Piadoso, pues que nació

De ese cristal admirable;

Nubecilla del Carmelo,

Sednos protectora y Madre.


Rogad por vuestros devotos

A la bondad inefable;

Pues murió para salvarnos,

Por su clemencia nos salve;

Nubecilla del Carmelo,

Sednos protectora y Madre.




ORACIÓN A LA VIRGEN DEL CARMEN


Oh Virgen María, Madre de Dios y Madre también de los pecadores y especial Protectora de los que visten tu sagrado Escapulario, por lo que su Divina Majestad te engrandeció, escogiéndote para verdadera Madre suya, te suplico me alcances de tu querido Hijo, el perdón de mis pecados, la enmienda de mi vida, la salvación de mi alma, el remedio de mis necesidades, el consuelo de mis aflicciones y la gracia especial que te pido en esta Novena, si conviene para su mayor honra y gloria y bien de mi alma; que yo, Señora, para conseguirlo me valgo de vuestra intercesión poderosa.

Quisiera tener el espíritu de todos los ángeles, santos y justos a fin de poder alabarte dignamente y uniendo mi voz con sus afectos, te saludo una y mil veces diciendo: (Tres Avemarías).

Virgen Santísima del Carmen, yo deseo que todos sin excepción, se cobijen bajo tu sombra protectora de tu Santo Escapulario y que todos estén unidos a Ti Madre Mía, por los estrechos y amorosos lazos de ésta tu querida insignia.

¡Oh Hermosura del Carmelo! Míranos postrados reverentes ante su sagrada imagen y concédenos benigna tu amorosa protección. Te encomiendo las necesidades de nuestro Santísimo Padre el Papa y la Iglesia Católica, nuestra Madre, así como las de mi nación y las de todo el mundo, las mías propias y las de mis parientes y amigos.

Mira con ojos de compasión a tantos pobres pecadores, herejes y cismáticos, cómo ofenden a tu Divino Hijo y a tantos infieles cómo gimen en las tinieblas del paganismo. Que todos se conviertan y te amen, Madre Mía, como yo deseo amarte ahora y por toda la eternidad. Amén.

¿QUIÉNES SON USTEDES QUE ME HACEN TANTO BIEN?



- María (Simma)  ¿cómo podemos evitar el Purgatorio e ir derecho al Paraíso? 

- Debemos hacer mucho por las almas del Purgatorio, porque son ellas quienes, a su vez, nos ayudan. Hay que tener mucha humildad: ésta es el arma más grande contra el Maligno. La humildad elimina el mal. 

A este punto no resisto al deseo de referir un bellísimo testimonio del Padre Berlioux (que ha escrito un hermoso libro sobre las almas del Purgatorio), con relación a la ayuda ofrecida por estas almas a aquellos que las ayudan con oraciones y sufragios:

"Se cuenta que una persona muy amiga de las almas del Purgatorio había consagrado toda su vida a sufragar por ellas. Habiendo llegado la hora de su muerte, fue asaltada con furor por el demonio que la veía a punto de escapársele. Parecía que el abismo entero, confederado contra ella, la rodease con sus cohortes infernales. 

La moribunda luchaba desde hacía tiempo entre los esfuerzos más penosos, cuando todo de un golpe vio entrar en su casa una multitud de personajes desconocidos, pero resplandecientes de belleza, que pusieron en fuga al demonio y, acercándose a su lecho, le dirigieron palabras de aliento y de consolación totalmente celestiales. Emitiendo entonces un profundo suspiro, y llena de alegría, gritó: ¿quiénes son ustedes? ¿quiénes son los que me hacen tanto bien?. 

Aquellos buenos visitantes respondieron: "Nosotros somos habitantes del Cielo, que tu ayuda ha encaminado a la felicidad, y, como reconocimiento, venimos a ayudarte para que cruces el umbral de la eternidad y te libres de este lugar de angustia y te introduzcas en las alegrías de la Ciudad Santa".

¡Ojalá que también nosotros, un día, podamos tener la misma suerte!. Entonces hay que decir que las almas, sí, las almas liberadas por nuestra plegaria, son sumamente agradecidas. Les aconsejo, pues, que hagan la experiencia; las almas nos ayudan, conocen nuestras necesidades y nos obtienen muchas gracias. 

(Entrevista a María Simma, las Almas del Purgatorio)

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