NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA


 Himno

Profeta de soledades,
labio hiciste de tus iras,
para fustigar mentiras
y para gritar verdades.

Desde el vientre escogido,
fuiste tú el pregonero,
para anunciar al mundo
la presencia del Verbo.

El desierto encendido
fue tu ardiente maestro,
para allanar montañas
y encender los senderos.

Cuerpo de duro roble,
alma azul de silencio;
miel silvestre de rocas
y un jubón de camello.

No fuiste, Juan, la caña
tronchada por el viento;
sí la palabra ardiente
tu palabra de acero.

En el Jordán lavaste
al más puro Cordero,
que apacienta entre lirios
y duerme en los almendros.

En tu figura hirsuta
se esperanzó tu pueblo:
para una raza nueva
abriste cielos nuevos.

Sacudiste el azote
ante el poder soberbio;
y, ante el Sol que nacía,
se apagó tu lucero.

Por fin, en un banquete
y en el placer de un ebrio,
el vino de tu sangre
santificó el desierto.

Profeta de soledades,
labio hiciste de tus iras,
para fustigar mentiras
y para gritar verdades. Amén.
Preces
Invoquemos con alegría a Dios, que eligió a Juan Bautista para anunciar a los hombres la venida del reino de Cristo, y digámosle:
Guía, Señor, nuestros pasos por el camino de la paz
  • - Tú que llamaste a Juan desde el vientre de su madre para preparar los caminos de tu Hijo,
    ayúdanos a ir tras el Señor con la misma fidelidad con que Juan fue delante suyo.
  • - Así como concediste al Bautista poder reconocer al Cordero de Dios,
    haz que tu Iglesia lo señale y que los hombres de nuestra época lo reconozcan.
  • - Tú que dispusiste que tu profeta menguara y que Cristo creciera,
    enséñanos a ceder ante los otros para que tú te manifiestes.
  • - Tú que, con el martirio de Juan, quisiste reivindicar la justicia,
    haz que demos, sin cansarnos, testimonio de tu verdad.
  • - Acuérdate de los que han salido ya de este mundo,
    dales entrada en el lugar de la luz y de la paz.
oración: Dios todopoderoso, concede a tu familia caminar por la senda de la salvación, para que, siguiendo la voz de San Juan, el precursor, pueda llegar con alegría al Salvador que él anunciaba, nuestro Señor Jesucristo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

ORACIÓN A SAN JOSÉ POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO


 

Amorosísimo San José, que tan tiernamente amaste a Jesús y tan vivamente sentiste la privación de su presencia cuando le perdiste en el templo, te encomiendo con todo fervor a todas las Almas, que, lejos tal vez de la beatifica presencia de Dios, están ahora padeciendo en el Purgatorio.


jOh santo patriarca! sé su consuelo en aquel lugar de pena y expiación, dignate aplicarle los piadosos sufragios de los fieles. Constitúyere su intercesor para con Jesús y María y rompe con tu poderosa Oración sus cadenas, para que puedan abismarse en el seno de Dios y gozar cuanto antes de la felicidad eterna.

Señor Jesús, Tú que por tu pasión dolorosa redimiste a todas las Almas, a aquellas que están el Purgatorio llévalas al Cielo por intercesión de la Virgen y San José.

Que todas las Almas de nuestros fieles difuntos, por la Misericordia de Dios, e intercesión de San José, descansen en paz. Amén

