¿SEGUIMOS DURMIENDO NOSOTROS? -Jose Luis Martín Descalzo-



Jesús comenzó a ponerse triste y a sentir abatimiento (Mt 26,37; Mc 14,33).

La ola de la tristeza no cesaría desde entonces de crecer. Avanzó Cristo unos pasos y, de repente, sintió en su cuerpo un ataque tan amargo y agudo de tristeza y dolor, de miedo y de pesadumbre, una mole abrumadora de pesares empezó a ocupar el cuerpo bendito y joven del Salvador. Sentía que la prueba era ahora ya algo inminente y que estaba a punto de volcarse sobre él: el infiel y alevoso traidor, los enemigos enconados, las cuerdas y las cadenas, las calumnias, las blasfemias, las falsas acusaciones, las espinas y los golpes, los clavos y la cruz, las torturas horribles prolongadas durante horas. Sobre todo le abrumaba y dolía el espanto de los discípulos, la perdición de los judíos, e incluso el fin desgraciado del hombre que pérfidamente le traicionaba.

Añadía además el inefable dolor de su madre queridísima. Pesares y sufrimientos se revolvían como un torbellino tempestuoso en su corazón amabilísimo y lo inundaban como las aguas del océano rompen sin piedad a través de los diques destrozados.

En el medio del escalofrío de la oración, con lo que aún le queda de humano, Jesús experimenta la necesidad de una compañía, se levanta, camina esos treinta pasos para buscar una palabra humana que desgarre esa soledad.

Pero ellos dormían.  

Sí, ése parece ser el destino de la humanidad: dormir a la orilla de todos los volcanes, jugar a los dados al pie de la cruz, roncar mientras el alma del Hijo-Dios se desgarra. ¿No seguimos, acaso, durmiendo nosotros?


-Vida y misterio de Jesús de Nazaret, Jose Luis Martín Descalzo-

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