NO QUEDA SIN PREMIO LO QUE HAGAMOS POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO


 

En 1817, en París, una pobre mujer, que trabajaba de doméstica en una casa, tenía la piadosa costumbre de mandar celebrar una misa cada mes por las benditas almas del purgatorio. 

Habiendo perdido su trabajo por una enfermedad, al salir del hospital, tenía apenas lo suficiente para mandar celebrar una misa, pero dudaba si hacerlo o guardarse el dinero para sus urgentes necesidades, porque no tenía más. Al fin, se decidió por mandar celebrar la misa mensual. Al salir de la Iglesia, encontró un joven alto, de noble aspecto, que le dijo: “Si busca trabajo, vaya a tal dirección y lo encontrará “. 

La piadosa señora fue a la dirección indicada y, en ese preciso momento, salía despedida la anterior empleada. La señora de la casa la recibió y ella, viendo en la entrada la fotografía de un joven, le dijo: “Señora, ese es el joven que me ha hablado de venir aquí”. La dueña de casa se quedó admirada, pues era su hijo Enrique, que había muerto hacía dos años.

(Extraído del libro "Más alla de la muerte", de P. Ángel Peña O.A.R)

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