He sabido mil veces que tu amor nunca falla,
y que tu protección llega más lejos
que los dardos encendidos
de la mentira humana.
Mírame vientre en tierra
sin poder levantarme;
me pesa mucho el fardo
de mis propios delitos;
y, por si fuera poco, me arrojan, como piedra,
el desprecio de unos; de otros, desconfianza;
y acusaciones mil difamatorias.
¡Dios mío! ¡Mi Verdad!
Descorre con tu aliento
esta espesa cortina de mentiras y burlas;
y aparezca ante todos mi inocencia, ¡la tuya!,
la que sólo de Ti puede alcanzar el hombre.
Quisieron hasta hacerme dudar de tu ternura;
quisieron extinguir la luz de mi esperanza;
quisieron acabar con la raíz de mi canto...
Pero sé que han de ver mis huellas florecidas
y a mis hijos vivir en tu amistad plantados.
Mi corazón aún no se ha hundido en el cieno
de la desconfianza; mi alma no ha cedido
a los duros embates del rencor y del odio.
Y en medio del peligro
soy libre todavía para poder cantarte,
¡libre para ir dando perdón como respuesta!
Y han de saber en mí que Tú respondes
tomando la defensa del humilde,
levantando hasta el cielo
al pobre que a Ti clama,
llenando de tu gloria la carne entumecida
por el hambre y el frío
que sólo en Ti se sacian.
(Salmo 57. Poema de A. López Baeza)
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