PARA QUE DIOS OBRE EN NOSOTROS ES IMPORTANTE CONSERVAR LA PAZ DEL ALMA


«Sin Mí no podéis hacer nada», ha dicho Jesús (Jn 15, 5). No ha dicho: no podéis hacer gran cosa, sino «no podéis hacer nada». Es esencial que estemos bien persuadidos de esta verdad, y para que se imponga en nosotros no sólo en el plano de la inteligencia, sino como una experiencia de todo el ser, habremos de pasar por frecuentes fracasos, pruebas y humillaciones permitidas por Dios. 

Él podría ahorrarnos todas esas pruebas, pero son necesarias para convencernos de nuestra radical impotencia para hacer el bien por nosotros mismos. 

Según el testimonio de todos los santos, nos es indispensable adquirir esta convicción. Porque el Señor hará cosas en nosotros por el poder de su gracia. Por eso, Santa Teresa de Lisieux decía que la cosa más grande que el Señor había hecho en su alma era «haberle mostrado su pequeñez y su ineptitud».

Para que Dios pueda obrar en nosotros, es importante que nos esforcemos por adquirir y conservar la paz interior, la paz de nuestro corazón. 

Para hacer comprender esto podemos emplear una imagen: consideremos la superficie de un lago sobre la que brilla el sol. Si la superficie de ese lago es serena y tranquila, el sol se reflejará casi perfectamente en sus aguas, y tanto más perfectamente cuanto más tranquilas sean. Si, por el contrario, la superficie del lago está agitada, removida, la imagen del sol no podrá reflejarse en ella. 

Algo así sucede en lo que se refiere a nuestra alma respecto a Dios: cuanto más serena y tranquila está, más se refleja Dios en ella, más se imprime su imagen en nosotros, mayor es la actuación de su gracia. Si, al contrario, nuestra alma está agitada y turbada, la gracia de Dios actuará con mayor dificultad.

(La paz interior, Jacques Philippe)

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