Adorable Redentor mío, que tienes en
tus manos la fuente inagotable de la misericordia:
¿por qué he dejado a mi alma
tanto tiempo víctima de los amargos
placeres de la tierra? ¿Por qué hasta que me
han abrumado los pesares, y la angustia
ha lacerado mi corazon, me he acordado
de tí? ¿cómo he podido olvidarte
cuando no hay ni tengo un bien sobre la
tierra que no me haya venido de
tu generosidad infinita?
Si en el mundo he vivido
haciendo alarde de no entregar al olvido
a las criaturas, ¿por qué con tanto
ardor he procurado desterrar de mi alma
el consolador y grato recuerdo de un Dios
que es mi más dulce padre, padre cariñoso
que no cesa de colmarme de beneficios?
Cuando en medio de mis extravíos ha venido
a interponerse el pensamiento de tu bondad,
yo he permanecido indiferente a
tu ternura e insensible al terror saludable
de tu justicia. Con excecrable orgullo he
rechazado como importunos tus llamamientos,
y mis ojos y mi voz no se han
levantado hasta el cielo sino solo para
quejarme con injusta amargura.
¿Eres digno de todo esto, Salvador mío,
Tú que descendiste del cielo por mí; que naciste
por mí en un albergue despreciable,
y diste tu vida por mí en un patíbulo afrentoso?
¡cuánto me pesa desde este instante
mi ingratitud! Sí, me arrepiento de mis
iniquidades; me duelo de haber pecado
contra tí, y te pido perdón de mi maldad.
Tú, que me has dado fuerzas para levantarme
del lecho de la muerte, para que
venga a llorar a tus piés arrepentido, ten
misericordia de mí y no cierres tus oídos
a mis clamores. Prometo desde ahora no
volver a ofenderte, y te pido que por tus
méritos y por el amor que tienes a
la castísima María, concebida sin mancha,
y en cuyas manos virginales deposito
mis lágrimas, me des tu gracia para permanecer
firme en mi propósito, y cuando llegue el último
instante de mi vida recibas
en tus manos mi espíritu,
para que pueda glorificarte eternamente.
Amén.
tus manos la fuente inagotable de la misericordia:
¿por qué he dejado a mi alma
tanto tiempo víctima de los amargos
placeres de la tierra? ¿Por qué hasta que me
han abrumado los pesares, y la angustia
ha lacerado mi corazon, me he acordado
de tí? ¿cómo he podido olvidarte
cuando no hay ni tengo un bien sobre la
tierra que no me haya venido de
tu generosidad infinita?
Si en el mundo he vivido
haciendo alarde de no entregar al olvido
a las criaturas, ¿por qué con tanto
ardor he procurado desterrar de mi alma
el consolador y grato recuerdo de un Dios
que es mi más dulce padre, padre cariñoso
que no cesa de colmarme de beneficios?
Cuando en medio de mis extravíos ha venido
a interponerse el pensamiento de tu bondad,
yo he permanecido indiferente a
tu ternura e insensible al terror saludable
de tu justicia. Con excecrable orgullo he
rechazado como importunos tus llamamientos,
y mis ojos y mi voz no se han
levantado hasta el cielo sino solo para
quejarme con injusta amargura.
¿Eres digno de todo esto, Salvador mío,
Tú que descendiste del cielo por mí; que naciste
por mí en un albergue despreciable,
y diste tu vida por mí en un patíbulo afrentoso?
¡cuánto me pesa desde este instante
mi ingratitud! Sí, me arrepiento de mis
iniquidades; me duelo de haber pecado
contra tí, y te pido perdón de mi maldad.
Tú, que me has dado fuerzas para levantarme
del lecho de la muerte, para que
venga a llorar a tus piés arrepentido, ten
misericordia de mí y no cierres tus oídos
a mis clamores. Prometo desde ahora no
volver a ofenderte, y te pido que por tus
méritos y por el amor que tienes a
la castísima María, concebida sin mancha,
y en cuyas manos virginales deposito
mis lágrimas, me des tu gracia para permanecer
firme en mi propósito, y cuando llegue el último
instante de mi vida recibas
en tus manos mi espíritu,
para que pueda glorificarte eternamente.
Amén.
(Corona Católica, Jose de la Luz Pacheco)
No hay comentarios:
Publicar un comentario