DIOS QUIERE QUE TODOS LOS HOMBRES SE SALVEN

 


Es dogma de fe católica: Dios quiere que todos los hombres se salven. Si alguno dijere que Dios desea la condenación de un solo hombre predestinándole al infierno haga lo que haga, está diciendo una blasfemia. ¡Ah!, pero ha puesto en nuestras manos nuestra libertad. 

A todos los hombres del mundo, incluso al último salvaje que no ha recibido la visita del misionero, ni ha oído hablar jamás de Jesucristo, le toca Dios el corazón, le ilumina la inteligencia y le da las gracias suficientes, para salvarse si él quiere. ¡Pero tiene que querer! Porque Dios Nuestro Señor ha puesto en nuestras manos nuestra propia libertad, y tiene un respeto terrible, verdaderamente imponente, a nuestra propia libertad. 

Dios quiere la salvación de todo el género humano, pero quiere que queramos, quiere que cooperemos. Y si no pronunciamos esa palabra de arrepentimiento, rechazando con verdadero dolor de corazón nuestros propios pecados, estamos perdidos. Cristo lo sentirá mucho, mejor dicho lo sintió mucho cuando estaba clavado en la cruz. Te estuvo viendo, pecador, cómo te alejabas de Él protervo y obstinado. ¡Cómo lloraba, cómo pedía perdón por ti! Pero tropezaba con el decreto inexorable del Eterno Padre: el respeto a la libertad humana. Dios ha dejado en nuestras manos el libre albedrío y tiene un respeto aterrador, terrible, a nuestra propia libertad.

Muchos me dicen:

-«Pero, Padre, yo he pecado demasiado. ¡Tengo la conciencia cargada con tantos crímenes! ¡He pisoteado todos los mandamientos de la Ley de Dios!».

-¡Calla! ¡Cállate, que el pecado más grave es el que estás cometiendo ahora al decir: «Soy demasiado pecador; Dios ya no me puede

perdonar».

¡Cuándo entenderemos el Corazón de Cristo, su infinita compasión y misericordia para con los pobres pecadores! Señores: si Judas, aquel infame traidor que cometió el pecado más horrendo que registra la historia de la humanidad entregando con un beso de traición al Redentor del mundo; si Judas se hubiera arrepentido de su pecado y se presenta en la colina del Calvario, y cayendo de rodillas delante de la cruz de Cristo lanza este grito desgarrador: «¡Perdóname, Señor!», Jesucristo no hubiera pronunciado en la cruz siete palabras, sino ocho. Y la octava palabra, la que hubiese pronunciado sobre Judas el traidor, hubiera sido ésta: «Tú serás columna de mi Iglesia, al lado de Pedro y de Juan». Y hoy veneraríamos en nuestros altares al Apóstol San Judas, el que entregó a Nuestro Señor.

(Las siete Palabras de Jesús en la cruz, Antonio Royo Marín)

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