NO DEBEMOS DESALENTARNOS JAMÁS



Un piadoso sacerdote hacía unos días de retiro bajo la dirección del P. Roothan. Durante esos días, éste fue llamado urgentemente a Roma, donde fue elegido General de la Compañía de Jesús. Cuando ya se había despedido de todos, y a punto de marchar, se volvió atrás y entrando donde estaba el ejercitante, le dijo: «Señor cura, se me había olvidado hacerle una recomendación muy importante: suceda lo que suceda, no os desaniméis jamás, jamás.»

Palabras de oro. Habría que hacer esta misma recomendación a muchas almas. 

San Juan Crisóstomo no se cansaba de repetirlas: «¡No desesperéis nunca! Os lo diré en todos mis discursos, en todas mis conversaciones; y si me hacéis caso, sanaréis. Nuestra salvación tiene dos enemigos mortales: la presunción en la inocencia y la desesperación después de la caídas; este segundo es con mucho el más terrible». Efectivamente, en la esperanza somos salvos 

(Rom 8, 14). «Esta virtud es como una fuerte cadena que baja del cielo y ata nuestras almas; si éstas quedan firmemente sujetas, va tirando de ellas poco a poco hasta unas alturas sublimes, y las sustrae a las tormentas de la vida presente. Pero el alma que, vencida por el desaliento, se suelta de esta santa ancla, cae inmediatamente y perece sumergida en el abismo del mal.

Nuestro pérfido adversario no ignora esto, por eso, en cuanto nos ve agobiados por el sentimiento de nuestras faltas, se lanza sobre nosotros e insinúa en nuestros corazones sentimientos de desesperación, más pesados que el plomo. Si les damos acogida, ese mismo peso nos arrastra, nos soltamos de la cadena que nos sujetaba y rodamos hasta al fondo del abismo».

(El arte de aprovechar nuestras faltas , Jose Tissot recoge las enseñanzas de San Francisco de Sales)

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