𝙾𝚁𝙰𝙲𝙸𝙾́𝙽 𝙿𝙰𝚁𝙰 𝙰𝙻𝙲𝙰𝙽𝚉𝙰𝚁 𝙻𝙰 𝚅𝙸𝚁𝚃𝚄𝙳 𝙳𝙴 𝙻𝙰 𝙿𝙰𝙲𝙸𝙴𝙽𝙲𝙸𝙰



Jesús pobre y abatido, ten piedad de mí Señor
Jesús no conocido y menospreciado, ten piedad de mí Señor.
Jesús aborrecido, calumniado y perseguido, ten piedad de mí Señor.
Jesús dejado de los hombres y del demonio tentado, ten piedad de mí Señor.
Jesús entregado y vendido por vil precio, ten piedad de mí Señor.
Jesús blasfemado, acusado y condenado injustamente, ten piedad de mí Señor.
Jesús vestido de un hábito de oprobios y afrentas, ten piedad de mí Señor.
Jesús abofeteado y burlado, ten piedad de mí Señor.
Jesús arrastrado con una soga al cuello, ten piedad de mí Señor.
Jesús tenido por loco y endemoniado, ten piedad de mí Señor.
Jesús azotado hasta derramar sangre, ten piedad de mí Señor.
Jesús pospuesto a Barrabás, ten piedad de mí Señor.
Jesús despojado de todas sus vestiduras con infamia, ten piedad de mí Señor.
Jesús coronado de espinas y saludado por burla, ten piedad de mí Señor.
Jesús cargado con la cruz de mis pecados, ten piedad de mí Señor.
Jesús triste hasta la muerte, ten piedad de mí Señor.
Jesús consumido de dolores, de injurias y de humillaciones, ten piedad de mí Señor.
Jesús afrentado, escupido, ultrajado y escarnecido, ten piedad de mí Señor.
Jesús pendiente de un madero infame entre dos ladrones, ten piedad de mí Señor.
Jesús aniquilado y sin honra para con los hombres, ten piedad de mí Señor.
Oración: Oh buen Jesús, que sufriste por mi amor una infinidad de oprobios y afrentas, que yo no puedo comprender; imprime poderosamente en mi corazón la estimación de tu paciencia y haz que desee imitarla. Amén.

AYUDEMOS A LAS ALMAS DEL PURGATORIO


 

𝑶𝑹𝑨𝑪𝑰𝑶́𝑵 𝑨 𝑺𝑨𝑵 𝑵𝑰𝑪𝑶𝑳𝑨́𝑺 𝑫𝑬 𝑻𝑶𝑳𝑬𝑵𝑻𝑰𝑵𝑶

¡Oh glorioso Taumaturgo y Protector de las almas del purgatorio, San Nicolás de Tolentino! Con todo el afecto de mi alma te ruego que interpongas tu poderosa intercesión en favor de esas almas benditas, consiguiendo de la divina clemencia la condonación de todos sus delitos y sus penas, para que saliendo de aquella tenebrosa cárcel de dolores, vayan a gozar en el cielo de la visión beatífica de Dios. Y a mi, tu devoto siervo, alcánzame, ¡oh gran santo!, la más viva compasión y la más ardiente caridad hacia aquellas almas queridas. Amén
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Santa Margarita María Alacoque cuenta: “Mientras estaba ante el Santísimo el día del Corpus Domini, de repente se me presentó delante una persona envuelta en llamas, cuyos ardores penetraron tan fuertemente que me parecía arder con ella. El piadoso estado en el que me hizo ver que se hallaba en el purgatorio, me hizo derramar muchas lágrimas. Me dijo que era ese religioso benedictino que una vez escuchó mi confesión y me ordenó que comulgara; para compensarlo por tan útil consejo, Dios le permitió dirigirse a mi, para que le aliviase sus penas, pidiéndome durante tres meses estar en todo lo que hiciera o sufriera”. “Me sería difícil contar cuánto sufrí en esos tres meses. No me dejaba nunca, y me parecía tener el lado en que él estaba, envuelto en una llama de fuego, con dolores tan agudos que yo gemía y lloraba casi continuamente”. “Al final de los tres meses volví a verlo bien distinto: lleno de alegría y rodeado de gloria, se iba a gozar la felicidad eterna; dándome las gracias, me dijo que me protegería ante Dios. Yo estaba enferma. pero como mi enfermedad desapareció con la suya, sané en seguida”.
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ORACIÓN A SAN JOSÉ POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO Amorosísimo San José, que tan tiernamente amaste a Jesús y tan vivamente sentiste la privación de su presencia cuando le perdiste en el templo, te encomiendo con todo fervor a todas las Almas, que, lejos tal vez de la beatifica presencia de Dios, están ahora padeciendo en el Purgatorio. jOh santo patriarca! sé su consuelo en aquel lugar de pena y expiación, dignate aplicarle los piadosos sufragios de los fieles. Constitúyere su intercesor para con Jesús y María y rompe con tu poderosa Oración sus cadenas, para que puedan abismarse en el seno de Dios y gozar cuanto antes de la felicidad eterna. Señor Jesús, Tú que por tu pasión dolorosa redimiste a todas las Almas, a aquellas que están el Purgatorio llévalas al Cielo por intercesión de la Virgen y San José. Que todas las Almas de nuestros fieles difuntos, por la Misericordia de Dios, e intercesión de San José, descansen en paz. Amén
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SIETE DATOS QUE DEBEMOS CONOCER SOBRE EL PURGATORIO

