CÓMO APLACAR LA IRA

 El Espíritu Santo dice que el enojo en el seno de los necios reposa (Eccl., VII, 10). La ira hace su asiento en el corazón de los insensatos, que aman poco a Jesucristo; mas en el corazón de los verdaderos amantes de Jesucristo, si llegare a entrar por sorpresa, luego es arrojada y no puede en él habitar. Quien ama con todo corazón al Redentor, no vive malhumorado, porque, no queriendo sino lo que Dios quiere, tiene siempre cuanto quiere, por lo que vive tranquilo y siempre igual en su conducta. 

La voluntad divina le tranquiliza en todas las adversidades que le acaecen, y por eso ejercita la mansedumbre absolutamente con todos. Pero esta mansedumbre no se puede alcanzar si no se ama mucho a Jesucristo, porque es un hecho que no llegaremos a ser mansos ni suaves con los demás mientras no sintamos gran ternura hacia Jesucristo. 

Mas, por cuanto tal ternura sensible no siempre está en nuestra mano, es preciso que en la oración mental nos dispongamos a resistir los encuentros que nos acometieren en el día. Así hicieron los santos, y se hallaron prestos a recibir paciente y humildemente las injurias, golpes y heridas. 

Cuando el prójimo nos insulte, si no estamos preparados, nos  dominará la ira, porque entonces la pasión nos pintará como muy puesto en razón rechazar intrépidamente la audacia de quien tan indignamente nos maltrata. Pero, como dice San Juan Crisóstomo, no es medio muy a propósito para extinguir el fuego de la ira con el fuego de la respuesta inflamada en ira, porque «fuego con fuego –dice el Santo– no puede extinguirse». Replicará alguno: «No es puesto en razón usar de cortesías y afabilidades con el temerario que ofende sin razón». A esto respondo con San Francisco de Sales: «Hay que ejercitarse en la mansedumbre, no sólo en lo que es conforme a razón, sino en lo que es contrario a ella». 

Una respuesta blanda aplaca el furor, mas una palabra molesta suscita la ira, dice el Espíritu Santo (Prov., XV, 1). Y cuando el ánimo estuviere turbado, lo mejor será entonces callar, y hacer como San Francisco de Sales, un pacto con la lengua: «Hice pacto –escribe– con mi lengua de no hablar cuando tuviese perturbado el corazón». 

(Práctica de amor a Jesucristo, san Alfonso Mª de Ligorio)




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