DESEO BEBER EL CÁLIZ, JESÚS


El sufrimiento es el tesoro mas grande que hay en la tierra, purifica al alma. En el sufrimiento conocemos quien es nuestro verdadero amigo. 

El amor verdadero se mide con el termómetro del sufrimiento. 

Oh Jesús, Te doy gracias por las pequeñas cruces cotidianas, por las contrariedades con las que tropiezan mis propósitos, por el peso de la vida comunitaria, por una mala interpretación de mis intenciones, por las humillaciones por parte de los demás, por el comportamiento áspero frente a mí, por las sospechas injustas, por la salud débil y por el agotamiento de las fuerzas, por repudiar yo mi propia voluntad, por el anonadamiento de mi propio yo, por la falta de reconocimiento en todo, por los impedimentos hechos a todos mis planes. 

Te doy gracias, Jesús, por los sufrimientos interiores, por la aridez del espíritu, por los miedos, los temores y las dudas, por las tinieblas y la densa oscuridad interior, por las tentaciones y las distintas pruebas, por las angustias que son difíciles de expresar y especialmente por aquellas en las que nadie nos comprende, por la hora de la muerte, por el duro combate durante ella, por toda la amargura. 

Te agradezco, Jesús, que has bebido el cáliz de la amargura antes de dármelo endulzado. He aquí, he acercado los labios a este cáliz de Tu santa voluntad; hágase de mi según Tu voluntad, que se haga de mi lo que Tu sabiduría estableció desde la eternidad. 

Deseo beber hasta la última gotita el cáliz de la predestinación, no quiero analizar esta predestinación; en la amargura mi gozo, en la desesperación, mi confianza.  En ti, oh Señor, todo lo que da Tu Corazón paternal es bueno; no pongo las consolaciones por encima de las amarguras, ni las amarguras por encima de las consolaciones, sino que Te agradezco todo, oh Jesús. 

Mi deleite consiste en contemplarte, oh Dios Inconcebible.  En estas existencias misteriosas está mi alma, es allí donde siento que estoy en mi casa. Conozco bien la morada de mi Esposo. Siento que en mí no hay ni una gota de sangre que no arda de amor hacia Ti. 

Oh Belleza Eterna, quien Te conoce una vez solamente, no puede amar ninguna otra cosa. Siento la vorágine insondable de mi alma y que nada la puede llenar, sino Dios Mismo.  Siento que me hundo en Él como un granito de arena en un océano sin fondo.

(+342, Diario de Santa Faustina)

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