1. Su existencia es mencionada en la Biblia
En diversos pasajes de la Biblia se encuentran referencias al purgatorio, como en los evangelios de Mateo (12, 32); Lucas (12, 59), y en la Primera Carta de San Pablo a los Corintos (3, 15).

2. Se pueden ofrecer una indulgencias por un alma del purgatorio
Cada 2 de noviembre se celebra la Fiesta de los Fieles Difuntos y ese día se puede obtener una indulgencia plenaria para el alma de un ser querido, familiar o amigo pero hay otras formas de obtenerlas, como el rezo del Santo Rosario, asistir a Misa completa; comulgar, orar por las intenciones del Papa, orar media hora ante el Santísimo expuesto; o leer y meditar la Palabra de Dios durante media hora; o participar devotamente en un Viacrucis, o participar del rezo del Santo Rosario en una iglesia etc...

3. Las almas del purgatorio pueden ser intercesoras
Santa Catalina de Siena decía que las almas del purgatorio que han sido libradas de sus penas nunca se olvidarán de sus benefactores en la tierra e intercederán por ellos ante Dios.

4. Los santos escribieron oraciones por las almas del purgatorio
San Nicolás de Tolentino es conocido como el patrono de las almas del purgatorio porque en vida los fieles le pedían que rezara por los difuntos debido a las conversiones que obtenía.
Otros santos que escribieron plegarias para obtener la liberación de las almas del purgatorio fueron San Agustín y Santa Brígida.

5. Una santa pudo ver el purgatorio
Santa Faustina Kowalska recibió la gracia de ver el purgatorio, el cielo y el infierno. Ella cuenta que una noche su ángel de la guarda le pidió que la siguiera y se encontró en un lugar lleno de fuego y almas sufrientes.

6. La Virgen María consuela a las almas que están allí
En su visión sobre el purgatorio, Santa Faustina Kowalska notó que la Virgen María visitaba a las almas que estaban allí y escuchó que estas la llamaban "Estrella del Mar".
Por otro lado, la Madre de Dios le reveló a Santa Brígida que "no hay pena alguna en el Purgatorio que, mediante mi auxilio, no se vuelva más suave y más fácil de soportar".

7. Existe un museo que recoge 15 pruebas sobre la existencia del purgatorio
En Roma (Italia), cerca del Vaticano, se encuentra el Museo de las Almas del Purgatorio que está dentro de la Iglesia del Sagrado Corazón del Sufragio. Fue creado en 1897 por el P. Víctor Jouët, un sacerdote francés misionero del Sagrado Corazón.
Allí se exhiben 15 testimonios y objetos, como libros y vestimentas, que probarían las "visitas" de estas almas a sus seres queridos para pedirles que recen por ellas.

(Aciprensa)

LUZ, RESPLANDOR Y GRACIA EN LA TRINIDAD Y POR LA TRINIDAD


 

Siempre resultará provechoso esforzarse en profundizar el contenido de la antigua tradición, de la doctrina y la fe de la Iglesia católica, tal como el Señor nos la entregó, tal como la predicaron los apóstoles y la conservaron los santos Padres. En ella, efectivamente, está fundamentada la Iglesia, de manera que todo aquel que se aparta de esta fe deja de ser cristiano y ya no merece el nombre de tal.

