MUCHAS ALMAS VIVEN EN PECADO MORTAL, OREMOS POR ELLAS


Las personas que se quieren santificar, han de luchar y desembarazarse de todo cuanto pueda constituir un estorbo en su camino hacia la santificación. Hay que recoger también en él las pruebas de Dios o purificaciones pasivas, que tienen por objeto completar la purificación del alma que ella por sí sola no podría conseguir del todo.

El pecado es el «enemigo número uno» de nuestra santificación y en realidad el enemigo único, ya que todos los demás en tanto lo son en cuanto provienen del pecado o conducen a él. 

El pecado, como es sabido, es «una transgresión voluntaria de la ley de Dios» Hay hombres que viven habitualmente en pecado mortal. Absorbidos casi por entero por las preocupaciones de la vida, metidos en los negocios profesionales, devorados por una sed insaciable de placeres y diversiones y sumidos en una ignorancia religiosa que llega muchas veces a extremos increíbles, no se plantean siquiera el problema del más allá. 

Muchos descienden al sepulcro tranquilamente, sin plantearse otro problema ni dolerse de otro mal que el de tener que abandonar para siempre este mundo, en el que tienen hondamente arraigado el corazón. 

Estos desgraciados son «almas tullidas—dice Santa Teresa—que, si no viene el mismo Señor a mandarlas se levanten, como al que había treinta años que estaba en la piscina, tienen harta mala ventura y gran peligro» En gran peligro están—en efecto—de eterna condenación. Si la muerte les sorprende en ese estado, su suerte será espantosa para toda la eternidad. El pecado mortal habitual tiene ennegrecidas sus almas de tal manera, que «no hay tinieblas más tenebrosas ni cosa tan obscura y negra que no lo esté mucho más» Afirma Santa Teresa que, si entendiesen los pecadores cómo queda un alma cuando peca mortalmente, «no sería posible ninguno pecar".

(Antonio Royo Marín, fraile y teólogo)

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