NO QUERAMOS SER HONRADOS CUANDO JESUCRISTO FUE TAN DESPRECIADO

 Si vuestra alma se para un momento a oír con atención aquel lastimero pregón que contra la misma inocencia se dio, pregonando a Jesucristo nuestro Señor por malhechor por las calles de Jerusalén, os confundiréis cuando os honren, o cuando deseéis ser honrados; y diréis con gemido entrañable: 

¡Oh Señor! ¿Vos pregonado por malo, y yo alabado por bueno? ¿Qué cosa de mayor dolor? Y no sólo se os quitará la gana de la honra del mundo, sino que tendréis ganas de ser despreciados, para pareceros al Señor, y entonces diréis con San Pablo (Gal., 6, 14): No plega a Dios que yo me honre, sino en la cruz de Jesucristo nuestro Señor; y desearéis cumplir lo que el mismo Apóstol dice (Hebr., 13, 13): Salgamos, a Cristo fuera de los reales, imitándole en su deshonra.

Y si es poderosa cosa el afecto de la honra vana, muy más poderosa es la medicina del ejemplo y gracia de Cristo, que de tal manera la vencen y desarraigan del corazón, que le hacen sentir que es cosa muy abominable, que viendo un cristiano al Señor de la Majestad bajarse a tales desprecios, se quede el gusano vil hinchado con amor de la honra. 

Por lo cual el Señor nos convida y esfuerza con su ejemplo, diciendo (Jn., 16, 33): Confiad, que yo vencí el mundo. Como si dijese: 

"Antes que yo acá viniese, era difícil desechar lo que en el mundo florece, y abrazar lo que él desecha; pero después que contra mí puso todas sus fuerzas, inventando nuevo género de tormentos y deshonras, todo lo cual yo sufrí sin volverles el rostro, queda vencido para vuestro provecho, pues con el ejemplo que yo os di, os gané fortaleza para que lo podías vencer fácilmente".


(Libro espiritual, San Juan de Ávila)



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