LA BUENA VOLUNTAD


El hombre no puede vivir en una paz profunda y duradera si está lejos de Dios, si su íntima voluntad no está totalmente orientada hacia Él: «Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (San Agustín). 

Una condición necesaria para la paz interior es, pues, lo que podríamos llamar la buena voluntad. 

Es la disposición estable y constante del hombre que está decidido a amar a Dios sobre todas las cosas, que en cualquier circunstancia desea sinceramente preferir la voluntad de Dios a la propia, y que no quiere negar conscientemente cosa alguna a Dios. 

Es posible (e incluso cierto) que el comportamiento de ese hombre a lo largo de su vida no esté en perfecta armonía con esas intenciones y deseos, y que surjan imperfecciones en su cumplimiento, pero sufrirá, pedirá perdón al Señor y tratará de corregirse de ellas. Después de unos momentos de eventual desaliento, se esforzará por volver a la disposición habitual del que quiere decir sí a Dios en todas las cosas sin excepción. Esto es la buena voluntad. 

No es la perfección, la santidad plena, pero es el camino.

En ayuda de lo que acabamos de decir, ofrecemos un episodio de la vida de Santa Teresa de Lisieux relatado por su hermana Céline: 

«En una ocasión en que Sor Teresa me había mostrado todos mis defectos, yo me sentía triste y un poco desamparada. Pensaba: yo, que tanto deseo alcanzar la virtud, me veo muy lejos; querría ser dulce, paciente, humilde, caritativa, ¡ay, no lo conseguiré jamás!... Sin embargo, en la oración de la tarde, leí que, al expresar Santa Gertrudis ese mismo deseo, Nuestro Señor le había respondido: “En todo y sobre todo, ten buena voluntad: esa sola disposición dará a tu alma el brillo y el mérito especial de todas las virtudes. Todo el que tiene buena voluntad, el deseo sincero de procurar mi gloria, de darme gracias, de compadecerse de mis sufrimientos, de amarme y servirme como todas las criaturas juntas, recibirá indudablemente unas recompensas dignas de mi liberalidad, y su deseo le será en ocasiones más provechoso que a otros les son sus buenas obras”. 


(La paz interior, Jacques Philippe)

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