¡Dios mío, Criador y Redentor mío!, me creasteis para el paraíso y yo tantas veces os ofendí. ¡Ojalá, Jesús mío, que no os hubiera nunca ofendido! ¡Ojalá que os hubiera siempre amado! Me consuela pensar que aún tengo tiempo de amaros.
Os amo, amor del alma mía, os amo con todo mi corazón y os amo más que a mí mismo.
Veo que me queréis salvar, para que os ame por toda la eternidad en el reino del amor.
Os lo agradezco y os ruego que me asistáis en lo que me restare de vida, en que quiero amaros, para amaros en la otra por toda la eternidad. Os amo, amor del alma mía, os amo con todo mi corazón y os amo más que a mí mismo.
Veo que me queréis salvar, para que os ame por toda la eternidad en el reino del amor.
Jesús mío, ¿cuándo llegará el día en que me vea libre del peligro de volveros a perder y en que, consumiéndome en vuestro amor, a vista de vuestra infinita belleza, me vea como obligado a amaros?
¡Oh dulce necesidad, oh feliz, oh amada y deseada necesidad,
que me librará de todo temor de desagradaros y me forzará a amaros con todas mis fuerzas!
Mi conciencia me trae espantado, diciéndome: ¿Cómo puedes tú pretender el paraíso? Mas vuestros méritos, carísimo Redentor mío, son mi esperanza.
¡Oh María, Reina del paraíso!, vuestra intercesión ante Dios es omnipotente; en vos confío.
(San Alfonso María de Ligorio)
No hay comentarios:
Publicar un comentario