Existe, pues, una Trinidad, santa y perfecta, de la cual se afirma que es Dios en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que no tiene mezclado ningún elemento extraño o externo, que no se compone de uno que crea y de otro que es creado, sino que toda ella es creadora, es consistente por naturaleza, y su actividad es única. El Padre hace todas las cosas a través del que es su Palabra, en el Espíritu Santo. De esta manera, queda a salvo la unidad de la santa Trinidad. Así, en la Iglesia se predica un solo Dios, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en el Espíritu Santo.
San Pablo, hablando a los corintios acerca de los dones del Espíritu, lo reduce todo al único Dios Padre, como al origen de todo, con esas palabras: Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
El Padre es quien da, por mediación de aquel que es su Palabra, lo que el Espíritu distribuye a cada uno. Porque todo lo que es del Padre es también del Hijo; por esto, todo lo que da el Hijo en el Espíritu es realmente don del Padre. De manera semejante, cuando el Espíritu está en nosotros, lo está también la Palabra, de quien recibimos el Espíritu, y en la Palabra está también el Padre, realizándose así aquellas palabras: El Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él. Porque, donde está la luz, allí está también el resplandor; y, donde está el resplandor, allí está también su eficiencia y su gracia esplendorosa.
Es lo que nos enseña el mismo Pablo en su segunda carta a los Corintios, cuando dice: La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros. Porque toda gracia o don que se nos da en la Trinidad se nos da por el Padre, a través del Hijo, en el Espíritu Santo. Pues, así como la gracia se nos da por el Padre, a través del Hijo, así también no podemos recibir ningún don si no es en el Espíritu Santo, ya que, hechos partícipes del mismo, poseemos el amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión de este Espíritu.
San Atanasio de Alejandría, obispo y doctor de la Iglesia
De la Carta 1 a Serapión 28-30

𝗗𝗲𝘀𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗰𝗼𝗻𝘁𝗲𝗺𝗽𝗹𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗽𝗿𝗲𝘀𝗲𝗻𝗰𝗶𝗮 𝗮 𝗹𝗮 𝗰𝗼𝗺𝘂𝗻𝗶𝗼́𝗻 𝗲𝘂𝗰𝗮𝗿𝛊́𝘀𝘁𝗶𝗰𝗮


Contemplar con fe redoblada a nuestro Amado en el sacramento, vivir de él que viene cada día, permanecer con él en lo íntimo de nuestra alma, ¡he ahí nuestra vida! Cuanto más intensa
sea esta vida interior, tanto más seremos nosotras carmelitas y avanzaremos hacia la perfección.
Este contacto, esta unión con Jesús es todo: ¡cuántos frutos de virtud se derivan de ello! Hay que hacer la experiencia. Vivir con Jesús es vivir con sus mismas virtudes, es escuchar su dulcísima voz, su amorosísima voluntad y obedecer enseguida, ¡contentarlo
enseguida! Nuestros ojos que se cierran, con el ansia amorosa de encontrarlo, de contemplarlo en el fondo de nuestro corazón: ¿no es acaso la necesidad que nos ha dejado la santísima comunión por la mañana? ¿No es la atracción de él que nos ha quedado, y que allí vive?
El ciborio del santo tabernáculo y el ciborio de nuestro corazón, ¡yo no sabría dividirlos! ¡Oh, cuántas veces, aun encontrándonos en el coro ante él sacramentado, aunque esté expuesto, nosotros experimentamos la gran necesidad de adentrarnos en nosotros mismos, y de encontrar allí y permanecer con nuestro Jesús!
¡Qué misterio de amor esta intimidad con nuestro Amado! Yo reflexiono en ello, a veces, conmovida, prorrumpiendo en alabanza de amor. Y conmovida vuelvo a mirarlo. Todo lo de aquí abajo nos ha desaparecido, segregadas, lejos de quien tanto nos amó; nuestros ojos bienaventurados no ven ya nada: y, no obstante, se cierran todavía para abstraerse en el mismo santo ambiente, se cierran ansiosos para encontrarlo, ¡para ver a Jesús! ¡Misterio de
amor, tiernísimo encanto! Él se deja encontrar por el corazón que lo busca, por el alma que sabe hacer a menos de tantas cosas por amor a él.
Estar junto a nuestro Dios sacramentado, como los bienaventurados están en el cielo, en la visión del sumo Bien, es lo que tenemos que hacer, según nuestra santa Madre Teresa. Siete
veces al día, estamos alrededor del trono de nuestro Bien, el sagrado tabernáculo, recitando las alabanzas divinas: ¡qué grande fe merece tan alta acción, qué anonadamiento! ¡Que la
adoración y el amor acompañe y embellezca todo!
De los escritos de M. María Cándida de la Eucaristía

