Medita mi Pasión, hijo mío, para que puedas grabar bien en tu corazón los crueles tormentos que padecí. 
Ya sabes que después de la cena última, en el Huerto de los Olivos, acepté de mano de mi Padre y por obedecerle, la más horrorosa de todas las muertes. 
Aquella Cruz que me esperaba, ponía tal espanto en mi corazón, que por todos mis miembros llegó a correr un sudor de sangre. 
Fui preso, maniatado, arrastrado a la ciudad, cubierto de golpes y salivazos, injuriado, calumniado, juzgado merecedor de la muerte, y llevado a casa de Pilato, ante quien me conduje como un cordero mansísimo en medio de lobos hambrientos. 
Acuérdate de aquella vestidura blanca que por burla Herodes mandó poner sobre mí, mira mis carnes azotadas, mi cabeza coronada de espinas, y aquel madero de infamia bajo el cual salí de Jerusalén mientras el pueblo gritaba: ¡Crucifícalo, crucifícalo! 
Haz que tu alma me contemple en esta figura, tan humillado, tan despreciado, y en concepto de todos como un impío, como un miserable digno de la muerte más cruel. 

(Fuente: Tratado de la eterna sabiduría, beato Enrique Susón)

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