LA CONTINENCIA ES UN FIN MÁS ELEVADO QUE EL MATRIMONIO


El matrimonio es un verdadero bien, porque un bien es incuestionablemente criar hijos y gobernar la casa con sabiduría y prudencia; pero, en cambio, es aún mejor no casarse.

En los primeros tiempos de la humana progenie, atendiendo de un modo particularísimo a la propagación y crecimiento del pueblo de Dios, que era el que había de profetizar y de donde había de nacer el Príncipe y Salvador del mundo, hubieron de usar los santos del bien del matrimonio, no por ser ideal en sí mismo, sino por ser necesario para la obtención de otro fin. 

Pero como, en la presente condición del mundo, en todo el orbe se da un gran número de hombres espirituales para poder constituir una sociedad santa y perfecta, débese aconsejar a aquellos que anhelen contraer matrimonio, incluso a los que solo pretendan el fin único y legítimo de tener prole, que prefieran el bien de la continencia, como un bien mucho más excelente y elevado que el matrimonio.

Ya sé que hay quienes no son de este parecer y que con sordina replican: "¿Y qué acontecería si los hombres todos se abstuvieran de toda unión conyugal? ¿Cómo podría subsistir el género humano?". 

Pluguiera a Dios que todos apetecieran aquel bien de la continencia, siempre que a ello fueran compelidos por la caridad que nace de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe no fingida, porque así se completaría mucho antes la ciudad de Dios y se aceleraría más rápidamente el fin de los siglos.

¿Y qué otra cosa, en efecto, parece exhortarnos el Apóstol a realizar cuando dice: Desearía que todos fueseis como yo mismo, esto es, célibes?  El que no tiene mujer, anda únicamente solícito de las cosas del Señor y en lo que ha de hacer para agradar a Dios. Al contrario: el que tiene mujer, anda afanado en las cosas del mundo y en cómo ha de agradar a la mujer, y así se halla dividido. De la misma manera, la mujer no casada o una virgen piensa en las cosas de Dios para ser santa en cuerpo y alma. Mas la casada piensa en las del mundo y en cómo ha de agradar al marido. Estas palabras de San Pablo me fuerzan a creer que en los tiempos que corremos deberían casarse solamente aquellos que no pueden guardar continencia, según la sentencia del mismo Apóstol: Pero si no pueden contenerse, cásense, pues es mejor casarse que abrasarse.

(San Agustín, sobre el matrimonio)

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