EN EL MATRIMONIO DEBE ESTAR PRESENTE DIOS


 

Ningún corazón  humano quiere el amor por dos minutos o por dos años, sino para siempre.

Sin embargo, el matrimonio, que empezó como un baile de máscaras, en el que todo parecía hermoso, bueno y romántico, pronto hizo crisis cuando los esposos se quitaron los antifaces y se vieron como eran. Como escribió la poetisa Elizabeth Barrett Browning:

«Sí» fue mi respuesta anoche.

«No» es lo que te digo hoy.

Los colores a la luz de una vela

no son los mismos bajo el sol.

La explicación de este conflicto es evidente. El corazón humano fue hecho para el Sagrado Corazón del Amor y nadie, sino Dios, puede satisfacerlo. 

El corazón busca lo infinito pero se equivoca al tratar de que su compañero finito sustituya a lo infinito. 

La tensión se resuelve cuando se comprende que hay otro amor más alto. Cuando el ansia por un amor infinito se contempla como un anhelo de Dios, lo finito del amor terreno es considerado como una señal de que «Nuestros corazones fueron hechos para Ti, ¡oh Señor! y pueden satisfacerse únicamente en Ti».

El matrimonio es una vocación en la que debe estar presente Dios en todas las circunstancias del amor. 

De esta manera el sueño de los novios de eterna felicidad se convierte en realidad no solo en ellos, sino a través de ellos; ahora se aman no como lo soñaron, sino como Dios lo soñó. 

La conciliación y el aflojamiento de la tensión son posibles únicamente en quienes saben que se precisan tres sujetos para amar.

Solo Dios puede dar lo que el corazón desea. En el amor cristiano verdadero, el marido y la mujer ven a Dios a través de su propio amor. 

Sin Dios, lo infinito se busca en lo finito del compañero, lo cual es tanto como pedirle peras al olmo. La eternidad está en el alma y todo el materialismo del mundo no podrá desarraigarla. La tragedia de las psicologías materialistas de nuestros días es pretender que una función del cuerpo satisfaga las aspiraciones infinitas del alma; esto crea complejos, mentes inestables y tribunales de divorcio.

La necesidad de Dios nunca desaparece. Los que niegan la existencia del agua siguen sedientos y los que niegan a Dios lo siguen deseando en su ansia de esa belleza, amor y paz que solo Él es.

("Son tres los que se casan", Fulton Sheen)

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