𝐋𝐀 𝐏𝐀𝐋𝐀𝐁𝐑𝐀 𝐓𝐈𝐄𝐍𝐄 𝐅𝐔𝐄𝐑𝐙𝐀 𝐂𝐔𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐕𝐀 𝐀𝐂𝐎𝐌𝐏𝐀𝐍̃𝐀𝐃𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐀𝐒 𝐎𝐁𝐑𝐀𝐒


 

El que está lleno del Espíritu Santo habla diversas lenguas. Estas diversas lenguas son los diversos testimonios que da de Cristo, como por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia y la obediencia, que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden verlas reflejadas en nuestra conducta. La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras, y, por esto, el Señor nos maldice como maldijo aquella higuera en la que no halló fruto, sino hojas tan sólo. «La norma del predicador -dice san Gregorio- es poner por obra lo que predica».

En vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana el que la contradice con sus obras.
Pero los apóstoles hablaban según el Espíritu les sugería. ¡Dichoso el que habla según le sugiere el Espíritu Santo y no según su propio sentir! Porque hay algunos que hablan movidos por su propio espíritu, roban las palabras de los demás y las proponen como suyas, atribuyéndoselas a sí mismos. De estos tales y de otros semejantes dice el Señor por boca de Jeremías: Aquí estoy yo contra los profetas que se roban mis palabras uno a otro. Aquí estoy yo contra los profetas -oráculo del Señor- que manejan la lengua para echar oráculos. Aquí estoy yo contra los profetas de sueños falsos -oráculo del Señor-, que los cuentan para extraviar a mi pueblo, con sus embustes y jactancias. Yo no los mandé ni los envié, por eso, son inútiles a mi pueblo -oráculo del Señor-.
Hablemos, pues, según nos sugiera el Espíritu Santo, pidiéndole con humildad y devoción que infunda en nosotros su gracia, para que completemos el significado quincuagenario del día de Pentecostés, mediante el perfeccionamiento de nuestros cinco sentidos y la observancia de los diez mandamientos, y para que nos llenemos de la ráfaga de viento de la contrición, de manera que, encendidos e iluminados por los sagrados esplendores, podamos llegar a la contemplación del Dios uno y trino.
(San Antonio de Padua)

𝐎𝐑𝐀𝐂𝐈𝐎́𝐍 𝐏𝐀𝐑𝐀 𝐏𝐄𝐃𝐈𝐑 𝐀𝐌𝐀𝐑 𝐀 𝐉𝐄𝐒𝐔́𝐒 ❤


 

¡Dios mío, Criador y Redentor mío!, me creasteis para el paraíso y yo tantas veces os ofendí. ¡Ojalá, Jesús mío, que no os hubiera nunca ofendido! ¡Ojalá que os hubiera siempre amado! Me consuela pensar que aún tengo tiempo de amaros.
Os amo, amor del alma mía, os amo con todo mi corazón y os amo más que a mí mismo.
Veo que me queréis salvar, para que os ame por toda la eternidad en el reino del amor.
Os lo agradezco y os ruego que me asistáis en lo que me restare de vida, en que quiero amaros, para amaros en la otra por toda la eternidad.
Jesús mío, ¿cuándo llegará el día en que me vea libre del peligro de volveros a perder y en que, consumiéndome en vuestro amor, a vista de vuestra infinita belleza, me vea como obligado a amaros?
¡Oh dulce necesidad, oh feliz, oh amada y deseada necesidad,
que me librará de todo temor de desagradaros y me forzará a amaros con todas mis fuerzas!
Mi conciencia me trae espantado, diciéndome: ¿Cómo puedes tú pretender el paraíso? Mas vuestros méritos, carísimo Redentor mío, son mi esperanza.
¡Oh María, Reina del paraíso!, vuestra intercesión ante Dios es omnipotente; en vos confío.

