EL PURGATORIO, UNA AMOROSA PURIFICACIÓN

Cuando se habla del Purgatorio, no es raro presentarlo como un inexorable y poco menos que despiadado acto de la Divina Justicia. 

Ciertamente el Purgatorio es un lugar de tormentos penosísimos frente a los cuales las penas de la vida presente son casi flores del campo rodeadas de espinas, pero, las penas del Purgatorio aunque sean gravísimas, son una amorosa purificación, para transformar el alma, capacitándola para la perfecta felicidad del Paraíso. 

Es una verdadera lucha de amor: Dios que ama al alma, la purifica por amor, y el alma, que ama a Dios, tiende hacia Él, está contenta de purificarse, aún sufriendo amargamente, porque pondera la gravedad de sus propias faltas, que le impiden el pleno goce de la unión con Dios: Es, por lo tanto, una verdadera lucha de amor entre Dios y el alma, y es necesario eliminar de la concepción del Purgatorio, todas aquellas falsas ideas, que lo hacen concebir como una venganza de la divina justicia, y como una cárcel terrible, en la cual el alma gime sin consuelo. 

¿Quién podría gozar de un bellísimo panorama con el ojo legañoso? en este caso ¿sería crueldad poner en el ojo el quemante colirio para que pueda gozar el espectáculo? ¿Quién podría sentarse con alegría en un banquete con el estómago revuelto por la acidez? ¿Y quién juzgaría crueldad darle la medicina amarga que le permita gustar de la comida? 

Dios es amor, es infinita caridad, y si nosotros peregrinos del valle de lágrimas, no lo consideramos bajo la luz de su infinito amor, no lo amamos verdaderamente. Si el temor de Dios, que es un don del Espíritu Santo, no es inspirado por el amor, no genera en el alma la confianza, sino sólo el temor.

 Debemos considerar el Purgatorio como el último acto de misericordia de Dios que por la necesaria purificación conduce al alma a la gloria y felicidad del Paraíso. 


(Padre lindo Ruotolo, Nápoles, Agosto 1959)

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