MARÍA Y JOSÉ, UN ENLACE DECRETADO POR LA DIVINA PROVIDENCIA


 La tribu de Judá procuró evitar la confusión con las otras tribus y conservar los linderos de las antiguas heredades. Se prueba esta conducta con el edicto de César Augusto, que obligó a José y a su santísima Esposa a venir de Nazaret a Belén, como a su patria.

Por esta exactitud escrupulosa con que en Israel se conservaban las memorias acerca de la distinción y origen de sus tribus, no había familia que no pudiera probar su descendencia.

Este cuidado, por lo que principalmente miraba a la tribu de Judá y casa de David, era en consecuencia de la continua esperanza en que vivían los judíos de la venida del Mesías. Sabían éstos, que el Libertador prometido había de nacer de la sangre de Judá y familia de David.

Era José hijo primogénito de Jacob, el pariente más inmediato de la hija única y heredera de San Joaquín , el que por consecuencia estaba prevenido por el Cielo y decretado por la ley, para contraer con ella su alianza. 

Era también José por las excelentes virtudes, que desde su niñez lo hicieron grande y distinguido entre los hebreos, acreedor a los desposorios con María ; y á él, inspirados de lo alto, se la concedieron por Esposa los sacerdotes, a cuyo cuidado estaba María después de la muerte de sus padres.

Todo iba gobernado por el consejo de la Augustísima Trinidad para que el enlace sirviera para que el misterio de la Encarnación del Verbo se ejecutara bajo la sombra de un matrimonio público con las precauciones de la más sabia providencia.


(Vida del Señor San José, Padre José ignacio Vallejo)

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