¡Oh Madre afligida! No quiero que lloréis sola:
deseo unir mis lágrimas a las vuestras, y con este fin
os suplico que me concedáis un eterno recuerdo
de la dolorosa Pasión de Jesucristo y de la vuestra,
para que todos los días que me resten de vida
los emplee en llorar por vuestros dolores.
¡Oh Madre mía! ¡Oh Madre del Redentor!
Dignaos hacer que estos dolores me inspiren
una eterna confianza en la hora de mi muerte
para no desesperar a la vista de mis pecados;
que obtengan para mí el don de la perseverancia,
y finalmente el paraíso, donde en vuestra compañía
pueda cantar las infinitas misericordias de mi Dios
y las vuestras. Amén.
(San Alfonso Mª de Ligorio)
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