LA INQUIETUD ESTORBA PARA ANDAR EL CAMINO DE LA PERFECCIÓN



Muchas almas habían comenzado con fervor, se pusieron en camino con resolución, siguiendo las huellas del Maestro, subiendo las duras pendientes del Calvario, pero sobrevino una caída y quedaron turbadas.  
Sin embargo, lograron rehacerse: el arrepentimiento y la absolución sacramental lo repararon todo. 
A pesar de ello, algunas no paran de mirarse y remirarse con ansiedad, vuelven a repasar sus heridas apenas cicatrizadas, hurgan en ellas, las enconan queriendo curarlas con despecho e impaciencia; no tienen en cuenta que «nada hay que conserve nuestras manchas como la inquietud y el apresuramiento por quitarlas».

¿Qué es lo que ha venido a detener vuestros esfuerzos? Corríais bien: ¿quién os ha detenido?, pregunta el Apóstol (Gál 5, 7). La turbación, responde San Francisco de Sales: «Si no os hubiéseis desconcertado al primer tropiezo, sino que hubiéseis cogido tranquilamente el corazón entre las manos, no habríais dado el siguiente traspiés.»

Por eso el amable Santo recomienda tanto la calma y la paciencia, en primer lugar consigo mismo.
«Guardaos de las precipitaciones y de las inquietudes, porque no hay nada que nos estorbe más para caminar en la perfección».

«¿Por qué los pájaros y otros animales quedan presos en las redes? Porque cuando han entrado en ellas, se agitan y forcejean desordenadamente para salir, y esto hace que se enreden cada vez más. Si caemos en las redes de algunas imperfecciones, no saldremos de ellas a base de inquietud, sino que, al contrario, nos enredaremos más»

(El arte de aprovechar nuestras faltas, Jose Tissot, recoge las enseñanzas de San Francisco de Sales)

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