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Una hermana carmelita, sor Isabel Bautista, monja en el monasterio de Compi茅gne (Francia), tuvo una vez un sue帽o en el que, seg煤n dijo, se le hab铆an aparecido todas las religiosas de su convento, en el cielo, cubiertas de resplandeciente manto blanco y sosteniendo en las manos una palma, s铆mbolo de la gloria del martirio.

Un siglo m谩s tarde aquella visi贸n iba a concretarse en realidad. Y posteriormente un decreto de la Iglesia de Roma declaraba m谩rtires con todos los honores de veneraci贸n a diecis茅is carmelitas del monasterio de Compi茅gne que hab铆an dado la vida por su fe. El sue帽o de sor Isabel Bautista se hab铆a cumplido. Pero para que se cumpliese hubo necesidad de que el mundo pasara por una situaci贸n grav铆sima. Al siglo XVIII le faltaba una decena de a帽os para terminarse. Francia comenzaba a padecer los primeros s铆ntomas de la Revoluci贸n.

La Asamblea Nacional Constituyente hab铆a hecho p煤blico un decreto por el que se exig铆a que los religiosos fueran considerados como funcionarios del Estado. Deber铆an prestar juramento a la Constituci贸n y sus bienes ser铆an confiscados. Era el a帽o 1790. Miembros del Directorio del distrito de Compi茅gne, cumpliendo 贸rdenes, se presentaron el 4 de agosto de aquel a帽o en el monasterio a hacer inventario de las posesiones de la comunidad. Las monjas tuvieron que dejar sus h谩bitos y abandonar su casa. Un d铆a la madre priora, entendiendo el deseo que cada d铆a se hac铆a m谩s patente en el coraz贸n de sus monjas, les propuso hacer "un acto de consagraci贸n por el cual la comunidad se ofreciera en holocausto para aplacar la c贸lera de Dios y por que la divina paz que su querido Hijo hab铆a venido a traer al mundo volviera a la Iglesia y al Estado".

La regularidad y el orden de su vida, que reproduc铆a todo lo posible en tales circunstancias la vida y horario conventuales, fueron notados por los jacobinos de la ciudad y las denunciaron al Comit茅 de Salud P煤blica, cosa que hicieron sin p茅rdida de tiempo. El r茅gimen del terror estaba oficialmente establecido en Francia.

El Comit茅 encontr贸 diversos objetos que fueron considerados de gran inter茅s y altamente comprometedores. A saber: cartas de sacerdotes en las que se trataba bien de novenas, de escapularios, bien de direcci贸n espiritual. Tambi茅n se hall贸 un retrato de Luis XVI e im谩genes del Sagrado Coraz贸n. Todo ello era suficiente para demostrar la culpabilidad de las monjas.

El 22 de junio de 1794 eran recluidas en el monasterio de la Visitaci贸n, que se hab铆a convertido en c谩rcel.

Transcurridos unos d铆as, justamente el 12 de julio, el Comit茅 de Salud P煤blica dio 贸rdenes para que fueran trasladadas a Par铆s.

Las hicieron montar en dos carretas de paja y les ataron las manos a la espalda. Escoltadas por un grupo de soldados salieron para la capital. Su destino era la famosa prisi贸n de la Conserjer铆a, antesala de la guillotina.

Testigos dignos de cr茅dito declararon que se las pod铆a o铆r todos los d铆as, a las dos de la ma帽ana, recitar sus oficios. Su 煤ltima fiesta fue la del 16 de julio, Nuestra Se帽ora del Monte Carmelo. La celebraron con el mayor entusiasmo, sin que por un instante su comportamiento denotase la menor preocupaci贸n. Por la tarde recibieron un aviso para que compareciesen al d铆a siguiente ante el Tribunal Revolucionario.

Fueron sometidas a un interrogatorio muy breve y, sin que se llamara a declarar a un solo testigo, el Tribunal conden贸 a muerte a las diecis茅is carmelitas.

Una hora despu茅s sub铆an en las carretas que las conducir铆an a la plaza del Trono.

Ellas iban tranquilas; todo lo que se mov铆a a su alrededor les era indiferente. Cantaron el Miserere y luego el Salve, Regina. Al pie ya de la guillotina entonaron el Te Deum, canto de acci贸n de gracias, y, terminado 茅ste, el Veni Creator. Por 煤ltimo, hicieron renovaci贸n de sus promesas del bautismo y de sus votos de religi贸n.

Una a una recibieron la bendici贸n de la madre Teresa de San Agust铆n antes de recibir el golpe de gracia. Al final, despu茅s de haber visto caer a todas sus hijas, la madre priora entreg贸, con igual generosidad que ellas, su vida al Se帽or, poniendo su cabeza en las manos del verdugo. Era el d铆a 17 de julio por la tarde.

Una placa de m谩rmol con el nombre de las m谩rtires y la fecha de su muerte figura sobre la fosa y en ella hay grabada una frase latina que dice: Beati qui in Domino moriuntur. Felices los que mueren en el Se帽or.

Se sucedieron los milagros, como una garant铆a de su santidad, y en 1905 San P铆o X declaraba beatas a aquellas "que, despu茅s de su expulsi贸n, continuaron viviendo como religiosas y honrando devotamente al Sagrado Coraz贸n".


(Santidad carmelitana) 




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