LA EUCARISTÍA ES MEMORIAL DE LAS VIRTUDES QUE JESUCRISTO EJERCIÓ EN LA TIERRA


Como Cristo Nuestro Señor vino al mundo a darnos ejemplo de vida, y ponernos delante el dechado de virtudes que todos debíamos imitar, así también viene ahora, en este Sacramento de la Eucaristía, para darnos cada día nuevos ejemplos de estas mismas virtudes, especialmente de las que son más necesarias para nuestra salvación y perfección.


¿Qué virtudes son éstas?

La Primera es la humildad, que encubre su infinita grandeza y resplandor con una vestidura tan vil como es la de pan y vino; de donde resulta que muchos le desprecian y tratan como puro pan y vino.


La segunda es la obediencia que es pronta y puntual al sacerdote que consagra, acudiendo luego que dice aquellas palabras, a pesar de que éste sea malo; siempre y cuando se cumplan los requisitos para la validez del Sacramento, sin importar el lugar y hora que las dijere, sin réplica ni dilación alguna.


La tercera es la mansedumbre y paciencia admirable en todas las injurias que se le hacen, así por los herejes o infieles como por los pecadores que le reciben en pecado, o por los descuidos de los sacerdotes flojos y negligentes, sin que sea parte ninguna de estas cosas para que deje de estar en la hostia todo el tiempo que dura las especies sacramentales.



La cuarta es la caridad y misericordia con que viene al Sacramento, para ejercitar todas las obras de misericordia con todos los hombres, grandes y pequeños, sin distinción de personas, no mirando más que al bien de cada una de las almas, dándose todo a cada una, en testimonio de que murió por todas y cada una de ellas.


La quinta es la perseverancia, en permanecer en la hostia y cáliz hasta que se consumen las especies sacramentales, como también en cumplir todo lo dicho, hasta el fin de los tiempos, sin que ninguno de los pecados sean poderosos para que deje de cumplir lo prometido.

Por lo mismo debes de ponderar, alma cristiana detenidamente cada una de estas esclarecidas virtudes; y, cuando vayas a comulgar, pídeselas a Nuestro Señor, poniendo los ojos de las fe en las cinco señales de las llagas que tiene allí su cuerpo glorificado.

Por último, terminemos exclamando y pidiéndole:

Oh Dulcísimo Jesús Sacramentado,
ven a mí, con tus cinco sagradas llagas,
y por ellas te pido me des estas cinco virtudes. Por las dos llagas de tus sagrados pies,
te pido humildad y mansedumbre,
por las dos llagas de las manos,
obediencia y perseverancia,
y por la llaga de tu costado,
lléname de tu encendida caridad,
para que, amándote y obedeciéndote
con perseverancia,
alcance la corona de tu gloria.



Tomado del libro "Horas de Luz: Meditaciones Espirituales para todos los días del año " del Rev. Padre Saturnino Osés, S. J.

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