LA VIRGEN MARÍA Y LE EUCARISTÍA SON LAS DOS COLUMNAS QUE NOS SOSTENDRÁN

 El 30 de mayo de 1862, Don Bosco compartió con sus jóvenes un sueño que había tenido unos días antes:

“En toda aquella superficie líquida se ve una multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas proas terminan en un afilado  espolón de hierro a modo de lanza que hiere y  traspasa todo aquello contra lo cual llega a chocar. Dichas naves están armadas de cañones, cargadas de fusiles y de armas de diferentes clases; de material incendiario y también de libros, y se dirigen contra otra embarcación mucho más grande y más alta, intentando clavarle el espolón, incendiarla o al menos  hacerle el mayor daño posible”.

Pero, continúa escribiendo este educador para quien los sueños eran una auténtica manifestación de los deseos de Dios, “en medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre las olas, dos robustas columnas, muy altas, poco distante la una de la otra.

Sobre una de ellas campea la estatua de la Virgen Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: "Auxilium Christianorum". Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras: "Salus credentium”.

Cuando el capitán, el Papa, “guía la nave hacia las dos columnas, y al llegar al espacio comprendido entre ambas, la amarra con una cadena que pende de la proa a un áncora de la columna que ostenta la Hostia; y con otra cadena que pende de la popa la sujeta de la parte opuesta a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal a la Virgen Inmaculada. Entonces se produce una gran confusión”.

Y todos los enemigos huyen, se dispersan, chocan entre sí y se destruyen mutuamente y en el mar reina una calma absoluta.

Juan Bosco descifró algunos significados de este sueño: “Las naves de los enemigos son las persecuciones. Se preparan días difíciles para la Iglesia. Lo que hasta ahora ha sucedido es casi nada en comparación a lo que tiene que suceder», decía a finales del siglo XIX.

«¡Sólo quedan dos medios para salvarse en medio de tanto desconcierto! -añadía, en una afirmación válida también para hoy-: devoción a María Santísima y la comunión frecuente, empleando todos los recursos para practicarlos nosotros y para hacerlos practicar a los demás siempre y en todo momento”.




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