Dichoso el que está absuelto de su culpa,a quien le han sepultado su pecado (Salmo 31)
¿Por qué, Señor, he tardado tanto en venir
a Ti para templar la amargura que por
tanto tiempo ha angustiado mi espíritu?
¿Por qué, insensato de mí, corrí lejos de tu santa ley
privando a mi alma de la dulce alegría que tienes reservada
a los que con corazón contrito y humillado, confiesan
sus culpas y te mueven a borrar su pecado
por medio de un arrepentimiento sincero?
El horrible peso que me oprimía no existe ya,
Tú has calmado los sinsabores, la agitación y la inquietud
que mil veces han turbado mi reposo.
Tú me has perdonado y me has devuelto la
paz , ¿cómo podré pagarte, Dios mío,
este nuevo acto de ternura, de compasión
y de misericordia?
Tú has visto el estado de mi alma y
acabas de oír de mis labios la confesión de mis iniquidades,
y me has perdonado, sí, porque has prometido el perdón
a los pecadores que vienen a Ti con un corazón arrepentido.
Mas ¿puedo estar satisfecho de mi contrición?
¿he llorado bastante sobre mis delitos?
Señor, Tú que conoces la medida de mi arrepentimiento,
auméntalo con tu gracia hasta el extremo que necesito
para ser enteramente justificado, y si tuviere la dicha de estarlo ya,
no obstante, lavadme todavía, purificadme mucho más.
Auxilíame para no quebrantar el firme propósito
que he hecho de no volver a ofenderte;
sostenme para no caer de nuevo en las culpas
de que me he acusado, y para perseverar en el propósito
de no ofenderte: no permitas que falte a la penitencia
que me ha sido impuesta, sino que cumpliendo fielmente
con ella, deplorando siempre mi pecado, la muerte me encuentre
digno de ir a alabarte eternamente en el cielo,
a bendecirte con los Ángeles y a disfrutar las delicias
que tienes reservadas a los que ponen en Ti toda su esperanza.
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