EL CIELO ES UNA FELICIDAD ARREBATADORA

¿Por qué nos hizo Dios? Dado que Dios es un Ser infinitamente perfecto, la principal razón por la que hace algo debe ser una razón infinitamente perfecta.  Dios quiere hacernos partícipes de su amor y felicidad.  Dios no necesita de nosotros, la gloria que dan a Dios las obras de su creación es la que llamamos «gloria extrínseca». Es algo fuera de Dios, que no le añade nada.

A quien poseeremos no será un ser humano, por maravilloso que sea. Será el mismo Dios con quien nos uniremos de un modo personal y consciente; Dios que es Bondad, Verdad y Belleza infinitas; Dios que lo es todo, y cuyo amor infinito puede (como ningún amor humano es capaz de hacer) colmar todos los deseos y anhelos del corazón humano.

Conoceremos entonces una felicidad arrebatadora tal, que «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre», según la cita de San Pablo (1 Cor 2,9). Y esta felicidad, una vez conseguida, nunca se podrá perder.


La sucesión de momentos que experimentaremos en el cielo -el tipo de duración que los teólogos llaman aevum- no serán ciclos cronometrables en horas y minutos. No habrá sentimiento de «espera», ni sensación de monotonía, ni expectación del mañana. Para nosotros, el «AHORA» será lo único que contará.

Esto es lo maravilloso del cielo: que nunca se acaba. Estaremos absortos en la posesión del mayor Amor que existe, ante el cual el más ardiente de los amores humanos es una pálida sombra.

Y nuestro éxtasis no estará tarado por el pensamiento que un día tendrá que acabar, como ocurre con todas las dichas terrenas.

Si nos hacemos conscientes de esto, si tenemos ante nuestros ojos la felicidad del Cielo, cualquier sufrimiento lo llevaremos con paciencia y amor, sabiendo que esa felicidad que nos espera, esa posesión de Dios, es infinita e insdescriptible y esto nos dará fuerzas para entrar por la puerta estrecha y luchar por no cometer pecados, al menos graves.


(Leo J. Trese, La fe explicada)

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