(San Alfonso María de Ligorio)

CRISTO, SACERDOTE Y VÍCTIMA (Pío XII, Papa)


 

Cristo es ciertamente sacerdote, pero lo es para nosotros, no para sí mismo, ya que él, en nombre de todo el género humano, presenta al Padre eterno las aspiraciones y sentimientos religiosos de los hombres. Es también víctima, pero lo es igualmente para nosotros, ya que se pone en lugar del hombre pecador. Por esto, aquella frase del Apóstol: Tened los mismos sentimientos propios de Cristo Jesús exige de todos los cristianos que, en la medida de las posibilidades humanas, reproduzcan en su interior las mismas disposiciones que tenía el divino Redentor cuando ofrecía el sacrificio de sí mismo: disposiciones de una humilde sumisión, de adoración a la suprema majestad divina, de honor, alabanza y acción de gracias.

Les exige asimismo que asuman en cierto modo la condición de víctimas, que se nieguen a sí mismos, conforme a las normas del Evangelio, que espontánea y libremente practiquen la penitencia, arrepintiéndose y expiando los pecados.
Exige finalmente que todos, unidos a Cristo, muramos místicamente en la cruz, de modo que podamos hacer nuestra aquella sentencia de san Pablo: Estoy crucificado con Cristo

(Pío XII, Papa)

VOSOTROS SOIS LA LUZ DEL MUNDO


 

Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. El Señor llamó a sus discípulos sal de la tierra, porque habían de condimentar con la sabiduría del cielo los corazones de los hombres, insípidos por obra del diablo. Ahora les llama también luz del mundo, porque, después de haber sido iluminados por el, que es la luz verdadera y eterna, se han convertido ellos mismos en luz que disipa las tinieblas.

Siendo él el sol de justicia, llama con razón a sus discípulos luz del mundo; a través de ellos, como brillantes rayos, difunde por el mundo entero la luz de su conocimiento. En efecto, los apóstoles, manifestando la luz de la verdad, alejaron del corazón de los hombres las tinieblas del error.
Iluminados por éstos, también nosotros nos hemos convertido en luz, según dice el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad como hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas.
Con razón dice san Juan en su carta: Dios es luz, y quien permanece en Dios está en la luz, como él está en la luz. Nuestra alegría de vernos libres de las tinieblas del error debe llevarnos a caminar como hijos de la luz. Por eso dice el Apóstol: Brilláis como lumbrera del mundo, mostrando una razón para vivir. Si no obramos así, es como si, con nuestra infidelidad, pusiéramos un velo que tapa y oscurece esta luz tan útil y necesaria, en perjuicio nuestro y de los demás. Ya sabemos que aquel que recibió un talento y prefirió esconderlo antes que negociar con él para conseguir la vida del cielo, sufrió el castigo justo.
Por eso la esplendorosa luz que se encendió para nuestra salvación debe lucir constantemente en nosotros. Tenemos la lámpara del mandato celeste y de la gracia espiritual, de la que dice David: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. De ella dice también Salomón: El precepto de la ley es una lámpara.
Esta lámpara de la ley y de la fe no debe nunca ocultarse, sino que debe siempre colocarse sobre el candelero de la Iglesia para la salvación de muchos; así podremos alegrarnos con la luz de su verdad y todos los creyentes serán iluminados.
San Cromacio de Aquileya, obispo
De los tratados sobre el evangelio de san Mateo (Tratado 5, I.3-4: CCL 9,405-407)

NO NOS PERTENECEMOS, SOMOS DE QUIEN NOS COMPRÓ Y SALVÓ (San Cirilo de Alejandría, obispo)


