¡Oh Dios de bondad! ahora poseo la alegría del venturoso mortal
que tiene en su corazón al mismo divino Hijo tuyo,
en quien tienes tus complacencias, al que es la Verdad y la Vida.
¿Por qué no me es dado, Señor, un
lenguaje que no tenga nada de humano;
un lenguaje que fuera superior al de los
santos, al de los ángeles y los serafines
para expresarte mi gratitud por el bien
inestimable que acabas de hacerme, por el
tesoro infinito con que acabas de enriquecerme?
¿Cómo es, Salvador mío, que vengas a mí y entres en mi corazón,
y hagas de él una morada para tí, para tí que eres
Dios, el Dios a cuyo solo nombre se humillan con respeto los cielos,
la tierra y los abismos? ¡Ah! ¡cuánto amor! amor inmenso,
propio solo de un Dios!
¿qué criatura hay sobre la tierra capaz de amarme
de un modo semejante?
Nadie tiene mayor amor que el que da
la vida por sus amigos: Tú eres el único
que has dado tu vida por mí. El siervo no
sabe lo que hace su Señor, pero Tú me has
manifestado cuanto has oído de tu Padre,
que es uno mismo contigo.
Como tu Padre te ha amado, así me has amado a mí.
Yo no te escogí a Tí sino Tú a mí.
Tú pides a tu Padre que yo esté contigo donde
Tú estás. ¿Hay otro ejemplo de amor que
pueda compararse a este amor?
No te apartas de mi lado, sino que estás dentro de mí mismo.
Para que no muera abrumado por el
cansancio, para que no perezca.
(Corona Católica, Jose de la Luz Pacheco)
No hay comentarios:
Publicar un comentario