Jesús, mi Redentor, mi Rey, mi Dios.
A pesar del infinito amor que has mostrado a los hombres
haciéndote nuestro hermano y derramando tu sangre
para librarnos de la muerte,
nuestra vida ha sido una continua ingratitud.
Rompe ya la dura roca de nuestro corazón,
limpia la infidelidad de nuestra alma,
enciéndenos en celo de tu gloria,
témplanos en la fragua de tu Corazón,
para que, consagrándonos a tu servicio
y a la defensa de tu Soberanía,
podamos desagraviarte todos los días de nuestra vida
y adorarte en tu corte eterna.
Amén.
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