 

Los caminos del Señor son rectos. Llamamos caminos de Cristo a los oráculos evangélicos, por medio de los cuales, atentos a todo tipo de virtud y ornando nuestras cabezas con las insignias de la piedad, conseguimos el premio de nuestra vocación celestial. Rectos son realmente estos caminos, sin curva o perversidad alguna: los llamaríamos rectos y transitables. Está efectivamente escrito: La senda del justo es recta, tú allanas el sendero del justo. Pues la senda de la ley es áspera, serpentea entre símbolos y figuras y es de una intolerable dificultad. En cambio, el camino de los oráculos evangélicos es llano, sin absolutamente nada de áspero o escabroso.

Así pues, los caminos de Cristo son rectos. Él ha edificado la ciudad santa, esto es, la Iglesia, en la que él mismo ha establecido su morada. Él, en efecto, habita en los santos y nosotros nos hemos convertido en templos del Dios vivo, pues, por la participación del Espíritu Santo, tenemos a Cristo dentro de nosotros. Fundó, pues, la Iglesia y él es el cimiento sobre el que también nosotros, como piedras suntuosas y preciosas, nos vamos integrando en la construcción del templo santo, para ser morada de Dios, por el Espíritu.
Absolutamente inconmovible es la Iglesia que tiene a Cristo por fundamento y base inamovible. Mirad -dice-, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa, de cimiento: «quien se apoya en ella no vacila». Así que, una vez fundada la Iglesia, él mismo cambió la suerte de su pueblo. Y a nosotros, derribado por tierra el tirano, nos salvó y liberó del pecado y nos sometió a su yugo, y no precisamente pagándole un precio o a base de regalos. Claramente lo dice uno de sus discípulos: Nos rescataron de ese proceder inútil recibido de nuestros padres: no con bienes efímeros, con oro y plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha. Dio por nosotros su propia sangre: por tanto, no nos pertenecemos, sino que somos del que nos compró y nos salvó.

JESÚS EUCARISTÍA

 


Jesús Eucaristía era el centro y el amor de la vida de santa Verónica Giuliani. ¡Cuántas horas se pasaba ante Jesús sacramentado! El momento de la comunión era el momento de mayor unión con Jesús y normalmente quedaba en éxtasis, viendo a Jesús Niño o Jesús glorioso con la Virgen María y su ángel. 

 Verónica recomendaba a sus hermanas por carta: 

"Durante el día visitad frecuentemente al Santísimo. Haced muchas comuniones espirituales. Pensad cómo podéis hacer feliz a Jesús y llamadlo muchas veces en vuestro corazón.  

Dice:

"Una vez se me presentó Jesús crucificado y me atraía hacia sí como si fuera un imán. Desclavó un brazo de la cruz y me dio un fuertísimo abrazo. No puedo explicar lo que sentí en ese momento. Me parece que gusté todo el licor que salía de la llaga de su costado. 

Ella hubiera querido comulgar cada día, pero el confesor no le daba permiso para ello y, en vez de las comuniones sacramentales, los días que no podía recibir a Jesús sacramentalmente, lo hacía espiritualmente. 

Los días que había comunión sacramental para todas, Verónica iba por las celdas temprano para invitarlas a la comunión y a que todas se preparasen dignamente para recibirla. 


(Tomado de "Santa Verónica Giuliani y su Ángel Custodio, P. Ángel Peña O.A.R.)

LAS CINCO LLAGAS EN LA HOSTIA SANTA



Siempre que las palabras de la consagración 
se escapan en su vuelo atrevido 
que nadie detiene, hacen venir al Cordero vivo 
sobre su trono, para constituirlo sobre el altar 
en el estado de su inmolación eucarística, la 
humanidad de Cristo, que se encuentra toda 
entera bajo las especies con todos sus miembros, 
se encuentra también con sus manos, sus
pies y sus costados traspasados. 

