Los predestinados aman con filial afecto y honran efectivamente a la Santísima Virgen como a su cariñosa Madre y Señora. La aman no sólo de palabra, sino de hecho. La honran no sólo exteriormente, sino en el fondo del corazón. Evitan, como Jacob, cuanto pueda desagradarle y practican con fervor todo lo que creen puede granjearles su benevolencia.
Le llevan y entregan no ya dos cabritos, como en la Biblia Jacob a su madre Rebeca, sino lo que representaban los dos cabritos de Jacob, es decir, su cuerpo y su alma, con todo cuanto de ellos depende, para que María:
1) los reciba como cosa suya;
2) los mate y haga morir al pecado y a sí mismos, desollándolos y despojándolos de su propia piel y egoísmo, para agradar por este medio a su Hijo Jesús, que no acepta por amigos y discípulos sino a los que están muertos a sí mismos;
3) los aderece al gusto del Padre celestial y a su mayor gloria, que Ella conoce mejor que nadie;
4) con sus cuidados e intercesión disponga este cuerpo y esta alma, bien purificados de toda mancha, bien muertos, desollados y aderezados, como manjar delicado, digno de la boca y bendición del Padre celestial.
(Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María, San Luis María Grignion de Montfort)
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