NO BUSCARÉ OTRA COSA, SINO A DIOS


 

“Procuraré con todas veras seguir las huellas de mi Jesús.

Si me siento afligida, abandonada, desolada, le haré compañía en el Huerto.

Si me siento despreciada, injuriada, le haré compañía en el Pretorio.

Si estoy deprimida y angustiada en las agonías del padecer, con fidelidad le haré compañía en el Monte, y con generosidad, en la Cruz, atravesado con la lanza el corazón ...

Me despojaré de todo interés propio, para no mirar ni a pena ni a premio, sino sólo a la gloria de Dios y al puro agrado suyo, no buscando otra cosa sino permanecer entre estos dos extremos: agonizar aquí hasta que Dios quiera, o morir aquí de puro amor suyo.

No buscaré ni amaré otra cosa sino a Dios...

Alejaré de mí todo insensato temor ... Sólo a él temeré, huyendo siempre de cuanto pudiera procurarle disgusto ...

Si por mi debilidad cayera en cualquier error,  me levantaré inmediatamente por el arrepentimiento, reconociendo mi miseria ... Fijaré siempre mi corazón en Dios, apartándolo, con todo el esfuerzo posible, de todo lo que no sea él.

Quiero que mi corazón sea morada de Jesús,  haciendo del mismo un Calvario de penas ..., a fin de que él sea dueño absoluto, y habite allí a su gusto con todo lo que le agrada...”


(San Pablo de la Cruz, muerte mística, dedicada a una joven novicia, Sor Ángela M. Cencelli, por eso habla en femenino)

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