DIOS QUIERE QUE TODOS LOS HOMBRES SE SALVEN



Dios llama a todos los cristianos a una perfección eminente de la gracia y de la caridad. La voluntad de Dios de que todos los hombres se salven es una voluntad seria, «con toda la seriedad que hay en la cara de un Dios crucificado».

A las personas que buscan la perfección cristiana, les corresponde un diluvio de gracias actuales suficientísimas para alcanzar aquel grado de perfección. Dios no tiene la culpa de que esos cristianos 

imperfectos hayan resistido voluntariamente a esas gracias suficientes y no hayan alcanzado de facto el grado eminente de perfección cristiana que con ellas hubieran podido alcanzar. 

Sería completamente inmoral el exigir a Dios que nos santifique a todos por las buenas o por las malas, tanto si cooperamos como si no cooperamos a su acción divina. Y dígase lo mismo con respecto al otro problema, más pavoroso todavía, de nuestra salvación eterna. 

Dios quiere sincerísimamente que todos los hombres se salven, y, en consecuencia, a todos les da las gracias suficientes para ello, incluso al más embrutecido salvaje perdido en una selva tropical. Pero Dios no puede ni debe salvar—permítasenos esta expresión tan audaz—al que se empeñe tenazmente en resistir a su gracia abusando del privilegio augusto de su libertad. 

Una salvación universal de todos los hombres sin excepción (buenos y malos) llevaría inevitablemente a una de estas dos terribles consecuencias: o a que la voluntad humana no es libre ni, por consiguiente, responsable, o a que está autorizada para burlarse de Dios.

Quede, pues, sentado que todos estamos llamados a la perfección cristiana, lo mismo que todos estamos llamados a la salvación eterna. Muchos no llegarán de hecho a la perfección y otros ni siquiera se salvarán; pero la culpa estará únicamente en ellos por haber resistido voluntariamente a las gracias suficientes, a cuyo buen uso estaban vinculadas las gracias eficaces, que les hubieran conducido hasta la cumbre de la perfección o hasta el puerto de salvación.

(Teología de la perfección cristiana, Antonio Royo Marín, fraile, sacerdote y teólogo)

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