Esta Hostia es la Hostia de las Cinco Llagas. 
Lo que ella contiene sois Vos, oh Jesús, que tendisteis 
vuestras manos y vuestros pies a los verdugos 
que querían traspasarlos; Vos, que padecisteis 
todos los tormentos de la Crucifixión; Vos, que 
recibisteis todos los golpes de los crueles martillos; 
Vos, cuyo costado fue abierto y cuyo 
Corazón traspasado por la lanza. 

Y guardáis en vuestro Sacramento para darme su fruto y sus 
virtudes, con las cicatrices y los rastros de 
vuestras Llagas, todo el amor, toda la paciencia, 
todos los méritos que tuvisteis al recibirlos por
 primera vez.

(Adoración al Santísimo Sacramento, R.P.A. Tesniére)

¿CUÁNDO LLEGARÁ ESE SIGLO DE MARÍA?

 


¡Ah! ¿Cuándo llegará ese tiempo dichoso -dice un santo
 varón en nuestros días, ferviente enamorado de María-,
 cuándo llegará ese tiempo dichoso en que la excelsa María
 sea establecida como Señora y Soberana en los corazones,
 para someterlos plenamente al imperio de su excelso y
 único Jesús? 

¿Cuándo respirarán las almas a María como
 los cuerpos respiran el aire? Cosas maravillosas sucederán
 entonces en la tierra, donde el Espíritu Santo -al encontrar
 a su querida Esposa como reproducida en las almas- vendrá
 a ellas con la abundancia de sus dones y las llenará de
 gracia. ¿Cuándo llegará, hermano mío, ese tiempo dichoso,
 ese siglo de María, en el que muchas almas escogidas y
 obtenidas del Altísimo por María, perdiéndose ellas mismas
 en el abismo de su interior, se transformen en copias
 vivientes de la Santísima Virgen para amar y glorificar a
 Jesucristo? 

(San Luis María Grignion de Montfort)

LA GLORIA DE LOS MÁRTIRES, SIGNO DE REGENERACIÓN

 


La gloria de los mártires, signo de regeneración

San Pablo VI, papa
De la homilía pronunciada en la canonización de los mártires de Uganda (AAS 56 [1964], 905-906)
Estos mártires africanos vienen a añadir a este catálogo de vencedores, que es el martirologio, una página trágica y magnífica, verdaderamente digna de sumarse a aquellas maravillosas de la antigua África, que nosotros, modernos hombres de poca fe, creíamos que no podrían tener jamás adecuada continuación.
¿Quién podría suponer, por ejemplo, que a las emocionantísimas historias de los mártires escilitanos, de los cartagineses, de los mártires de la «blanca multitud» de Útica, de quienes san Agustín y Prudencio nos han dejado el recuerdo, de los mártires de Egipto, cuyo elogio trazó san Juan Crisóstomo, de los mártires de la persecución de los vándalos, hubieran venido a añadirse nuevos episodios no menos heroicos, no menos espléndidos, en nuestros días?
¿Quién podía prever que, a las grandes figuras históricas de los santos mártires y confesores africanos, como Cipriano, Felicidad y Perpetua, y al gran Agustín, habríamos de asociar un día los nombres queridos de Carlos Luanga y de Matías Mulumba Kalemba, con sus veinte compañeros? Y no queremos olvidar tampoco a aquellos otros que, perteneciendo a la confesión anglicana, afrontaron la muerte por el nombre de Cristo.
Estos mártires africanos abren una nueva época, quiera Dios que no sea de persecuciones y de luchas religiosas, sino de regeneración cristiana y civil.
El África, bañada por la sangre de estos mártires, los primeros de la nueva era -y Dios quiera que sean los últimos, pues tan precioso y tan grande fue su holocausto-, resurge libre y dueña de sí misma.
La tragedia que los devoró fue tan inaudita y expresiva, que ofrece elementos representativos suficientes para la formación moral de un pueblo nuevo, para la fundación de una nueva tradición espiritual, para simbolizar y promover el paso desde una civilización primitiva -no desprovista de magníficos valores humanos, pero contaminada y enferma, como esclava de sí misma- hacia una civilización abierta a las expresiones superiores del espíritu y a las formas superiores de la vida social.

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